A la espera de elaborar una nota biográfica de Federico García Lorca, se deja, a modo de prólogo, esta semblanza del poeta hecha por Vicente Aleixandre en 1937.
A Federico se le ha
comparado con un niño, se le puede comparar con un ángel, con un agua (“mi
corazón es un poco de agua pura”, decía él en una carta), con una roca; en sus
más tremendos momentos era impetuoso, clamoroso, mágico como una selva. Cada
cual le ha visto de una manera. Los que le amamos y convivimos con él le vimos
siempre el mismo, único y, sin embargo, cambiante, variable como la misma
Naturaleza. Por la mañana se reía tan alegre, tan clara, tan multiplicadamente
como el agua del campo, de la que parecía siempre que venía de lavarse la cara.
Durante el día evocaba campos frescos, laderas verdes, llanuras, rumor de
olivos grises sobre la tierra ocre; en una sucesión de paisajes españoles que
dependían de la hora, de su estado de ánimo, de la luz que despidieran sus
ojos; quizá también de la persona que tenía enfrente. Yo le he visto en las
noches más altas, de pronto, asomado a unas barandas misteriosas, cuando la
luna correspondía con él y le plateaba su rostro; y he sentido que sus brazos se
apoyaban en el aire, pero que sus pies se hundían en el tiempo, en los siglos,
en la raíz remotísima de la tierra hispánica, hasta no sé dónde, en busca de
esta sabiduría profunda que llameaba en sus ojos, que quemaba en sus labios,
que encandecía su ceño de inspirado. No, no era un niño entonces. ¡Qué viejo,
que viejo, qué “antiguo”, qué fabuloso y mítico! Que no parezca irreverencia:
sólo algún viejo “cantaor” de flamenco, solo alguna vieja “bailadora”, hechos
ya estatuas de piedra, podrían serle comparados. Solo una remota montaña
andaluza sin edad, entrevista en un fondo nocturno, podría entonces
hermanársele.
No hay quien pueda
definirle. Su presencia, comparable quizá solo y justamente con el tifón que
asume y arrebata, traía siempre asociaciones de lo sencillo elemental. Era
tierno como una concha de la playa. Inocente en su tremenda risa morena, como
un árbol furioso. Ardiente en sus deseos, como un ser nacido para la libertad.
Y tenía para su obra futura un instinto tan primario de defensa, que no puede
por menos de traerme la memoria de un genio: Goethe. Con una diferencia, y es
que Federico era incapaz de la fría serenidad con que aquel Júpiter encadenó el
complicado mecanismo de sus instintos y pasiones y lo redujo a ruedas dentadas al servicio de su rendimiento
intelectual. En Federico todo era inspiración, y su vida, tan hermosamente de
acuerdo con su obra, fue el triunfo de la libertad, y entre su vida y su obra
hay un intercambio espiritual y físico tan constante, tan apasionado y fecundo
que las hace eternamente inseparable e indivisibles. En este sentido, como en otros
muchos, me recuerda a Lope.
En Federico, que pasaba
mágicamente por la vida, al parecer sin apoyarse; que iba y venía ante la vista
de sus amigos con algo de genio alado que dispensa gracias, hace feliz un
momento y escapa en seguida como la luz, que él llevaba efectivamente; en Federico
se veía sobre todo al poderoso encantador, disipador de tristezas, hechicero de
la alegría conjurador del gozo de la vida, dueño de las sombras, a las que él
desterraba con su presencia. Pero yo gusto de evocar a solas a otro Federico,
una imagen suya que no todos han visto: al noble Federico de la tristeza, al
hombre de soledad y pasión que en el vértigo de su vida de triunfo difícilmente
podía adivinarse. He hablado antes de esa nocturna testa suya, macerada por la
luna, ya casi amarilla de piedra, petrificada como un dolor antiguo “¿Qué te
duele, hijo?”, parecía preguntarle la luna. “Me duele la tierra, la tierra y
los hombres, la carne y el alma humana, la mía y la de los demás, que son uno
conmigo.”
En las altas horas de la
noche, discurriendo por la ciudad, o en una tabernita (como él decía), casa de
comidas, con algún amigo suyo, entre sombras humanas, Federico volvía de la
alegría, como de un remoto país, a esta dura realidad de la tierra visible y del
dolor visible. El poeta es el ser que acaso carece de límites corporales. Su
silencio repentino y largo tenía algo de silencio de río, y en la alta hora,
oscuro como un río ancho, se le sentía fluir, fluir, pasándole por su cuerpo y
su alma sangres, remembranzas, dolor, latidos de otros corazones y otros seres
que era él mismo en aquel instante, como el río es todas las aguas que le dan
cuerpo, pero no límite. La hora mala de Federico era la hora del poeta, hora de
soledad, pero de soledad generosa, porque es cuando el poeta siente que es la
expresión de todos los hombres.
Su corazón no era
ciertamente alegre. Era capaz de toda la alegría del Universo; pero su sima
profunda, como la de todo gran poeta, no era la de la alegría. Quienes le
vieron pasar por la vida como ave llena de colorido, no le conocieron. Su
corazón era como pocos apasionado, y una capacidad de amor y de sufrimiento
ennoblecía cada más aquella noble frente. Amó mucho, cualidad que algunos superficiales le negaron. Y
sufrío por amor, lo que probablemente nadie supo. Recordaré siempre la lectura
que me hizo, tiempo antes de partir para Granada, de su última obra lírica, que
no habíamos de ver terminada. Me leía sus “Sonetos del amor oscuro”, prodigio
de pasión, entusiasmo, de felicidad, de tormento, puro y ardiente monumento al
amor, en que la primera materia es ya la carne, el corazón, el alma del poeta
en trance de destrucción. Sorprendido yo mismo, no pude menos que quedarme
mirándole y exclamar: “Federico, ¡qué corazón! ¡Cuánto ha tenido que amar,
cuánto que sufrir!” Me miró y se sonrío como un niño. Al hablar así no era yo
probablemente el que hablaba. Si esa obra no se ha perdido; si, para honor de
la poesía española y deleite de las generaciones hasta la consumación de la
lengua, se conservan en alguna parte los originales, cuántos habrá que sepan,
que aprendan y conozcan la capacidad extraordinaria, la hondura y la capacidad
sin par del corazón de su poeta.
