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POETAS 58. Antonio Machado II (Campos de Castilla)

 
 


Antonio Machado Ruíz nació en Sevilla el 26 de julio de 1875, en el seno de una familia de clase media. Sus orígenes familiares le colocan en la tradición del liberalismo español. Su abuelo fue rector de la Universidad de Sevilla e introductor del darwinismo en España. Su padre, Machado y Alvárez fue un reconocido investigador del folklore, recopilador de canciones y coplas. Al triunfar la restauración, su radicalismo le pondrá dificultades para ejercer la abogacía. En 1881, la familia se traslada de Sevilla a Madrid cuando el abuelo, Machado y Núñez, es nombrado decano de Ciencias de la Universidad Central. Antonio Machado hizo sus primeros estudios en la Institución Libre de Enseñanza y fue alumno de Francisco Giner de los Ríos, por quien iba a sentir siempre devoción. Desde 1889 estudiará en el Instituto de San Isidro. En 1893, año en que muere el padre, inicia sus primeras publicaciones en revistas. Durante los años posteriores malvive realizando colaboraciones para enciclopedias, diversas traducciones e incluso entra como meritorio en la compañía María Guerrero. Son años de bohemía. En 1900 obtiene tardíamente el título de bachiller, hace su segundo viaje a París y es nombrado vicecónsul de Guatemala, cargo que ostentará durante unos meses. En 1903 publica su libro “Soledades”; vive ya dedicado a la poesía y mata las horas conversando en las tertulias de café. Firma, junto con su hermano y otros jóvenes escritores,  un manifiesto contra el nobel concedido a Echegaray. En 1906 prepara oposiciones a cátedras de francés, aprovechando que la legislación de la época no exigía el título de licenciado. 1907 va a ser un año clave para el poeta. Publica "Soledades, Galerías y otros poemas", aprueba la oposición y obtiene como destino un instituto en la ciudad de Soria. En la pensión donde se hospeda, intima con la hija de los patrones, Leonor, una joven a la que casi dobla la edad y con la que se casará dos años más tarde. En 1910 una beca concedida por la Junta de Ampliación de Estudios le permitirá volver a París. Durante un año asistirá a los famosos viernes de Bergson, en le College de France, coincidiendo en el aula con otro conocido poeta: T. S. Eliot. Bergson le va a facilitar la terminología que le servirá para darle nombre al temporalismo en que por esa época anda inmerso el poeta. La repentina enfermedad de su mujer lleva al matrimonio a regresar a Soria. Allí fallece Leonor en agosto de 1912, año en que publica el libro que había ido gestándose en estos años: “Campos de Castilla”. Ese mismo año consigue un traslado al  instituto de Baeza, donde pasará los siguientes siete años, hasta 1919. El entorno provinciano, caciquil e inculto de Baeza va a dejar impronta en la poesía que escribe en esta época. El tiempo que permanece en Baeza es un periodo reflexivo, que vuelca en la lectura de los clásicos de la filosofía, disciplina en la que se licenciará por libre en 1917. Este año será también importante porque es doblemente publicado: por la editorial calleja –“Páginas escogidas”- y por la Residencia de Estudiantes –“Poesía completa”. En 1919 se traslada a un instituto de Segovia. La proximidad con Madrid le permite reavivar la relación con sus hermanos y respirar de nuevo el ambiente literario de la capital. A pesar de su liberalismo, los años de dictadura de Primo de Rivera no le apean del favor institucional que goza y es nombrado en  1927 miembro de la Real Academia de la Lengua, frente a la candidatura de Gabriel Miró. Un año más tarde conoce a la poetisa Pilar de Valderrama, que le va a inspirar los versos dedicados a Guiomar.  En septiembre de 1933 es destinado al Instituto “Calderón de la Barca” de Madrid. Allí vive con su madre y su hermano José y acude a diario a la tertulia en la que participan su hermano Manuel, Ricardo Baroja y, esporádicamente, Unamuno y Cossio. En el diario el Sol salen publicados los primeros textos de Juan de Mairena, pero su publicación en forma de libro no llegará hasta 1936. Ese año participa en actos próximos al frente popular: un homenaje a Alberti y la firma del manifiesto de la Unión Universal por la Paz. Al estallar la guerra civil, Antonio Machado se adhiere a la causa republicana y comienza a escribir en su defensa. En noviembre de ese año se traslada con su madre a Valencia. El 1 de mayo de 1937 pronuncia un discurso en  las Juventudes socialistas antifascistas, defendiendo un modelo de convivencia basado en el trabajo, en la igualdad de oportunidades y en la abolición de los privilegios de clase. También abjura del marxismo por la visión excesivamente economicista que da del hombre. En julio participa en el Congreso de intelectuales para la defensa de la cultura. En abril de 1938 es evacuado a Barcelona; pese a los achaques de salud, sigue colaborando en diversos periódicos. El 2 de enero de 1939 vuelve a ser evacuado, esta vez con la intención de abandonar el país por la frontera con Francia. A finales de enero llega a Colliure gravemente enfermo. Allí muere, en el pequeño hotel donde se alojaba, el 2 de febrero de 1939. Su madre apenas le sobrevivirá tres días. Se ofrece a continuación dos reseñas biográficas bosquejadas por el propio Machado.


