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LOS DIARIOS DE TOLSTOI (VI) La vida según la razón

(Ahora que se celebra en este año 2010 el centenario de la muerte de Tolstoi, y aprovechando que está actualmente en cartel una película sobre el último periodo de su vida -“la última estación”, se titula esa película-, se deja aquí otra entrega sobre los diarios de Tolstoi. En breve, se continuarán las siguientes entregas. Aunque queda subrayado que lo que con estas entregas se buscaba no era una reseña de la vida de Tolstoi, sino más bien una difusión de su pensamiento. Al final de cada entrega se hace una selección de los pensamientos que Tolstoi iba apuntando en los diarios. Los pensamientos es lo que importa; lo demás, seguramente, sobra. Pero como, tal vez, tantos pensamientos podrían hacerse difíciles de digerir por sí solos, se ha preferido introducirlos con una breve reseña de la vida de Tolstoi, tal como aparece reflejada en estos diarios. Se ha tratado de esbozar los acontecimientos y los sentimientos vitales de Tolstoi siguiendo un hilo cronológico. Quien no está al tanto de la figura y vida de Tolstoi, puede consultar aquí – en el apartado “Los diarios de Tolstoi”- las entregas desde el comienzo. O si no, creo que ahora mismo hay unas cuantas biografías en el mercado. En las próximas entregas, se tratará de abreviar la introducción e ir directamente a los pensamientos. También nos acercaremos ,paso a paso, a los últimos años de Tolstoi, que seguramente son también los más interesantes. Un folletín, quizás; no es de extrañar que diesen lugar a una película, a más de una novela.).

En 1891 Tolstoi tiene 64 años y sigue escribiendo intensamente. Acaba de publicar la novela “Sonata a Kreutzer” y está “ocupado terriblemente” en la redacción de algunos artículos sobre arte, ciencia y religión, etc. En Tolstoi, la escritura siempre es un etcétera. Día tras día, retoma por la mañana lo que tiene entre manos, revisa lo que ha escrito, corrige su última redacción y va avanzando, aunque sea poco. Tolstoi es todo un maniático de la corrección; no cesa de revisar sus textos por décima o vigésima vez. Después se toma un descanso, da un paseo, trata con la familia, atiende a los visitantes que acuden a su casa para pedirle consejo o, simplemente, conocerle, cumple con su régimen de lecturas. Aún así, Tolstoi se queja en su diario de que escribe a duras penas y se empieza a cernir sobre él la sospecha de que su carrera de escritor acaso esté acabada. “Se podrían reforestar de nuevo -observa Zweif en su biografía sobre Tolstoi- los bosques de Yasnaia Poliana, si todo el papel empleado para imprimir los recuerdos sobre Tolstoi se conviertiese de nuevo en árboles. Jamás un poeta vivió a conciencia tan abiertamente, pocas veces uno se abrió a los hombres con ese deseo de comunicar”. Pronto va a descubrir que esta esterilidad para escribir le puede ahorrar el error de llevar una vida no dedicada a servir a Dios y a los demás. Tolstoi escribe una carta a los periódicos en la que declara conceder a todo el que quisiera el derecho a publicar gratuitamente en Ruisia y en el extranjero, en ruso o en traducción, todas las obras escritas después del años 1881, así como todas las obras que puedan aparecer en lo sucesivo.


