Friedrich Schlegel Nace en Hannóver, el 10 de marzo de 1772, hijo de Johanna Christiane Erdmuthe Hübsch y del superintendente general Johann Adolf Schlegel. Pertenecía a una dinastía familiar que se había consagrado al estudio de las letras, de la que había destacado el hermano de su padre, Elias Schlegel, célebre escritor de su tiempo cuyos estudios críticos habían rivalizado con la obra Winckelmann. A pesar de esta tradición familiar, el padre tuerce su vocación por las letras y le obliga a dedicarse al comercio con 16 años, bajo la tutela de un banquero de Leipzig. Un año después comienza sus estudios de Derecho en Gotinga, donde su hermano August Wilhelm, cinco años mayor que él, ya estudiaba filología clásica como discípulo de Heyne. Dentro de éste círculo, retoma su vocación y profundiza en diferentes lenguas y disciplinas artísticas. En 1791 retorna a Leipzig y comienza una larga relación epistolar con su hermano. Al año siguiente conoce a Novalis y a Schiller. Novalis se va a convertir en su mejor amigo y colaborador – de él llegará a decir en carta a su hermano: “El destino ha puesto en mi camino a un joven del que es posible esperarlo todo”-; Schiller se encargará de introducirle en los círculos literarios hasta que se produce la ruptura de la relación, cuatro años más tarde, cuando Schiller encaja mal una crítica desfavorable después de haber sido odiosamente comparado con Goethe. En 1794 se instala en Dresde donde entra en contacto con Humboldt y otras personalidades. Allí se enfrasca en lecturas filosóficas, queda admirado por la obra de Fichte y se empapa de los clásicos de la antigüedad. Fruto de estas lecturas va a ser la redacción, durante el año siguiente, de la obra “Sobre el estudio de la poesía griega”, que todavía tardará dos años en verse publicada. Esta obra se convierte en el primer manifiesto del movimiento romántico, al preconizar una revolución estética que dé un paso más allá del clasicismo. Tal revolución estética debía encaminarse a ordenar el caos de la cultura moderna por medio del desarrollo y predominio de la libertad sobre la naturaleza, haciendo de enlace entre el mundo del pasado -donde prevalece “la formación natural”, guiada por los impulsos naturales y basada en la imitación- con el mundo moderno –en el que impera “la formación artificial”, guiada por la libertad individual y basada en la creatividad. Este juego de fuerzas entre naturaleza y libertad se convierte en el motor que hace desarrollar arte, historia y humanidad hacia un progreso que no tiene fin. La tarea del artista es interiorizar en su conciencia el genio de la época y darle expresión en el seno de una obra abierta que contenga todas estas tensiones. De este modo, el artista se da licencia para mezclar en una misma obra lo épico, lo lírico y lo dramático, lo mismo que el pensamiento discursivo, la crítica, la reflexión y la ciencia. En 1796, Friedrich Schlegel se traslada a Jena junto con su hermano, quien acaba de casarse con Carolina Böhmer. Es en esta ciudad donde traba amistad con Goethe, Fichte y Schelling. Un año más tarde, ya en Berlin, conoce a su futura esposa, Dorothea Veit, hija del filósofo Moses Mendelssohn y esposa de un conocido banquero. Durante esta época se muda a vivir a la casa de Schleiermacher, cuya obra “Los discursos sobre la religión” iba a conmover posteriormente su concepción religiosa. Comienza entonces a publicar los fragmentos del Lyceum, abriendo los cauces de un género que iba a tener fortuna entre los escritores románticos. El “fragmento” se constituye en esbozo de un pensamiento con intención estética, que rehúye lo sistemático para poder expresar mejor lo inabarcable del mundo. En consonancia con esta virtualidad que posee el fragmento de lograr reflectar en su desgajada finitud la totalidad del mundo, comienza a desarrollar su concepción de la ironía: que es para Schlegel “conciencia de la agilidad eterna, del caos y su infinita plenitud”. Se trata de una disposición de ánimo que, mediante la paradoja, permite al artista elevarse por encima de todo lo condicionado y partir de su propio caos para hacer surgir un mundo propio, modo de trascender la subjetividad para dar el salto más allá de sí mismo. En 1798 funda junto con su hermano, la revista Athenäum, donde sale