CANCIÓN OTOÑAL
CANCIÓN OTOÑAL
Noviembre de 1918
(Granada)
Hoy siento en el corazón
Un vago temblor de
estrellas,
Pero mi senda se pierde
En el alma de la niebla.
La luz me troncha las alas
Y el dolor de mi tristeza
Va mojando los recuerdos
En la fuente de la idea.
Todas las rosas son
blancas,
Tan blancas como mi pena,
Y no son las rosas
blancas,
Que ha nevado sobre ellas.
Antes tuvieron el iris.
También el alma nieva.
La nieve del alma tiene
Copos de besos y escenas
Que se hundieron en la
sombra
O en la luz del que las
piensa.
La nieve cae de las rosas,
Pero la del alma queda
Y la garra de los años
Hace un sudario con ellas.
¿Se deshelará la nieve
Cuando la muerte nos
lleva?
¿O después habrá otra
nieve
Y otras rosas más
perfectas?
¿Será la paz con nosotros
Como Cristo nos enseña?
¿O nunca será posible
La solución del problema?
¿Y si el amor nos engaña?
¿Quién la vida nos alienta
Si el crepúsculo nos hunde
En la verdadera ciencia
Del Bien que quizá no
exista,
Y del mal que late cerca?
¿Si la esperanza se apaga
Y la babel se comienza
Qué antorcha iluminará
Los caminos de la Tierra?
¿Si el azul es un ensueño,
Que será de la inocencia?
¿Qué será del corazón
Si el Amor no tiene
flechas?
¿Si la muerte es la
muerte,
Que será de los poetas
Y de las cosas dormidas
Que ya nadie las recuerda?
¡Oh sol de las esperanzas!
¡Agua clara! ¡Luna nueva!
¡corazones de los niños!
¡Almas rudas de las
piedras!
Hoy siento en el corazón
Un vago temblor de
estrellas
Y todas las rosas son
Tan blancas como mi pena.
SI MIS MANOS PUDIERAN
DESHOJAR
10 de noviembre de 1919
(Granada)
Yo pronuncio tu nombre
En las noches oscuras,
Cuando vienen los astros
A beber en la luna
Y duermen los ramajes
De las frondas ocultas.
Y yo me siento hueco
De pasión y de música.
Loco reloj que canta
Muertas horas antiguas.
Yo pronuncio tu nombre,
En esta noche oscura,
Y tu nombre me suena
Más lejano que nunca.
Más lejano que todas las
estrellas
Y más doliente que la
mansa lluvia.
¿Te querré como entonces
Alguna vez? ¿Qué culpa
Tiene mi corazón?
Si la niebla se esfuma,
¿qué otra pasión me
espera?
¿Será tranquila y pura?
¡!Si mis dedos pudieran
Deshojar a la luna!!
EL DIAMANTE
El diamante de una
estrella
Ha rayado el hondo cielo,
Pájaro de luz que quiere
Escapar del universo
Y huye del enorme nido
Donde estaba prisionero
Sin saber que lleva atada
Una cadena en el cuello.
Cazadores extrahumanos
Están cazando luceros,
Cisnes de plata maciza
En el agua del silencio.
Los chopos niños recitan
Su cartilla; es el maestro
Un chopo antiguo que mueve
Tranquilo sus brazos
muertos.
Ahora en el monte lejano
Jugarán todos los muertos
A la baraja. ¡Es tan
triste
La vida en el cementerio!
¡Rana, empieza tu cantar!
¡Grillo, sal de tu
agujero!
Haced un bosque sonoro
Con vuestras flautas. Yo
vuelo
Hacia mi casa intranquilo.
Se agitan en mi cerebro
Dos palomas campesinas
Y en el horizonte,
¡lejos!,
Se hunde el arcaduz del
día.
¡terrible noria del
tiempo!
MADRIGAL DE VERANO
Agosto 1920
(Vega de Zajaira)
Junta tu roja boca con la
mía,
¡Oh Estrella la gitana!
Bajo el oro solar del
mediodía
Morderá la manzana
En el verde olivar de la
colina
Hay una torre mora,
Del color de tu carne
campesina
Que sabe a miel y aurora.
Me ofreces en tu cuerpo
requemado
El divino alimento
Que da flores al cauce
sosegado
Y luceros al viento.
¿Cómo a mí te entregaste,
luz morena?
¿Por qué me diste llenos
De amor tu sexo de azucena
Y el rumor de tus senos?
¿No fue por mi figura
entristecida?
(¡Oh mis torpes andares!)
¿Te dio lástima acaso de
mi vida,
Marchita de cantares?
¿Cómo no has preferido a
mis lamentos
los muslos sudorosos
de un San Cristóbal
campesino, lentos
en el amor y hermosos?
Danaide del placer eres
conmigo.
Femenino Silvano
Huelen tus besos como
huele el trigo
Reseco del verano.
Entúrbiame los ojos con tu
canto.
Deja tu cabellera
Extendida y solemne como
un manto
De sombra en la pradera.
Píntame con tu boca
ensangrentada
Un cielo del amor,
En un fondo de carne la
morada
Estrella
de dolor.
Mi
pegaso andaluz está cautivo
De
tus ojos abiertos;
Volará
desolado y pensativo
Cuando
los vea muertos.
Y
aunque no me quisieras te querría
Por
tu mirar sombrío,
Como
quiere la alondra al nuevo día,
Solo
por el rocío.
Junta
tu roja boca con la mía.
¡Oh
Estrella la Gitana!
Déjame
bajo el claro mediodía
Consumir
la manzana.
ALBA
Abril
de 1919
(Granada)
Mi
corazón oprimido
Siente
junto a la alborada
El
dolor de sus amores
Y
el sueño de las distancias.
La
luz de la aurora lleva
Semilleros
de nostalgias
Y
la tristeza sin ojos
De
a médula del alma.
La
gran tumba de la noche
Su
negro velo levanta
Para
ocultar con el día
La
inmensa cumbre estrellada.
¡Qué
haré yo sobre estos campos
Cogiendo
nidos y ramas,
Rodeado
de la aurora
Y
llena de noche el alma!
¡Qué
haré si tienes tus ojos
Muertos
a las luces claras
Y
no ha de sentir mi carne
El
calor de tus miradas!
¿Por
qué te perdí por siempre
En
aquella tare clara?
