Johann Christoph Friedrich Schiller nació el 10 de noviembre de 1759 en Marbach. Era el segundo hijo de un matrimonio formado por un padre que servía como alférez en el ejército y una madre que seguía la carrera itinerante del marido, con continuas mudanzas, hasta el punto de que Schiller estuvo a punto de nacer en un campamento militar, donde la madre tuvo los primeros dolores del parto. Los primeros años de Schiller se desarrollaron en las diversas ciudades en las que el padre recalaba siguiendo los distintos destinos de su carrera militar. Durante tres años viven en Lorch, hasta que a finales de 1766 el padre pide el traslado a su regimiento en la plaza de Ludwigsburg, una pujante ciudad que pretendía convertirse en foco del rococó europeo. Allí Friedrich asiste a las primeras representaciones de ópera y de teatro. Durante cuatro años estudia en la Escuela de Latín, primer paso para ser aceptado en el seminario de Tubinga, ya que Schiller comienza a acariciar la idea de hacer carrera eclesiástica. Sin embargo, por decisión soberana del duque de Wurtemberg, entra a estudiar en la academia militar de la Solitude, una especie de vivero humano que forjaba oficiales y funcionarios. El Duque en persona se había tomado la escuela como una cuestión de Estado, acudiendo diariamente para controlar la enseñanza hasta el punto de que él mismo hacía las veces de vigilante en los exámenes. Allí vive Friedrich acuartelado bajo el rigor de la disciplina y el espíritu autoritario de la educación militar. A partir de 1776 Schiller abandona los incipientes estudios de derecho y se decide a estudiar medicina en Stuttgart, ciudad a la que se traslada la academia militar. De gran influencia para la posterior orientación de Schiller será la figura del profesor Jakob Friedrich Abel, procedente del seminario de Tubinga y que alentó las lecturas de Schiller con filósofos materialistas franceses, Shaftesbury, Rousseau, Herder y el movimiento del Sturm und Drung. Fue en esta institución educativa donde comenzó a hacer sus pinitos en poesía influido por la lectura de la Mesiada de Klopstock y, sobre todo, por las producciones dramáticas de la época del Sturn und Drung. En 1776 aparecen sus primeros escarceos líricos en el “Schwabische Magazin” y al año siguiente comienza a componer su primera obra teatral, “Los bandidos”. Durante esta época Schiller se halla enfrascado en su tesis doctoral. Busca en la medicina una base teórica que le permita filosofar sobre la naturaleza humana. Su tesis doctoral será rechazada por el Duque en 1779 hasta que finalmente es aceptada otra distinta un año más tarde. Schiller arma su tesis recurriendo a una teoría del amor como principio que anima la vida, alumbra el conocimiento y cohesiona todo el universo. Con el fin de salvar la libertad en la máquina fisiológica, elabora una teoría de la atención. Gracias a la atención el alma puede tener un influjo activo en el pensamiento. Esta teoría le permite indagar en lo que va a ser su gran preocupación: el tema de la libertad humana. Para Schiller la libertad va a consistir siempre en el acuerdo del hombre consigo mismo. Al culminar sus estudios, Schiller es nombrado médico del regimiento de granaderos con una módica paga, que le lleva a sentirse menospreciado por el Duque Carlos, después de que éste le hubiera prometido una buena colocación. En Stuttgart, donde ejerce de médico, vive en la casa de Luise Dorothea Vischer , viuda de un capitán, que más tarde será destinataria de sus poesías en "Las odas a Laura". El régimen cuartelario en que vive Schiller es tan riguroso que no puede alejarse de la ciudad sin permiso del general; incluso para visitar a los padres necesita antes pedir autorización. Quiere mitigar un poco este rigor solicitando al duque que le permita al menos vestir de civil durante su tiempo libre, pero el duque se lo deniega y se ve obligado a llevar un uniforme que detesta. A Schiller no le quedaba ya más válvula de escape que las tabernas y durante esta época se le ve a menudo llevar una vida licenciosa. A finales de mayo de 1781 aparece “Los bandidos” de forma anónima, después de costearse la edición de su propio bolsillo. A principios de julio recibe el encargo de preparar “Los bandidos” para el teatro