ese año la gran recensión de Friedrich sobre el Wilhelm Meister de Goethe, que consagra la función de esta obra como punto de referencia para la novelística romántica alemana, haciendo de Goethe el portavoz de la nueva sensibilidad. Los dos años que duró esta revista, supervisada remotamente por Goethe, marcan el clímax de la etapa del primer romanticismo. A través de ellas iba a difundir Schlegel sus primeros escritos de juventud. En el verano de 1798 se produce en Dresde el primer encuentro de los componentes de la Frhüromantik (Fichte, Schelling, Carolina, Dorothea, Novalis, Steffens y ambos Schlegel), con el propósito de intervenir activamente en la cultura alemana. Más tarde Ludwid Tieck rememoraría estos años como uno de los más brillantes de su vida, señalando que aquella congregación de espíritus “creaban casi sin interrupción una fiesta de agudezas, buen humor y filosofía”. En 1798 Dorothea Veit se separa de su marido y se va a vivir con Friedrich a Jena. En 1799 publica su novela “Lucinda”, manifiesto del amor romántico, sensual y místico, que se propone como una insurrección ante las convenciones sociales. La muerte de Novalis el 25 de marzo 1801 deja a Friedrich en un estado de orfandad intelectual y supone el inicio de la dispersión del círculo de Jena. Novalis representaba para Schlegel el ejemplo de un espíritu donde se había compenetrado íntimamente poesía y filosofía. La congenialidad con Novalis había llegado hasta tal punto que en uno de los fragmentos Schlegel había podido afirmar: “Lo que tú has pensado, lo pienso yo; lo que yo pienso, lo pensará tú, o lo has pensado ya”. En 1802 viaja a París, donde se reencuentra con Wilhelm von Humboldt. Comienza en esta época su estudio de las lenguas orientales y de la literatura medieval, a la vez que publica el drama “Alarcos”. En 1804 se instala en Colonia para trabajar como docente y se casa finalmente con Dorothea Veit, culminando así una relación que se había hecho íntima desde que ésta se hubiera separado de su marido. Fruto de sus estudios del sanscrito es la publicación de la obra “Sobre la lengua y la sabiduría de los indios”, convirtiéndose en el primer escritor que vierte textos sánscritos a la lengua alemana. Amparándose en la relación que William Jones había descubierto entre el sánscrito y algunas lenguas europeas antiguas y modernas (griego, persa, etc), Schlegel señala a la India como cuna de la cultura europea y la toma como modelo de la búsqueda del infinito que caracterizó el espíritu romántico. Ya en su obra publicada en 1800, “dialogo sobre la poesía”, había proclamado que era en Oriente donde había que buscar el romanticismo supremo. Schlegel fue uno de los primeros escritores en mencionar a los arios como un pueblo que emigró de la India a Europa y que extendió su cultura superior por una amplia franja del viejo mundo. Estas ideas que había esbozado sobre una cultura indogermánica iban a servir para sustentar el mito de una raza aria, noble y superior, que podía ser emparentada con el pueblo germánico. 1808 es también el año en que Friedrich y Dorothea se convierten al catolicismo y se instalan en Viena, donde entra a trabajar como secretario de la corte, iniciando así un sesgo reaccionario en su orientación política, que se extendió también a su obra. A juicio de Rüdiger Safranski, la colaboración de Schlegel con la Santa Alianza ayudó a imprimir en una parte del público “la imagen poética de un romanticismo beato, fijado en la edad media, propenso a la fe católica y al germanismo”, viniendo a desmentir aquella primera etapa romántica más experimental y revolucionaria. Como consejero áulico llegó a desempeñar cargos en la Comisión de Defensa, acompañando al archiduque Carlos en las batallas de Aspern y Walgram. En 1812 colabora como informador político en el Congreso de Viena bajo el auspicio de Metternich. Su dedicación acabará siendo premiada cuando éste le nombra legado imperial austriaco en el Deutscher Bundestag, en Francfort; allí realizará labores de propaganda imperialista hasta 1818. En 1820 publica, en la revista Concordia (fundada por él y que durará hasta 1823) sus últimos trabajos sobre filosofía y estética. En 1827, tras romper relaciones con su hermano, se traslada a Dresde, donde muere un año más tarde.
