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POETAS 2. José Angel Valente II (A modo de esperanza)

 
 
 



José Ángel Valente do Casar nace en Orense el 25 de abril de 1929, en el seno de una familia de clase media. El mundo provinciano que tuvo que respirar durante su infancia  y adolescencia queda rememorado peyorativamente en alguna de sus obras. Estudia las primeras letras con los jesuitas y el bachillerato en el instituto provincial. En 1946 publica su primer poema, en una época en que aún utiliza el gallego como lengua poética. Empieza a estudiar derecho en Santiago, pero se traslada enseguida a Madrid. Allí deja en un segundo plano los estudios jurídicos para centrarse en los filológicos, que culmina en una licenciatura, con premio extraordinario, en 1954. Este año va a ser capital también para su poesía al  presentarse simultáneamente a los premios Boscán y Adonáis con dos libros distintos. Gana el Adonáis con A modo de esperanza, adquiriendo notoriedad como joven promesa entre los poetas de su generación. Pero lo que le va a diferenciar de sus compañeros de  promoción será el  hecho de que, a partir de este poemario, todos sus libros serán escritos fuera de España.
Se traslada a la universidad de Oxford, donde trabaja y completa su formación entre 1955 y 1958, impartiendo clases, lo que le confiere el título de Master of Arts. De allí pasa a Ginebra como traductor de la ONU, hasta el año 1980. Casi toda su vida de adulto trascurrirá en el extranjero, en lo que se ha venido considerando una suerte de exilio voluntario. La distancia no impide que publique periódicamente en distintas revistas literarias. El alejamiento de una España que le resulta poco tolerable va a marcar el signo de su poesía. Este distanciamiento de su país se va a ensanchar aún más a raíz de la publicación de su cuento “el uniforme del general”, en 1971, por el que es sometido a un consejo de guerra. En 1975 va a París como jefe del servicio de traducción española de la UNESCO. En 1985 decide radicarse en Almería.  Sus últimos años van a estar marcados por una tragedia familiar al morir uno de sus hijos por  sobredosis en 1989, algo que va a dejar también su eco en la parte final de su obra.  Muere en Ginebra el 18 de julio de 2000, ciudad a la que había ido en busca de curación para una enfermedad de pulmón.

Valente ha revelado su concepción de la poesía en diversos artículos y libros de ensayo.  Para Valente, el creador no se enfrenta a unos hechos o ideas que se han de comunicar, sino a un “material de experiencia no previamente conocido”, un material informe que sólo por el lenguaje podemos sondear. En palabras de Valente, “el poeta no opera sobre un conocimiento previo del material de la experiencia sino que ese conocimiento se produce en el mismo proceso creador”. Desde estas premisas no resulta ya rara la exploración que el poeta realizará  a lo largo de su obra por los dominios de la mística. Al igual que la mística, la poesía no está para expresar vivencias sino para indagar y conocer esas vivencias. Toda la evolución de Valente describe la trayectoria que va de una poesía incluida por Leopoldo de Luis en su antología de la poesía Social hasta la poesía de su obra más madura que se sitúa en la frontera que separa el silencio del lenguaje. Su poesía, desnuda y de extrema concisión, se sumergirá, con el paso del tiempo, en las corrientes de la mística, pero sin abandonar nunca las preocupaciones éticas y meditativas. Esta exigencia moral se volcará en su primera etapa denunciando los horrores de la guerra civil y la sordidez de la postguerra. Entre los escritores que influyeron en su obra se encuentran, por su parte mística y silente, San Juan de la Cruz, Lautreamont, Rimbaud  y Lezama Lima; por la parte donde resuena su dolor íntimo y cívico, Quevedo, Cernuda y César Vallejo


