martes, 28 de agosto de 2018

POETAS 125. Federico García Lorca (I) "Libro de poemas"


 

 
A la espera de elaborar una nota biográfica de Federico García Lorca, se deja, a modo de prólogo, esta semblanza del poeta hecha por Vicente Aleixandre en 1937.
 
A Federico se le ha comparado con un niño, se le puede comparar con un ángel, con un agua (“mi corazón es un poco de agua pura”, decía él en una carta), con una roca; en sus más tremendos momentos era impetuoso, clamoroso, mágico como una selva. Cada cual le ha visto de una manera. Los que le amamos y convivimos con él le vimos siempre el mismo, único y, sin embargo, cambiante, variable como la misma Naturaleza. Por la mañana se reía tan alegre, tan clara, tan multiplicadamente como el agua del campo, de la que parecía siempre que venía de lavarse la cara. Durante el día evocaba campos frescos, laderas verdes, llanuras, rumor de olivos grises sobre la tierra ocre; en una sucesión de paisajes españoles que dependían de la hora, de su estado de ánimo, de la luz que despidieran sus ojos; quizá también de la persona que tenía enfrente. Yo le he visto en las noches más altas, de pronto, asomado a unas barandas misteriosas, cuando la luna correspondía con él y le plateaba su rostro; y he sentido que sus brazos se apoyaban en el aire, pero que sus pies se hundían en el tiempo, en los siglos, en la raíz remotísima de la tierra hispánica, hasta no sé dónde, en busca de esta sabiduría profunda que llameaba en sus ojos, que quemaba en sus labios, que encandecía su ceño de inspirado. No, no era un niño entonces. ¡Qué viejo, que viejo, qué “antiguo”, qué fabuloso y mítico! Que no parezca irreverencia: sólo algún viejo “cantaor” de flamenco, solo alguna vieja “bailadora”, hechos ya estatuas de piedra, podrían serle comparados. Solo una remota montaña andaluza sin edad, entrevista en un fondo nocturno, podría entonces hermanársele.

No hay quien pueda definirle. Su presencia, comparable quizá solo y justamente con el tifón que asume y arrebata, traía siempre asociaciones de lo sencillo elemental. Era tierno como una concha de la playa. Inocente en su tremenda risa morena, como un árbol furioso. Ardiente en sus deseos, como un ser nacido para la libertad. Y tenía para su obra futura un instinto tan primario de defensa, que no puede por menos de traerme la memoria de un genio: Goethe. Con una diferencia, y es que Federico era incapaz de la fría serenidad con que aquel Júpiter encadenó el complicado mecanismo de sus instintos y pasiones y lo redujo a  ruedas dentadas al servicio de su rendimiento intelectual. En Federico todo era inspiración, y su vida, tan hermosamente de acuerdo con su obra, fue el triunfo de la libertad, y entre su vida y su obra hay un intercambio espiritual y físico tan constante, tan apasionado y fecundo que las hace eternamente inseparable e indivisibles. En este sentido, como en otros muchos, me recuerda a Lope.

En Federico, que pasaba mágicamente por la vida, al parecer sin apoyarse; que iba y venía ante la vista de sus amigos con algo de genio alado que dispensa gracias, hace feliz un momento y escapa en seguida como la luz, que él llevaba efectivamente; en Federico se veía sobre todo al poderoso encantador, disipador de tristezas, hechicero de la alegría conjurador del gozo de la vida, dueño de las sombras, a las que él desterraba con su presencia. Pero yo gusto de evocar a solas a otro Federico, una imagen suya que no todos han visto: al noble Federico de la tristeza, al hombre de soledad y pasión que en el vértigo de su vida de triunfo difícilmente podía adivinarse. He hablado antes de esa nocturna testa suya, macerada por la luna, ya casi amarilla de piedra, petrificada como un dolor antiguo “¿Qué te duele, hijo?”, parecía preguntarle la luna. “Me duele la tierra, la tierra y los hombres, la carne y el alma humana, la mía y la de los demás, que son uno conmigo.”

En las altas horas de la noche, discurriendo por la ciudad, o en una tabernita (como él decía), casa de comidas, con algún amigo suyo, entre sombras humanas, Federico volvía de la alegría, como de un remoto país, a esta dura realidad de la tierra visible y del dolor visible. El poeta es el ser que acaso carece de límites corporales. Su silencio repentino y largo tenía algo de silencio de río, y en la alta hora, oscuro como un río ancho, se le sentía fluir, fluir, pasándole por su cuerpo y su alma sangres, remembranzas, dolor, latidos de otros corazones y otros seres que era él mismo en aquel instante, como el río es todas las aguas que le dan cuerpo, pero no límite. La hora mala de Federico era la hora del poeta, hora de soledad, pero de soledad generosa, porque es cuando el poeta siente que es la expresión de todos los hombres.

Su corazón no era ciertamente alegre. Era capaz de toda la alegría del Universo; pero su sima profunda, como la de todo gran poeta, no era la de la alegría. Quienes le vieron pasar por la vida como ave llena de colorido, no le conocieron. Su corazón era como pocos apasionado, y una capacidad de amor y de sufrimiento ennoblecía cada más aquella noble frente. Amó mucho, cualidad  que algunos superficiales le negaron. Y sufrío por amor, lo que probablemente nadie supo. Recordaré siempre la lectura que me hizo, tiempo antes de partir para Granada, de su última obra lírica, que no habíamos de ver terminada. Me leía sus “Sonetos del amor oscuro”, prodigio de pasión, entusiasmo, de felicidad, de tormento, puro y ardiente monumento al amor, en que la primera materia es ya la carne, el corazón, el alma del poeta en trance de destrucción. Sorprendido yo mismo, no pude menos que quedarme mirándole y exclamar: “Federico, ¡qué corazón! ¡Cuánto ha tenido que amar, cuánto que sufrir!” Me miró y se sonrío como un niño. Al hablar así no era yo probablemente el que hablaba. Si esa obra no se ha perdido; si, para honor de la poesía española y deleite de las generaciones hasta la consumación de la lengua, se conservan en alguna parte los originales, cuántos habrá que sepan, que aprendan y conozcan la capacidad extraordinaria, la hondura y la capacidad sin par del corazón de su poeta.



