José Ángel Valente do Casar nace en Orense el 25 de abril de 1929, en el seno de una familia de clase media. El mundo provinciano que tuvo que respirar durante su infancia y adolescencia queda rememorado peyorativamente en alguna de sus obras. Estudia las primeras letras con los jesuitas y el bachillerato en el instituto provincial. En 1946 publica su primer poema, en una época en que aún utiliza el gallego como lengua poética. Empieza a estudiar derecho en Santiago, pero se traslada enseguida a Madrid. Allí deja en un segundo plano los estudios jurídicos para centrarse en los filológicos, que culmina en una licenciatura, con premio extraordinario, en 1954. Este año va a ser capital también para su poesía al presentarse simultáneamente a los premios Boscán y Adonáis con dos libros distintos. Gana el Adonáis con A modo de esperanza, adquiriendo notoriedad como joven promesa entre los poetas de su generación. Pero lo que le va a diferenciar de sus compañeros de promoción será el hecho de que, a partir de este poemario, todos sus libros serán escritos fuera de España.
Se traslada a la universidad de Oxford, donde trabaja y completa su formación entre 1955 y 1958, impartiendo clases, lo que le confiere el título de Master of Arts. De allí pasa a Ginebra como traductor de la ONU, hasta el año 1980. Casi toda su vida de adulto trascurrirá en el extranjero, en lo que se ha venido considerando una suerte de exilio voluntario. La distancia no impide que publique periódicamente en distintas revistas literarias. El alejamiento de una España que le resulta poco tolerable va a marcar el signo de su poesía. Este distanciamiento de su país se va a ensanchar aún más a raíz de la publicación de su cuento “el uniforme del general”, en 1971, por el que es sometido a un consejo de guerra. En 1975 va a París como jefe del servicio de traducción española de la UNESCO. En 1985 decide radicarse en Almería. Sus últimos años van a estar marcados por una tragedia familiar al morir uno de sus hijos por sobredosis en 1989, algo que va a dejar también su eco en la parte final de su obra. Muere en Ginebra el 18 de julio de 2000, ciudad a la que había ido en busca de curación para una enfermedad de pulmón.
Valente ha revelado su concepción de la poesía en diversos artículos y libros de ensayo. Para Valente, el creador no se enfrenta a unos hechos o ideas que se han de comunicar, sino a un “material de experiencia no previamente conocido”, un material informe que sólo por el lenguaje podemos sondear. En palabras de Valente, “el poeta no opera sobre un conocimiento previo del material de la experiencia sino que ese conocimiento se produce en el mismo proceso creador”. Desde estas premisas no resulta ya rara la exploración que el poeta realizará a lo largo de su obra por los dominios de la mística. Al igual que la mística, la poesía no está para expresar vivencias sino para indagar y conocer esas vivencias. Toda la evolución de Valente describe la trayectoria que va de una poesía incluida por Leopoldo de Luis en su antología de la poesía Social hasta la poesía de su obra más madura que se sitúa en la frontera que separa el silencio del lenguaje. Su poesía, desnuda y de extrema concisión, se sumergirá, con el paso del tiempo, en las corrientes de la mística, pero sin abandonar nunca las preocupaciones éticas y meditativas. Esta exigencia moral se volcará en su primera etapa denunciando los horrores de la guerra civil y la sordidez de la postguerra. Entre los escritores que influyeron en su obra se encuentran, por su parte mística y silente, San Juan de la Cruz, Lautreamont, Rimbaud y Lezama Lima; por la parte donde resuena su dolor íntimo y cívico, Quevedo, Cernuda y César Vallejo
Su obra comienza con la publicación en 1955 de A modo de esperanza, que llamo la atención de lectores y críticos por la originalidad de sus modos expresivos: una desnudez que huye de lo anecdótico para alcanzar categoría de símbolo. Es recurrente el tema de la guerra civil vista a través de los ojos de un niño y toda la asfixia de la postguerra bajo una dictadura. En su nuevo libro La memoria y los signos (1966), se funde la mirada retrospectiva con los trágicos sucesos de la historia colectiva. En Siete representaciones (1967), juega con las sugerencias de los siete pecados capitales. En Presentación y memorial para un monumento (1970) recorre la historia de la infamia y el horror a través de las doctrinas que han intentado instaurar un orden providencial en el