Su obra comienza con la publicación en 1955 de A modo de esperanza, que llamo la atención de lectores y críticos por la originalidad de sus modos expresivos: una desnudez que huye de lo anecdótico para alcanzar categoría de símbolo. Es recurrente el tema de la guerra civil vista a través de los ojos de un niño y toda la asfixia de la postguerra bajo una dictadura.  En su nuevo libro La memoria y los signos (1966), se funde la mirada retrospectiva con los trágicos sucesos de la historia colectiva. En Siete representaciones (1967), juega con las sugerencias de los siete pecados capitales. En Presentación y memorial para un monumento (1970) recorre la historia de la infamia y el horror a través de las doctrinas que han intentado instaurar un orden providencial en el mundo, desde el nazismo hasta la persecución anticomunista en los Estados Unidos.   El aire de denuncia y malestar se hace más sofocante en su siguiente libro, el inocente. En Interior con figuras, (1977) profundiza en el mundo interior, en los intríngulis del conocimiento y el lenguaje. Entretanto, Valente ya ha llevado a cabo su exploración ética desde la crítica de lo colectivo hasta una crítica de la moral individual que empezó a aparecer en Siete representaciones.  También empieza a despuntar  la sátira y la parodia, aprendida en Goya y en Quevedo, y que se desata en Memorial para un monumento.  La nueva trayectoria que va a trazar por los caminos de la mística comienza a anunciarse en su siguiente libro de poesía, Material memoria, (1978). Ya en su libro de ensayos Las palabras de la tribu (1971) había aludido a “la hermenéutica y la cortedad del decir” de la tradición mística. En esta tradición ahonda al preparar una edición del místico Miguel de Molinos sobre la guía espiritual, que influirá en su ya aludido libro Material memoria. A juicio de Andrés Sánchez Robaina, se trata de  “un escoramiento tanto hacia una radical fundamentación metafísica como hacia un fragmentarismo no menos radical inscritos en lo que el autor ha llamado estéticas de la retracción, es decir, de formas breves propias de un sector de la poesía, la pintura o la música contemporáneas”. Su apuesta por la estética del silencio y la desnudez propias de la mística va a generar en su poesía “imágenes de desnudez, de transparencia o de errancia incondicionada del ser”. Es a partir de este libro, Material memoria, donde su lenguaje sufre, bajo la influencia de San Juan de la Cruz, una gran metamorfosis, una “radicalización estética y moral”, en palabras de Robaina. Esta profundización en la poesía mística le conduce de forma natural hacia las tradiciones místicas árabe y judía. En seis lecciones de tinieblas, (1980), busca que el lector se vaya desprendiendo de la palabra como referencia para que emerja con toda la fuerza su referente, el cuerpo material de la letra con todas sus sugerencias: a través de las letras del alfabeto hebreo logra trenzar un espontáneo mundo de imágenes procedentes de la cábala. Su siguiente libro insiste en el camino de la mística ya desde el mismo título, Mandorla, (1982,) el cual  remite al centro; se trata de la almendra mística que centra y absorbe al visionario. Tras escribir Fulgor, 1984, va a continuar, en Al Dios del lugar, (1989) el proceso de vaciamiento interior que trata de abolir todo sentido para acabar encontrándolo en el peldaño superior del “no entender” sanjuanista. En palabras de Carmen Martín Gaite, “parece como si el poeta hubiera dado un paso aún más audaz en su camino hacia el vacío, hacia la asunción de lo inefable”. En este libro, como en el que le sigue, No amanece el cantor, 1982, va a culminar su evolución hacia lo prosístico y fragmentario; "la escritura fragmentaria –en palabras de Jacques Ancet-no como residuo sino comienzo, fundación, apertura”. El fragmento llega a erigirse en una sola frase en el medio de una página en blanco: “No pude descifrar, al cabo de los días y los tiempos, quién era el dios al que invocara entonces”, dice el texto completo de uno de sus poemas. En “No amanece el cantor” contiene una elegía por el hijo muerto que se convierte en una dolorida endecha: “Ni una palabra ni el silencio. Nada pudo servirme para que tú vivieras”. El ciclo poético de Valente se cierra con “Fragmentos de un libro futuro (2000), publicado el mismo año de su muerte. A su obra poética hay que añadir la ensayística, que ha girado en torno a sus preocupaciones literarias. La mayor parte de sus trabajos se han reunido en Las palabras y la tribu (1971), Variaciones  sobre el pájaro y la red (1991) y la experiencia abisal (2004).



(Orense, 25 de abril de 1929-Ginebra, 18 de julio de 2000)


*****


SERÁN CENIZA

Cruzo un desierto y su secreta
desolación sin nombre.
El corazón
Tiene la sequedad de la piedra
y los estallidos nocturnos
de su materia o de su nada.


Hay una luz remota, sin embargo,
y sé que no estoy solo;
aunque después de tanto y tanto no haya
ni un solo pensamiento
capaz contra la muerte,
no estoy solo.