CANCIÓN OTOÑAL
    
Noviembre de 1918


      (Granada)

Hoy siento en el corazón

Un vago temblor de estrellas,

Pero mi senda se pierde

En el alma de la niebla.

La luz me troncha las alas

Y el dolor de mi tristeza

Va mojando los recuerdos

En la fuente de la idea.

 

Todas las rosas son blancas,

Tan blancas como mi pena,

Y no son las rosas blancas,

Que ha nevado sobre ellas.

Antes tuvieron el iris.

También el alma nieva.

La nieve del alma tiene

Copos de besos y escenas

Que se hundieron en la sombra

O en la luz del que las piensa.

 

La nieve cae de las rosas,

Pero la del alma queda

Y la garra de los años

Hace un sudario con ellas.

 

¿Se deshelará la nieve

Cuando la muerte nos lleva?

¿O después habrá otra nieve

Y otras rosas más perfectas?

 

¿Será la paz con nosotros

Como Cristo nos enseña?

¿O nunca será posible

La solución del problema?

 

¿Y si el amor nos engaña?

¿Quién la vida nos alienta

Si el crepúsculo nos hunde

En la verdadera ciencia

Del Bien que quizá no exista,

Y del mal que late cerca?

 

¿Si la esperanza se apaga

Y la babel se comienza

Qué antorcha iluminará

Los caminos de la Tierra?

 

¿Si el azul es un ensueño,

Que será de la inocencia?

¿Qué será del corazón

Si el Amor no tiene flechas?

 

¿Si la muerte es la muerte,

Que será de los poetas

Y de las cosas dormidas

Que ya nadie las recuerda?

¡Oh sol de las esperanzas!

¡Agua clara! ¡Luna nueva!

¡corazones de los niños!

¡Almas rudas de las piedras!

Hoy siento en el corazón

Un vago temblor de estrellas

Y todas las rosas son

Tan blancas como mi pena.


 

 

SI MIS MANOS PUDIERAN DESHOJAR

10 de noviembre de 1919

        (Granada)

Yo pronuncio tu nombre

En las noches oscuras,

Cuando vienen los astros

A beber en la luna

Y duermen los ramajes

De las frondas ocultas.

Y yo me siento hueco

De pasión y de música.

Loco reloj que canta

Muertas horas antiguas.

 

Yo pronuncio tu nombre,

En esta noche oscura,

Y tu nombre me suena

Más lejano que nunca.

Más lejano que todas las estrellas

Y más doliente que la mansa lluvia.

 

¿Te querré como entonces

Alguna vez? ¿Qué culpa

Tiene mi corazón?

Si la niebla se esfuma,

¿qué otra pasión me espera?

¿Será tranquila y pura?

¡!Si mis dedos pudieran

Deshojar a la luna!!

 

 

 

EL DIAMANTE

El diamante de una estrella

Ha rayado el hondo cielo,

Pájaro de luz que quiere

Escapar del universo

Y huye del enorme nido

Donde estaba prisionero

Sin saber que lleva atada

Una cadena en el cuello.

 

Cazadores extrahumanos

Están cazando luceros,

Cisnes de plata maciza

En el agua del silencio.

 

Los chopos niños recitan

Su cartilla; es el maestro

Un chopo antiguo que mueve

Tranquilo sus brazos muertos.

Ahora en el monte lejano

Jugarán todos los muertos

A la baraja. ¡Es tan triste

La vida en el cementerio!

 

¡Rana, empieza tu cantar!

¡Grillo, sal de tu agujero!

Haced un bosque sonoro

Con vuestras flautas. Yo vuelo

Hacia mi casa intranquilo.

 

Se agitan en mi cerebro

Dos palomas campesinas

Y en el horizonte, ¡lejos!,

Se hunde el arcaduz del día.

¡terrible noria del tiempo!

 

 

 

 

MADRIGAL DE VERANO

Agosto 1920

      (Vega de Zajaira)

 

Junta tu roja boca con la mía,

¡Oh Estrella la gitana!

Bajo el oro solar del mediodía

Morderá la manzana

 

En el verde olivar de la colina

Hay una torre mora,

Del color de tu carne campesina

Que sabe a miel y aurora.

 

Me ofreces en tu cuerpo requemado

El divino alimento

Que da flores al cauce sosegado

Y luceros al viento.

 

¿Cómo a mí te entregaste, luz morena?

¿Por qué me diste llenos

De amor tu sexo de azucena

Y el rumor de tus senos?

 

¿No fue por mi figura entristecida?

(¡Oh mis torpes andares!)

¿Te dio lástima acaso de mi vida,

Marchita de cantares?

 

¿Cómo no has preferido a mis lamentos

los muslos sudorosos

de un San Cristóbal campesino, lentos

en el amor y hermosos?

 

Danaide del placer eres conmigo.

Femenino Silvano

Huelen tus besos como huele el trigo

Reseco del verano.

 

Entúrbiame los ojos con tu canto.

Deja tu cabellera

Extendida y solemne como un manto

De sombra en la pradera.

 

Píntame con tu boca ensangrentada

Un cielo del amor,

En un fondo de carne la morada

Estrella de dolor.

 

Mi pegaso andaluz está cautivo

De tus ojos abiertos;

Volará desolado y pensativo

Cuando los vea muertos.

 

Y aunque no me quisieras te querría

Por tu mirar sombrío,

Como quiere la alondra al nuevo día,

Solo por el rocío.

 

Junta tu roja boca con la mía.

¡Oh Estrella la Gitana!

Déjame bajo el claro mediodía

Consumir la manzana.

 

 

 

ALBA

Abril de 1919

(Granada)

 

Mi corazón oprimido

Siente junto a la alborada

El dolor de sus amores

Y el sueño de las distancias.

La luz de la aurora lleva

Semilleros de nostalgias

Y la tristeza sin ojos

De a médula del alma.

La gran tumba de la noche

Su negro velo levanta

Para ocultar con el día

La inmensa cumbre estrellada.

 

¡Qué haré yo sobre estos campos

Cogiendo nidos y ramas,

Rodeado de la aurora

Y llena de noche el alma!