Se deja aquí una selección de los “fragmentos del Lyceum” (1797) y de sus “Ideas” (1800) publicadas en la revista Athenäum. La traducción al español se le debe a Diego Sánchez Meca y a Anabel Rábade Obradó.
En estos fragmentos se ensalza la labor de la poesía y de la filosofía como instrumentos de formación humana para lograr el progreso en el arte y la ciencia, teniendo como ideal la fusión de ambas. Para lograr esta fusión, la filosofía debe volverse poética y la poesía ha de hacerse filosófica. Pero tal tarea no puede ser culminada sin el concurso de la religión, entendida como la búsqueda de lo divino en el hombre y en la naturaleza. Sin esta idea de lo divino, que es para Schlegel la idea de todas las ideas, no puede alcanzarse ni la cima del arte ni la profundidad de la ciencia. Lo divino, que puede verse en todas partes, en ninguna parte se expresa mejor que en el seno de la propia humanidad, si esta humanidad está representada por “un hombre lleno de sentido”. La humanidad logra cultivarse al modo divino cuando, cultivando la poesía, pone sus pensamientos en concordia con la idea de lo divino que ya lleva en su seno. Se trata sólo, pues, de dar expresión a su propia naturaleza después de haber tomado conciencia de ella. A la vez que la poesía nos engarza con la plenitud de la cultura humana, la filosofía nos permite llegar al fondo de esa humanidad. La humanidad ya contiene el infinito del mundo cuando alcanza su estado de plenitud y profundidad. Pero es la religión la que nos permite relacionarnos con lo infinito, ya que el hombre de religión, en sentido originario, es el que aspira a dar a lo finito la forma de lo eterno. No religión en sentido positivo, sino una religión natural producto de la fantasía humana, a la que nos aproximamos por medio del entusiasmo. La necesidad de encontrar una nueva religión por parte de los románticos descansaba en la idea de que la Religión, al igual que el arte y la ciencia, no puede ser algo estático y sentado canónicamente de una vez por todas, pues también está sometida al mismo proceso progresivo que hace evolucionar a la poesía y a la filosofía. Por este motivo, la religión va a presentarse en la historia siempre transformándose y adquiriendo nuevas formas. La conciencia por parte de los románticos de que la humanidad está sometida a un proceso de progresión sin fin del que se desprenden nuevas formas de expresión en sus diversas dimensiones, de acuerdo con las distintas etapas históricas por las que tiene que pasar, llevó a proponer una nueva mitología que estuviera en consonancia con las exigencias de los nuevos tiempos. En este proyecto utópico donde vuelven a converger poesía, filosofía y religión. Para el Schlegel de los fragmentos y las ideas, el centro de la poesía se halla en la Mitología y en los Misterios de los antiguos. Pero a la nueva cultura le faltaba ese centro al que los griegos habían accedido por medio de la formación natural recibida en intimidad con el mundo sensible. En el diálogo con la poesía, formula la idea de que la nueva mitología que necesita el genio de la época “debe llegar a formarse en la profundidad más honda del espíritu”. Y Schlegel detecta la profundad del espíritu de su época en el nuevo idealismo alemán en ciernes. El será el encargado de surtir una nueva mitología de la razón, una mitología que ha de recorrer el camino inverso que tuvo que salvar la mitología griega, es decir, partiendo de su propio espíritu ha de sacar a la realidad formas ideales que reflejen su mundo interior y su subjetividad. Una mitología que como escribe Schlegel en los fragmentos, sacie el sentimiento de la vida con la idea de lo infinito. Pero la armonización entre lo ideal y lo real sólo lo puede llevar a cabo la poesía. Es de importancia para esta armonización un concepto que toma prestado de Novalis: la mediación. El mediador es aquel que percibe en sí mismo lo divino, se aniquila y renuncia a sí mismo para poder proclamar o comunicar lo divino a todos los hombres. La figura del mediador aparece encarnada en el artista, que representa en sí mismo una obra de la naturaleza a través de toda su persona, ya sea costumbres o actos, palabras u obras. Es en el artista donde la humanidad se convierte en un individuo pleno, digno ejemplar de la especie, que hace de puente entre el mundo pasado y el por venir; órgano superior del alma en cuya sede resplandece preeminentemente lo divino del hombre y hace que fructifique la humanidad interior, que anuncia ya el progreso en el que más tarde se desplegará la historia humana.