Hoy
mi pecho está reseco
Como
una estrella apagada.
EL
PRESENTIMIENTO
Agosto
de 1920
(Vega de Zajaira)
El
presentimiento
Es
la sonda del alma
En
e misterio.
Nariz
del corazón,
Que
explora en la tiniebla
Del
tiempo.
Ayer
es lo marchito.
El
sentimiento
Y
el campo funeral
Del
recuerdo.
Anteayer
Es
lo muerto.
Madriguera
de ideas moribundas
De
pegasos sin freno.
Malezas
de memorias
Y
desiertos
Perdidos
en la niebla
De
los sueños.
Nada
turba los siglos
Pasados.
No
podemos
Arrancar
un suspiro
De
lo viejo.
El
pasado se pone
Su
coraza de hierro
Y
tapa sus oídos
Con
algodón del viento.
Nunca
podrá arrancársele
Un
secreto.
Sus
músculos de siglos
Y
su cerebro
De
marchitas ideas
En
feto
No
darán el licor que necesita
El
corazón sediento.
Pero
el niño futuro
Nos
dirá algún secreto
Cuando
juegue en su cama
De
luceros.
Y
es fácil engañarle;
Por
eso,
Démosle
con dulzura
Nuestro
seno.
Que
el topo silencioso
Del
presentimiento
Nos
traerá sus sonajas
Cuando
se esté durmiendo.
ELEGÍA
DEL SILENCIO
Julio
de 1920
Silencio
¿dónde llevas
Tu
cristal empañado
De
risas de palabras
Y
sollozos del árbol?
¿Cómo
limpias, silencio
El
rocío del canto
Y
las manchas sonoras
Que
los mares lejanos
Dejan
sobre la albura
Serena
de tu manto?
¿Quién
cierra tus heridas
Cuando
sobre los campos
Alguna
vieja noria
Clava
su lento dardo
En
tu cristal inmenso?
¿Dónde
vas si al ocaso
Te
quiebran las campanas
Y
quiebran tu remanso
Las
bandadas de coplas
Y
el gran rumor dorado
Que
cae sobre los montes
Azules
sollozando.
El
aire del invierno
Hace
tu azul pedazos,
Y
troncha tus florestas
El
lamentar callado
De
alguna fuente fría.
Donde
posas tus manos
La
espina de la risa
O
el caluroso hachazo
De
la pasión encuentras.
Si
te vs a los astros
El
zumbido solemne
De
los azules pájaros
Quiebra
el gran equilibrio
De
tu escondido cráneo.
Huyendo
del sonido
Eres
sonido mismo,
Espectro
de armonía,
Humo
de grito y canto.
Vienes
para decirnos
En
las noches oscuras
La
palabra infinita
Sin
aliento y sin labios.
Taladrado
de estrellas
Y
maduro de música
¿dónde
llevas, silencio,
Tu
dolor extrahumanno,
Dolor
de estar cautivo
En
la araña melódica,
Ciego
ya para siempre
Tu
manantial sagrado?
Hoy
arrastran tus ondas
Turbias
de pensamiento
La
ceniza sonora
Y
el dolor del antaño.
Los
ecos de los gritos
Que
por siempre se fueron.
El
estruendo remoto
Del
mar, momificado.
Si
Jehová se ha dormido
Sube
al trono brillante,
Quiébrale
en su cabeza
Un
lucero apagado,
Y
acaba seriamente
Con
la música eterna,
La
armonía sonora
De
luz, y mientras tanto,
Vuelve
a tu manantial,
Donde
en la noche eterna,
Antes
que Dios y el tiempo,
Manabas
sosegado.
IN
MEMORIAM
Agosto
de 1920
Dulce
chopo,
Dulce
chopo,
Te
has puesto
De
oro
Ayer
estabas verde,
Un
verde loco
De
pájaros
Gloriosos.
Hoy
estás abatido
Bajo
el cielo de agosto
Como
yo bajo el cielo
De
mi espíritu rojo.
La
fragancia cautiva
De
tu tronco
Vendrá
a mi corazón
Piadoso
¡Rudo
abuelo del prado!
Nosotros
Nos
hemos puesto
De
oro.
SUEÑO
Mayo
de 1919
Mi
corazón reposa junto a la fuente fría.
(Llénala con tus hilos
Araña del olvido.)
El
agua de la fuente su canción le decía
(Llénala con tus hilos
Araña del olvido.)
Mi
corazón despierto sus amores decía.
(Araña del silencio,
Téjele tu misterio.)
El
agua de la fuente lo escuchaba sombría.
(Araña del silencio,
Téjele tu misterio.)
Mi
corazón se vuelca sobre la fuente fría.
(Manos blancas, lejanas,
Detened a las aguas.)
Y
el agua se lo lleva cantando de alegría.
(¡Manos blancas, lejanas,
Nada queda en las aguas!)
LA
VELETA YACENTE
Diciembre
de 1920
(Madrid)
El
duro corazón de la veleta
Entre
el libro del tiempo.
(una
hoja la tierra
Y
otra hoja el cielo.)
Aplastóse
dolientes sobre letras
De
tejados viejos.
Lírica
flor de torre
Y
luna de los vientos,
Abandona
el estambre de la cruz
Y
dispersa sus pétalos,
Para
caer sobre las losas frías
Comida
por la oruga
De
los ecos.
Yaces
bajo una acacia.
¡Memento!
No
podías latir
Porque
erras de hierro…
Mas
poseíste la forma:
¡Conténtate
con eso!
Y
húndete bajo el verde
Légamos
En
busca de tu gloria
De
fuego,
Aunque
te llamen tristes
Las
torres desde lejos
Y
oigas en las veletas
Chirriar
tus compañeros.
Húndete
bajo el paño
Verdoso
de tu lecho.
Que
ni la blanca monja,
Ni
el perro,
Ni
la luna menguante,
Ni
el lucero,
Ni
el turbio sacristán
Del
convento,
Recordarán
tus gritos
De
invierno.
Húndete
lentamente,
Que
si no, luego,
Te
llevarán los hombres
De
los trapos viejos.
Y
ojalá pudiera darte
Por
compañero
Este
corazón mío
¡tan
incierto!
SE
HA PUESTO EL SOL
Agosto
de 1920
Se
ha puesto el sol. Los árboles
Meditan
como estatuas.