¡Qué haré si tienes tus ojos

Muertos a las luces claras

Y no ha de sentir mi carne

El calor de tus miradas!

 

¿Por qué te perdí por siempre

En aquella tare clara?

Hoy mi pecho está reseco

Como una estrella apagada.

 

 

 

EL PRESENTIMIENTO

Agosto de 1920

  (Vega de Zajaira)

 

El presentimiento

Es la sonda del alma

En e misterio.

Nariz del corazón,

Que explora en la tiniebla

Del tiempo.

 

Ayer es lo marchito.

El sentimiento

Y el campo funeral

Del recuerdo.

 

Anteayer

Es lo muerto.

Madriguera de ideas moribundas

De pegasos sin freno.

Malezas de memorias

Y desiertos

Perdidos en la niebla

De los sueños.

 

Nada turba los siglos

Pasados.

No podemos

Arrancar un suspiro

De lo viejo.

El pasado se pone

Su coraza de hierro

Y tapa sus oídos

Con algodón del viento.

Nunca podrá arrancársele

Un secreto.

 

Sus músculos de siglos

Y su cerebro

De marchitas ideas

En feto

No darán el licor que necesita

El corazón sediento.

 

Pero el niño futuro

Nos dirá algún secreto

Cuando juegue en su cama

De luceros.

Y es fácil engañarle;

Por eso,

Démosle con dulzura

Nuestro seno.

 

Que el topo silencioso

Del presentimiento

Nos traerá sus sonajas

Cuando se esté durmiendo.

 

 

 

ELEGÍA DEL SILENCIO

Julio de 1920

Silencio ¿dónde llevas

Tu cristal empañado

De risas de palabras

Y sollozos del árbol?

¿Cómo limpias, silencio

El rocío del canto

Y las manchas sonoras

Que los mares lejanos

Dejan sobre la albura

Serena de tu manto?

¿Quién cierra tus heridas

Cuando sobre los campos

Alguna vieja noria

Clava su lento dardo

En tu cristal inmenso?

¿Dónde vas si al ocaso

Te quiebran las campanas

Y quiebran tu remanso

Las bandadas de coplas

Y el gran rumor dorado

Que cae sobre los montes

Azules sollozando.

 

El aire del invierno

Hace tu azul pedazos,

Y troncha tus florestas

El lamentar callado

De alguna fuente fría.

Donde posas tus manos

La espina de la risa

O el caluroso hachazo

De la  pasión encuentras.

Si te vs a los astros

El zumbido solemne

De los azules pájaros

Quiebra el gran equilibrio

De tu escondido cráneo.

 

Huyendo del sonido

Eres sonido mismo,

Espectro de armonía,

Humo de grito y canto.

Vienes para decirnos

En las noches oscuras

La palabra infinita

Sin aliento y sin labios.

 

Taladrado de estrellas

Y maduro de música

¿dónde llevas, silencio,

Tu dolor extrahumanno,

Dolor de estar cautivo

En la araña melódica,

Ciego ya para siempre

Tu manantial sagrado?

 

Hoy arrastran tus ondas

Turbias de pensamiento

La ceniza sonora

Y el dolor del antaño.

Los ecos de los gritos

Que por siempre se fueron.

El estruendo remoto

Del mar, momificado.

 

Si Jehová se ha dormido

Sube al trono brillante,

Quiébrale en su cabeza

Un lucero apagado,

Y acaba seriamente

Con la música eterna,

La armonía sonora

De luz, y mientras tanto,

Vuelve a tu manantial,

Donde en la noche eterna,

Antes que Dios y el tiempo,

Manabas sosegado.

 

 

 

IN MEMORIAM

Agosto de 1920

Dulce chopo,

Dulce chopo,

Te has puesto

De oro

Ayer estabas verde,

Un verde loco

De pájaros

Gloriosos.

Hoy estás abatido

Bajo el cielo de agosto

Como yo bajo el cielo

De mi espíritu rojo.

La fragancia cautiva

De tu tronco

Vendrá a mi corazón

Piadoso

¡Rudo abuelo del prado!

Nosotros

Nos hemos puesto

De oro.

 

 

 

SUEÑO

Mayo de 1919

Mi corazón reposa junto a la fuente fría.

 

          (Llénala con tus hilos

           Araña del olvido.)

 

El agua de la fuente su canción le decía

 

          (Llénala con tus hilos

           Araña del olvido.)

 

Mi corazón despierto sus amores decía.

 

          (Araña del silencio,

           Téjele tu misterio.)

 

El agua de la fuente lo escuchaba sombría.

 

          (Araña del silencio,

          Téjele tu misterio.)

 

Mi corazón se vuelca sobre la fuente fría.

 

          (Manos blancas, lejanas,

           Detened a las aguas.)

 

Y el agua se lo lleva cantando de alegría.

          (¡Manos blancas, lejanas,

           Nada queda en las aguas!)

 

 

 

LA VELETA YACENTE

Diciembre de 1920

        (Madrid)

El duro corazón de la veleta

Entre el libro del tiempo.

(una hoja la tierra

Y otra hoja el cielo.)

 

Aplastóse dolientes sobre letras

De tejados viejos.

Lírica flor de torre

Y luna de los vientos,

Abandona el estambre de la cruz

Y dispersa sus pétalos,

Para caer sobre las losas frías

Comida por la oruga

De los ecos.

 

Yaces bajo una acacia.

¡Memento!

No podías latir

Porque erras de hierro…

Mas poseíste la forma:

¡Conténtate con eso!

Y húndete bajo el verde

Légamos

En busca de tu gloria

De fuego,

Aunque te llamen tristes

Las torres desde lejos

Y oigas en las veletas

Chirriar tus compañeros.

Húndete bajo el paño

Verdoso de tu lecho.

Que ni la blanca monja,

Ni el perro,

Ni la luna menguante,

Ni el lucero,

Ni el turbio sacristán

Del convento,

Recordarán tus gritos

De invierno.

 

Húndete lentamente,

Que si no, luego,

Te llevarán los hombres

De los trapos viejos.