FRAGMENTOS DEL LYCEUM (1797)
Se llama artistas a muchos que, en realidad, son obras de arte de la naturaleza.
El genio no es, ciertamente, cosa de la voluntad (willkür), pero sí lo es de la libertad, al igual que el ingenio, el amor y la fe, que en su momento han de llegar a ser artes y ciencias. Debe exigirse genio de todo el mundo, pero sin esperarlo. Un kantiano llamaría a esto el imperativo categórico de la genialidad
Un texto clásico nunca debe poderse comprender totalmente. Pero aquellos que son cultos y que se cultivan deben siempre querer aprender cada vez más de él.
Al igual que un niño es en realidad algo que quiere llegar a ser un hombre, así también el poema es sólo una cosa natural que quiere llegar a ser una obra de arte.
La filosofía es la auténtica patria de la ironía, la cual podríamos definir como belleza lógica: pues dondequiera que se filosofa en diálogos orales y escritos, y en general de manera no totalmente sistemática, se debe ofrecer y exigir ironía; e incluso los estoicos consideraron la urbanidad una virtud. Sin duda hay también una ironía retórica, que usada con moderación produce excelentes efectos, especialmente en la polémica; mas comparada con la sublime urbanidad de la musa socrática es como una pompa del discurso retórico más brillante comparada con una tragedia antigua de estilo elevado. Únicamente la poesía puede alzarse también desde este aspecto hasta la altura de la filosofía, y no se apoya, como la retórica, en retazos irónicos. Hay poemas antiguos y modernos que, en su totalidad, exhalan por doquier universalmente el divino hálito de la ironía. Vive en ellos una verdadera bufonería transcendental. En su interior, la disposición de ánimo que todo lo abarca y que se eleva infinitamente por encima de todo lo condicionado, incluso sobre el arte, la virtud o la genialidad propios en el exterior, la manera mímica al actuar de un buen actor bufo italiano tradicional.
No se debería invocar nunca el espíritu de la Antigüedad como una autoridad. Son una cosa singular los espíritus; no se dejan coger con las manos para enseñárselos a los demás. Los espíritus sólo se muestran a los espíritus. La vía más corta y más concluyente sería acaso también aquí demostrar con buenas obras la posesión de la única fe que nos salva.
Los romanos nos resultan más próximos y más comprensibles que los griegos; y, sin embargo,
la verdadera sensibilidad para con los romanos es incomparablemente más rara todavía que la sensibilidad para con los griegos, porque hay menos naturalezas sintéticas que analíticas. Y es que también hay una sensibilidad propia para las naciones, para los individuos históricos, como para los morales, no sólo para los géneros prácticos, las artes y las ciencias.
Quien quiere algo infinito no sabe lo que quiere. Pero esta frase no se deja invertir.
La ironía es la forma de lo paradójico. Paradójico es todo lo que es a la vez bueno y grande.
El ingenio es sociabilidad lógica.
Lo mismo que los hombres prefieren en sus actos la grandeza a la justicia, así también los artistas quieren ennoblecer e instruir.
Ni el arte ni las obras hacen al artista, sino la sensibilidad y el entusiasmo y el impulso.
¿Cuántos autores hay realmente entre los escritores? Autor significa creador.
Lo que se pierde en las habituales traducciones buenas o excelentes es justamente lo mejor.
Es imposible causar escándalo a alguien si no está dispuesto a escandalizarse.
Todo genuino autor escribe o para nadie, o para todos. Quien escribe para que le lean éste o aquél merece no ser leído.
Los antiguos no son ni los judíos, ni los cristianos, ni tampoco los ingleses de la poesía. No son el pueblo elegido arbitrariamente por Dios para el arte, ni detentan el credo de la belleza más allá del cual no hay salvación posible, ni poseen el monopolio de la poesía.
