domingo, 28 de mayo de 2017

POETAS 67. Konstantino Kavafis VI (Historia de una vida)



 
 
Konstantino Kavafis nació en Alejandría el 29 de abril de 1963 en el seno de una familia de comerciantes de clase elevada, siendo el menor de nueve hermanos. Kavafis contaba siete años cuando murió su padre, quien había dejado una menguada fortuna después de haberse convertido en uno de los comerciantes más ricos de la ciudad. En 1873 se traslada con su familia a Liverpool, donde su padre ya había fundado una compañía comercial de exportación de algodón que  también operaba en Londres. En esta última ciudad residió durante seis años, llegando a hablar un perfecto inglés que más tarde le sirvió para ascender dentro de la administración egipcia. Ante la quiebra de la compañía familiar, tras una serie de desafortunadas operaciones en bolsa, la familia regresó a Alejandría en 1877. Los tumultos ocurridos en  junio de 1882, atizados por los nacionalistas árabes contra los cristianos y europeos, con la posterior ocupación inglesa de la ciudad de Alejandría, obligaron a los Kavafis a refugiarse en Constantinopla.  Tras residir en esa ciudad tres años, la familia regresó a  Alejandría, donde  Konstantino Kavafis comenzó a trabajar como corredor de la bolsa de Algodón. Más tarde consiguió un trabajo sin remunerar en la Oficina de Riegos con la esperanza de obtener un puesto fijo, lo que acabó logrando en abril de 1892. En esa misma oficina, con algún que otro ascenso, siguió trabajando hasta que en 1922 se acogió a una jubilación anticipada que le era favorable y que le permitió vivir sus últimos años ya dedicado a la poesía y a la escasa difusión de su obra. Se dice que Kavafis escogió adrede un trabajo mal remunerado con mucho tiempo libre para poder dedicarse por entero a su arte. Su propia familia había tratado de mantenerle lejos del mundo laboral con el propósito de que pudiera explotar su talento precoz a través de una carrera en el mundo de las letras. Aunque Kavafis no llego a gozar del mismo lujo que rodeó a su familia en vida de su padre, llegó a alcanzar una posición holgada que le permitió ciertos caprichos fuera del alcance de la mayoría de sus conciudadanos. Sin embargo, no resultaba raro oír a Kavafis maldecir de su trabajo precisamente porque le quitaba tiempo para su arte “Cuantas veces –confesó Kavafis a un joven poeta-, durante mi trabajo, me llega una bella idea, una rara imagen, con imprevistos versos del todo resueltos, y me veo obligado a abandonarlos porque el trabajo no se puede dejar pasar de largo”. Como oficinista disponía de un salario alto para la época  y su periodo de vacaciones llegaba a durar hasta 12 semanas anuales. Kavafis entró a trabajar en la oficina con la tarea de copiar cartas a mano. Más tarde pasó a ser el corrector de las cartas que copiaban otros y podía llegar a corregir la misma carta una y otra vez, cargando las tintas en cada signo de puntuación. Según alguno de sus subordinados, su disimulo en el trabajo llegaba hasta el extremo “de llenar su mesa de carpetas que abría y llenaba de papeles para dar la impresión de que estaba sobrecargado de trabajo. Luego, cuando llegaba la hora de salir, los recogía y los volvía a poner en su sitio” A pesar de que Kavafis comenzó a escribir a una edad temprana, él mismo fechó el inicio de su carrera poética a partir de 1891. Cuenta su confidente Melanos que durante esos primeros años, tras su vuelta a Alejandría, la pasión le dominaba de tal manera que pasaba noches enteras lejos de su casa, en los barrios bajos, a escondidas, relacionándose con jóvenes obreros en bares y colmados, y viéndose obligado a sobornar a sus propios criados para que no le delatasen. Pero a comienzos de la década de los noventa Kavafis comienza a volcarse en su obra y a publicar poemas en algunas revistas de Alejandría y Atenas, o imprimiéndolos en hojas sueltas, llegando, incluso,  a confeccionar panfletos e impresos para distribuirlos entre amigos y familiares en ediciones no venales. Parece ser que Kavafis nunca se ponía a escribir poemas de principio a fin. Los iba trabajando durante largos periodos, a menudo dejándolos dormitar años enteros, hasta que se le despertaba la inspiración y volvía sobre ellos. Su amigo Sarayannis escribió: “Kavafis no había nacido poeta; se hizo poeta año tras año. Halló su forma definitiva en 1911. Después él creía que sólo a partir de esta fecha había logrado ser poeta y a menudo renegaba de sus poemas anteriores, llegando a hacer desaparecer los panfletos que emitió en 1904 y 1911”. A partir de esa fecha Kavafis se hace consciente de la singularidad de su obra e inicia un nuevo sistema de publicación para un público escogido, en donde combina las hojas sueltas con los folletos, haciendo engrosar un corpus canónico que al final alcanzaría 154 poemas. Con razón afirma Seferis que “a partir de cierto momento que podría situarse hacia 1910, la obra de Kavafis debería ser leída y juzgada no como una serie de poemas separados sino como un poema único”. Un poliédrico poema donde convergen el erotismo y la sensualidad, la vida de la historia y la memoria de su vida, o de otras vidas, todo ello profundizado por una aguda conciencia de su tarea de artista. También es a partir de 1911 cuando su vida amorosa y sexual comienza a hacerse más discreta, a la vez que comienza a apartarse de la vida social. Famosa fue la conferencia sobre la poesía de Kavafis que el 23 de febrero de 1918 dio en Alejandría su amigo Singópulos, y que otro grupo de amigos disidentes intentó impedir a toda costa. Según palabras de su biógrafo, Robert Liddell, en esta conferencia “se establece como una opinión de Kavafis  la de que el artista no puede llevar en su juventud una vida disciplinada, contrariamente a la que deben hacer el estudioso, el político y el comerciante. Sus actividades no tienen necesidad de altas horas en la noche ni de gasto de vitalidad y placer físico –necesitan sólo una cabeza clara por la mañana y durante todo el día-.  Para el artista esa vida disciplinada es imposible y no sería correcta. Kavafis no quiere decir que el artista deba disiparse, sino que debe liberarse”. A partir de 1921,  en que decide no renovar su contrato de trabajo –“por fin me veo libre de esta asquerosidad”, dijo al abandonar su oficina-, Kavafis se recluye en su modesto piso donde pasa los últimos años casi apartado de la vida literaria y rodeado de una cohorte de admiradores que iban a visitarle a diario. Era habitual verle pasear despacio por las calles de Alejandría, con las manos en los bolsillos, deteniéndose a mirar los escaparates y siempre hablando consigo mismo o informándose sobre temas históricos cuando encontraba a alguien que pudiera saciar su curiosidad. Kavafis llegó a ser una figura muy popular en su ciudad, conocido por casi todos los camareros de los cafés y restaurantes donde entraba ávido por estudiar  a los clientes y en donde entablaba conversación con comerciantes, corredores de bolsa y gentes de todas las condiciones y oficios. En su último año de vida perdió la voz y  se vio obligado a comunicarse por medio de notas manuscritas, tras ser sometido a una operación por un cáncer de garganta. Murió el día en que cumplió setenta años, el 29 de abril de 1933.
 