Y ojalá pudiera darte

Por compañero

Este corazón mío

¡tan incierto!

 

 

 

SE HA PUESTO EL SOL

Agosto de 1920

Se ha puesto el sol. Los árboles

Meditan como estatuas.

Ya está el trigo segado.

¡Qué tristeza

De las norias paradas!

 

Un perro campesino

Quiere comerse a Venus y le ladra,

Brilla sobre su campo de pre-beso,

Como una gran manzana

 

Los mosquitos –Pegasos del rocío-

Vuelan, el aire en calma.

La Penélope inmensa de la luz

Teje una noche clara.

 

“Hijas mías, dormid, que viene el lobo”.

Las ovejitas balan

“¿Ha llegado el otoño, compañeras?”,

Dice una flor ajada.

 

¡Ya vendrán los pastores con sus nidos

Por la sierra lejana!

Ya jugarán los niños en la puerta

De la vieja posada,

Y habrá coplas de amor

Que ya se saben 

De memoria las casas.

 

 

 

 

MADRIGAL

Octubre de 1920

      (Madrid)

Mi beso era una granada,

Profunda y abierta;

Tu boca era rosa

De papel.

 

El fondo un campo de nieve.

 

Mis manos eran hierros

Para los yunques;

Tu cuerpo era el ocaso

De una campanada.

 

El fondo un campo de nieve.

 

En la agujereada

Calavera azul

Hicieron estalactitas

Mis te quiero

 

El fondo un campo de nieve.

 

Llenáronse de moho

Mis sueños infantiles,

Y taladró a la luna

Mi dolor salomónico.

 

El fondo un campo de nieve.

 

Ahora maestro grave

A la alta escuela,

A mi amor y a mis sueños

(caballitos sin ojos)

 

Y el fondo es un campo de nieve.

 

 

 

CONSULTA

Agosto de 1920

¡Pasionaria azul!

Yunque de mariposas.

¿Vives bien en el limo

De las horas?

 

(¡Oh poeta infantil,

Quiebra tu reloj!)

 

Clara estrella azul,

Ombligo de la aurora.

¿Vives bien en la espuma

De la sombra?

 

(¡Oh poeta infantil,

Quiebra tu reloj!)

 

Corazón azulado,

Lámpara de mi alcoba.

¿Lates bien sin mi sangre

Filarmónica?

 

(¡Oh poeta infantil,

Quiebra tu reloj!)

 

Os comprendo y me dejo

Arrumbado en la cómoda

Al insecto del tiempo.

Sus metálicas gotas

No se oirán en la calma

De mi alcoba.

Me dormiré tranquilo

Como dormís vosotras,

Pasionarias y estrellas,

Que al fin la mariposa

Volará en la corriente

De las horas

Mientras nace en mi tronco

La rosa.

 

 

 

TARDE

Noviembre de 1919

Tarde lluviosa en gris cansado,

Y sigue el caminar.

Los árboles marchitos.

                                        Mi cuarto, solitario

Y los retratos viejos

Y el libro sin cortar…

 

Chorrea la tristeza por los muebles

Y por el alma.

                        Quizá

No tenga para mí Naturaleza

El pecho de cristal.

 

Y me duele la carne del corazón

Y la carne del alma.

                                   Y al hablar,

Se quedan mis palabras en el aire

Como corchos sobre agua.

 

Solo por tus ojos

Sufro yo este mal,

Tristezas de antaño

Y las que vendrán.

 

Tarde lluviosa en gris cansado,

Y sigue el caminar.

 

 

 

PRÓLOGO

24 de julio de 1920

  (Vega de Zajaira)

Mi corazón está aquí,

Dios mío,

Hunde tu cetro en él. Señor.

Es un membrillo

Demasiado otoñal

Y está podrido.

Arranca los esqueletos

De los gavilanes líricos

Que tanto, tanto lo hirieron,

Y si acaso tienes pico

Móndale su corteza

De hastío.

 

Mas si no quiere hacerlo,

Me da lo mismo

Guárdate tu cielo azul,

Que es tan aburrido,

El rigodón de los astros,

Y tu Infinito,

Que yo pediré prestado

El corazón a un amigo.

Un corazón con arroyos

Y pinos,

Y un ruiseñor de hierro

Que resista

El martillo

De los siglos.

 

Además, Satanás me quiere mucho,

Fue compañero mío

En un examen de

Lujuria, y el pícaro

Buscará a Margarita

-me lo tiene ofrecido-.

Margarita morena,

Sobre un fondo de viejos olivos,

Con dos trenzas de noche

De estío,

Para que yo desgarre

Sus muslos limpios.

Y entonces, ¡oh Señor!,

Seré tan rico

O más que tú,

Porque el vacío

No puede compararse

Al vino

Con que Satán obsequia

A sus buenos amigos.

Licor hecho con llanto.

¡Qué más da!

Es lo mismo

Que tu licor compuesto

De trinos

 

Dime, Señor,

¡Dios mío!

¿Nos hundes en la sombra

Del abismo?

¿Somos pájaros ciegos

Sin nidos?

 

La luz se va apagando.

¿Y el aceite divino?

Las olas agonizan.

¿Has querido

Jugar como si fuéramos

Soldaditos?

Dime, Señor,

¡Dios mío!

¿No llega el dolor nuestros a tus oídos?

¿No han hecho las blasfemias

Babeles sin ladrillos

Para herirte, o te gustan

Los gritos?

¿Estás sordo? ¿Estás ciego?

¿O eres bizco

De espíritu

Y ves el alma humana

Con tonos invertidos?

 

¡Oh Señor soñoliento!

¡Mira mi corazón frío

Como un membrillo

Demasiado otoñal

Que está podrido!

 

Si tu luz va a llegar,

Abre los ojos vivos;

Pero si continúas

Dormido,

Ven, Satanás errante,

Sangriento peregrino,

Ponme la Margarita

Morena en los olivos

Con las trenzas de noche

De estío

Que yo sabré encenderle

Sus ojos pensativos

Con mis besos manchados

De lirios.

Y oiré una tarde  ciega

Mi ¡Enrique!, ¡Enrique!,

Lírico,

 Mientras todos mis sueños

Se llenan de rocío.