Ya
está el trigo segado.
¡Qué
tristeza
De
las norias paradas!
Un
perro campesino
Quiere
comerse a Venus y le ladra,
Brilla
sobre su campo de pre-beso,
Como
una gran manzana
Los
mosquitos –Pegasos del rocío-
Vuelan,
el aire en calma.
La
Penélope inmensa de la luz
Teje
una noche clara.
“Hijas
mías, dormid, que viene el lobo”.
Las
ovejitas balan
“¿Ha
llegado el otoño, compañeras?”,
Dice
una flor ajada.
¡Ya
vendrán los pastores con sus nidos
Por
la sierra lejana!
Ya
jugarán los niños en la puerta
De
la vieja posada,
Y
habrá coplas de amor
Que
ya se saben
De
memoria las casas.
MADRIGAL
Octubre
de 1920
(Madrid)
Mi
beso era una granada,
Profunda
y abierta;
Tu
boca era rosa
De
papel.
El
fondo un campo de nieve.
Mis
manos eran hierros
Para
los yunques;
Tu
cuerpo era el ocaso
De
una campanada.
El
fondo un campo de nieve.
En
la agujereada
Calavera
azul
Hicieron
estalactitas
Mis
te quiero
El
fondo un campo de nieve.
Llenáronse
de moho
Mis
sueños infantiles,
Y
taladró a la luna
Mi
dolor salomónico.
El
fondo un campo de nieve.
Ahora
maestro grave
A
la alta escuela,
A
mi amor y a mis sueños
(caballitos
sin ojos)
Y
el fondo es un campo de nieve.
CONSULTA
Agosto
de 1920
¡Pasionaria
azul!
Yunque
de mariposas.
¿Vives
bien en el limo
De
las horas?
(¡Oh
poeta infantil,
Quiebra
tu reloj!)
Clara
estrella azul,
Ombligo
de la aurora.
¿Vives
bien en la espuma
De
la sombra?
(¡Oh
poeta infantil,
Quiebra
tu reloj!)
Corazón
azulado,
Lámpara
de mi alcoba.
¿Lates
bien sin mi sangre
Filarmónica?
(¡Oh
poeta infantil,
Quiebra
tu reloj!)
Os
comprendo y me dejo
Arrumbado
en la cómoda
Al
insecto del tiempo.
Sus
metálicas gotas
No
se oirán en la calma
De
mi alcoba.
Me
dormiré tranquilo
Como
dormís vosotras,
Pasionarias
y estrellas,
Que
al fin la mariposa
Volará
en la corriente
De
las horas
Mientras
nace en mi tronco
La
rosa.
TARDE
Noviembre
de 1919
Tarde
lluviosa en gris cansado,
Y
sigue el caminar.
Los
árboles marchitos.
Mi
cuarto, solitario
Y
los retratos viejos
Y
el libro sin cortar…
Chorrea
la tristeza por los muebles
Y
por el alma.
Quizá
No
tenga para mí Naturaleza
El
pecho de cristal.
Y
me duele la carne del corazón
Y
la carne del alma.
Y al hablar,
Se
quedan mis palabras en el aire
Como
corchos sobre agua.
Solo
por tus ojos
Sufro
yo este mal,
Tristezas
de antaño
Y las
que vendrán.
Tarde
lluviosa en gris cansado,
Y
sigue el caminar.
PRÓLOGO
24
de julio de 1920
(Vega de Zajaira)
Mi
corazón está aquí,
Dios
mío,
Hunde
tu cetro en él. Señor.
Es
un membrillo
Demasiado
otoñal
Y
está podrido.
Arranca
los esqueletos
De
los gavilanes líricos
Que
tanto, tanto lo hirieron,
Y
si acaso tienes pico
Móndale
su corteza
De
hastío.
Mas
si no quiere hacerlo,
Me
da lo mismo
Guárdate
tu cielo azul,
Que
es tan aburrido,
El
rigodón de los astros,
Y
tu Infinito,
Que
yo pediré prestado
El
corazón a un amigo.
Un
corazón con arroyos
Y
pinos,
Y
un ruiseñor de hierro
Que
resista
El
martillo
De
los siglos.
Además,
Satanás me quiere mucho,
Fue
compañero mío
En
un examen de
Lujuria,
y el pícaro
Buscará
a Margarita
-me
lo tiene ofrecido-.
Margarita
morena,
Sobre
un fondo de viejos olivos,
Con
dos trenzas de noche
De
estío,
Para
que yo desgarre
Sus
muslos limpios.
Y
entonces, ¡oh Señor!,
Seré
tan rico
O
más que tú,
Porque
el vacío
No
puede compararse
Al
vino
Con
que Satán obsequia
A
sus buenos amigos.
Licor
hecho con llanto.
¡Qué
más da!
Es
lo mismo
Que
tu licor compuesto
De
trinos
Dime,
Señor,
¡Dios
mío!
¿Nos
hundes en la sombra
Del
abismo?
¿Somos
pájaros ciegos
Sin
nidos?
La
luz se va apagando.
¿Y
el aceite divino?
Las
olas agonizan.
¿Has
querido
Jugar
como si fuéramos
Soldaditos?
Dime,
Señor,
¡Dios
mío!
¿No
llega el dolor nuestros a tus oídos?
¿No
han hecho las blasfemias
Babeles
sin ladrillos
Para
herirte, o te gustan
Los
gritos?
¿Estás
sordo? ¿Estás ciego?
¿O
eres bizco
De
espíritu
Y
ves el alma humana
Con
tonos invertidos?
¡Oh
Señor soñoliento!
¡Mira
mi corazón frío
Como
un membrillo
Demasiado
otoñal
Que
está podrido!
Si
tu luz va a llegar,
Abre
los ojos vivos;
Pero
si continúas
Dormido,
Ven,
Satanás errante,
Sangriento
peregrino,
Ponme
la Margarita
Morena
en los olivos
Con
las trenzas de noche
De
estío
Que
yo sabré encenderle
Sus
ojos pensativos
Con
mis besos manchados
De
lirios.
Y
oiré una tarde ciega
Mi
¡Enrique!, ¡Enrique!,
Lírico,
Mientras todos mis sueños
Se
llenan de rocío.
Aquí,
Señor, te dejo
Mi
corazón antiguo,
Voy
a pedir prestado
Otro
nuevo a un amigo.