de Mannheim y el 13 de enero del año siguiente se ofrece en éste la primera representación. Schiller, que no podía salir de Stuttgart sin permiso, viaja allí en secreto con su amigo Petersen. El gran éxito cosechado convence a Schiller de que ha de conseguir por parte del duque un traslado a Mannheim para poder vigilar la representación de la obra. Pero el duque, que se ha enterado de su viaje secreto a Mannheim, y que lo considera poco menos que una deserción, castiga a Schiller con un arresto de catorce días y le prohíbe todo contacto con el extranjero. Mientras permanece en prisión trabaja en el “Fiesco”, el drama republicano de la libertad. Poco después el duque prohíbe a Schiller toda actividad como escritor, bajo pena de destitución o arresto. Esta censura da la puntilla a Schiller, que decide huir de Stuttgar el 22 de septiembre junto a un amigo después de haber hecho todos los preparativos. Diversas intrigas políticas hacen que sea acogido en Mannheim con recelo y el 3 de octubre de 1782 parten a pie hacia Frankfurt. A primeros de diciembre Schiller es acogido en la ciudad de Bauerbach por la madre de un amigo, la señora Henriette. Allí tiene amoríos con su hija Charlotte y traba amistad con el bibliotecario de la ciudad, que más tarde se convertirá en el marido de su hermana. El 27 de julio de 1783 regresa a Mannhein. A partir de Septiembre obtiene por un año el puesto fijo de poeta del teatro y contrae la obligación de entregar tres obras preparadas para la escena: Fiesco, Louise MIllerin y una tercera. Ambas obras son bien recibidas por el público del teatro. Cuando al fin expira el contrato que le une al teatro de Mannhein, los acreedores de las numerosas deudas que había contraído para poder editar sus primeras obras se le echan encima. Firedrich Schiller no tiene más remedio que volver a huir y se dirige a Leipzig, donde unos amigos que ha conocido a través de un intercambio de cartas le ayudan a establecerse: se llaman Korner y Huber. De éste último consigue un crédito para poder liquidar sus deudas en Mannhein y financiar su viaje. A fin de costearse sus medios de vida, esboza el proyecto de una revista: "Rheinische Thalia". El primer número de esta revista aparecerá en marzo de 1785, pero sin el éxito de suscriptores que había previsto. Comienza el primer número con la edición del primer acto de “Don Carlos”, la obra que ahora tiene entre manos. Schiller llega por fin a Leipzig el 17 de abril, pero al poco tiempo escapa del ajetreo de la ciudad y se instala en el cercano pueblo de Gohlis, hospedado en una casa de labradores. En el otoño de 1785 pasa animadas veladas en compañía del matrimonio Korner y al abrigo de esta amistad surge la "Oda a la Alegría", poema que ampliará su fama años después, cuando sea acompañado por la música de Bethoven. El 29 de agosto de 1787, en Hamburgo, tuvo lugar la primera representación de “Don Carlos”, con estrepitosos aplausos. Ese mismo año Schiller parte hacia Weimar, después de pagar algunas deudas con los ingresos de su obra. Schiller había acudido allí con la pretensión de que el duque le proporcionara alguna colocación, como a Goethe o a Herder. En Weimar entabla relación con el propio Herder, que acababa de publicar “Las ideas para la Filosofía de la historia de la humanidad” y que se hallaba en desacuerdo con la visión de Kant sobre la Historia. Schiller, que en aquel momento está trabajando en la historia de los Países Bajos, comienza a interesarse por la filosofía de la historia. En la primavera de 1788 compone el poema “Los dioses de Grecia”. El poema encierra una disputa entre la conciencia mítica y la moderna, entre el mundo estético de los griegos y el mundo moral cristiano. Schiller ve todavía en la poesía un medio privilegiado para poder superar esta brecha entre esas dos grandes concepciones del mundo. En un tono menos elegiaco, el poema “Los artistas” vuelve a incidir en el mismo tema. En diciembre de 1787, un regreso por unos días a Mannheim para visitar a su hermana va a propiciar el encuentro con dos mujeres que dejarán una huella duradera en Schiller. Se trata de las hermanas Karoline y Charlotte Lengerfeld, pertenecientes a una familia de la antigua nobleza imperial. Después de cortejar a ambas, finalmente