Toco esta mano al fin que comparte mi vida
y en ella me confirmo
y tiento cuanto amo,
lo levanto hacia el cielo
y aunque sea ceniza lo proclamo; ceniza.
Aunque sea ceniza cuanto tengo hasta ahora,
cuanto se me ha tendido a modo de esperanza.


(“A modo de esperanza”, 1953-1954) 



*****


EPITAFIO

“Yace aquí la pobre
Francisca.” No sé cómo
murió, de qué, ni cuándo,
cuando yo era muy niño.
Después sólo quedó el padrenuestro
de después del rosario por
“la pobre Francisca”
cada día.


Francisca
el nombre de la muerte tiene.
No puedo recordarla.


Sirvió en la casa,
conoció a mi abuelo
paterno, tan difunto,
cosió y tuvo objetos
que aún se le atribuyen. (Ella
pertenece a la muerte.)


Debió tener las manos
grandes, abiertas, para ser “la pobre
Francisca” del rosario.


No puedo recordarla.

Aquí donde descansa,
como consta, escribo
sin saber su epitafio.


(“A modo de esperanza”, 1953-1954) 


*****


EL ADIOS 

Entró y se inclinó hasta besarla
porque de ella recibía la fuerza.


(la mujer lo miraba sin respuesta.)

Había un espejo humedecido
que imitaba la vida vagamente.
Se apretó la corbata,
el corazón,
sorbió un café desvanecido y turbio,
explicó sus proyectos
para hoy,
sus sueños para ayer y sus deseos
para nunca jamás.


(Ella lo contemplaba silenciosa.)

Habló de nuevo. Recordó la lucha
de tantos días y el amor
pasado. La vida es algo inesperado,
dijo (Más frágiles que nunca las palabras)
Al fin calló con el silencio de ella,
se acercó hasta sus labios
y lloró simplemente sobre aquellos
labios ya para siempre sin respuesta.


(“A modo de esperanza”, 1953-1954) 


*****


COMO LA MUERTE

Ha muerto un hombre, así,
mientras hablamos
sentados frente a frente,
ajenos a morir
aun consabiéndolo.
Ha muerto porque sí,
porque se muere
casi sin transición
y sin que medie
ni una sola palabra.
Un accidente sórdido
es bastante. Ha muerto
un hombre.
Cayó con su bagaje
de graves opiniones,
su amargo amor
y su acometimiento.
Cayó de poca altura.
Con una muerte de muy pocos metros
bastó para que fuese
su caída insondable.


Mientras tú me decías
algo. Mientras
nada pasaba
en realidad.


Un accidente.
Había
estrechado su mano
alguna vez.
Cuando lo vi no era
más que respiración
y no pasó del alba.
Tímidamente digo:
“Lo siento”. Está enlutada
la madre. Hay otra gente.
Algo para beber.
“!Qué golpe más horrible!
Mi hijo…, él…”
Las sillas enfundadas.
Fotografías. Tengo
sed.


“En fila quinta el nicho;
no había más abajo…”
El círculo ha aumentado
(la madre en pie).
Se habla de la muerte
con naturalidad.
Palabras de consuelo
inútil. Es cruel.


Hablo contigo. A medio
amor, la muerte; a media
respiración, la muerte.
Un hombre puede
caer de pronto
porque sí, con sus cuatro preguntas sobre todo
a medio formular.
Sin previo acuerdo.


Un hombre ha muerto, pero
dime que soy verdad,
que estoy en pie, que es cierto
el aire, que no puedo
morir.


(“A modo de esperanza”, 1953,1954) 


*****


ODIO Y AMO

Aquí herido de muerte
estoy. Aquí goteo
espesor animal y mudo llanto.
Aquí compruebo
la resistencia ciega de un latido
a la fría posibilidad del puñal.
Aquí pronuncio
la palabra que nunca
moverá una montaña.
Aquí levanto
inútiles barreras
que derriba la muerte.
Aquí libro batallas
contra el viento, incluso
contra un ángel (aún cojeo
hacia el lado de Dios).
Aquí y cada día
y cada hora y
cada segundo me he negado a morir.


Aquí odio la vida, sin embargo.

Odio cuanto levanta al aire
una frente o un pétalo.
Cuanto he besado, cuanto
he querido besar y ha sido
materia o voz de mi deseo. Odio
y amo (Amo
con demasiado amor.)


