Quizá ya nadie se acuerde de la noticia que leí hace
mucho tiempo en un periódico. Ha habido tantas… Pero a mí ésta me dejó
perplejo. Contaba la historia de una pareja que llevaba años viviendo en la
misma casa sin dirigirse la palabra. Años sin mirarse a la cara. Años olvidando
la voz del otro. Hasta que un día reventaron en silencio con dos mensajes en la
lista de la compra. Ella había escrito: “QUIERO EL DIVORCIO”. Él fue más breve
aún y contestó que "VALE".
Dos serpientes peleándose no hubieran obrado con más sigilo; ni con tanto veneno. Había visto ahí una idea para un cuento, pero me faltaba experiencia para escribirlo. Nada sabía aún de la horrible metamorfosis del amor, de cómo se convierte una bella mariposa en un gusano.
Pasado un tiempo me casé y luego me divorcié y luego
me volví a emparejar, pero la vida imita mal las páginas de sucesos.
Y es que en el último verano las cosas entre Zoe y yo
de nuevo fueron a peor. Perdí el trabajo, nuestra hija se fue de casa y dejamos
de hacer el amor. Ya sólo nos hablábamos para hacer la compra. Luego yo dejé de
comer en casa porque oír los pasos de ella trasteando en la cocina me crispaba.
Dormíamos fuera o en habitaciones separadas y apenas nos topábamos en el
pasillo. Éramos como erizos que se pinchan nada más acoplarse.
Llegó el otoño. Sólo nos separaba una pared, pero Zoe
ni siquiera se molestó en golpearla ni en gritar mi nombre. Cuando vi el suyo
en el buzón del móvil, tuve un sobresalto y después una sensación de déjà
vu. Abrí cuatro, cinco veces aquel mensaje en que me pedía el divorcio en
tres palabras. Y sentí vértigo: estábamos a un solo clic de hacer el amor como
animales.
Oí al otro lado el eco de mi respuesta en su móvil y
noté que ella se excitaba, iba y venía, gemía como si estuviera pariendo. Cada
otoño mudábamos de piel para empezar de nuevo.
Éramos yonquis del divorcio. Nos gustaba sufrir sus
metamorfosis. La primera vez que Zoe y yo nos divorciamos, discutimos tanto que
nos costó volvernos a casar. Y captamos el mensaje: había que cambiar las
formas.
Y otra vez habíamos vuelto a matar el gusanillo del
amor. La crisálida se había roto y ya estábamos listos para el siguiente vuelo
nupcial. Cada otoño o cada primavera tomamos formas distintas. Sé que es raro,
pero cada vez nos amamos más.
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