Aquí, Señor, te dejo

Mi corazón antiguo,

Voy a pedir prestado

Otro nuevo a un amigo.

Corazón con arroyos

Y pinos,

Corazón sin culebras

Ni lirios.

Robusto, con la gracia

De un joven campesino

Que atraviesa de un salto

El río.

 

 

 

 

BALADA INTERIOR

16 de julio de 1920

  (Vega de Zajaira)

El corazón

Que tenía en la escuela

Donde estuvo pintada

La cartilla primera,

¿está en ti

Noche negra?

 

(Frío, frío,

Como el agua

Del río)

 

El primer beso

Que supo a beso y fue

Para más labios niños

Como la lluvia fresca,

¿está en ti,

Noche negra?

 

(Frío, frío

Como el agua

Del río)

 

Mi primer verso.

La niña de las trenzas

Que miraba de frente,

¿está en ti,

Noche negra?

 

(Frío, frío,

Como el agua

Del río)

 

Pero mi corazón

Roído de culebras,

El que estuvo colgado

Del árbol de la ciencia

¿está en ti,

Noche negra?

 

(Caliente, caliente

Como el agua

De la fuente)

 

Mi amor errante,

Castillo sin firmeza

De sombras enmohecidas,

¿está en ti,

Noche negra?

 

(Caliente, caliente,

Como el agua

De la fuente.)

 

¡Oh gran dolor!

Admites en tu cueva

Nada más que la sombra.

¿Es cierto

Noche negra?

 

(Caliente, caliente,

Como el agua

De la fuente.)

 

Oh corazón perdido!

¡Requiem aeternam!

 

 

 

ENCRUCIJADA

Julio de 1920

¡Oh, qué dolor el tener

Versos en la lejanía

De la pasión, y el cerebro

Todo manchado de tinta!

 

¡Oh, qué dolor no tener

La fantástica camisa

Del hombre feliz: la piel

-alfombra de sol- curtida!

(Alrededor de mis ojos

Bandadas de letras giran.)

 

¡Oh, qué dolor el dolor

Antiguo de la poesía,

Este dolor pegajoso

Tan lejos del agua limpia!

 

¡Oh dolor de lamentarse

Por sorber la vena lírica!

¡Oh dolor de fuente ciega

Y molino sin harina!

 

¡Oh, qué dolor no tener

Dolor y pasar la vida

Sobre la hierba incolora

De la vereda indecisa!

 

¡Oh el más profundo dolor,

El dolor de la alegría,

Reja que nos abre surcos

Donde el llanto fructifica!

 

(Por un monte de papel

Asoma la luna fría.)

¡Oh dolor de la verdad!

¡Oh dolor de la mentira!

 

 

 

 

EL CONCIERTO INTERRUMPIDO

1920

                              A Adolfo Salazar

Ha roto la armonía

De la noche profunda

El calderón helado y soñoliento

De la media luna.

 

Las acequias protestan sordamente

Arropadas con juncias,

Y las ranas, muecines de la sombra,

Se han quedado mudas.

 

En la vieja taberna del poblado

Cesó la triste música,

Y ha puesto la sordina a su aristón

La estrella más antigua.

 

El viento se ha sentado en los torcales

De la montaña oscura,

Y un chopo solitario –el Pitágoras

De la casta llanura-

Quiere dar con su mano centenaria

Un cachete a la luna.

 

 

 

CHOPO MUERTO

         1920

¡Chopo viejo!

Has caído

En el espejo

Del remanso dormmido,

Abatiendo tu frente

Ante el Poniente.

No fue el vendaval ronco

El que rompió tu tronco,

Ni fue el hachazo grave

Del leñador, que sabe

Has de volver

A nacer.

 

Fue tu espíritu fuerte

El que llamó a la muerte,

Al hallarse sin nidos, olvidado

De los chopos infantes del prado.

Fue que estabas sediento

De pensamiento,

Y tu enorme cabeza centenaria,

Solitaria,

Escuchaba los lejanos

Cantos de tus hermanos.

 

En tu cuerpo guardabas

Las lavas

De tu pasión,

Y en tu corazón,

El semen sin futuro de Pegaso.

La terrible simiente

De un amor inocente

Por el sol de ocaso.

 

¡Qué amargura tan honda

Para el paisaje,

El héroe de la fronda

Sin ramaje!

 

Ya no serás la cuna

De la luna,

Ni la mágica risa

De la brisa,

Ni el bastón de un lucero

Caballero.

No tornará la primavera

De tu vida,

Ni verás la sementera

Florecida.

Serás nidal de ranas

Y de hormigas.

Tendrás por verdes canas

Las ortigas;

Y un día la corriente

Llevará tu corteza

Con tristeza.

 

¡Chopo viejo!

Has caído

En el espejo

Del remanso dormido.

Yo te vi descender

En el atardecer

Y escribo tu elegía,

Que es la mía.

 

 

 

CAMPO

 1920

El cielo es de ceniza.

Los árboles son blancos,

Y son negros carbones

Los rastrojos quemados.

Tiene sangre reseca

La herida del ocaso,

Y el papel incoloro

Del monte está arrugado.

El polvo del camino

Se esconde en los barrancos,

Están las fuentes turbias

Y quietos los remansos.

Suena en un gris rojizo

La esquila del rebaño,

Y la noria materna

Acabó su rosario.

 

El cielo es de ceniza,

Los árboles son blancos.

 

 

 

LA BALADA DEL AGUA DEL MAR

                1919

 

El mar

Sonríe a lo lejos

Dientes de espuma,

Labios de cielo.

 

-¿Qué vendes, oh joven turbia

Con los senos al aire?

 

-Vendo, señor, el agua

De los mares.

 

-¿Qué llevas, oh negro joven,

Mezclado con tu sangre?

 

-Llevo, señor, el agua

De los mares.

 

-Esas lágrimas salobres

¿de dónde vienen madre?

 

-Lloro, señor, el agua

De los mares.

 

-Corazón, y esta amargura

Sería, ¿de dónde nace?

 

-¡amarga mucho el agua

De los mares!

 

El mar

Sonríe a lo lejos

Dientes de espuma,

Labios de cielo.