Un buen acertijo debe ser ingenioso; si no, no queda nada una vez que se ha encontrado la palabra. Tampoco carece de atractivo una ocurrencia ingeniosa que es enigmática en la medida en que ha adivinarse; sólo que su sentido se ha de hacer completamente claro tan pronto como se haya descubierto.
Los siguientes son principios universales de la comunicación literaria: 1) Hay que tener algo que comunicar; 2) hay que tener a alguien a quien se le pueda querer comunicar; 3) hay que comunicarlo realmente, poder compartirlo con él y no simplemente expresarse, a solas, si no, sería más acertado callarse.
Quien no es él mismo enteramente nuevo juzga lo nuevo como si fuera viejo, y lo viejo le resulta a uno siempre nuevo hasta que uno mismo es viejo.
La afectación nace no tanto del afán de ser moderno como del miedo a ser antiguo.
Lo que habitualmente se llama razón es sólo un género de la misma, la razón tenue y acuosa.
Hay también una razón espesa e ígnea, que hace del ingenio propiamente ingenio y que confiere al estilo genuino lo que tiene de elástico y eléctrico.
Si se fija uno en el espíritu y no en la letra, entonces todo el pueblo romano, incluido el senado e incluidos todos los triunfadores y césares, era cínico.
La ironía socrática es la única simulación enteramente involuntaria, y sin embargo, enteramente reflexiva. Es tan imposible fingirla como desvelarla. Para quien no la posee permanece como un enigma incluso tras la más abierta declaración. No ha de engañar a nadie, excepto a aquellos que la toman por un engaño y que, o bien se regocijan en la exquisita malicia de burlarse de todo el mundo, o bien se enfadan cuando barruntan que ellos también estarían acaso incluidos en la burla. En ella todo ha de ser burla y seriedad, todo lealmente sincero y todo profundamente disimulado. Nace de la unión del sentido del buen vivir y el espíritu científico, del encuentro entre la perfecta filosofía natural y la perfecta filosofía técnica. Contiene y provoca un sentimiento del irresoluble conflicto entre lo incondicionado y lo condicionado, de la imposibilidad y necesidad de una plena comunicación. Es la más libre de todas las licencias, pues a través de ella se sitúa uno más allá de sí mismo; pero es también la más reglada, pues es incondicionalmente necesaria. Es un muy buen síntoma cuando los que son armoniosamente ramplones no saben en absoluto cómo tienen que tomarse esta continua autoparodia, ahora creyendo y ahora desconfiando una y otra vez, hasta que la cabeza les da vueltas y toman la burla justamente por cosa seria y lo serio por burla (…)
El escritor analítico observa al lector tal como es; después realiza sus cálculos y dispone su maquinaria para producir en él el efecto preciso. El escritor sintético construye y se forja un lector tal como debería ser; lo imagina, no estático y muerto, sino vivo y con respuesta. Deja que lo que él ha descubierto se desarrolle ante sus ojos paulatinamente, o lo incita a descubrirlo por sí mismo. No quiere producir ningún efecto determinado en él, sino que establece con él las sagradas relaciones de la sinfilosofía o la simpoesía.
La historia entera de la poesía moderna es un continuo comentario al breve texto de la filosofía: todo arte ha de transformarse en ciencia y toda ciencia en arte; poesía y filosofía han de estar unidas.
Todo lo que puede desgastarse con el uso, ¿no era ya desde un principio torcido o romo?
Es indelicado asombrarse de que algo sea bello o grande; como si pudiera ser de otra manera.
IDEAS (1800)
Un hombre de religión es quien vive sólo en lo invisible y para quien todo lo visible tiene sólo la verdad de una alegoría.
Sólo por relación con lo infinito surgen contenido y utilidad; lo que no se relaciona con ello es absolutamente vacío e inútil.
La vida eterna y el mundo invisible sólo se pueden buscar en Dios. En Él viven todos los espíritus, Él es un abismo de individualidad, la única plenitud infinita.
Dejad libre la religión y dará comienzo una nueva humanidad.