mundo, desde el nazismo hasta la persecución anticomunista en los Estados Unidos. El aire de denuncia y malestar se hace más sofocante en su siguiente libro, el inocente. En Interior con figuras, (1977) profundiza en el mundo interior, en los intríngulis del conocimiento y el lenguaje. Entretanto, Valente ya ha llevado a cabo su exploración ética desde la crítica de lo colectivo hasta una crítica de la moral individual que empezó a aparecer en Siete representaciones. También empieza a despuntar la sátira y la parodia, aprendida en Goya y en Quevedo, y que se desata en Memorial para un monumento. La nueva trayectoria que va a trazar por los caminos de la mística comienza a anunciarse en su siguiente libro de poesía, Material memoria, (1978). Ya en su libro de ensayos Las palabras de la tribu (1971) había aludido a “la hermenéutica y la cortedad del decir” de la tradición mística. En esta tradición ahonda al preparar una edición del místico Miguel de Molinos sobre la guía espiritual, que influirá en su ya aludido libro Material memoria. A juicio de Andrés Sánchez Robaina, se trata de “un escoramiento tanto hacia una radical fundamentación metafísica como hacia un fragmentarismo no menos radical inscritos en lo que el autor ha llamado estéticas de la retracción, es decir, de formas breves propias de un sector de la poesía, la pintura o la música contemporáneas”. Su apuesta por la estética del silencio y la desnudez propias de la mística va a generar en su poesía “imágenes de desnudez, de transparencia o de errancia incondicionada del ser”. Es a partir de este libro, Material memoria, donde su lenguaje sufre, bajo la influencia de San Juan de la Cruz, una gran metamorfosis, una “radicalización estética y moral”, en palabras de Robaina. Esta profundización en la poesía mística le conduce de forma natural hacia las tradiciones místicas árabe y judía. En seis lecciones de tinieblas, (1980), busca que el lector se vaya desprendiendo de la palabra como referencia para que emerja con toda la fuerza su referente, el cuerpo material de la letra con todas sus sugerencias: a través de las letras del alfabeto hebreo logra trenzar un espontáneo mundo de imágenes procedentes de la cábala. Su siguiente libro insiste en el camino de la mística ya desde el mismo título, Mandorla, (1982,) el cual remite al centro; se trata de la almendra mística que centra y absorbe al visionario. Tras escribir Fulgor, 1984, va a continuar, en Al Dios del lugar, (1989) el proceso de vaciamiento interior que trata de abolir todo sentido para acabar encontrándolo en el peldaño superior del “no entender” sanjuanista. En palabras de Carmen Martín Gaite, “parece como si el poeta hubiera dado un paso aún más audaz en su camino hacia el vacío, hacia la asunción de lo inefable”. En este libro, como en el que le sigue, No amanece el cantor, 1982, va a culminar su evolución hacia lo prosístico y fragmentario; "la escritura fragmentaria –en palabras de Jacques Ancet-no como residuo sino comienzo, fundación, apertura”. El fragmento llega a erigirse en una sola frase en el medio de una página en blanco: “No pude descifrar, al cabo de los días y los tiempos, quién era el dios al que invocara entonces”, dice el texto completo de uno de sus poemas. En “No amanece el cantor” contiene una elegía por el hijo muerto que se convierte en una dolorida endecha: “Ni una palabra ni el silencio. Nada pudo servirme para que tú vivieras”. El ciclo poético de Valente se cierra con “Fragmentos de un libro futuro (2000), publicado el mismo año de su muerte. A su obra poética hay que añadir la ensayística, que ha girado en torno a sus preocupaciones literarias. La mayor parte de sus trabajos se han reunido en Las palabras y la tribu (1971), Variaciones sobre el pájaro y la red (1991) y la experiencia abisal (2004).
(BIOGRAFÍA)
Ahora cuando sin certeza
mi bionotabibliográfica
a petición de alguien que desea incluirme
de favor y por nada
en consabida antología
de la sempiternamente joven senescente
poesía española de posguerra
(de qué guerra me habla esta mañana,
delicado Giocondo, entre tenues olvidos,
de la guerra de quién con quién
y cuándo) cuando escribo
mi bioesquelonotabibliográfica
compruebo minucioso la fecha de mi muerte
y escasa es, digo con gentil tristeza,
la ya marchita gloria del difunto.
(“Treinta y siete fragmentos”, 1971)
BIOGRAFIA SUMARIA
Hizo tres ejercicios
de disolución de sí mismo
y al cuarto quedó solo
con la mirada fija en la respuesta
que nadie pudo darle.