se decide a declararse a Charlotte, una mujer de amplia cultura y sensibilidad, que gustaba de los libros de Shaftesbury y Gibbon. Ella será quien propicie el primer encuentro con Goethe, personaje que en un primer momento juzgó desagradable, pero que enseguida iba a influir en su vida de artista de una forma considerable. Gracias a Goethe, consigue una invitación para enseñar en la universidad de Jena, ciudad de ambiente estudiantil y de gran efervescencia cultural que pronto va a convertirse en la cantera del idealismo alemán. Llega a Jena el 11 de mayo de 1789 y quince días después da su lección inaugural sobre la Historia. La expectación que ha creado su fama llega al punto de que el auditorio se desborda y muchos estudiantes tienen que escucharlo fuera del recinto. Para Schiller la Historia tiene un fin que coincide con el que la Naturaleza tiene destinado al hombre, pero, en la intrincada cadena de sus causas y efectos, el hombre trata de imprimirle una teleología, un fin y un sentido que no está más que en su entendimiento. Para arrojar un poco de luz en esta desproporción entre los fines de la Naturaleza y los del hombre, Schiller nos va a proporcionar, en su novela “El visionario”, una imagen reveladora: “soy como un mensajero que lleva una carta sellada al lugar de su destinación. Es indiferente para él lo que la carta contiene, lo único que puede ganarse en esa tarea es su retribución como mensajero”. En febrero de 1790 se casa con Charlotte después de un noviazgo oficial de varios meses. Durante 1790 se pone a la tarea de escribir por encargo un libro sobre la guerra de los treinta años. Cuando finalmente el libro sale a imprenta, obtiene un éxito clamoroso: se venden siete mil ejemplares en unas pocas semanas y el libro entra en la casa de todas las familias cultivadas de Alemania. El 3 de enero de 1791 sufre un acceso de fiebre provocado por una enfermedad que a la larga iba a terminar con su vida: se trata de una neumonía crupal. Queda postrado durante semanas y su estado llega a ser tan grave que los estudiantes se turnan para vigilar al enfermo. Entre estos se encontraba Novalis, que había sido oyente de las lecciones de Schiller y del que llegó a decir, tras recordar aquellos momentos, que en él había reconocido “al genio superior, que extiende sus alas por encima de los siglos”. Al cabo de un mes largo Schiller se recupera de la fiebre pero la enfermedad no le abandonará ya más. El 8 de mayo sufre un nuevo ataque, todavía más virulento. Por todo el país se difunde el rumor de su muerte, que se extiende también por Dinamarca. Dos amigos de este país, fervientes admiradores de Schiller, el ministro Schimmelmann y el duque de Augustenburg harán al poeta enfermo una oferta que no puede rechazar: le facilitan un descanso para su enfermedad ofreciéndole un donativo anual durante tres años. Schiller solicita por ello un permiso para dejar su actividad docente. En la primavera de 1793 reanuda sus lecciones hasta que un acceso de dolor le hace retorcerse sobre el pupitre. Su salud será tan delicada a partir de entonces, que Goethe llega a decir: “cuando lo vi por primera vez, creí que no viviría ni cuatro semanas”. A partir de ese momento ya no vuelve a la cátedra; lleva una vida retirada recluido en su casa, donde recibe numerosas visitas y se relaciona a través de una fluida producción epistolar. En la primavera de 1793 publica el gran tratado sobre “La gracia y la dignidad”. Poca antes del viaje que hace a Suabia para ver a sus padres ya ancianos, el 13 de julio de 1793, envía la primera carta sobre Filosofía de lo bello al duque de Augustenburg. Era la primera de toda una serie de cartas en las que quería expresar el resumen de su reflexión sobre el arte. El viaje que con su esposa hace hacia su tierra de Suavia desde Agosto de 1793 hasta mayo de 1794 le proporciona la alegría de un encuentro con sus padres y con su nuevo librero Cotta, pero los dolores y espasmos de su enfermedad se recrudecen. El 14 de mayo de 1794 Schiller llega a Jena con una salud pasable, en el momento en que Fichte es contratado como sucesor de una cátedra vacante. Entre las razones que movieron a Fichte a aceptar la invitación de enseñar en Jena estaban la veneración que sentía por Schiller