(“A modo de esperanza”, 1953,1954) 


*****


UNA INSCRIPCIÓN

Fue en Roma,
donde había en aquella época
grandes concentraciones de capital
y masas obreras con escasas posibilidades de subsistir.


Los poetas no acusaron el problemas,
porque Roma debió de ser una alegre ciudad
en tiempos de Nerón
Aenobarbo, parricida,
poeta de ínfima calidad.


Algunos hombres sencillos
envenenaron las fuentes
y se opusieron al régimen oficial.


Acaso fueron hombres como este
que yace en paz,
trabajador de humildes menesteres
o, tal vez, mercader. Un día
le fue comunicada
cierta posibilidad de sobrevivir.
(Se ignora si fue sacrificado
por semejante crimen.)
Sin embargo murió; es decir, supo
la verdad. Piadosamente
repito esas palabras
sobre la piedra escritas
con igual voluntad:
“Alegre permanece, Tacio,
amigo mío,
nadie es inmortal.”


(“A modo de esperanza”, 1953-1954) 


*****


EL CRIMEN

Hoy he amanecido
como siempre, pero
con un cuchillo
en el pecho. Ignoro
quien ha sido,
y también los posibles
móviles del delito.

Estoy aquí

 tendido
y pesa vertical
el frío.


He sido asesinado.
(Descarto la posibilidad del suicidio.)


La noticia se divulga
con relativo sigilo.


El doctor estuvo brillante, pero
el interrogatorio ha sido
confuso. El hecho
carece de testigos.
(Llamada la portera,
dijo
que el muerto tenía
antecedentes políticos.
Es una obsesión que la persigue
desde la muerte del marido.)


Por mi parte no tengo
nada que declarar.
Se busca al asesino;
sin embargo,
tal vez no hay asesino,
aunque se enrede así el final de la trama.
Sencillamente yazgo
aquí, con un cuchillo…
Oscila, pendular y
solemne, el frío.
No hay pruebas contra nadie. Nadie
ha consumado mi homicidio.


(“A modo de esperanza”, 1953-1954) 


*****


PRIMER POEMA

No deseo
Proclamar así mi dolor.
Estoy alegre o triste y ¿qué importa?
¿a quién ayudaré?
¿qué salvación podré engendrar con un lamento?


Y, sin embargo, cuento mi historia,
recaigo sobre mí, culpable
de las mismas palabras que combato.


Paso a paso me adentro,
preciosamente me examino,
uno a uno lamento mis cuidados
¿para quién,
qué pecho triste consolaré,
qué ídolo caerá,
qué átomo del mundo moveré con justicia?
Remotamente quejumbroso,
remotamente aquejado de fútiles pesares,
poeta en el más venenoso sentido,
poeta con palabra terminada en un cero
odiosamente inútil,
cuento los caedizos latidos
de mi corazón y ¿qué importa?
¿qué sed o qué agobiante
vacío llenaré de un vacío más fiero?


Poeta, oh no,
sujeto de una vieja impudicia:
mi historia debe ser olvidada,
mezclada en la suma total
que la hará verdadera.
Para vivir así,
para ser así anónimamente
reavivada y cambiada,
para que el canto, al fin,
libre de la aquejada
mano, sea sólo poder,
poder que brote puro
como un gallo en la noche,
como en la noche, súbito,
un gallo rompe a ciegas
el escuadrón compacto de las sombras.


(De “Poemas a Lázaro”, 1955-1960)


*****


EL CÁNTARO

El cántaro que tiene la suprema
realidad de la forma,
creado de la tierra
para que el ojo pueda
contemplar la frescura.


El cántaro que existe conteniendo,
hueco de contener se quebraría
inánime. Su forma
existe sólo así,
sonora y respirada.
El hondo cántaro
de clara curvatura,
bella y servil:
el cántaro y el canto.


(“Poemas a Lázaro”, 1955-1960)


*****


SOBRE EL LUGAR DEL CANTO

La mentira y sus vástagos.
El odio
espeso y su constelación de sombra.


La cólera terrible de la tierra
que no alimenta la raíz del aire
y se acuesta en la tierra boca abajo.


La palabra que nace sin destino.

La sangre que no siembra más que sangre.

El pan desposeído de la casa del hombre.

La opaca caridad del rico sórdido.

La sinonimia de la inteligencia.

El miedo y sus profetas.

Un fruto triste se desgarra y cede
más débil que su propia podredumbre.