El entendimiento –dice el autor de los Discursos sobre la religión– sólo sabe del Universo; cuando la fantasía reina tenéis un dios. Totalmente correcto: la fantasía es el órgano del hombre para la divinidad.
El verdadero hombre de religión siente siempre algo más elevado que la compasión.
Las ideas son pensamientos infinitos, autónomos, siempre dinámicos en sí mismos, divinos.
¿Existe una ilustración? Sólo podría decirse que la hay si se engendrara en el espíritu del hombre un principio semejante a lo que es la luz en nuestro sistema solar, pero no de modo artificioso, sino que pudiera ponerse en libre actividad a voluntad.
Solamente puede ser un artista aquel que tiene una religión propia, una visión original de lo infinito.
Todo concepto de Dios es palabrería vana. Pero la idea de la divinidad es la idea de todas las ideas.
El hombre de religión meramente como tal se halla solo en el mundo invisible. ¿Cómo puede aparecer entre los hombres? No querrá ninguna otra cosa sobre la tierra que dar a lo finito la forma de lo eterno y, así, tenga su tarea los nombres que tenga, debe ser y seguir siendo un artista.
Si las ideas se convierten en dioses, la conciencia de la armonía se convierte entonces en devoción, humildad y esperanza.
La religión debe envolver por todas partes, como su elemento, el espíritu del hombre moral, y este luminoso caos de pensamientos y sentimientos divinos es lo que llamamos entusiasmo.
Artista es aquel para quien el fin y el medio de la existencia es cultiva su sensibilidad (Sinn).
Es propio de la humanidad que tenga que elevarse por encima de la humanidad.
La virtud es razón transformada en energía.
La simetría y la organización de la historia nos enseñan que la humanidad, desde que comenzó a existir, comenzó siendo ya realmente una persona, un individuo. En esta inmensa persona de la humanidad Dios se ha hecho hombre.
La vida y la fuerza de la poesía consiste en que salga de sí misma, arranque un pedazo de la religión y, apropiándoselo, retorne entonces a sí misma. Exactamente lo mismo ocurre también con la filosofía.
La filosofía de Platón es un digno prólogo a la religión del futuro.
Quien tiene religión, hablará como poeta. Pero para buscarla y descubrirla el instrumento es la filosofía.
Todo hombre completo tiene un genio. La verdadera virtud es la genialidad.
Una relación determinada con la divinidad debe resultar al místico tan insoportable como una visión determinada o concepto de la misma.
Nada más necesario para la época que un contrapeso frente a la revolución y el despotismo que ésta ejerce sobre los espíritus por medio de la aglutinación de los supremos intereses mundiales. ¿Dónde hemos de buscar y hallar este contrapeso? La respuesta no es difícil: indiscutiblemente, en nosotros mismos; y quien ha capturado ahí el centro de la humanidad, habrá encontrado también ahí al mismo tiempo el punto medio de la cultura moderna y la armonía de todas las artes y ciencias hasta ahora separadas y en conflicto.
Lo que los hombres son entre las demás formas de la tierra, eso son los artistas entre los hombres.
A Dios no lo vemos, pero vemos por todas partes lo divino; no obstante, lo vemos sobre todo y de la manera más propia en el centro de un hombre lleno de sentido (sinnvoll), en la profundidad de una obra humana viva. Puedes sentir inmediatamente, pensar inmediatamente la naturaleza, el Universo; pero no la divinidad. Sólo el hombre entre los hombres puede cultivar la poesía y pensar de acuerdo con la divinidad, y vivir con religión. Nadie puede ser un mediador directo para sí mismo, ni siquiera para su espíritu, porque el mediador tiene que ser un puro objeto, cuyo centro pone fuera de sí el que lo contempla. Uno elige y se establece para sí el mediador, pero uno sólo puede elegir y establecerse como mediador a quien ya se ha establecido a sí mismo como tal. Un mediador es aquel que percibe en él mismo lo divino y, aniquilándose, renuncia a sí mismo para proclamar, comunicar y presentar lo divino a todos los hombres con sus costumbres y sus actos, con sus palabras y sus obras. Si este impulso no tiene éxito, es que lo percibido no era divino o no era realmente propio. Mediar y ser mediado es toda la vida superior del hombre, y toda artista es un mediador para todos los demás.
