Vi con claridad
que a mis palabras le faltaban fuerza para dar el salto y llegar con ellas a
clavarse en tus ojos. Yo mismo me sentía débil cuando las leía y por eso, ya
perdida la fe, dejaba de escribir. Y me sentía impotente por no poder atravesar
con ellas el espacio que nos distanciaba. Sentía su terrible lastre y me
desplomaba al suelo aplastado por ellas. Pensé en defenestrarme al vuelo, hacer
un pacto con el diablo para que me diera su lengua de ángel caído en la
desgracia. Pensé en volverme tan ínfimo y disforme como un virus y así podría
volverme letal, atravesar tu inmunidad para hacerme dueño de lo más íntimo tuyo y
contagiarte, hacerte afín a lo que yo quería hacerte llegar, lo que yo tenía de
nuevo y que te pondría enfermo por haberte hecho viejo de pronto; quería infectarte de mi
elocuencia muda y vulgar para que tu
mundo fuera más compacto y circulase vivo con la fuerza de mi sangre.
Y busqué
infiltrarme con palabras suaves, porosas y ligeras, por ver si así podía entrañarme
contigo, pero yo me sentía vago y distante cuando las leía, y era como si me
faltase vida, como si yo faltase en lo que escribía y tú notases su ausencia y
con ella te vinieras abajo, intentando recoger mis palabras derramadas por los
suelos. Quise luego levantar la voz por si así más altas remontasen el vuelo
hasta la altura de tus ojos, pero sentí que mi palabra era un grito que me
dejaba sordo y que llegaba a tus oídos rechinando. No supe entonces que más
hacer por ti, por mí, y al final todo me parecía que sobraba y todo lo que
escribí taché, pulvericé tras un gran borrón de tinta donde cubrí todas mis
miserias, y en ese espacio emborronado vi que estaba en germen, sin barajar todo cuando quería decir para que mi voz se difundiese y al fin llegase para llamar
a tu puerta, atravesar el umbral y hospedarse
en el centro de tu mente, en la hondura de tu corazón.
Llené con más tinta el borrón y con ella amasé
una esfera perfecta en la que envolví mi voz para que allí resonase y fuera
simplemente la Voz, y la escuchases tú como si fuese tuya, pero sabiéndote
mejor y más extraña; llené de tinta ese borrón hasta que mi sabia impregnó el
papel cavando un hoyo. Y entró por allí el mar azul de golpe, se precipitó
tumultuoso y lleno de voces, agitándose furiosas sus olas, arrastrando sonidos
que nadie había escuchado y que yo había rescatado de anteriores glaciaciones,
mucho antes de que la tierra siquiera soñase tu alumbramiento.
Y tras la tinta
informe que se comió el papel vi que flotaba una palabra que logré salvar de
aquel naufragio, una caracola que yo extraje de la orilla, como si estuviera
nacarada y amasada por la saliva de un paladar celeste. Allí, en aquel sonido
al que yo apliqué mi oído se encerraba la palabra que era el resumen de todo el
mar de palabras hechas un borrón de tinta, un mar de voces, un océano de
idiomas que iba y venía hasta disolverse en un desierto de cegadora arena.
Ahora yo tenía la palabra que había estado
buscando tras de tantas palabras. Y era tan diminuta, insignificante, tan poca
cosa que podía confundirse con un chasquido, con el tintineo de una campanita,
con el débil latido de tu corazón. Y la tomé prestada, la alenté con mi propia
respiración y la hice mía y la domestiqué para que no pareciera indómita y
pudiera llegar hasta ti como la mascota que siempre quisiste acariciar. Y la
parí de nuevo, ya tallada, hecha un planeta vivo dispuesto a titilar para
engendrarte. Y al lanzarla al papel y escribirla para ti, sentí que me quedaba
sordo y mudo, y supe que aquella palabra que no podía decir ni oír era la buena,
y la callé por mucho tiempo, me adentré en su silencio puro, y la reduje hasta volverse
un signo cuneiforme, una huella de mar sobre la arena, un átomo de viento
salido de mi boca. Era la primera letra de un alfabeto que aún no había nacido
y que llevaba dentro todo lo habido y por haber. Y con ella fundé una lengua
muda, un idioma sin sonido, un lenguaje que se comunicaba desde dentro y que no
precisaba de ningún canal aéreo y común, tan sólo el vaivén de un presentimiento: así el aire ya no se llevaría a enterrar todas
las palabras que iba recogiendo al vuelo.
Y fue así como
me incrusté dentro de ti y di nueva vida a las palabras rasgando su mordaza,
y en vez de en un papel, garabateé el signo más dentro de tu entraña, y supe
que yo me hallaba también dentro y que había escrito lo que cualquier animal
podía entender, haciéndose eco los bosques y las piedras. Y dije “así sea”, y así fue, y sentí que cada palabra mía era
una orden, y cada pensamiento un deseo,
y que se ajustaba perfectamente el pensamiento con el deseo, y así sentí
que mi palabra había sido ejecutada y que tu estabas comprendido dentro de ella,
y que yo también era una palabra que tu boca pronunciaba.
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