A principios de enero de 1892 abandona su residencia de Yasnaia Poliana y pasa tres semanas en Moscú, donde se reúne con su mujer Sofía. Su descontento con el tipo de vida que lleva en Moscú se hace cada vez más irritante. Se queja del lujo, el ocio, la vanidad y la sensualidad de la vida moscovita. “La vida que me rodea -escribe a un amigo por esa misma época- y de la que, por necesidad, o bien por dejadez, participo con mi presencia, esta vida disipada y repulsiva en la que nadie siente el menor interés -ya no digamos razonable o amoroso por los demás, en la que nadie siente interés alguno, excepción hecha de los más primarios y animales: los atuendos, la glotonería, los entretenimientos de todo tipo y el despilfarro del trabajo ajeno en forma de dinero- esta vida me resulta por momentos a tal punto repulsiva que me asfixio y tengo ganas de gritar, de llorar, pero sé que todo esto es inútil y que no habrá quien me entienda. (…) Es repugnante, y lo más repugnante es que no soy capaz de dominarme y de no sufrir y que no puedo hacer nada para romper con esta situación falsa y vivir los últimos años, meses o días de mi vejez tranquilamente y no de la forma vergonzosa en la que vivo.” Tolstoi es, pues, consciente de que se está haciendo viejo, lo que le obliga a pensar cada vez más en la muerte. Esto le permite irse liberando poco a poco de la gloria humana. Aun así, como puede comprobarse en los diarios, no deja de sentirse un fariseo. Por un lado no se cansa de pregonar que ante Dios vive para el bien. Por el otro, se le hace consciente de que es precisamente la gloria humana la que le impide llegar hasta Dios. Si lee una entrevista o un periódico, enseguida se pone a buscar su propio nombre. Si acude a una conversación, espera ansioso a que se hable de él. Todos los días se impide vivir para la lujuria mediante buenos propósitos y severas reglas, pero al final su debilidad le hace hundirse en la lujuria. Es incapaz de soportar la vida áspera y llena de privaciones que se marca. El 24 de marzo de 1891 escribe: “vivo en las condiciones, en el ambiente de una vida sensual -de lujuria, de vanidad-, y viviendo esta vida, todo me pesa: no como, no bebo, rechazo el lujo y la vanidad -o por lo menos odio todo eso- y ese ambiente superfluo me es ajeno y me priva de aquello que constituye el sentido y la belleza de la vida: la comunión con los pobres, el intercambio espiritual con ellos”. Por todas estas razones Tolstoi prefiere vivir en la aldea y evitar la vida ociosa de Moscú, pues cuanto más vive más se convence de que “es indudable que la simplicidad, la pobreza, la soledad, la falta de diversiones en la vida, es siempre indicio de la importancia, la seriedad, la fecundidad de la vida, y a la inversa, la complejidad, la riqueza, la vida social, las diversiones son indicios de su insignificancia”. En la aldea alcanza la soledad deseable, logra escribir un poco, de vez en cuando hace solitarios, y a los que vienen a visitarle les lee algún escrito que no deja de considerar tonterías, pasea solo por la habitación y siente así que su vida le deja huella y, por tanto, seguramente también pueda dejar huella en alguien más. En cambio “en Moscú, en Londres, suceden cosas intersantísimas, hay libros, gente con la que hablar, reuniones, debates, una vida que parece llena hasta el borde, cuando en realidad está vacia y ojalá sólo estuviera vacía, a veces es, además, despreciable. La vida que hay en nosotros es algo tan grande, tan sagrado, que tendríamos que hacer todo lo posible por no violar su santidad, por no enturbiarla, y entonces la vida sería fecunda y satisfactoria”
El 7 de julio de 1892 Tolstoi firma el acta de renuncia a toda propiedad inmobiliaria a favor de su mujer y sus hijos. Durante unos días se suceden en el seno familiar agrias discusiones por la manera en que se debe hacer el reparto. Toda esta situación -una de las hijas, Masha, renuncia también a su parte provocando más desavenecias- suscita en Tolstoi una gran tristeza, ganas de llorar y una incapacidad para escribir que le deja bloqueado durante varios meses. En agosto de ese año empieza a acariciar la idea de fugarse de casa y huir de su familia y de su vida de lujo y disipación. Por primera vez ve claro, ante el descontesto por su vida, que el objetivo de la vida de los hombres no puede ser la reproducción y la continuidad de la especie, como había pensado, sino servir al hombre y a Dios. Sin embargo, las dudas le asaltan constantemente. “No puedo evitar -llega a escribir en el diario- sorprenderme de que Dios haya elegido una criatura repugante como yo para hablar a los hombres a través de ella”. Tolstoi se siente, por tanto, llamado por Dios para predicar a los hombres sobre el sentido de la vida que le ha sido revelado. Cuando no vive su vida como una mísión, la vida se le vuelve un infierno. “Lo sé desde hace mucho -escribe tres años antes-, hace mucho lo escribí en mi diario y en mis cartas, y sin embargo lo olvido, cuando lo olvido, sufro y peco”. ¿Pero en qué consiste esta filosofía de vida que Tolstoi considera que le ha sido revelada?
 
Para Tolstoi el sentido de la vida está fuera de la vida. Sólo la razón puede descubrir ese sentido. La razón es aquí revelación. Pero se trata de una razón amorosa. El único sentido de la vida está en la trasformación de esa misma vida según las exigencias de la propia razón amorosa y de su propio amor racional. Una razón que se alcanza mediante el propio perfeccionamiento interior, mediante una mayor conciliación de la vida de uno con las exigencias de ese amor racional. Pero para ello es necesario tener una fe omnipotente en esa fuerza amorosa de la que cada uno está dotado y que nos revela nuestra propia razón. La razón nos guía mediante imperativos que nos obliga a seguir las reglas que han sido transmitidas a través de los siglos, ya sea por la sabiduría china o india, antigua o moderna, francesa o alemana. Pero no estamos exentos de tener que verificar esa sabiduría oriunda de la razón según los dictados de nuestra razón particular. La razón nos ilumina, pero no es ciega. “La razón que profeso y que predico, y que a tí y muchos os parece algo fantástico, brumoso, extraño e inaplicable -escribe en una carta por esas fechas a su hijo Pavel- consiste en confiar en la razón, observarla en toda su pureza, y en desarrollar, y actuando de esa manera, recibir el bienestar verdadero, el bienestar eterno de la vida verdadera”.
 