(El inocente, 1967-1970)
LUGAR VACÍO EN LA CELEBRACIÓN
Nací provinciano en los domingos
de desigual memoria,
nací en una oscura ratonera vacía,
asido a dios como un trapecio a punto
de infinitamente arrojarme hacia el mar.
Nací viscosamente pegado a los residuos de mi vida
rodeado de amor,
de un amor al que aún amo más que a mis propios huesos
y al que tan sólo puedo odiar sin tregua
por habérseme dado para dejarse así morir
de triste, de irrisorio,
siendo mayor que tantas muertes juntas.
Yo nací vestido de mimético niño
para descubrir en tanta reverencia sólo un óxido triste
y en las voces que inflaban los señores pudientes
enormes anos giratorios
de brillante apariencia en el liso exterior.
Los pudientes señores llevaban bisoñé.
Después un viento hosco barrió la faz de aquella tierra.
Hubo prudentes muertos, cadáveres precoces
y muertos poderosos cuya agonía aún dura,
cuya muerte de pulmones horrendos
aún sopla como un fuelle inagotable.
Y yo empecé a crecer entonces,
como toda la historia ritual de mi pueblo,
hacia adentro o debajo de la tierra,
en ciénagas secretas, en tibios vertederos,
en las afueras sumergidas
de la grandiosa, heroica, orquestación municipal.
Nací en la infancia, en otro tiempo, lejos
o muy lejos y fui
inútilmente aderezado para una ceremonia
a la que nunca habría de acudir.
(“El inocente”, 1967-1970)
YA SIN MEMORIA NUESTRA
En general pusimos
excesivo cuidado, no tanto en el hacer,
que es toda la razón del arte,
como en hacer visible allí lo nuestro.
Para aquellas palabras buscamos argumento
que nos significase un poco ante los otros.
Sólo más tarde descubrimos,
cuando una costra tenue comenzó a recubrir
la tierna adolescencia prolongada,
otro oficio más cierto.
Del mismo amor era posible
hacer simples objetos,
más reales que nuestro propio amor.
Objetos para dar y para olvidar,
para perder y para recobrar,
para desnacer,
para vivir,
para estar.
Y en la fidelidad de la materia, usado,
prohijado, devuelto,
ya sin memoria nuestra, nuestro ser.
(“El inocente”, 1967-1970)
WEEK-END
Un funcionario ha desaparecido,
entre otras noticias, sin previo asentimiento
de la administración
(El muerto
no tenía para largos viajes
más reserva de días)
por suicidio en el week-end.
Comunicamos
fallecimiento repentino en nombre
de la Staff Association.
Gracias.
(La circular pasa a la firma
y para su conocimiento, claro,
del vecino alfabético más próximo.)
Y desde luego no ha de haber coronas,
se aclara que dispuso,
y el sepelio en París, etc.
Pero yo tengo un libro
del difunto, ya insólito, y sin venia
ni circular, ni casi llanto
a quien se lo devuelvo
sin el asentimiento previo
de la administración, mañana,
oh muerto doloroso, entre papeles,
cuando estés en tu reino.
(“El inocente”, 1967-1970)
ESTATUA ECUESTRE
Bien estará caerse de sí mismo,
bien estará caerse y desde abajo
verse en la estatua de jabón horrendo,
integérrimo, en órbita,
tan lleno de burbujas y zapatos solemnes.
Bien estará caerse por debajo
de las airosas patas de la estatua ecuestre
y sólo masticar inconfesables
residuos, nada, de su propio vientre.
Alguien vino hacia mí con una maza
alguien acaso que me hubiera amado,
y golpeó en la hojalata triste.
Hundióse el monumento.
No hubo nada.
Entre los sauces desfiló una orquesta
con aire de domingo.
Y quien tuvo mi imagen
se la echó a los perros, con estricta piedad,
de la vecina noche.
(“El inocente”, 1967-1970)
AGONE
Llueve como si alguien quisiera tender continuo un velo de tinieblas.
Agone siente en la tenue raíz de sus ojos la tristeza.
Su cuerpo es como una espada
y en su rubio cabello empieza apenas a ceder la luz.
El paso que adelanta bien pudiera volver hacia su origen
pues ha sentido circunvecina o turbia la muerte.
Quisiera retroceder o no seguir.
Mas yo retengo como eje del mundo su secreto.
nombre.