Un artista es quien tiene su centro en sí mismo. Quien carece de él debe elegir un guía o mediador determinado fuera de sí, naturalmente no para siempre, sino sólo al principio. Pues sin un centro vivo el hombre no puede existir; y si todavía no lo tiene en sí, entonces sólo le es lícito buscarlo en un hombre, y sólo un hombre y su centro pueden estimular y despertar el suyo propio.
Poesía y filosofía son, según se tome, diferentes esferas, diferentes formas, o también los factores de la religión. Pues intentad tan sólo unir ambas realmente, y no obtendréis otra cosa que religión.
Os asombráis de la época, de la fuerza hercúlea que fermenta en ella, de sus sacudidas, y no sabéis qué nuevos alumbramientos habéis de aguardar. Mas comprendeos a vosotros mismos y respondeos a la pregunta de si acaso puede suceder algo en la humanidad que no tenga su fundamento en ella misma. ¿No debe proceder todo movimiento del centro? Y ¿dónde se encuentra el centro? La respuesta es clara y este fenómeno anuncia también, por lo tanto, una gran resurrección de la religión. La religión, en sí misma, es ciertamente eterna, idéntica a si misma e inmutable, como la divinidad; pero, por ello mismo, aparece siempre transformada y bajo una nueva forma.
La plenitud de la cultura la encontrarás en nuestra más elevada poesía; pero la profundidad de la humanidad búscala en los filósofos.
Se tiene sólo tanta moral como filosofía y poesía se tenga.
La auténtica intuición central del cristianismo es el pecado.
Por medio de los artistas la humanidad se convierte en un individuo, al enlazar en el presente el mundo pasado y el mundo futuro. Ellos son el órgano superior del alma en el que se encuentran los espíritus animales de toda la humanidad exterior y en el que la humanidad interior actúa en primer lugar.
Dad simplemente forma humana a vuestra vida y habréis hecho bastante; pero nunca alcanzaréis la cima del arte y la profundidad de la ciencia sin algo divino.
La ironía es la conciencia clara de la agilidad eterna, del caos y su infinita plenitud.
Sólo es un caos la confusión de la que puede surgir un mundo.
Enlazad los extremos y tendréis el verdadero punto medio.
El honor es la mística de la legalidad.
Todo el pensamiento del hombre religioso es etimológico, un referir todos los conceptos a la intuición originaria, a lo más propio.
Toda relación del hombre con lo infinito es religión –es decir, del hombre en toda la plenitud de su humanidad-. Cuando el matemático calcula la magnitud infinita, esto no es, por supuesto, religión. Lo infinito pensado en aquella plenitud es la divinidad.
Sólo por medio del amor y de la conciencia del amor el hombre se hace hombre.
El núcleo, el centro de la poesía se ha de encontrar en la mitología y en los misterios de los antiguos. Saciad el sentimiento de la vida con la idea de lo infinito y comprenderéis a los antiguos y la poesía.
Un verdadero hombre es quien ha llegado hasta el punto medio de la humanidad.
Querías destruir la filosofía y la poesía para ganar espacio para la religión y la moral, que tú conocías mal; pero no has podido destruir nada más que a ti mismo.
Toda vida es, de acuerdo con su primer origen, no natural, sino divina y humana; pues debe brotar del amor, lo mismo que no puede haber entendimiento alguno sin espíritu.
Imagínate algo finito bajo la forma de lo infinito; entonces piensas en un hombre.
Quien no comienza conociendo la naturaleza a través del amor, jamás la llegará conocer.
El amor originario no aparece nunca en su pureza, sino bajo múltiples envolturas y formas, como confianza, humildad, devoción, serenidad, fidelidad, pudor, reconocimiento; pero, las más de las veces, como anhelo y tranquila melancolía.
Tu meta es el arte y la ciencia; tu vida, el amor y la cultura. Te hallas, sin saberlo, en el camino de la religión. Reconócelo y seguro que alcanzarás la meta.
El artista que no entrega todo su ser es un siervo inútil.
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