Nací en Sevilla una noche de julio de 1875, en el célebre palacio de Las Dueñas, sito en la calle del mismo nombre.
Mis recuerdos de la ciudad natal son todos infantiles, porque a los ocho años pasé a Madrid, adonde mis padres se trasladaron, y me eduqué en la Institución Libre de Enseñanza. A sus maestros guardo vivo afecto y prfunda gratitud. Mi adolescencia y mi juventud son madrileños. He viajado algo por Francia  y por España. En 1907 obtuve cátedra de Lengua Francesa, que profesé durante cinco años en Soria. Allí me casé: allí murio mi esposa, cuyo recuerdo me acompaña siempre. Me trasladé a Baeza, donde hoy resido. Mis aficiones son pasear y leer.
                                                                                1917

De Madrid a París a los veinticuatro años (1899). París era todavía la ciudad del “affaire Dreyfus” en política, del simbolismo en poesía, del impresionismo en pintura, del escepticismo elegante en la crítica. Conocí personalmente a Oscar Wilde y Jean Moréas. La gran figura literaria, el gran consagrado, era Anatole France.
De Madrid a París (1902). En este años conocí en París a Ruben Darío.
De 1903 a 1910, diversos viajes por España: Granada, Córdoba, tierras de Soria, las fuentes del Duero, ciudades de Castilla, Valencia,  Aragón.
De Soria a París (1910). Asistí a un curso de Henri Bergson en el Colegio de Francia.
De 1912 a 1919, desde Baeza a las fuentes del Guadalquivir y a casi todas las ciudades de Andalucía.
Desde 1919 paso la mitad de mi tiempo en Segovia y en Madrid la otra mitad, aproximadamente. Mis últimas excursiones han sido Ävila, León, Palencia y Barcelona (1928).
                                                                            1931



RETRATO

Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierra de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero.

Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido
-ya conocéis mi torpe aliño indumentario-,
mas recibí la flecha que me asignó Cupido,
y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario.

Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.

Adoro la hermosura, y en la moderna estética
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;
mas no amo los afeites de la actual cosmética,
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.

Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna,
A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una.

¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera
mi verso, como deja el capitán su espada:
famosa por la mano viril que la blandiera,
no por el docto oficio del forjador preciada.

Converso con el hombre que siempre va conmigo
-quien habla solo espera hablar a Dios un día-;
mi soliloquio es plática con este buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.

Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho donde yago.

Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.


A ORILLAS DEL DUERO

Mediaba el mes de julio. Era un hermoso día.
Yo, solo, por las quiebras del pedregal subía,
buscando los recodos de sombra, lentamente.
A trechos me paraba para enjugar mi frente
y dar algún respiro al pecho jadeante;
o bi9en, ahincando el paso, el cuerpo hacia adelante
y hacia la mano diestra vencido y apoyado
en un bastón, a guisa de pastoril cayado,
trepaba por los cerros que habitan las rapaces
aves de altura, hollando las hierbas montaraces
de fuerte olor -romero, tomillo, salvia, espliego-.
sobre los agrios campos caía un sol de fuego.