Le digo con firmeza: ven.
Le tiendo
mi mano húmeda sustancias amargas.
Tu cuerpo es como una espada, Agone,
mientras la lluvia, el llanto anegan
tu niñez furtiva y el residuo abrasado
de esta primavera.
(“El inocente, 1967-1970)
LO SELLADO
Pero obremos ahora con astucia, Agone.
Cerquemos el amor y cuanto poseemos
con muy secretas láminas de frío.
Pasará el vendedor de baratijas
y nada advertirá,
Pasará el traficante de palabras terciarias
y nada advertirá,
Pasará el voceador de su estúpida nada
y nada advertirá.
(“El inocente”, 1967-1970)
A LOS DIOSES DEL FONDO
Lo que dije no sé.
La cifra mayor del llanto o de la vida
de quien la podría tener.
Hay un lenguaje roto,
un orden de las sílabas del mundo.
Descífralo.
Porque alguna de sus palabras
asaltarán tu sueño, Agone,
para no gemir
eternas
en lo oscuro.
(“El inocente”, 1967-1970)
SOBRE EL TIEMPO PRESENTE
Escribo desde un naufragio,
desde un signo o una sombra,
discontinuo vacío
que de pronto se llena de amenazante luz.
Escribo sobre el tiempo presente,
sobre la necesidad de dar un orden testamentario a nuestros gestos,
de transmitir en el nombre del padre,
de los hijos del padre,
de los hijos oscuros de los hijos del padre,
de su rastro en la tierra,
al menos una huella del amor que tuvimos
en medio de la noche,
del llanto o de la llama que a la vez alza al hombre
al tiempo ávido del dios
y arrasa sus palacios, sus ganados, riquezas,
hasta el tejo y la úlcera de Job el voluntario.
Escribo sobre el tiempo presente.
Con lenguaje secreto escribo,
pues quien podría darnos ya la clave
de cuanto hemos de decir.
Escribo sobre el hálito de un dios que aún no ha tomado forma,
sobre una revelación no hecha,
sobre el ciego legado
que de generación en generación llevará nuestro nombre.
Escribo sobre el mar,
sobre la retirada del mar que abandona en la orilla
formas petrificadas
o restos palpitantes de otras vidas.
Escribo sobre la latitud del dolor,
sobre lo que hemos destruido,
ante todo en nosotros,
para que nadie pueda edificar de nuevo
tales muros de odio.
Escribo sobre las humeantes ruinas de lo que creímos,
con palabras secretas,
sobre una visión ciega, pero cierta,
a la que casi no han nacido nuestros ojos.
Escribo desde la noche,
desde la infinita progresión de la sombra,
desde la enorme escala innumerable de números,
desde la lenta ascensión interminable,
desde la imposibilidad de adivinar aún la conjurada luz,
de presentir la tierra, el término,
y la certidumbre al fin de lo esperado.
Escribo desde la sangre,
desde su testimonio,
desde la mentira, la avaricia y el odio,
desde el clamor del hambre y del trasmundo,
desde el condenatorio borde de la especie,
desde la espada que puede herirla a muerte,
desde el vacío giratorio abajo,
desde el rostro bastardo,
desde la mano que se cierra opaca,
desde el genocidio,
desde los niños infinitamente muertos,
desde el árbol herido en sus raíces,
desde lejos,
desde el tiempo presente.
Pero escribo también desde la vida
desde su grito poderoso,
desde la historia,
no desde su verdad acribillada,
desde la faz del hombre,
no desde sus palabras derruidas,
desde el desierto,
pues desde allí ha de nacer un clamor nuevo,
desde la muchedumbre que padece
hambre y persecución y encontrará su reino,
porque nadie podría arrebatárselo.
Escribo desde nuestros huesos
que ha de lavar la lluvia,
desde nuestra memoria
que será pasto alegre de las aves del cielo.
Escribo desde el patíbulo,
ahora y en la hora de nuestra muerte,
pues de algún modo hemos de ser ejecutados.
Escribo, hermano mío de un tiempo venidero,
sobre cuanto estamos a punto de no ser,
sobre la fe sombría que nos lleva.
Escribo sobre el tiempo presente.
(“El inocente”, 1967-1970)
EL TEMPLO
El Cristo miró el templo
que como un diamante recogía
la dura luz de su mirada.
Vio el templo construido
para que todo lo escrito se cumpliese
y no para durar más que el sueño del hombre.