y la perspectiva de trabajar junto a él en la Universidad. Pero la colaboración más fértil se va a producir con Goethe, a quien atrae para su proyecto de revista estética (Die Horen), sembrando por carta la semilla de una futura amistad. En Septiembre de ese mismo año recibe una invitación de Goethe para que vaya a visitarlo a Weimar: “La corte -escribe Goethe-,se va por un tiempo a Eisenach, y eso brinda una bonita ocasión para disfrutar de la amistad recientemente fundada”. Schiller acepta la invitación con alegría, pero enseguida su estancia va a quedar lastrada por la enfermedad, siendo incapaz de adaptarse a un orden normal de vida doméstica. En los días posteriores a la invitación de Goethe y poco antes de presentarse en Weimar, comienza a reelaborar y ampliar las cartas al duque Augustenburg, convirtiéndolas en una de las obras más influyentes en la filosofía de la estética: se trata de las “Cartas para la educación estética del hombre”. Se puede resumir la tesis de sus cartas en la idea de que a través de la belleza el hombre camina hacia la libertad y que por tanto el arte tiene el papel de preparar la sensibilidad del hombre para que pueda acceder a un futuro Estado de libertad. Pero el mundo estético no sólo será el terreno para ennoblecer los sentimientos que hagan merecedor al hombre de un estado moral más elevado; también será el ámbito más apropiado para que dé rienda suelta a su vertiente más humana: su faceta de “homo ludens”, su capacidad para el juego y la fantasía. Célebre es la conclusión de su carta XV: “Por decirlo finalmente de una vez, el hombre juega tan sólo cuando es hombre en el sentido pleno de la palabra, y sólo es enteramente hombre cuando juega”. Después de publicar las cartas, escribe el ensayo “Poesía ingenua y poesía sentimental”. Para Schiller lo ingenuo es lo natural, intuitivo e inmediato y lo sentimental representa el artificio y lo reflexivo. Lo ingenuo es lo antiguo y lo sentimental es lo moderno. El gran peligro que ve Schiller en la modernidad es el artificio hueco y el mecanismo sin alma. En diciembre de 1799 se traslada a Weimar con ocasión de la temporada teatral y allí colabora con el Teatro de Weimar, del que Goethe era director. A partir de entonces, alterna su residencia entre Jena y Weimar. El 14 de junio de 1800 estrena María Estuardo. Inmediatamente se pone a trabajar en “la doncella de Orleans” donde dramatiza la vida de Juana de Arco. Los nuevos escritores románticos de Jena y Berlín acogen favorablemente la obra por su afinidad con la edad media y el mundo católico. Año y medio más tarde presenta “La novia de Mesina”, con reminiscencias de la Antigüedad y del mundo pagano. El 18 de febrero de 1804 termina “Guillermo Tell”, tema que tomó prestado de Goethe después de que este hiciera un viaje por Suiza y estuviese dándole vueltas al personaje sin que pudiera llegar a perfilarlo. “Guillermo Tell” narra la historia de unos hombres que son ya interiormente libres y que por ello conquistan la libertad externa y traen al mundo la libertad, la igualdad y la fraternidad. En estos últimos años, se debate entre el éxito cosechado por su obra y la enfermedad, que le va postrando cada vez más. Los teatros se disputan sus piezas y los editores le pagan suculentos honorarios; por primera vez en su vida consigue vivir sin estrecheces. En 1802 se compra una suntuosa casa a pocos pasos de la vivienda de Goethe. Recibe sinecuras a cargo del príncipe elector del imperio y es elevado por el emperador Francisco en el otoño de 1802 al rango de noble del imperio con carácter hereditario. En la primavera de 1804 viaja a Berlín, buscando un público más amplio y abierto para sus proyectos teatrales. Frecuenta el teatro casi todas las noches y en su honor se ofrecen representaciones de sus obras. A la vez, reanuda su amistad con Fichte, que se había mudado a Berlín después de haber sido expulsado de la Universidad de Jena acusado de impiedad. Pero la enfermedad ya apenas le deja trabajar y se ve obligado a escribir “Demetrio” interrumpido por continuas crisis. La tarde del primero de mayo, durante una representación de una comedia de salón, Schiller se desploma en su palco. Siente escalofríos. Morirá una semana más tarde, el 9 de mayo de 1805.
