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LOS DIARIOS DE TOLSTOI (III). El conocimiento y el cuidado de sí

Es posible que antes de llegar a los 30 años Tolstoi ya supiera que iba a ser Tolstoi, que ya supiera que se iba a convertir en un personaje extraño a su época, a su mundo aristocrático y al papel de novelista y hombre de letras al que se había entregado con dedicación. El 4 de marzo de 1855, cuando cuenta con 28 años, anota en el diario una suerte de experiencia mística o revelación que preanuncia alguna de las tareas que se va a echar sobre sus espaldas mucho tiempo después, especialmente a partir de la publicación de su “confesión”, cuando el artista cede su lugar al moralista y al profeta. En esta entrada del diario consigna lo que parece una conversión megalomaníaca y que arroja una luz sobre el tipo de móvil que impulsa y dirige a Tolstoi hacia el reformador político, social y religioso en el que se va a convertir años más tarde.”Ayer una conversación sobre lo divino y la fe me llevó hasta una idea grande, inmensa, a cuya realización me siento capaz de consagrar mi vida. Esta idea es la de fundar una nueva religión acorde con el desarrollo de la humanidad, la religión de Cristo pero despojada de la fe y de los misterios, una religión práctica que no prometa la felicidad futura, sino que dé a los hombres la felicidad en la tierra. Actuar conscientemente para la unión de los hombres por medio de la religión, ese es el fundamento de una idea que, espero, me apasionará.” No cabe duda que Tolstoi se conocía bien a sí mismo y podía intuir qué era lo que le iba a apasionar en el futuro. Pero por entonces Tolstoi se encuentra entregado a pasiones muy distintas. Y así podemos enterarnos por su diario que al día siguiente ha vuelto a perder doscientos rublos, y se ha vuelto a enredar otra vez en el juego, y quiere dejar la carrera militar y ya no sabe a ciencia cierta lo que va a hacer con su vida. Momentos de crisis que van a acompañar a Tolstoi incesantemente hasta el punto de que su huida y su muerte fuera de casa no son sino el último episodio de una sucesión continua de crisis.


En 1879, poco después de cumplir los cincuenta años, Tolstoi escribe “Mi confesión”- imprescindible librito breve que acaba de publicar la editorial acantilado-. Con este libro pretende explicar, en la tradición inaugurada por San Agustin y continuada por Rousseau, el motivo de su transmutación espiritual, de esa conversión personal que le va a transformar en un hombre distinto: el que hará pública retractación de todos sus anteriores planteamientos y que acabará poniendo en tela de juicio toda el valor de la ciencia, del arte y de una cultura que ha abocado a su generación al nihilismo más extremo. Hay que recordar que es precisamente su íntimo amigo Turgueniev el que en su novela padres e hijos acuña el término nihilista para definir a una nueva generación que tiene por sistema el no creer en nada de lo que hasta entonces habían creído sus mayores. Cuando en su “confesión” Tolstoi trata de recordar aquellos años de juventud y de intensa amistad con Turgeniev, acaba horrorizándose. “no puedo recordar aquellos años sin horror, sin repugnancia y sin un dolor en el corazón. Mataba a hombres en la guerra, retaba a otros a duelo para matarlos, perdía dinero jugando a las cartas, dilapidaba el fruto del trabajo de los campesinos, los castigaba; fornicaba, me valía de engaños. La mentira, el robo, la promiscuidad de todo tipo, la embriaguez, la violencia, el asesinato… No existe crimen que no hubiera cometido, y por todo ello me alababan, y mis coetáneos me consideraban, y aún me consideran, un hombre relativamente moral.”
 
Esta es la época en la que escribe para obtener la gloria y por dinero, en la que frecuenta artistas y poetas y en la que, lánguidamente, empieza a caer en la cuenta de su degradación moral: “como consecuencia de frecuentar a esos hombres adquirí un nuevo vicio: desarrollé un orgullo enfermizo y la demente convicción de que mi misión era enseñar a la gente sin saber lo que enseñaba.” Es esta paulatina conciencia de que aquellos hombres de su tiempo que se erigen en maestros –artistas, poetas, científicos- son unos perfectos ignorantes que pretenden enseñar un saber del que no gozan, lo que le conduce a Tolstoi a una interrogación sobre el verdadero conocimiento. Y busca, sobre todo, en la ciencia de su tiempo, pero la ciencia sólo es capaz de ofrecerle unas manos vacias y una voz hueca. Comprende que los juicios sobre lo que era bueno y necesario no debían basarse en lo que otros decían y hacían, ni tampoco en el progreso, sino en su propio corazón. “Alguna vez –advierte Tolstoi- contaré la historia de mi vida, lo conmovedora e instructiva que fue durante esos diez años de mi juventud. Cada vez que trataba de expresar mis deseos más íntimos, esto es, que quería ser moralmente bueno, no encontraba más que desprecio y burlas; pero cuando me entregaba a las viles pasiones, los demás me elogiaban y alentaban.” Tolstoi empieza a comprender que el verdadero conocimiento nada tiene que ver con el conocimiento inútil que se imparte a través de las escuelas y las instituciones científicas. La ciencia no está capacitada para dar respuestas sobre el sentido de la vida. Antes bien, sus efectos pueden ser devastadores y conducir al hombre hacia la desorientación y el sinsentido. Y Tolstoi trata de orientarse; y comienza entonces su propia indagación socrática sobre el verdadero conocimiento.
 