Ésta es la hora, éste es el tiempo
-hijo soy de esta historia-
éste el lugar que un día
fue solar prodigioso de una casa más grande.


(Poemas a Lázaro, 1955-1960)


*****


CUANDO EN LAS NOCHES

Cuando en las noches de dolor
o de alegría,
cuando cada vez que estoy solo entre las cuatro paredes de mi cuarto alquilado en una tierra extraña
estrangulo con suavidad premeditada a mi enemigo
cuando cada día lucho con él hasta quebrar su delicado cuello,
y él se desploma y cae y ante mis manos,
dónde aún duran su respiración y sus latidos,
vuelve a alzarse
y me mira tan sólo con gravedad e inocencia
y huye lejos
dejándome vacío de lo que más amaba,
salgo a tierra,
registro el universo, alzo
la piedra más secreta, cruzo el límite
terrible de la noche,
y en un lugar, a alguien que pasa e ignora aún lo sucedido
pregunto a voces
y él me mira perplejo,
siguiendo su camino sin responder…
Me quedo solo
jadeante y desnudo,
sospechando en el fondo que era él quien pasaba
y que no tuve fe.


(“La memoria y los signos”, 1960-1965)


*****


HABLÁBAMOS DE COSAS MUERTAS

Hablábamos de cosas muertas
o de todo
lo que nunca ha existido.


La sombra amenazaba
con su olor triste el pálido
recinto.
Dije: hemos dejado
la oración por el grito.
La pasión solitaria
por el miedo de  muchos.


Hablábamos de nuestra fe,
aunque era inútil.
Pero no importa.
Había
tiempo, toda una vida,
un largo espacio de interrogaciones
y ojos desiertos.
Sí,
hablábamos, previamente enlutados,
de nuestra mutua muerte.


Hablábamos a la caída de la tarde,
sin nadie por testigo,
de cuanto contempláramos un día
partir de nuestra manos,
de la fe que tuvimos,
del vacío que en ella
acaso nos unía.


(“La memoria y los signos”, 1960-1965)


*****


A PANCHO, MI MUÑECO

Perdona, viejo Pancho, el no ser por mi culpa
más que esto que eres,
el muñeco de un hombre.


Jamás podrás decir cómo te he obligado
a hacerme compañía:
sea nuestro secreto.


Yo te  he liberado de una muerte temprana
(perdóname de nuevo)
entre la ingenua flor de la juguetería.
te he librado por pena,
acaso por terror,
acaso por creer,
(comprendo que no es cierto)
que me pertenecías.


Viejo Pancho de trapos,
de dulce trapo verde,
escribo este poema
copiándote de cerca,
del natural, !A ti!
A ti: quién lo diría.
Qué pocos lo dirán
que no te conociesen.


Y esto eres ahora,
el muñeco de un hombre.
Ya sé yo que aquel día.
jamás te hubiese visto
a no ser por tus labios,
por tus inmensos labios
y tu enorme nariz
y tus zapatos, Pancho.


Porque tú, Pancho mío, no estabas esperándome.

Esperabas los ojos asombrados de un niño,
el paquete cerrado con lazos cuidadosos,
el grito de alegría.
¿Pero acaso -contesta-
no me has hecho mirarte
con los ojos remotos de otro niño olvidado?


Tu callas.
Sí, no ignoro
que no puedo engañarte.
Aquel niño no existe.
Acompañas a un hombre
que te obliga a durar
entre papel y días
y libros y sus sueños.


Qué historia, viejo Pancho,
durar a duras penas
de un lunes a otro lunes,
de un otoño a otro otoño,
mudar la risa en llanto,
el llanto en vida nueva,
los días en más días.
Te digo que estoy vivo,
en suma. Ya me entiendes.


Tú tienes tu casaca
con un remiendo sólo,
tu cuello almidonado
con un lazo impasible,
el gorro siempre puesto
(no te descubras nunca)
la negra piel de trapo
y los brazos abiertos
casi crucificados.
Porque también a ti
te hicieron (!tan grotesco!),
hermoso Pancho mío, a nuestra imagen.


(“La memoria y los signos”, 1960-1965)


*****


LA VÍSPERA

El hombre despojóse de sí mismo,
también del cinturón, del brazo izquierdo,
de su propia estatura.


Resbaló la mujer sus largas medias,
largas como los ríos o el cansancio.