Corazón
con arroyos
Y
pinos,
Corazón
sin culebras
Ni
lirios.
Robusto,
con la gracia
De
un joven campesino
Que
atraviesa de un salto
El
río.
BALADA
INTERIOR
16
de julio de 1920
(Vega de Zajaira)
El
corazón
Que
tenía en la escuela
Donde
estuvo pintada
La
cartilla primera,
¿está
en ti
Noche
negra?
(Frío,
frío,
Como
el agua
Del
río)
El
primer beso
Que
supo a beso y fue
Para
más labios niños
Como
la lluvia fresca,
¿está
en ti,
Noche
negra?
(Frío,
frío
Como
el agua
Del
río)
Mi
primer verso.
La
niña de las trenzas
Que
miraba de frente,
¿está
en ti,
Noche
negra?
(Frío,
frío,
Como
el agua
Del
río)
Pero
mi corazón
Roído
de culebras,
El
que estuvo colgado
Del
árbol de la ciencia
¿está
en ti,
Noche
negra?
(Caliente,
caliente
Como
el agua
De
la fuente)
Mi
amor errante,
Castillo
sin firmeza
De
sombras enmohecidas,
¿está
en ti,
Noche
negra?
(Caliente,
caliente,
Como
el agua
De
la fuente.)
¡Oh
gran dolor!
Admites
en tu cueva
Nada
más que la sombra.
¿Es
cierto
Noche
negra?
(Caliente,
caliente,
Como
el agua
De
la fuente.)
Oh
corazón perdido!
¡Requiem
aeternam!
ENCRUCIJADA
Julio
de 1920
¡Oh,
qué dolor el tener
Versos
en la lejanía
De
la pasión, y el cerebro
Todo
manchado de tinta!
¡Oh,
qué dolor no tener
La
fantástica camisa
Del
hombre feliz: la piel
-alfombra
de sol- curtida!
(Alrededor
de mis ojos
Bandadas
de letras giran.)
¡Oh,
qué dolor el dolor
Antiguo
de la poesía,
Este
dolor pegajoso
Tan
lejos del agua limpia!
¡Oh
dolor de lamentarse
Por
sorber la vena lírica!
¡Oh
dolor de fuente ciega
Y
molino sin harina!
¡Oh,
qué dolor no tener
Dolor
y pasar la vida
Sobre
la hierba incolora
De
la vereda indecisa!
¡Oh
el más profundo dolor,
El
dolor de la alegría,
Reja
que nos abre surcos
Donde
el llanto fructifica!
(Por
un monte de papel
Asoma
la luna fría.)
¡Oh
dolor de la verdad!
¡Oh
dolor de la mentira!
EL
CONCIERTO INTERRUMPIDO
1920
A Adolfo Salazar
Ha
roto la armonía
De
la noche profunda
El
calderón helado y soñoliento
De
la media luna.
Las
acequias protestan sordamente
Arropadas
con juncias,
Y
las ranas, muecines de la sombra,
Se
han quedado mudas.
En
la vieja taberna del poblado
Cesó
la triste música,
Y
ha puesto la sordina a su aristón
La
estrella más antigua.
El
viento se ha sentado en los torcales
De
la montaña oscura,
Y
un chopo solitario –el Pitágoras
De
la casta llanura-
Quiere
dar con su mano centenaria
Un
cachete a la luna.
CHOPO
MUERTO
1920
¡Chopo
viejo!
Has
caído
En
el espejo
Del
remanso dormmido,
Abatiendo
tu frente
Ante
el Poniente.
No
fue el vendaval ronco
El
que rompió tu tronco,
Ni
fue el hachazo grave
Del
leñador, que sabe
Has
de volver
A
nacer.
Fue
tu espíritu fuerte
El
que llamó a la muerte,
Al
hallarse sin nidos, olvidado
De
los chopos infantes del prado.
Fue
que estabas sediento
De
pensamiento,
Y
tu enorme cabeza centenaria,
Solitaria,
Escuchaba
los lejanos
Cantos
de tus hermanos.
En
tu cuerpo guardabas
Las
lavas
De
tu pasión,
Y
en tu corazón,
El
semen sin futuro de Pegaso.
La
terrible simiente
De
un amor inocente
Por
el sol de ocaso.
¡Qué
amargura tan honda
Para
el paisaje,
El
héroe de la fronda
Sin
ramaje!
Ya
no serás la cuna
De
la luna,
Ni
la mágica risa
De
la brisa,
Ni
el bastón de un lucero
Caballero.
No
tornará la primavera
De
tu vida,
Ni
verás la sementera
Florecida.
Serás
nidal de ranas
Y
de hormigas.
Tendrás
por verdes canas
Las
ortigas;
Y
un día la corriente
Llevará
tu corteza
Con
tristeza.
¡Chopo
viejo!
Has
caído
En
el espejo
Del
remanso dormido.
Yo
te vi descender
En
el atardecer
Y
escribo tu elegía,
Que
es la mía.
CAMPO
1920
El
cielo es de ceniza.
Los
árboles son blancos,
Y
son negros carbones
Los
rastrojos quemados.
Tiene
sangre reseca
La
herida del ocaso,
Y
el papel incoloro
Del
monte está arrugado.
El
polvo del camino
Se
esconde en los barrancos,
Están
las fuentes turbias
Y
quietos los remansos.
Suena
en un gris rojizo
La
esquila del rebaño,
Y
la noria materna
Acabó
su rosario.
El
cielo es de ceniza,
Los
árboles son blancos.
LA
BALADA DEL AGUA DEL MAR
1919
El
mar
Sonríe
a lo lejos
Dientes
de espuma,
Labios
de cielo.
-¿Qué
vendes, oh joven turbia
Con
los senos al aire?
-Vendo,
señor, el agua
De
los mares.
-¿Qué
llevas, oh negro joven,
Mezclado
con tu sangre?
-Llevo,
señor, el agua
De
los mares.
-Esas
lágrimas salobres
¿de
dónde vienen madre?
-Lloro,
señor, el agua
De
los mares.
-Corazón,
y esta amargura
Sería,
¿de dónde nace?
-¡amarga
mucho el agua
De
los mares!
El
mar
Sonríe
a lo lejos
Dientes
de espuma,
Labios
de cielo.
ARBOLES
1919
¡Árboles!