Detrás del velo estaba el rostro
ya usado del dios.
Y el Cristo calculó suavemente sus palabras sabiendo
que formarían parte de su condenación.
Yo puedo –dijo- destruir este templo
y en tres días alzarlo.
El templo se vació de pronto en su mirada,
bogó como una nave loca en el crepúsculo,
cayó desde sí mismo a un tiempo
que los sacrificadores ignoraban
y el ritual no había
contado en sus inútiles compases.
Quebrantado gimió en sus óseos cimientos
y se llenó de rosas de papel marchito,
de arañados lagartos,
de vengativas sombras.
La blasfemia amarilla
recorrió los oídos de los sordos de piedra.
Y el Cristo, hijo del hombre,
el destructor de templos
(pues ya no quedaría piedra
sobre piedra y sólo el tiempo
de destruir engendra)
levantó su morada en la palabra
que no puede morir.
(“El inocente”, 1967-1970)
CRÓNICA, 1968
Las palabras se pudren.
El que da una palabra da un don.
El que da un don deja vacío el aire.
El que vacía el aire coloniza la tierra.
Pero bajo la tierra las palabras se pudren.
Las palabras se llenan de un hipo triste de animal ahíto,
de un hipo de hipopótamo tardío,
y por mucho que brille su arco iris no traen la paz,
sino el sebáceo son del salivar chasquido
y el hilo deglutido de la muerte.
Las palabras se pudren, son devueltas,
como pétreo excremento,
sobre la noche de los humillados.
(“El inocente”, 1967-1970)
CRÓNICA III, 1968
Roto el pudor de las estatuas,
algunas lloran por el ojo izquierdo.
Las plazas que son públicas de antiguo
se llenan de solapas clandestinas.
Hay una oreja con un dedo dentro
y un torso mutilado en el lavabo.
Palabras inservibles reconstruyen
la insólita balanza de lo justo.
Contadlo lejos. Si no saben nada,
decidles simplemente: -Por entonces,
todos los acertijos terminaban en cero.
(“El inocente”, 1967-1970)
A FOOL
(Troilo y Crésida: 11.3)
En un la pura estupidez del ser de la cadena reposa pura la pura estupidez del ser.
Agamenón es un imbécil por querer mandar a Aquiles; Aquiles es un imbécil por dejar que lo mande Agamenón; yo, Tersites, soy un imbécil por ocuparme de estos dos imbéciles; Patroclo, en fin, es un imbécil puro.
O la desolación fecal del ser.
(“El inocente”, 1967, 1970)
ARTE DE LA POESÍA
Implacable desprecio por el arte
de la poesía como vómito inane
del imberbe del alma
que inflama su pasión desconsolada
de vecinal nodriza con eólicas voces.
Implacable desdén por el que llena
de rotundas palabras, congeladas y grasas,
el embudo vacío.
Por el meditador falaz de la nuez foradada,
Por el que escribe ¡ay! y se pone peana,
Por el decimonónico, el pajizo, el superfluo, el obvio.
Por el que anda aún entre seres y nadas
flatulentos y obscenos,
por el tonto tenaz,
por el enano,
por el viejo poeta que no sabe
suicidarse a tiempo debajo de su mesa,
por el confesional,
por el patético,
por el llamado, en fin, al gran negocio,
y por el arte de la poesía ejercido a deshora
como una compraventa de ruidos usados.
(“El inocente”, 1967-1970)
PUNTO CERO
Lautréamont y Rimbaud murieron.
Rimbaud
después de la explosión oscura de las Iluminaciones
Lautréamont para que nunca nadie
viera su rostro.
Lautréamont y Rimbaud murieron.
¿Podríamos nosotros sobrevivirlos?
Maldito el que sobremuere, a su vida,
el flácido, el colgón, condecorado,
de piel más grande que su propio cuerpo.
Maldito el que pronuncia estas palabras
si encubren sólo un muerto o un no nacido.
Lautréamont y Rimbaud murieron.
Los poetas del ramo barren
con su lengua falaz escalafones
tristes.
Lautréamont y Rimbaud murieron.
Salud, adolescentes de la tierra.
(“El inocente”, 1967-1970)
LÍMITE
Qué oscuro el borde de la luz
donde ya nada
reaparece.
(“El inocente”, 1967-1970)
XX
(CRÓNICA, 1970)
Vienen los torturadores con sus haces de muertes.