 
*****


DESDE LAS NUEVE…

(1918)

Doce y media. Rápidamente el tiempo ha pasado
desde las nueve cuando encendí mi lámpara
y me senté aquí. Estoy sentado sin leer
ni hablar. A quién podría hablar
en la casa vacía.

La imagen de mi cuerpo joven,
cuando encendí mi lámpara a las nueve,
vino a mi encuentro despertando un perfume
de cámaras cerradas
y pasado placer -!qué audaz placer!
También trajo a mis ojos
calles ahora no reconocibles,
lugares de otro tiempo donde la vida ardió,
teatros y cafés que una vez fueron.

La imagen de mi cuerpo joven
volvió y me trajo también memorias tristes:
las penas familiares, los adioses,
los sentimientos de los míos, los sentimientos
apenas atendidos de los muertos.

Doce y media. Cómo pasan las horas.

Doce y media. Cómo pasan los años.


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CESARIÓN

En parte para verificar las descripciones de un período,
en parte para distraerme un rato,
anoche cogí y comencé a leer
un volumen de epígrafes de Ptolomeo.
Las exageradas loas y alabanzas
son siempre iguales. La gloria sucede a la gloria,
todos famosos, fuertes, llenos de nobles hazañas;
cada uno de sus actos la cumbre de la sabiduría.
E igual con respecto a las mujeres,
cada una posee la fama de Berenice o de Cleopatra.
Cuando hube rememorado mis recuerdos del período,
habría dejado caer el libro
si una breve e insignificante referencia de Cesarión
no me hubiese inmediatamente detenido.

Ah, ahí estás, con tu indefinido
encanto. En la historia hay tan sólo
unas pocas líneas sobre ti,
de modo que puedo moldearte más libremente en mi pensamiento.
Puedo hacerte bello y sensual.
Mi arte da a tu rostro
un atractivo bello y soñador.