Para Tolstoi el hombre es la unión de dos principios: el animal (corporal) y el racional (espiritual). El movimiento de la vida se realiza en el ser animal, pero el ser racional, espiritual, es el que guía ese movimiento. Si la razón no se orienta a guíar la vida animal, como ocurre con las personas que caen en las tentaciones, entonces se ve alterado el movimiento correcto de la vida animal. “Para un ser racional, vinculado con la vida animal, sólo hay dos caminos: seguir a la razón, sometiendo a ella su naturaleza animal, un camino festivo que brinda la conciencia de la vida eterna y de la alegría de esta vida, o someter la razón a la naturaleza animal, utilizar la razón para conseguir fines animales, un camino mortal que priva al hombre de la conciencia de la vida eterna e incluso de esas alegrías que son propias de los animales”
 
Para Tolstoi el sentido de la vida se hallaría en preservar el amor entre todas las personas con las que entramos en contacto. El secreto estribaría en realizarlo con la persona más próxima y en el instante presente, sin dilaciones ni excusas. “Es mejor abandonarlo todo -llega a decir en cierta ocasión- que actuar en contra del amor. Si pongo fin a mi vida por encontrarla desagradable -añade-, demuestro que tengo una idea falsa de la finalidad de mi vida, presuponiendo que su finalidad es mi satisfacción, mientras que su finalidad es, por un lado, mi perfeccionamiento, y por el otro, mi estar al servicio de la tarea que la vida del mundo en su conjunto está realizando, aunque esto pueda tornar la vida todavía más desagradable”. Pues para Tolstoi cualquier trabajo habrá de parecer desagradable en un principio. Por eso distingue entre quehaceres y pasatiempos. Un hombre que quiere ser útil a los demás siempre encuentra algún quehacer al servicio de los que le rodean: el cuidado de un anciano, la adopción de un niño, etc. Mientras que los quehaceres de un hombre en su propia hacienda -la casa, el jardín, los caballos, los perros- no son quehaceres sino pasatiempos. En esa búsqueda de la vida sencilla y auténtica, Tolstoi acaba concluyendo que cuanto más dinero se necesita para vivir, más amoral e imposible se nos acaba haciendo la vida. De ahí que Tolstoi vaya poco a poco desprendiendo de sus distintas posesiones terrenas y de sus derechos como autor de fama mundial. Lo que más tarde se le reprochará es que pese a todos estos gestos de austeridad y desposesión, Tolstoi continuará disfrutando de la misma vida opulenta con la que se rodea toda su familia.
 
 
PENSAMIENTOS ACERCA DE LA RAZÓN EXTRAÍDOS DE SU DIARIO
 
-La fuerza divina que mueve la vida es el amor. No iluminada por la razón, está fuerza es el amor por uno mismo; iluminada, orientada por la razón, es el amor por lo seres, los hombres, la verdad, el bien, Dios.
 
– El egoísmo, cualquier fuerza egoísta, únicamente es legítima mientras la razón está dormida; cuando la razón despierta, el egoísmo sólo es legítimo en la medida en que es necesario para mantenerse a sí mismo como un instrumento para servir a los seres humanos. El cometido de la razón es servir a los seres humanos. Lo terrible es ponerla al servicio de uno mismo.
 
– Antes pensaba que la razón (el entendimiento) era la propiedad principal del alma. Es un error y yo lo intuía vagamente. La razón sólo es el instrumento de la liberación, de la manifestación de la esencia del alma, del amor. (muy importante)
 
– El error principal de la vida de los hombres es que cada individuo por separado piensa que lo que conduce su vida es la aspiración a los placeres y la aversión por los sufrimientos. Y el hombre solo, privado de dirección, se entrega a esa pauta, busca los placeres y rehuye el sufrimiento, y en eso sitúa el objetivo y el sentido de la vida. Pero el hombre nunca puede vivir de placeres ni puede evitar los sufrimientos. De modo que no radica ahí el objetivo de la vida. Sería aburrido que radicara ahí: el objetivo es el placer y éste no existe y no puede existir. Y aún si existiera, también existe el final de la vida, la muerte, que siempre está unido al sufrimiento. Si el marinero decidiera que su objetivo es evitar las crestas de las olas ¿adónde llegaría? El objetivo de la vida está más allá de los placeres y los sufrimientos. Se consigue pasando a través de ellos.
 
– Mientras haya vida en un ser humano, éste puede perfeccionarse y servir al mundo. Pero sólo puede servir al mundo si se perfecciona, y sólo puede perfeccionarse si sirve al mundo.
 
– Es difícil pensar qué transofrmación podría producirse en la vida material de los seres humanos si éstos se pusiera, ya no digo avivir de una manera amorosa sino que por lo menos dejaran de vivir de una manera vil, animal.
 
– Hay que preguntarse no ¿por qué vivo? sino ¿qué debo hacer?
 
– el hombre utiliza su razón para preguntarse ¿con qué fin y por qué? Y aplica estas preguntas a su propia vida y a la vida del mundo. Y la razón le demuestra que no hay respuestas. Cuando se plantea estas preguntas experimenta algo parecido a la naúsea, al vértigo. Los hindues a la pregunta ¿con qué fin?, responden: Maya sedujo a Brama, que existía en ella, para que él creara el mundo.

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