El cuerpo derribado bajo el golpe metódico
de estos hijos del pus y de la noche
más libre es que nosotros.
Los torturadores son ángeles del orden.
Comemos orden
(con sus haces de muerte)
castrados finalmente como especie
comemos orden.
Nunca naceremos.
(“Treinta y siete fragmentos”, 1971)
XXVII
A usted le doy una flor,
si me permite,
un gato y un micrófono,
un destornillador totalmente en desuso,
una ventana alegre.
Agítelos.
Haga un poema
o cualquier otra cosa.
Léasela al vecino.
Arrójela feliz al sumidero.
Y buenos días,
no vuelva nunca más, salude
a cuantos aún recuerden
que nos vamos pudriendo de impotencia.
(“Treinta y siete fragmentos”, 1971)
XXVIII
(AUTOR CONTEMPORÁNEO)
Las obras completas del ilustre vate
transpiran desde el lomo en sucedáneo
de piel más honorable hedor de gloria.
(“Treinta y siete fragmentos”, 1971)
XXX
(RONDÓ)
Estamos otras vez entre-deux-guerres,
urgándonos las caries
con un falo indeciso
o destruyendo
la destrucción,
vaciando el vacío,
abriendo las ventanas contra un cielo tapiado.
(“Treinta y siete fragmentos”, 1971)
XXXI
Sólo quedaron sobre las ruinas
del dios, sagrados, los profanadores.
XXXIV
(UN TESTIGO)
Un hombre que venía de lejos,
aquel a quien las hermanas anduvieron buscando
no sabemos por qué, ya que era en todo
semejante a los otros,
salvo acaso, pensamos, en la sola mirada,
pero en el resto igual, pues casi no sabíamos
los vecinos apelotonados cerca del tapial
cuál de ellos iba a dirigir el acto;
aquél digo, dijo unas palabras
que luego para nosotros, la gente del lugar,
simplificaron
como si hubiese dicho:
-“Lázaro, sal fuera”,
y nos volvimos luego, ya caída la tarde,
rumiando fatigados la saliva,
diciéndonos que nada parecía parecerse a lo visto,
como si otra cosa hubiera acontecido,
distinta o más secreta, y de ella no alcanzáramos
más que la sola forma natural del suceso.
(“Treinta y siete fragmentos”, 1971)
XXVII
Supo
después de mucho tiempo en la espera metódica
de quien aguarda un día
el seco golpe del azar,
que sólo en su omisión o en su vacío
el último fragmento llegaría a existir.
(“Treinta y siete fragmentos”, 1971)
TERROTORIO
Ahora entremos en la penetración,
en el reverso incisivo
de cuanto infinitamente se divide.
Estamos en la sombra partida,
en la cúpula de la noche
con el dios que revienta en sus entrañas,
en la partición indolora de la célula,
en el revés de la pupila,
en la extremidad terminal de la materia
o en su solo comienzo.
Nadie podría ahora arrebatarme
al territorio impuro de este canto
ni nadie tiene en tal lugar
poder sobre mi sueño.
Ni dios ni hombre.
Procede sola de la noche la noche,
como de la duración lo interminable,
como de la palabra el laberinto
que en ella encuentra su entrada y su salida
y como de lo informe viene hasta la luz
el limo original de lo viviente.
(“Interior con figuras”, 1973-1976)
LÁZARO
Al final sólo queda
la voz, la voz, la poderosa voz
de la llamada:
-Lázaro,
ven fuera.
Animal de la noche,
sierpe, ven, da forma
a todo lo borrado.
(“Interior con figuras”, 1973-1976)
CITA
Llevo
tal cantidad de vidas no narradas
debajo de mi falsa cabellera,
tal cantidad de fechas incumplidas.
No me digas jamás ni siempre.
Búscame.
Pues cómo de otro modo
iba a saber si estoy o si no he vuelto
o cómo si he llegado o cómo cuándo
si el que ha llegado soy o el que me espera.
No encadenes a nadie al pie de nunca.
(“Interior con figuras”, 1973-1976)
MATERIAL MEMORIA I
Entró en el tacto,
subió hasta el paladar,
estableció su reino
en la saliva última
donde los limos del amor reposa.
(“Interior con figuras”, 1973-1976)
MATERIAL MEMORIA II
Un torso de mujer desnudo en el espejo
como fragmentos de un desconocido amor.