¿Habéis
sido flechas
Caídas
del azul?
¿Qué
terribles guerreros os lanzaron?
¿Han
sido las estrellas?
Vuestras
músicas vienen del alma de los pájaros,
De
los ojos de Dios,
De
la pasión perfecta.
¡Árboles!
¿Conocerán
vuestras raíces toscas
Mi
corazón en tierra?
MADRIGAL
1919
Yo
te miré a los ojos
Cuando
era niño y bueno.
Tus
manos me rozaron
Y
me diste un beso.
(Los
relojes llevan la misma cadencia,
Y
las noches tienen las mismas estrellas.)
Y
se abrió mi corazón
Como
una flor bajo el cielo,
Los
pétalos de lujuria
Y
los estambres de sueño.
(Los
relojes llevan la misma cadencia,
Y
las noches tienen las mismas estrellas.)
En
mi cuarto sollozaba
Como
el príncipe del cuento
Por
Estrellita de oro
Que
se fue de los torneos.
(Los
relojes llevan la misma cadencia,
Y
las noches tienen las mismas estrellas.)
Yo
me alejé de tu lado
Queriéndote
sin saberlo.
No
sé cómo son tus ojos,
Tus
manos ni tus cabellos.
Solo
me queda en la frente
La
mariposa del beso.
(Los
relojes llevan la misma cadencia,
Y
las noches tienen las mismas estrellas.)
DESEO
1920
Sólo
tu corazón caliente,
Y
nada más.
Mi
paraíso un campo
Sin
ruiseñor
Ni
liras,
Con
un río discreto
Y
una fuentecilla.
Sin
la espuela del viento
Sobre
la fronda,
Ni
la estrella que quiere
Ser
hoja.
Una
enorme luz
Que
fuera
Luciérnaga
De
otra,
En
un campo de
Miradas
rotas.
Un
reposo claro
Y
allí nuestros besos,
Lunares
sonoros
Del
eco,
Se
abrirían muy lejos.
Y
tu corazón caliente,
Nada
más.
LOS
ALAMOS DE PLATA
Mayo de 1919
Los
álamos de plata
Se
inclina sobre el agua:
Ellos
todo lo saben, pero nunca hablarán.
El
lirio de la fuente
No
grita su tristeza
¡Todo
es más digno que la Humanidad!
La
ciencia del silencio frente al cielo estrellado,
La
posee la flor y el insecto no más.
La
ciencia de los cantos por los cantos la tienen
Los
bosques rumorosos
Y
las aguas del mar.
El
silencio profundo de la vida en la tierra,
Nos
lo enseña la rosa
Abierta
en el rosal.
¡Hay
que dar el perfume
Que
encierran nuestra almas!
Hay
que ser todo cantos,
Todo
luz y bondad.
¡hay
que abrirse del todo
Frente
a la noche negra,
Para
que nos llenemos de rocío inmortal!
¡hay
que acostar al cuerpo
Dentro
del alma inquieta!
hay
que cegar los ojos con luz de más allá.
Tenemos
que asomarnos
A
la sombra del pecho,
Y
arrancar las estrellas que nos puso Satán.
¡Hay
que ser como el árbol
Que
siempre está rezando,
Como
el agua del cauce
Fija
en la eternidad!
¡Hay
que arañarse el alma con garras de tristeza
Para
entren las llamas
Del
horizonte astral!
Brotaría
en la sombra del amor carcomido
Una
fuente de aurora
Tranquila
y maternal.
Desaparecerían
ciudades en el viento.
Y
a Dios en una nube
Veríamos
pasar.
ESPIGAS
Junio
de 1919
El
trigal se ha entregado a la muerte.
Ya
las hoces cortan las espigas.
Cabecean
los chopos hablando
Con
el alma sutil de la brisa.
El
trigal solo quiere silencio.
Se
cuajó con el sol, y suspira
Por
el amplio elemento en que moran
Los
ensueños despiertos.
El
día,
Ya
maduro de luz y sonido,
Por
los montes azules declina.
¿Qué
misterioso pensamiento
Conmueve
a las espigas?
¿Qué
ritmo de tristeza soñadora
Los
trigales agita?...
¡Parecen
las espigas viejos pájaros
Que
no pueden volar!
Son
cabecitas,
Que
tienen el cerebro de oro puro
Y
expresiones tranquilas.
Todas
piensan lo mismo,
Todas
llevan
Un
secreto profundo que meditan.
Arrancan
a la tierra su oro vivo
Y
cual dulces abejas del sol, liban
El
rayo abrasador con que se visten
Para
formar el alma de la harina.
¡Oh,
qué alegre tristeza me causáis,
Dulcísimas
espigas!
Venís
de las edades más profundas,
Cantasteis
en la Biblia,
Y
tocáis cuando os rozan los silencios
Un
concierto de liras.
Brotáis
para alimento de los hombres.
¡Pero
mirad las blancas margaritas
Y
los lirios que nacen porque sí!
¡Momias
de oro sobre las campiñas!
La
flor silvestre nace para el sueño
Y
vosotras nacéis para la vida.
MEDITACIÓN
BAJO LA LLUVIA
3 de enero de 1919
Ha
besado la lluvia al jardín provinciano
Dejando
emocionantes cadencias en las hojas.
El
aroma sereno de la tierra mojada
Inunda
el corazón de tristeza remota.
Se
rasgan nubes grises en el mudo horizonte.
Sobre
el agua dormida de la fuente, las gotas
Se
clavan, levantando claras perlas de espuma.
Fuegos
fatuos que apaga el temblor de las ondas.
La
pena de la tarde se estremece a mi pena.
Se
ha llenado el jardín de ternura monótona,
¿Todo
mi sufrimiento se ha de perder, Dios mío,
Como
se pierde el dulce sonido de las frondas?
¿Todo
el eco de estrellas que guardo sobre el alma
Será
luz que me ayude a luchar con mi forma?
¿Y
el alma verdadera se despierta en la muerte?
¿y
esto que ahora pensamos se lo traga la sombra?
¡Oh,
qué tranquilidad del jardín con la lluvia!
Todo
el paisaje casto mi corazón transforma,
En
un ruido de ideas humildes y apenadas
Que
pone en mis entrañas un batir de palomas.
Sale
el sol.
El jardín desangra en
amarillo.