 

 

ARBOLES

  1919

¡Árboles!

¿Habéis sido flechas

Caídas del azul?

¿Qué terribles guerreros os lanzaron?

¿Han sido las estrellas?

 

Vuestras músicas vienen del alma de los pájaros,

De los ojos de Dios,

De la pasión perfecta.

¡Árboles!

¿Conocerán vuestras raíces toscas

Mi corazón en tierra?

 

 

 

MADRIGAL


   1919

Yo te miré a los ojos

Cuando era niño y bueno.

Tus manos me rozaron

Y me diste un beso.

 

(Los relojes llevan la misma cadencia,

Y las noches tienen las mismas estrellas.)

 

Y se abrió mi corazón

Como una flor bajo el cielo,

Los pétalos de lujuria

Y los estambres de sueño.

 

(Los relojes llevan la misma cadencia,

Y las noches tienen las mismas estrellas.)

 

En mi cuarto sollozaba

Como el príncipe del cuento

Por Estrellita de oro

Que se fue de los torneos.

 

(Los relojes llevan la misma cadencia,

Y las noches tienen las mismas estrellas.)

 

Yo me alejé de tu lado

Queriéndote sin saberlo.

No sé cómo son tus ojos,

Tus manos ni tus cabellos.

Solo me queda en la frente

La mariposa del beso.

 

(Los relojes llevan la misma cadencia,

Y las noches tienen las mismas estrellas.)

 

 

 

DESEO

  1920

Sólo tu corazón caliente,

Y nada más.

 

Mi paraíso un campo

Sin ruiseñor

Ni liras,

Con un río discreto

Y una fuentecilla.

 

Sin la espuela del viento

Sobre la fronda,

Ni la estrella que quiere

Ser hoja.

 

Una enorme luz

Que fuera

Luciérnaga

De otra,

En un campo de

Miradas rotas.

 

Un reposo claro

Y allí nuestros besos,

Lunares sonoros

Del eco,

Se abrirían muy lejos.

 

Y tu corazón caliente,

Nada más.

 

 

 

LOS ALAMOS DE PLATA

        Mayo de 1919

Los álamos de plata

Se inclina sobre el agua:

Ellos todo lo saben, pero nunca hablarán.

El lirio de la fuente

No grita su tristeza

¡Todo es más digno que la Humanidad!

 

La ciencia del silencio frente al cielo estrellado,

La posee la flor y el insecto no más.

La ciencia de los cantos por los cantos la tienen

Los bosques rumorosos

Y las aguas del mar.

 

El silencio profundo de la vida en la tierra,

Nos lo enseña la rosa

Abierta en el rosal.

 

¡Hay que dar el perfume

Que encierran nuestra almas!

Hay que ser todo cantos,

Todo luz y bondad.

¡hay que abrirse del todo

Frente a la noche negra,

Para que nos llenemos de rocío inmortal!

 

¡hay que acostar al cuerpo

Dentro del alma inquieta!

hay que cegar los ojos con luz de más allá.

Tenemos que asomarnos

A la sombra del pecho,

Y arrancar las estrellas que nos puso Satán.

 

¡Hay que ser como el árbol

Que siempre está rezando,

Como el agua del cauce

Fija en la eternidad!

 

¡Hay que arañarse el alma con garras de tristeza

Para entren las llamas

Del horizonte astral!

 

Brotaría en la sombra del amor carcomido

Una fuente de aurora

Tranquila y maternal.

Desaparecerían ciudades en el viento.

Y a Dios en una nube

Veríamos pasar.

 

 

 

ESPIGAS

Junio de 1919

El trigal se ha entregado a la muerte.

Ya las hoces cortan las espigas.

Cabecean los chopos hablando

Con el alma sutil de la brisa.

 

El trigal solo quiere silencio.

Se cuajó con el sol, y suspira

Por el amplio elemento en que moran

Los ensueños despiertos.

                                             El día,

Ya maduro de luz y sonido,

Por los montes azules declina.

 

¿Qué misterioso pensamiento

Conmueve a las espigas?

¿Qué ritmo de tristeza soñadora

Los trigales agita?...

 

¡Parecen las espigas viejos pájaros

Que no pueden volar!

Son cabecitas,

Que tienen el cerebro de oro puro

Y expresiones tranquilas.

 

Todas piensan lo mismo,

Todas llevan

Un secreto profundo que meditan.

Arrancan a la tierra su oro vivo

Y cual dulces abejas del sol, liban

El rayo abrasador con que se visten

Para formar el alma de la harina.

 

¡Oh, qué alegre tristeza me causáis,

Dulcísimas espigas!

Venís de las edades más profundas,

Cantasteis en la Biblia,

Y tocáis cuando os rozan los silencios

Un concierto de liras.

 

Brotáis para alimento de los hombres.

¡Pero mirad las blancas margaritas

Y los lirios que nacen porque sí!

¡Momias de oro sobre las campiñas!

La flor silvestre nace para el sueño

Y vosotras nacéis para la vida.

 

 

 

 

MEDITACIÓN BAJO LA LLUVIA

      3 de enero de 1919

Ha besado la lluvia al jardín provinciano

Dejando emocionantes cadencias en las hojas.

El aroma sereno de la tierra mojada

Inunda el corazón de tristeza remota.

 

Se rasgan nubes grises en el mudo horizonte.

Sobre el agua dormida de la fuente, las gotas

Se clavan, levantando claras perlas de espuma.

Fuegos fatuos que apaga el temblor de las ondas.

 

La pena de la tarde se estremece a mi pena.

Se ha llenado el jardín de ternura monótona,

¿Todo mi sufrimiento se ha de perder, Dios mío,

Como se pierde el dulce sonido de las frondas?

 

¿Todo el eco de estrellas que guardo sobre el alma

Será luz que me ayude a luchar con mi forma?

¿Y el alma verdadera se despierta en la muerte?

¿y esto que ahora pensamos se lo traga la sombra?

 

¡Oh, qué tranquilidad del jardín con la lluvia!

Todo el paisaje casto mi corazón transforma,

En un ruido de ideas humildes y apenadas

Que pone en mis entrañas un batir de palomas.