Y ahora quien podría
descifrar este signo,
reconstruir lo nunca ya después vivido,
reanimar, exánime, el amor.
(“Interior con figuras”, 1973-1976)
COMPAÑERA DE HOY
Para Alfonso Costafreda, en memoria
Hemos estado
demasiado combatidos por la muerte,
demasiado fatigados por su sola
continua voz aciaga en los espejos
para no agradecer
la simple rama de la luz
que en tiempo de dolor florece.
La pongo sobre ti,
mi amigo,
para que sea tu propia muerte conjurada.
Porque morir fue al cabo
el solo modo de vencer la muerte
y no era inútil
la vocación, el fuego o el destino nuestro.
Del horror de la noche
sólo la noche y tú fuisteis testigo.
Mas tú ya dieras testimonio,
como la simple luz en que la noche
del combatiente oscuro desemboca
da en tiempo de dolor
testimonio de ti,
la simple luz, tu compañera
de hoy, mi amigo.
(“Interior con figuras”, 1973-1976)
PICASSO-GUERNICA-PICASSO: 1973
No el sol, sino la súbita bombilla pálida ilumina
la artificial materia de la muerte.
El espacio infinito de una sola agonía,
las repentinas formas rotas
en mil pedazos de vida violenta
sobre la superficie lívida del gris.
No el sol, sino la pálida
bombilla eléctrica del frío
horror que hizo nacer
el gris coagulado de Guernica.
Nadie puede tender sobre tal sueño
el manto de la noche,
callar tal grito,
tal lámpara extinguir
que alumbra
la explosión de la muerte interminable,
la cámara interior donde no puede
reposar ni morir en el gris de Guernica
la memoria.
(“Interior con figuras”, 1973-1976)
LA NOCHE
Déjame ahora
que igual que tú con la palabra tú
que así prolongas
para que sea el nombre que has querido darme,
acaricie tu largo cuerpo duro,
el brillo de tu piel que un vaho
mortal humedecía.
Y déjame aún beber
la sed inagotable de la noche.
Cuánta sed engendramos
para que nunca nadie de aquella sed dijera:
fue extinguida.
Y ahora te digo déjame aún beber
en la manida misma de tu sed
tu sed.
Reténme, cierva,
poder lunar,
en la raíz del agua.
(“Interior con figuras”, 1973-1976)
MATERIA
Convertir la palabra en la materia
donde lo que quisiéramos decir no pueda
penetrar más allá
de lo que la materia nos diría
si a ella, como a un vientre,
delicado aplicásemos,
desnudo, blanco vientre,
delicado el oído para oír
el mar, el indistinto
rumor del mar, que más allá de ti,
el no nombrado, te engendra siempre.
(“Interior con figuras”, 1973-1976)
TRANSPARENCIA DE LA MEMORIA
Cómo en un gran salón desierto al cabo los espejos
han absorbido todas las figuras,
tal en el centro inmóvil bebe
la luz desnuda todo lo visible.
(“Interior con figuras”, 1973-1976)
DESAPARICIÓN, FIGURAS
Tomar un baño es una breve
solución general contra la nada.
Intento componer el loto o conjugar tan sólo en mi favor
los arcanos mayores.
Todo inútil.
Judit ha venido, ha entrado suave o se ha deslizado
desde su cabellera al lecho.
Ha penetrado
por la respiración como animal de presa.
Tentó el hálito y en el preciso punto en que éste recomienza
su efímera carrera
decapitó de un solo tajo el sexo antaño poderoso.
Pusieron crisantemos en la bañera roja.
Sumergirse en el agua,
entrar en su calor apenas soportable en un comienzo
bloquea la exacerbada percepción de mezquinos problemas.
Pongamos por ejemplo el cuchillo,
la hoja acerada
y fría
que el vapor no empaña.
Viene hasta el corazón
que no percibe en ella
más que la posibilidad de un objeto perfecto.
Por supuesto,
el centro de la meditación es una sílaba.
Pongamos el puñal,
pongamos el diamante,
pongamos por ejemplo el fuego.
Los oficiantes rodearon de mirto y de laurel la bañera anegada.
El cuerpo no estaba aún definitivamente consumido.
Se abrió las venas,
escogió la posición de la cabeza
para que el sueño no fuese demasiado súbito
y empezó a tantear como otras veces
idénticas palabras improbables.
Enmudeciste, nos dijeron.