Late
sobre el ambiente una pena que ahoga,
Yo
siento la nostalgia de mi infancia intranquila,
Mi
ilusión de ser grande en el amor, las horas
Pasadas
como está contemplando la lluvia
Con
tristeza nativa.
Caperucita
roja
Iba
por el sendero…
Se
fueron mis historias, hoy medito, confuso,
Ante
la fuente turbia que del amor me brota.
¿Todo
mi sufrimiento se ha de perder, Dios mío,
Como
se pierde el dulce sonido de las frondas?
Vuelve
a llover.
El
viento va trayendo a las sombras.
MAR
Abril
de 1919
El
mar es
El
Lucifer del azul.
El
cielo caído
Por
querer ser la luz.
¡Pobre
mar condenado
A
eterno movimiento,
Habiendo
antes estado
Quieto
en el firmamento!
Pero
de tu amargura
Te
redimió el amor.
Pariste
a Venus pura,
Y
quedóse tu hondura
Virgen
y sin dolor.
Tus
tristezas son bellas,
Mar
de espasmos gloriosos.
Mas
hoy en vez de estrellas
Tienes
pulpos verdosos.
Aguanta
tu sufrir;
Formidable
Satán.
Cristo
anduvo por ti,
Mas
también lo hizo Pan.
La
estrella Venus es
La
armonía del mundo.
¡Calle
el Eclesiastés!
Venus
es lo profundo
Del
alma…
…Y
el hombre miserable
Es
un ángel caído.
La
tierra es el probable
Paraíso
perdido.
ENCINA
1919
Bajo
tu casta sombra, encina vieja,
Quiero
sondar la fuente de mi vida
Y
sacar de los fangos de mi sombra
Las
esmeraldas líricas.
Echo
mis redes sobre el agua turbia
Y
las saco vacías.
¡Más
abajo del cieno tenebroso
Están
mis pedrerías!
¡Hunde
en mi pecho tus ramajes santos!,
¡oh
solitaria encina
Y
deja en mi sub-alma
Tus
secretos y tu pasión tranquila!
Esta
tristeza juvenil se pasa,
¡ya
lo sé! La alegría
Otra
vez dejará sus guirnaldas
Sobre
mi frente herida,
Aunque
nunca mis redes pescarán
La
oculta pedrería
De
tristeza inconsciente que reluce
Al
fondo de mi vida.
Pero
mi gran dolor trascendental
Es
tu dolor, encina.
Es
el mismo dolor de las estrellas
Y
de la flor marchita.
Mis
lágrimas resbalan a la tierra
Y,
como tus resinas,
Corren
sobre las aguas del gran cauce
Que
va a la noche fría.
Y
nosotros también resbalaremos,
Yo
con mis pedrerías,
Y
tú plenas las ramas de invisibles
Bellotas
metafísicas.
No
me abandones nunca en mis pesares,
Esquelética
amiga.
Cántame
con tu boca vieja y casta
Una
canción antigua,
Con
palabras de tierra entrelazadas
En
la azul melodía.
Vuelvo
otra vez a echar las redes sobre
La
fuente de mi vida,
Redes
hechas con hilos de esperanza,
Nudos
de poesía,
Y
saco piedras falsas entre un cieno
De
pasiones dormidas.
Con
el sol del otoño todo el agua
De
mmi fontana vibra,
Y
noto que sacando sus raíces
Huye
de mí la encina.
INVOCACIÓN
AL LAUREL
1919
Por
el horizonte confuso y doliente
Venía
la noche preñada de estrellas.
Yo,
como el barbudo mago de los cuentos,
Sabía
el lenguaje de flores y piedras.
Aprendí
secretos de melancolía,
Dichos
por cipreses, ortigas y yedras;
Supe
del ensueño por boca del nardo,
Canté
con los lirios canciones serenas.
En
el bosque antiguo, lleno de negrura,
Todos
me mostraban sus almas cual eran:
El
pinar, borracho de aroma y sonido;
Los
olivos viejos, cargados de ciencia;
Los
álamos muertos, nidales de hormigas;
El
musgo, nevado de blancas violetas.
Todo
hablaba dulce a mi corazón
Temblando
en los hilos de sonora seda
Con
que el agua envuelve las cosas paradas
Como
telaraña de armonía eterna.
Las
rosas estaban soñando en la lira,
Tejen
las encinas oros de leyendas,
Y
entre la tristeza viril de los robles
Dicen
los enebros temores de aldea.
Yo
comprendo toda la pasión del bosque:
Ritmo
de la hoja, ritmo de la estrella.
Mas
decidme, ¡Oh cedros!, si mi corazón
Dormirá
en los brazos de la luz perfecta.
Conozco
la lira que presientes, rosa;
Formé
su cordaje con mi vida muerta.
¡Dime
en qué remanso podré abandonarla
Como
se abandonan las pasiones viejas.
¡Conozco
el misterio que cantas, ciprés;
Soy
hermano tuyo en noche y en pena;
Tenemos
la entraña cuajada de nidos,
Tú
de ruiseñores y yo de tristezas!
¡Conozco
tu encanto sin fin, padre olivo,
Al
darnos la sangre que extraes de la Tierra,
Como
tú, yo extraigo con mi sentimiento
El
óleo bendito
Que
tiene la idea!
Todos
me abrumáis con vuestras canciones;
Yo
solo os pregunto por la mía incierta;
Ninguno
queréis sofocar las ansias
De
este fuego casto
Que
el pecho me quema.
¡Oh
laurel divino, de alma inaccesible
Siempre
silencioso,
Lleno
de nobleza!
¡Vierte
en mis oídos tu historia divina,
Tu
sabiduría profunda y sincera!
¡Árbol
que produces frutos de silencio,
Maestro
de besos y mago de orquestas,
Formado
de cuerpo rosado de Dafne
Con
savia potente de Apolo en tu venas!
¡Oh
gran sacerdote del saber antiguo!
¡Oh
mudo solemne cerrado a las quejas!
Todos
tus hermanos del bosque me hablan,
¡sólo
tú, severo, mi canción desprecias!
Acaso,
¡Oh maestro del ritmo!, medites
Lo
inútil del triste llorar del poeta.
Acaso
tus hojas manchadas de luna,
Pierdan
la ilusión de la primavera.