Un buitre de anchas alas con majestuoso vuelo
cruzaba solitario el puro azul del cielo.
Yo divisaba, lejos, un monte alto y agudo,
y una redonda loma cual recamado escudo,
y cárdenos alcores sobre la parda tierra
-harapos esparcidos de un viejo arnés de guerra-,
las serrezuelas calvas por donde tuerce el Duero
para formar la corva ballesta de un arquero
en torno a Soria. -Soria es una barbacana,
hacia Aragón, que tiene la torre castellana-.
Veía el horizonte cerrado por colinas
oscuras, coronadas de robles y de encinas;
desnudos peñascales, algún humilde prado
dond el merino pace y el toro, arrodillado
sobre la hierba, rumia; las márgenes del río
lucir sus verdes álamos al claro sol de estío,
y, silenciosamente, lejanos pasajeros,
!tan diminutos! -carros, jinetes y arrieros-,
cruzar el largo puente, y bajo las arcadas
de piedra ensombrecerse las aguas plateadas
del Duero.
                  El Duero cruza el corazón de roble
de Iberia y de Castilla.
                                        !Oh, tierra triste y noble,
la de los altos llanos y yermos y roquedas,
de campos sin arados, regatos ni arboledas;
decrépitas ciudades, caminos sin mesones,
y atónitos palurdos sin danzas ni canciones
que aún van, abandonando el mortecino hogar,
como tus largos ríos, Castilla, hacia la mar!

Castilla miserable, ayer dominadora,
envuelta en sus andrajos desprecia cuanto ignora.
¿Espera, duerme o sueña? ¿La sangre derramada
recuerda, cuando tuvo la fiebre de la espada?
Todo se mueve, fluye, discurre, corre o gira;
cambian la mar y el monte y el ojo que los mira.
¿Pasó? Sobre sus campos aún el fantasma yerra
de un pueblo que ponía a Dios sobre la guerra.

La madre en otro tiempo fecunda en capitanes,
madrastra es hoy apenas de humildes ganapanes.
Castilla no es aquella tan generosa un día,
cuando Myo Cid Rodrigo el de Vivar volvía,
ufano de su nueva fortuna y su opulencia,
a regalar a Alfonso los huertos de Valencia;
o que, tras la aventura que acreditó sus bríos,
pedía la conquista de los inmensos ríos
indianos a la corte, la madre de soldados,
guerreros y adalides que han de tornar, cargados
de plata y oro, a España, en regios galeones,
para la presa cuervos, para la lid leones.
Filósofos nutridos de sopa de convento
contemplan impasible el amplio firmamento;
y si les llega en sueños como un rumo distante,
clamor de mercaderes de muelles de Levante,
no acudirán siquiera a preguntar ¿qué pasa?
Y ya la guerra ha abierto las puertas de su casa.

Castilla miserable, ayer dominadora,
envuelta en sus harapos desprecia cuanto ignora.

El sol va declinando. De la ciudad lejana
me llega un armonioso tañido de campana
-ya irán a su rosario las enlutadas viejas-.
De entre las peñas salen dos lindas comadrejas;
me miran y se alejan, huyendo, y aparecen
de nuevo, !tan curiosas!… Los campos se oscurecen.
Hacia el camino blanco está el mesón abierto
al campo ensombrecido y al pedregal desierto.


POR TIERRAS DE ESPAÑA

El hombre de estos campos que incendia los pinares
y su despojo aguarda como botín de guerra,
antaño hubo ráido los negros encinares,
talado los robustos robledos de la sierra.

Hoy ve a sus pobres hijos huyendo de sus lares;
la tempestad llevarse los limos de la tierra
por los sagrados ríos hacia los anchos mares;
y en páramos malditos trabaja, sufre y yerra.

Es hijo de una estirpe de rudos caminantes,
pastores que conducen sus hordas de merinos
a Extremadura fértil, rebaños trashumantes
que mancha el polvo y dora el sol de los caminos.

Pequeño, ágil, sufrido, los ojos de hombre astuto,
hundidos, recelosos, movibles; y trazadas
cual arco de ballesta, en el semblante enjuto
de pómulos salientes, las cejas muy pobladas.

Abunda el hombre malo del campo y de la aldea,
capaz de insanos vicios y crímenes bestiales,
que bajo el pardo sayo esconde un alma fea,
esclava de los siete pecados capitales.

Los ojos siempre turbios de envidia o de tristeza,
guarda su presa y llora la que el vecino alcanza;
ni para su infortunio ni goza su riqueza;
le hieren y acongojan fortuna y malandanza.

El numen de estos campos es sanguinario y fiero:
al declinar la tarde, sobre el remoto alcor,
veréis agigantarse la forma de un arquero,
la forma de un inmenso cantauro flechador.

Veréis llanuras bélicas y páramos de asceta
-no fue por estos campos el bíblico jardín-:
son tierras para el águila, un trozo de planeta
por donde cruza errante la sombra de Caín.


EL DIOS IBERO

Igual que el ballestero
tahúr de la cantiga,
tuviera una saeta el hombre ibero
para el Señor que apedreó la espiga
y malogró los frutos otoñales,
y un “gloria a ti” para el Señor que grana
centenos y trigales
que el pan bendito le darán mañana.