Y tan completamente te he imaginado,
que ayer tarde cuando se apagó
mi lámpara -la dejé apagarse-
creí que entrabas en mi aposento,
parecías estar de pie frente a mí como cuando
entraste en Alejandría al ser conquistada,
pálido y cansado, idealizado en tu dolor,
aún esperando que tendrán piedad de ti
los más bajos -aquellos que murmuraban “Demasiados Césares”.


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EN UN PUERTO

(1918)

A Emes, joven de veintiocho años, un navío temio
trajo a este puerto sirio
para que aprendiese el comercio del incienso.
Enfermó durante el viaje. Y desembarcando
aquí, murió al pisar tierra. Fue pobremente
enterrado. Pocas horas antes había
susurrado dulcemente “casa” y “viejos padres”.
Mas nadie supo nunca quiénes eran,
ni cual su ciudad en el gran mundo griego.
Es el mal menor. Porque mientras aquí
en este pequeño puerto yace en paz,
sus padres guardan la esperanza de que aún vive.


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EMILIANO MONAE, ALEJANDRINO (628-655 d. C.)

(1918)

Con educación, aspecto y estudiadas palabras
me haré una sólida armadura;
con ella me enfrentaré a los malvados
sin temor ni flaqueza.

Querrán hacerme daño. Mas no sabrá
nadie de cuantos se me acerquen
dónde están mis heridas, mi punto vulnerable,
bajo los apariencias que me cubran.

– Palabras jactanciosas de Emiliano Monae.
¿Alguna vez hízose tal armadura?
No la usó desde luego mucho tiempo.
a los veintisiete años murió en Sicilia.


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HIJO DE HEBREOS (50 d. C.)

Pintor y poeta, corredor y discóbolo,
bello como Endimión, así era Jantes, hijo de Antonio.
De familia adicta a la Sinagoga.

“Mas días más preciados son aquellos
en que abandono la búsqueda estética,
en que dejo el hermoso y rígido helenismo,
con su obsesiva preocupación

 por la belleza de los miembros blancos y perfectamente dibujados.
Y me convierto en uno de aquellos a los que
siempre quise pertenecer; los hebreos, los elegidos hebreos”.

Declaración demasiado ardiente. “Siempre
a los hebreos, a los elegidos hebreos -“.

Sin embargo no persistió  mucho tiempo en esta idea.
El Hedonismo y el Arte de Alejandría
lo consagraron como a uno de los suyos.


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FAVOR DE ALEJANDRO BALAS

(1921)

Oh qué importa que una rueda partida
en mi carro me haga renunciar a la victoria.
Con excelentes vinos y bajo amadas rosaledas
humedecerás las horas de la noche. Antioquía me pertenece.
Soy el más admirado de sus jóvenes.
Soy la debilidad de Balas, su idolatría.
Mañana dirán que fue injusto el resultado de la carrera.
(Pero, incluso si tuviera el m gusto de exigirlo,
mis cantores dirían que, aun con una rueda rota, mi carro llegó el primero).


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DE LA ESCUELA DE UN CÉLEBRE FILÓSOFO

(1921)

Fue discípulo de Ammonio Sacca durante dos años;
mas la filosofía le aburría tanto como Sacca.

Después sintióse atraído por la política.
Pero la abandonó. El Gobernador era estúpido;
y como él los solemnes y oficiosos imbéciles de su séquito;
su griego era una forma bárbara, qué idiotas.

Su curiosidad le hizo interesarse
por la Iglesia, ser bautizado
y pasar por cristiano. Más pronto
cambio de idea. Sin duda eso disgustaría
a sus padres, prominentes paganos;
y suspenderían en el acto -cosa indeseable-
su asignación generosa.

Desde luego algo había de hacer. Comenzó a frecuentar
las casas de placer de Alejandría,
sus sórdidos burdeles.

La fortuna había sido amable con él,
regalándole una figura sumamente atractiva.
Y él disfrutaba de ese divino obsequio.

Cuanto menos diez años aún
duraría su belleza. Después…
quizá acudiera de nuevo a Sacca.
Y si entretanto el viejo hubiese muerto,
buscaría otro filósofo u otro sofista;
alguien idóneo se encuentra siempre.

Y al final, probablemente incluso
retorne a la política -recordando loablemente
las tradiciones familiares,
los deberes para con su país, y otras pomposidades semejantes.


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ANA DALASSENA

(1927)

Una “bulla áurea” publicó Alexis Kommeno
para honrar debidamente a su madre,
la inteligentísima soberana Ana Dalassena
-su obra dice quién fuera ella-,
repleta de elogios:
pero de tantos elijo aquí tan sólo
por sus nobles sentimientos, la frase
“Ni tuyas ni mías, nunca entre nosotros frías palabras fueron dichas”.

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