La
dulzura tenue del anochecer,
Cual
negro rocío, tapizó la senda,
Teniendo
de inmenso dosel a la noche,
Que
venía grave, preñada de estrellas.
RITMO
DE OTOÑO
1920
Amargura
dorada en el paisaje,
El
corazón escucha.
En
la tristeza húmeda
El
viento dijo:
-Yo
soy todo de estrellas derretidas,
Sangre
del infinito.
Con
mi roce descubro los colores
De
los fondos dormidos.
Voy
herido de místicas miradas,
Yo
llevo los suspiros
En
burbujas de sangre invisibles
Hacia
el sereno triunfo
Del
amor inmortal lleno de Noche.
Me
conocen los niños
Y
me cuajo de tristezas.
Sobre
cuentos de reinas y castillos,
Soy
copa de luz. Soy incensario
De
cantos desprendidos
Que
cayeron envueltos en azules
Transparencias
de ritmo.
En
mi alma perdiéronse solemnes
Carne
y alma de Cristo,
Y
finjo la tristeza de la tarde
Melancólico
y frío.
El
bosque innumerable.
Llevo
las carabelas de los sueños
A
lo desconocido.
Y
tengo la amargura solitaria
De
no saber mi fin ni mi destino-.
Las
palabras del viento eran suaves
Con
hondura de lirios.
Mi
corazón durmiose en la tristeza
Del
crepúsculo.
Sobre
la parda tierra de la estepa
Los
gusanos dijeron sus delirios.
-Soportamos
tristezas
Al
borde del camino.
Sabemos
de las flores de los bosques,
Del
canto monocorde de los grillos,
De
la lira sin cuerdas que pulsamos,
Del
oculto sendero que seguimos.
Nuestro
ideal no llega a las estrellas,
Es
sereno, sencillo;
Quisiéramos
hacer miel, como abejas,
O
tener dulce voz o fuerte grito,
O
fácil caminar sobre las hierbas,
O
senos donde mamen nuestros hijos.
Dichosos
los que nacen mariposas
O
tienen luz de luna en su vestido.
¡Dichosos
los que cortan la rosa
Y
recogen el trigo!
¡Dichosos
los que dudan de la muerte
Teniendo
Paraíso,
Y
el aire que recorre lo que quiere
Seguro
de infinito!
Dichosos
los gloriosos y los fuertes,
Los
que jamás fueron compadecidos,
Los
que bendijo y sonrió triunfante
El
hermano Francisco.
Pasamos
mucha pena
Cruzando
los caminos.
Quisiéramos
saber lo que nos hablan
Los
álamos del río-.
Y
en la muda tristeza de la tarde
Respondióles
el polvo del camino:
-Dichosos,
¡oh gusanos!, que tenéis
Justa
conciencia de vosotros mismos,
Y
formas y pasiones,
Y
hogares encendidos.
Yo
en el sol me disuelvo
Siguiendo
al peregrino,
Y
cuando pienso ya en la luz quedarme,
Caigo
al suelo dormido-.
Los
gusanos lloraron, y los árboles,
Moviendo
sus cabezas pensativos.
Dijeron:
-El azul es imposible.
Creíamos
alcanzarlo cuando niños,
Y
quisiéramos ser como las águilas
Ahora
que estamos por el rayo heridos.
De
las águilas es todo el azul-.
Y
el águila a lo lejos:
-¡No,
no es mío!
Porque
el azul lo tienen las estrellas
Entre
sus claros brillos-.
Las
estrellas: -Tampoco lo tenemos:
Está
entre nosotras escondido-.
Y
la negra distancia: -el azul
Lo
tiene la esperanza en su recinto-.
Y
la esperanza dice quedamente
Desde
el reino sombrío:
-Vosotros
me inventasteis, corazones-.
Y
el corazón:
-¡Dios
mío!-.
El
otoño ha dejado ya sin hojas
Los
álamos del río.
El
agua ha adormecido en plata vieja
Al
polvo del camino.
Los
gusanos se hunden soñolientos
En
sus hogares fríos.
El
águila se pierde en la montaña;
El
viento dice: -Soy eterno ritmo-.
Se
oyen las nanas a las cunas pobres,
Y
el llanto del rebaño en el aprisco.
La
mojada tristeza del paisaje
Enseña
como un lirio
Las
arrugas severas que dejaron
Los
ojos pensadores de los siglos.
Y
mientras que descansan las estrellas
Sobre
el azul dormido,
Mi
corazón ve su ideal lejano
Y
pregunta:
-¡Dios
mío!
Pero,
Dios mío, ¿a quién?
¿Quién
es Dios mío?
¿Por
qué nuestra esperanza se adormece
Y
sentimos el fracaso lírico
Y
los ojos se cierran comprendiendo
Todo
el azul?-
Sobre
el paisaje viejo y el hogar humeante
Quiero
lanzar mi grito,
Sollozando
de mí como el gusano
Deplora
su destino.
Pidiendo
lo del hombre, Amor inmenso
Y
azul como los álamos del río.
Azul
de corazones y de fuerza,
El
azul de mí mismo,
Que
me ponga en las manos la gran llave
Que
fuerce al infinito.
Sin
terror y sin miedo ante la muerte,
Escarchado
de amor y de lirismo,
Aunque
me hiera el rayo como al árbol
Y
me quede sin hojas y sin grito.
Ahora
tengo en la frente rosas blancas
Y
la copa rebosando vino.
OTRA
CANCIÓN
1919
(OTOÑO)
¡El
sueño se deshizo para siempre!
En
la tarde lluviosa
Mi
corazón aprende
La
tragedia otoñal
Que
los árboles llueven.
Y
en la dulce tristeza
Del
paisaje que muere
Mis
voces se quebraron.
El
sueño se deshizo para siempre.
¡Para
siempre! ¡Dios mío!
Va
cayendo la nieve
En
el campo desierto
De
mi vida,
Y
teme
La
ilusión, que va lejos
De
helarse o de perderse.
¡Cómo
me dice el agua
Que
el sueño se deshizo para siempre!
¿El
sueño es infinito?
La
niebla lo sostiene,
Y
la niebla es tan solo
Cansancio
de la nieve.
Mi
ritmo va contando
Que
el sueño se deshizo para siempre.
Y
en la tarde brumosa
Mi
corazón aprende
La
tragedia otoñal
Que
los árboles llueven.
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