Nublóse el sueño del deseo.
Vino
ciego el amor
batiendo un cuerpo anónimo.
De nadie
eran la hora ni el lugar
ni el tiempo ni los besos.


Sólo el deseo de entregarse daba
sentido al acto del amor,
pero nunca respuesta.
El humo gris.
El abandono.
El alba
como una inmensa retirada.
Restos
de vida oscura en un rincón caídos.
Y lo demás vulgar, ocioso.
El hombre
púsose en orden natural, alzóse
y tosió humanamente.
Aquella hora
de soledad. Vestirse de la víspera.
Sentir duros los límites.
Y al cabo
no saber, no poder reconocerse.



*****


Estaba la mujer con sus dos senos,
su única cabeza giratoria,
la longitud de su sonrisa, el aire
de estar y de alejarse sabiamente fingido.


Estaba rodeada de sí misma,
de admiración opaca y compartida,
bajo la oscura luz de las miradas.


La complacencia del estar henchía
De estólida ternura los objetos cercanos.


Estaba en pie sumándose a su cuerpo.
Las palabras sonaban conllevando sentidos
superfluos y crasos.
Giraba la mujer.


Rebasaba su órbita
como un pronunciamiento
de todo lo que es bello,
vacío, ritual, sonoro, triste.



*****


ESTA IMAGEN DE TI

Estabas a mi lado
y más próxima a mí que mis sentidos.


Hablabas desde dentro del amor,
armada de su luz.
Nunca palabras
de amor más puras respirara.


Estaba tu cabeza suavemente
inclinada hacia mí.
Tu largo pelo
y tu alegre cintura.
Hablabas desde el centro del amor,
armada de su luz,
en una tarde gris de cualquier día.


Memoria de tu voz y de tu cuerpo
mi juventud y mis palabras sean
y esta imagen de ti me sobreviva.


(“La memoria y los signos”, 1960-1965)


*****


TIEMPO DE GUERRA

Estábamos, señores, en provincias
o en la periferia, como dicen,
incomprensibles desnacidos.


Señores escleróticos,
ancianas tías lúgubres,
guardias municipales y banderas.
Los niños con globitos colorados,
pantalones azules
y viernes sacrosantos
De piadoso susurro.


Andábamos con nuestros
papás.
Pasaban trenes
cargados de soldados a la guerra.
Gritos de excomunión.
Escapularios.
Enormes moros, asombrosos moros
llenos de pantalones y de dientes.
Y aquel vertiginoso
color del tiovivo y de los víctores.


Estábamos remotos
chupando caramelos,
con tantas estampitas y retratos
y tanto ir y venir y tan cólera,
tanta predicación y tantos muertos
y tanta sorda infancia irremediable.


(“La memoria y los signos”, 1960-1965)


*****


EL VISITANTE

El hombre que tenía ante mí hablaba
con monótona voz y entre grises silencios.
Hablaba sin rencor, sin odio, indiferente.
De su dolor hablaba con palabras usadas
que de otros recibiera.
Cumplía, en fin, con ellos, no consigo,
el deber solidario de ofrecer testimonio
en contra de lo injusto.
Habría querido
saber algo más de él, de su verdad, de cuanto
fuese en su vida signo de otra vida más libre.
mas él se limitaba al aprendido oficio
de dar fe ante los otros,
decir lo consabido,
consolidar deprisa el argumento
(por lo demás de todos ya aceptado)
que a su causa servía.
Así, pues, brevemente,
pues era el tiempo breve entre dos trenes,
entre este acto y el siguiente, dijo
cuanto pudo o quisieron que dijese.
Fuese el hombre.
Quedó el dolor expuesto en lugar público
como peines, navajas u otro objeto de venta
en inerte muestrario.
Todo a menor altura desplegado,
todo cierto o veraz, no verdadero,
todo depuesto, mas no dicho, todo
extrañamente desvivido.


(“La memoria y los signos”, 1960-1965)




POETA EN TIEMPO DE MISERIA

Hablaba de prisa.
Hablaba sin oír ni ver ni hablar.
Hablaba como el que huye,
emboscado de pronto entre falsos follajes
de simpatía e irrealidad.


Hablaba sin puntuación y sin silencios,
intercalando en cada pausa gestos de ensayada alegría
para evitar acaso la furtiva pregunta,
la solidaridad con su pasado,
su desnuda verdad.