 

Sale el sol.

                  El jardín desangra en amarillo.

Late sobre el ambiente una pena que ahoga,

Yo siento la nostalgia de mi infancia intranquila,

Mi ilusión de ser grande en el amor, las horas

Pasadas como está contemplando la lluvia

Con tristeza nativa.

                                  Caperucita roja

Iba por el sendero…

Se fueron mis historias, hoy medito, confuso,

Ante la fuente turbia que del amor me brota.

 

¿Todo mi sufrimiento se ha de perder, Dios mío,

Como se pierde el dulce sonido de las frondas?

 

Vuelve a llover.

El viento va trayendo a las sombras.

 

 

 

MAR

Abril de 1919

El mar es

El Lucifer del azul.

El cielo caído

Por querer ser la luz.

 

¡Pobre mar condenado

A eterno movimiento,

Habiendo antes estado

Quieto en el firmamento!

 

Pero de tu amargura

Te redimió el amor.

Pariste a Venus pura,

Y quedóse tu hondura

Virgen y sin dolor.

 

Tus tristezas son bellas,

Mar de espasmos gloriosos.

Mas hoy en vez de estrellas

Tienes pulpos verdosos.

 

Aguanta tu sufrir;

Formidable Satán.

Cristo anduvo por ti,

Mas también lo hizo Pan.

 

La estrella Venus es

La armonía del mundo.

¡Calle el Eclesiastés!

Venus es lo profundo

Del alma…

 

…Y el hombre miserable

Es un ángel caído.

La tierra es el probable

Paraíso perdido.

 

 

 

 

ENCINA

  1919

Bajo tu casta sombra, encina vieja,

Quiero sondar la fuente de mi vida

Y sacar de los fangos de mi sombra

Las esmeraldas líricas.

 

Echo mis redes sobre el agua turbia

Y las saco vacías.

¡Más abajo del cieno tenebroso

Están mis pedrerías!

 

¡Hunde en mi pecho tus ramajes santos!,

¡oh solitaria encina

Y deja en mi sub-alma

Tus secretos y tu pasión tranquila!

 

Esta tristeza juvenil se pasa,

¡ya lo sé! La alegría

Otra vez dejará sus guirnaldas

Sobre mi frente herida,

Aunque nunca mis redes pescarán

La oculta pedrería

De tristeza inconsciente que reluce

Al fondo de mi vida.

 

Pero mi gran dolor trascendental

Es tu dolor, encina.

Es el mismo dolor de las estrellas

Y de la flor marchita.

 

Mis lágrimas resbalan a la tierra

Y, como tus resinas,

Corren sobre las aguas del gran cauce

Que va a la noche fría.

Y nosotros también resbalaremos,

Yo con mis pedrerías,

Y tú plenas las ramas de invisibles

Bellotas metafísicas.

 

No me abandones nunca en mis pesares,

Esquelética amiga.

Cántame con tu boca vieja y casta

Una canción antigua,

Con palabras de tierra entrelazadas

En la azul melodía.

 

Vuelvo otra vez a echar las redes sobre

La fuente de mi vida,

Redes hechas con hilos de esperanza,

Nudos de poesía,

Y saco piedras falsas entre un cieno

De pasiones dormidas.

 

Con el sol del otoño todo el agua

De mmi fontana vibra,

Y noto que sacando sus raíces

Huye de mí la encina.

 

 

 

INVOCACIÓN AL LAUREL

            1919

Por el horizonte confuso y doliente

Venía la noche preñada de estrellas.

Yo, como el barbudo mago de los cuentos,

Sabía el lenguaje de flores y piedras.

 

Aprendí secretos de melancolía,

Dichos por cipreses, ortigas y yedras;

Supe del ensueño por boca del nardo,

Canté con los lirios canciones serenas.

 

En el bosque antiguo, lleno de negrura,

Todos me mostraban sus almas cual eran:

El pinar, borracho de aroma y sonido;

Los olivos viejos, cargados de ciencia;

Los álamos muertos, nidales de hormigas;

El musgo, nevado de blancas violetas.

 

Todo hablaba dulce a mi corazón

Temblando en los hilos de sonora seda

Con que el agua envuelve las cosas paradas

Como telaraña de armonía eterna.

 

Las rosas estaban soñando en la lira,

Tejen las encinas oros de leyendas,

Y entre la tristeza viril de los robles

Dicen los enebros temores de aldea.

 

Yo comprendo toda la pasión del bosque:

Ritmo de la hoja, ritmo de la estrella.

Mas decidme, ¡Oh cedros!, si mi corazón

Dormirá en los brazos de la luz perfecta.

 

Conozco la lira que presientes, rosa;

Formé su cordaje con mi vida muerta.

¡Dime en qué remanso podré abandonarla

Como se abandonan las pasiones viejas.

 

¡Conozco el misterio que cantas, ciprés;

Soy hermano tuyo en noche y en pena;

Tenemos la entraña cuajada de nidos,

Tú de ruiseñores y yo de tristezas!

 

¡Conozco tu encanto sin fin, padre olivo,

Al darnos la sangre que extraes de la Tierra,

Como tú, yo extraigo con mi sentimiento

El óleo bendito

Que tiene la idea!

 

Todos me abrumáis con vuestras canciones;

Yo solo os pregunto por la mía incierta;

Ninguno queréis sofocar las ansias

De este fuego casto

Que el pecho me quema.

 

¡Oh laurel divino, de alma inaccesible

Siempre silencioso,

Lleno de nobleza!

¡Vierte en mis oídos tu historia divina,

Tu sabiduría profunda y sincera!

 

¡Árbol que produces frutos de silencio,

Maestro de besos y mago de orquestas,

Formado de cuerpo rosado de Dafne

Con savia potente de Apolo en tu venas!

 

¡Oh gran sacerdote del saber antiguo!

¡Oh mudo solemne cerrado a las quejas!

Todos tus hermanos del bosque me hablan,

¡sólo tú, severo, mi canción desprecias!

 

Acaso, ¡Oh maestro del ritmo!, medites

Lo inútil del triste llorar del poeta.