Tolstoi mantenía una fe inquebrantable en las posibilidades del hombre para alcanzar una verdad que le permitiese vivir de una manera más auténtica. El hombre puede conocer aquello que vale la pena conocer. Puede progresar en este conocimiento de una manera ilimitada. Pero también puede volcar su conocer hacia problemas y aspectos que, más que alumbrarlo, sirven para ofuscarlo. El conocimiento debe estar al servicio de las preguntas fundamentales de la vida. ¿Pero dirige el hombre su esfuerzo cognoscitivo hacia estas preguntas fundamentales? El hombre puede conocerlo todo, pero esta infinitud y especialización del conocimiento puede contribuir a desorientarle más. No todo conocimiento da en el blanco. El hombre, en su intento por conocerlo todo, corre el peligro de errar y de equivocarse de vida. Tolstoi creía en el poder de los pensamientos, creía que cuando los pensamientos están bien formulados sirven para fundar una vida más rica y humana. Pero para Tolstoi existen dos tipos de vida: la vida espiritual, que percibimos a través de nuestra conciencia interior y la vida corporal, que percibimos a través de la observación exterior. Y no cabe confundir la una con la otra. Porque entonces la vida se vuelve estéril e inhumana. “Mi vida –escribe Tolstoi en “confesión”- es una broma estúpida y cruel que alguien me ha gastado”. Para evitar que la vida se convierta en un cuento dicho por un idiota, para evitar el suicidio, tolstoi indaga en el verdadero conocimiento de sí mismo y se hace tres preguntas a las que va a tratar de contestarse a lo largo de su vida por medio de su propia vida: ¿Qué soy? ¿Por qué vivo? ¿Qué debo hacer? “Pero para comprender que es él, un hombre debe comprender primero el entero misterio de la humanidad, una humanidad compuesta por hombres como él, que no se comprenden a sí mismos”.

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PENSAMIENTOS SOBRE EL CONOCIMIENTO: LA INQUIETUD DE SÍ
 
Todo está en los pensamientos. El pensamiento es el principio de todo. Y uno puede dirigir los pensamientos. Por eso, la cuestión principal del perfeccionamiento es trabajar en el pensamiento
Si quieres conocerte, observa de qué te acuerdas y qué olvidas. Si quieres saber lo que consideras importante y lo que no, observa qué olvidas y de qué te acuerdas.
Los chinos dicen: la sabiduría consiste en saber que sabes lo que sabes, y en saber que no sabes lo que no sabes; yo añado lo siguiente: una sabiduría mayor consiste en saber lo que es necesario saber y lo que puede saberse, y qué saber primero y qué después.
En vez de pensar que la cabeza trabaja mal por falta de irrigación sanguínea en el cerebro, o que el alma está afligida porque el hígado no está en orden, ¿no sería mejor pensar que la insuficiencia de irrigación sanguínea en el cerebro y el mal funcionamiento del hígado provienen de la debilidad del pensamiento o de la aflicción del alma? Una cosa es inseparable de la otra. ¿Cuál es la causa y cuál la consecuencia? Por lo regular aceptamos lo material como causa de lo espiritual porque nuestra atención esta dirigida a las modificaciones materiales y no a las espirituales.
La conciencia no es otra cosa que el encuentro fortuito entre la razón propia y la razón suprema
Usualmente se piensa que el progreso consiste en aumentar los conocimientos, en perfeccionar la vida, pero no es así. El progreso sólo consiste en una elucidación cada vez mayor de las respuestas a las preguntas fundamentales de la vida. La verdad es siempre accesible al hombre.
Un pensamiento hace avanzar la vida sólo cuando es el fruto de nuestra propia inteligencia, o por lo menos cuando responde a una pregunta formulada en nuestra alma; un pensamiento ajeno, percibido sólo por la inteligencia y la memoria, no influye en la vida y se aviene a actos que le son contrarios.
El esfuerzo del pensamiento, como una semilla a partir de la cual crecerá un árbol inmenso, no se ve; pero de él nacen los cambios visibles en la vida de los hombres.

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