Hablaba como queriendo borrar su vida ante un testigo incómodo,
para lo cual se rodeaba de secundarios seres
que de sus desperdicios alimentaban
una grosera vanidad.


Compraba así el silencio a duro precio,
la posición estable a duro precio,
el derecho a la vida a duro precio,
a duro precio el pan.


Metal noble tal vez que el martillo batiera
para causa más pura.
Poeta en tiempo de miseria, en tiempo de mentira
y de infidelidad.


(“La memoria y los signos”, 1960-1965)


*****


LA CONCORDIA

Se reunió en concilio el hombre con sus dientes,
examinó su palidez, extrajo
un hueso de su pecho: -Nunca, dijo,
jamás la violencia.


Llegó un niño de pronto, alzó la mano,
pidió pan, rompió el hilo del discurso.
Reventó el orador, huyeron todos.
-jamás la violencia, se dijeron.


Llovió el invierno a mares lodos, hambre.
Navegó la miseria a plena vela.
Se organizó el socorro en procesiones
de exhibición solemne. Hubo más muertos.
Pero nunca jamás la violencia.


Se fueron uno, cien, doscientos, muchos,
no daba el aire propio para tantos.
El año mejor fue para otros peores.
No están los que se han ido y nadie ha hecho
violento recurso a la justicia.


El concejal, el síndico, el sereno,
El solitario, el sordo, el guardia urbano,
el profesor de humanidades: todos
se reunieron bajo su cadáver
sonriente y pacífico y lloraron
por sus hijos más bien, que no por ellos.


Exhaló el aire putrefacto pétalos
de santidad y orden.
Quedó a salvo la Historia, los principios,
el gas del alumbrado, la fe pública.
-Jamás la violencia, cantó el coro,
unánime, feliz, perseverante.


(“La memoria y los signos”, 1960-1965)


*****


LA MUJER ESTABA DESNUDA

La mujer estaba desnuda.

Llegó un hombre,
descendió a su sexo.
Desde allí la llamaba
a voces cóncavas,
a empozados lamentos.
Pero ella
no podía bajar
y asomada a los bordes sollozaba.


Después, la voz más tenue
cada día,
ya se iba perdiendo en remoto vellones.


La mujer sollozaba.

Tendió grandes pañuelos
en las lámpara rotas.


Vino la noche.

Y la mujer abrió de par en par
sus inexhaustas puertas.


(“Breve son”, 1953-1968)


*****


EL SUCESO

“Detrás del olvidado escaparate
con exvotos de cera o pálidas muñecas,
un niño,
pegado a su nariz,
me hizo muecas crueles.


Yo me acerqué con los secretos guantes
del asesino-está-entre-nosotros
y le ofrecí un bombón envenenado.


Pero el niño dio gritos de horrorosa inocencia
y acudieron vecinos con enormes mangueras,
guardias municipales con el santo del día
en procesión solemne.


Y fui decapitado.

(“Breve son”, 1953-1968)


*****


CANCIÓN DE CUNA

Andábamos gritando:
-Que se bajen del árbol los difuntos!
Íbamos vareando
avellano y nogal con igual furia.


Todas las alamedas se llenaron de pronto
de guardias a caballo
y nosotros gritamos: -!Bajen al más heroico,
ícenlo bien arriba,
que sirva de bandera al batallón!


Así aparecieron en filas casi iguales
el capitán (con el tambor),
el profesor (con la batuta)
y el hijo de la batuta con el gran celador.


Y ya todos en orden cantaron en la rampa:-!Somos las fuerzas vivas;
somos las fuerzas vivas,
somos las fuerzas vivas
de toda la nación!


Alguien se fue gritando:_!Del árbol los difuntos!

Y el himno proseguía:
…de toda la nación!


(“Breve son”, 1953-1967)


*****


CESAR VALLEJO

Ese que queda ahí,
que dice ahí
que ya hemos empezado
a desandar el llanto,
a desandar los doses
hacia el cero caído.
El niño, padre
del hombre aquel izado
a bruscos empujones
de desgracia.
El pobre miserable
que nos lanza puñados
de terrible ternura
y queda suavemente sollozando,
sentado en su ataúd.


El mendigo de nada
o de justicia.
El roto, el quebrantado,
pero nunca vencido.
El pueblo, la promesa, la palabra.


(“La memoria y los signos”, 1960,1965)

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