Acaso tus hojas manchadas de luna,

Pierdan la ilusión de la primavera.

 

La dulzura tenue del anochecer,

Cual negro rocío, tapizó la senda,

Teniendo de inmenso dosel a la noche,

Que venía grave, preñada de estrellas.

 

 

 

RITMO DE OTOÑO

        1920

Amargura dorada en el paisaje,

El corazón escucha.

 

En la tristeza húmeda

El viento dijo:

-Yo soy todo de estrellas derretidas,

Sangre del infinito.

Con mi roce descubro los colores

De los fondos dormidos.

Voy herido de místicas miradas,

Yo llevo los suspiros

En burbujas de sangre invisibles

Hacia el sereno triunfo

Del amor inmortal lleno de Noche.

 

Me conocen los niños

Y me cuajo de tristezas.

Sobre cuentos de reinas y castillos,

Soy copa de luz. Soy incensario

De cantos desprendidos

Que cayeron envueltos en azules

Transparencias de ritmo.

En mi alma perdiéronse solemnes

Carne y alma de Cristo,

Y finjo la tristeza de la tarde

Melancólico y frío.

El bosque innumerable.

 

Llevo las carabelas de los sueños

A lo desconocido.

Y tengo la amargura solitaria

De no saber mi fin ni mi destino-.

 

Las palabras del viento eran suaves

Con hondura de lirios.

Mi corazón durmiose en la tristeza

Del crepúsculo.

 

Sobre la parda tierra de la estepa

Los gusanos dijeron sus delirios.

 

-Soportamos tristezas

Al borde del camino.

Sabemos de las flores de los bosques,

Del canto monocorde de los grillos,

De la lira sin cuerdas que pulsamos,

Del oculto sendero que seguimos.

Nuestro ideal no llega a las estrellas,

Es sereno, sencillo;

Quisiéramos hacer miel, como abejas,

O tener dulce voz o fuerte grito,

O fácil caminar sobre las hierbas,

O senos donde mamen nuestros hijos.

 

Dichosos los que nacen mariposas

O tienen luz de luna en su vestido.

¡Dichosos los que cortan la rosa

Y recogen el trigo!

¡Dichosos los que dudan de la muerte

Teniendo Paraíso,

Y el aire que recorre lo que quiere

Seguro de infinito!

Dichosos los gloriosos y los fuertes,

Los que jamás fueron compadecidos,

Los que bendijo y sonrió triunfante

El hermano Francisco.

Pasamos mucha pena

Cruzando los caminos.

Quisiéramos saber lo que nos hablan

Los álamos del río-.

 

Y en la muda tristeza de la tarde

Respondióles el polvo del camino:

-Dichosos, ¡oh gusanos!, que tenéis

Justa conciencia de vosotros mismos,

Y formas y pasiones,

Y hogares encendidos.

Yo en el sol me disuelvo

Siguiendo al peregrino,

Y cuando pienso ya en la luz quedarme,

Caigo al suelo dormido-.

 

Los gusanos lloraron, y los árboles,

Moviendo sus cabezas pensativos.

Dijeron: -El azul es imposible.

Creíamos alcanzarlo cuando niños,

Y quisiéramos ser como las águilas

Ahora que estamos por el rayo heridos.

De las águilas es todo el azul-.

Y el águila a lo lejos:

-¡No, no es mío!

Porque el azul lo tienen las estrellas

Entre sus claros brillos-.

Las estrellas: -Tampoco lo tenemos:

Está entre nosotras escondido-.

Y la negra distancia: -el azul

Lo tiene la esperanza en su recinto-.

Y la esperanza dice quedamente

Desde el reino sombrío:

-Vosotros me inventasteis, corazones-.

Y el corazón:

-¡Dios mío!-.

 

El otoño ha dejado ya sin hojas

Los álamos del río.

 

El agua ha adormecido en plata vieja

Al polvo del camino.

Los gusanos se hunden soñolientos

En sus hogares fríos.

El águila se pierde en la montaña;

El viento dice: -Soy eterno ritmo-.

Se oyen las nanas a las cunas pobres,

Y el llanto del rebaño en el aprisco.

 

La mojada tristeza del paisaje

Enseña como un lirio

Las arrugas severas que dejaron

Los ojos pensadores de los siglos.

 

Y mientras que descansan las estrellas

Sobre el azul dormido,

Mi corazón ve su ideal lejano

Y pregunta:

-¡Dios mío!

Pero, Dios mío, ¿a quién?

¿Quién es Dios mío?

¿Por qué nuestra esperanza se adormece

Y sentimos el fracaso lírico

Y los ojos se cierran comprendiendo

Todo el azul?-

 

Sobre el paisaje viejo y el hogar humeante

Quiero lanzar mi grito,

Sollozando de mí como el gusano

Deplora su destino.

Pidiendo lo del hombre, Amor inmenso

Y azul como los álamos del río.

Azul de corazones y de fuerza,

El azul de mí mismo,

Que me ponga en las manos la gran llave

Que fuerce al infinito.

Sin terror y sin miedo ante la muerte,

Escarchado de amor y de lirismo,

Aunque me hiera el rayo como al árbol

Y me quede sin hojas y sin grito.

 

Ahora tengo en la frente rosas blancas

Y la copa rebosando vino.

 

 

 

OTRA CANCIÓN

      1919

   (OTOÑO)

¡El sueño se deshizo para siempre!

En la tarde lluviosa

Mi corazón aprende

La tragedia otoñal

Que los árboles llueven.

 

Y en la dulce tristeza

Del paisaje que muere

Mis voces se quebraron.

El sueño se deshizo para siempre.

¡Para siempre! ¡Dios mío!

Va cayendo la nieve

En el campo desierto

De mi vida,

Y teme

La ilusión, que va lejos

De helarse o de perderse.

 

¡Cómo me dice el agua

Que el sueño se deshizo para siempre!

¿El sueño es infinito?

La niebla lo sostiene,

Y la niebla es tan solo

Cansancio de la nieve.

 

Mi ritmo va contando

Que el sueño se deshizo para siempre.

Y en la tarde brumosa

Mi corazón aprende

La tragedia otoñal

Que los árboles llueven. 

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