“Señor de la ruina,
adora porque aguardo y porque temo:
con mi oración se inclina
hacia la tierra un corazón blasfemo.

“!Señor con quien arranco el pan con pena,
sé tu poder, conozco mi cadena!
!Oh dueño de la nube del estío
que la campiña arrasa,
del seco otoño, del helar tardío
y del bochorno que la mies abrasa!

“!Señor del iris, sobre el campo verde
donde la oveja pace,
Señor del fruto que el gusano muerde
y de la choza que el turbión deshace,

“tu soplo el fuego del hogar aviva,
tu lumbre da sazón al rubio grano,
y cuaja el hueso de la verde oliva,
la noche de San Juan, tu Santa mano!

“Oh dueño de fortuna y de pobreza,
ventura y malandanza,
que al rico das favores y pereza
y al pobre su fatiga y su esperanza!”

“!Señor, Señor: en la voltaria rueda
del año he visto mi simiente echada,
corriendo igual albur que la moneda
del jugador en el azar sembrada!

“Señor, hoy paternal, ayer cruento,
con doble faz de amor y de venganza
a ti, en un dado de tahúr al viento
va mi oración, blasfemia y alabanza!”

Este que insulta a Dios en los altares,
no más atento al ceño del destino,
también soñó camino en los mares
y dijo: es Dios sobre la mar camino.

¿No es él quien puso a Dios sobre la guerra,
más allá de la suerte,
más allá de la tierra,
más allá de la mar y de la muerte?

¿No dio la encina ibera
para el fuego de Dios la buena rama,
que fue en la santa hoguera
de amor una con Dios en pura llama?

Mas hoy… !Qué importa un día!
Para los nuevos lares
estepas hay en la floresta umbría,
leña verde en los viejos encinares.

Aún larga patria espera
abrir al corvo arado sus besanas;
para el grano de Dios hay sementera
bajo cardos y abrojos y bardanas.

!Qué importa un día! Está el ayer alerto
al mañana, mañana al infinito,
hombres de España, ni el pasado ha muerto,
ni está el mañana -ni el ayer- escrito.

¿Quién ha visto la faz al Dios hispano?
Mi corazón aguarda
al hombre ibero de la recia mano,
que tallará en el roble castellano
el Dios adusto de la tierra parda.


A UN OLMO SECO

Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo,
algunas hojas verdes le han salido.

!El olmo centenario en la colina
que lame el Duero! Un musgo amarillento
le mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.

No será, cual los álamos cantores
que guardan el camino y la ribera,
habitado de pardos ruiseñores.

Ejército de hormigas en hilera
va trepando por él, y en sus entrañas
arden sus telas grises las arañas.

Antes que te derribe, olmo del Duero,
con tu hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas de alguna mísera caseta,
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.


EL MAÑANA EFÍMERO

La España de charanga y pandereta,
cerrado y sacristía
devota de Frascuelo y de María,
de espíritu burlón y de alma inquieta,
ha de tener su mármol y su día,
su infalible mañana y su poeta.
El vano ayer engendrará un mañana
vacío y !por ventura! pasajero.
Será un joven lechuzo y tarambana,
un sayón con hechuras de bolero,
a la moda de Francia realista,
un poco al uso de París pagano,
y al estilo de España especialista
en el vicio al alcance de la mano.
Esa España inferior que ora y bosteza,
vieja y tahúr, zaragatera y triste;
esa España inferior que ora y embiste,
cuando se digna usar de la cabeza,
aún tendrá luengo parto de varones
amantes de sagradas tradiciones
y de sagradas formas y maneras;
florecerán las barbas apostólicas,
y otras calvas en otras calaveras
brillarán, venerables y católicas.
El vano ayer engendrará un mañana
vacío y “por ventura” pasajero,
la sombra de un lechuzo tarambana,
de un sayón con hechuras de bolero;
el vacuo ayer dará un mañana huero.
Como la náusea de un borracho ahíto
de vino malo, un rojo sol corona
de heces turbias las cumbres de granito;
hay un mañana estomagante escrito
en la tarde pragmática y dulzona.
Mas otra España nace,
la España del cincel y de la maza,
con esa eterna juventud que se hace
del pasado macizo de la raza.
Una España implacable y redentora,
España que alborea
con un hacha en la mano vengadora,
España de la rabia y de la idea.
                                                               1913

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