(El coro de los danzantes se disolvió en la sombra)
“Interior con figuras”, 1973-1976
FRAGMENTO SIN NOMBRE
¿Cuál fue la hora que esperamos tanto,
que vino al fin y no reconocimos
y se nos dio para soñar el sueño
que nunca nos había visitado?
(“Interior con figuras”, 1973-1976)
EN EL RECINTO SELLADO DE ESTE SUEÑO
Como desde su propia oscura luz baja el deseo
al no mortal destino de la carne,
como el ala del ángel
abriéndose en el seno de la sombra
o el súbito encuentro
del ave con su vuelo,
así entran las aguas
que nos hacen nacer y nos anegan
en el recinto sellado de este sueño.
(“Interior con figuras”, 1973-1976)
CANCIÓN PARA FRANQUEAR LA SOMBRA
Un día nos veremos
al otro lado de la sombra del sueño,
vendrán a ti mis ojos y mis manos
y estarás y estaremos
como si siempre hubiéramos estado
al otro lado de la sombra del sueño.
(“Interior con figuras”, 1973-1976)
ANTECOMIENZO
No detenerse.
Y cuando ya parezca
que has naufragado para siempre en los ciegos meandros
de la luz, beber aún en la desposesión oscura,
en donde sólo nace el sol radiante de la noche.
Pues también está escrito que el que sube
hacia este sol no puede detenerse
y va de comienzo en comienzo
por comienzos que no tienen fin.
(“Interior con figuras”, 1973-1976)
Objetos de la noche.
Sombras.
Palabras
con el lomo animal mojado por la dura
transpiración del sueño
o de la muerte.
Dime
con que rotas imágenes ahora
recomponer el día venidero,
trazar los signos,
tender la red al fondo,
vislumbrar en lo oscuro
el poema o la piedra,
el don de lo imposible.
(“Material memoria”, 1977-1978)
PALABRAS
A María Zambrano
Palabra
hecha de nada.
Rama
en el aire vacío.
Ala
sin pájaro.
Vuelo
sin ala.
Órbita
de qué centro desnudo
de toda imagen.
Luz
donde aún no forma
su innumerable rostro lo visible.
(“Material memoria”, 1977-1978)
EL ÁNGEL
Al amanecer,
cuando la dureza del día es aún extraña,
vuelvo a encontrarme en la precisa línea
desde la que la noche retrocede.
Reconozco tu oscura transparencia,
tu rostro no visible,
el ala o filo con el que he luchado.
Estás o vuelves o reapareces
en el extremo límite, señor
de lo indistinto.
No separes
la sombra de la luz que ella ha engendrado.
(“Material memoria”, 1977-1978)
TRES DEVORACIONES
I
Extendió los manteles
de su avidez sobre mi mesa
muerta y en nombre de su grande
indestructible amor
fue destruyéndome
mientras contrito yo de mí lloraba
un llanto tenue, azul y solitario
bajo la sombra
de ningún otro amor.
II
Él te devorará a ti, tú
me devoras, yo
te devoraría a vosotros mientras
un muerto inacabable nos devora
que abre feliz autófagas sus fauces.
III
Y cuidadosamente puso
sobre la flor sin fin de mi cadáver
su inalterable luz
-oh muerte,
donde está tu victoria.
(“Material memoria”, 1977-1978)
Como el oscuro pez del fondo
gira en el limo húmedo y sin forma,
desciende tú
a lo que nunca duerme sumergido
como el oscuro pez del fondo.
Ven
al hálito.
(“Material memoria”, 1977-1978)
Pliegue de la materia
en donde reposaba
incandescente el solo
residuo vivo del amor.
(“Material memoria”, 1977-1978)
Cómo se abría el cuerpo del amor herido
como si fuera un pájaro de fuego
que entre las manos ciegas se incendiara.
No supe el límite.
Las aguas
podían descender de tu cintura
hasta el terrible borde de la sed,
las aguas.
(“Material memoria”, 1977-1978)
En el descenso oscuro
del paladar a la materia húmeda
lo amargo llena
de pájaros raíces el deseo.
(“Material memoria”, 1977-1978)
Mientras pueda decir
no moriré.
Mientras empañe el hálito
las palabras escritas en la noche
no moriré.
Mientras la sombra de aquel vientre baje
hasta el vértice oscuro del encuentro
no moriré.
No moriré.
Ni tú conmigo.
(“Material memoria”, 1977-1978)
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