RENUNCIAMIENTO
(Una fantasía)
Yo también en la Arcadia al mundo vine,
También a mi Natura
Junto a la cuna dicha
me juró;
Yo también en la Arcadia al mundo vine,
La breve primavera empero, sólo lágrimas me dio.
En esta vida Mayo sólo una vez florece,
Y para mí se marchitó.
El silencioso dios –llorad hermanos míos-
El silencioso dios hunde mi tea
Y toda esta apariencia se disipa.
Ya estoy sobre tu puente pavoroso,
De los espíritus augusta madre: Eternidad.
Recibe mi poder para la dicha,
Te lo devuelvo sin haberlo usado,
Mi curso terminó. No sé de gozo alguno.
Ante tu trono hago valer mi queja,
Oculta Justiciera.
Corría en aquel astro un bello cuento,
Que tú reinas aquí, con tu balanza recta
Y que te llamas “Remuneradora”.
Aquí, dicen, terror aguarda al malo
Al probo la alegría,
Que correrás del corazón los velos,
Que de la providencia me dirás el misterio
Y cuentas saldarás con el que sufre.
Que encuentra aquí su patria el desterrado
Y acaba para el mártir su camino de espinas.
Un ser divino, a quien Verdad
llamaban,
que los más evitaban y pocos conocían,
De mi vida las rápidas riendas sujetó.
Te pagaré en la vida venidera,
¡dame tu juventud!
Sólo esta letra a cambio puedo darte”.
Tomé esta letra para la otra vida
Y de mi juventud los gozos le entregué.
“Y dame la mujer, tan cara a tus entrañas,
Entrégame a tu Laura.
Más allá de las tumbas dan lucro los dolores.
Me la arranqué sangrando del corazón herido
Y a viva voz llorando se la di.
[“El tiempo ves volar hacia esa orilla,
La lozana natura
Tras él postrada queda, tal un cadáver, yerta.
Cuando el cielo y la tierra se derrumben,
Verás que el juramento se cumplió.”]
“Sí, sí los muertos cobrarán la deuda”,
Rió burlón el mundo,
“la embustera, por déspotas pagada,
A trueque de verdad te ofreció sombras,
Pues ya no existes al disiparse esta apariencia.”
Mofóse de los cínicos la impía muchedumbre:
“¿Ante un delirio sólo por rancio consagrado
Te estremeces? ¿Qué son esos tus dioses,
De un mundo enfermo médicos fingidos con astucia,
Que presta a la penuria de los hombres la burla humana?
Simple embeleco, inanes sabandijas
Autorizadas por el poderoso,
Temible fuego ardiendo en altas torres
Para embestir del soñador la fantasía,
Allí donde echa humo la tea de la ley.
¿Qué es aquel futuro que nos tapan las tumbas?
¿La eternidad, con que presumes necio?
Augusta sólo porque arteros velos la cubren,
La sombra inmensa de nuestros terrores
En el espejo vano de las ansias,
Esa imagen mendaz de figuras vivientes,
La momia del tiempo,
Por el espíritu balsámico de la esperanza
Conservada en las frías moradas de la muerte,
¿llama eso, tu fiebre, “eternidad”?
¿Por esperanzas falsas –corrupción las castiga-
Volvístele la espalda a bienes ciertos?
Ha seis mil años que la muerte calla,
¿subió jamás un muerto de la fosa
Que de la Remuneradora hablase?
El tiempo hacia tu orilla vi volar,
Lozana la natura
Quedó tras él postrada, tal un cadáver, yerta,
Ningún muerto subió desde su fosa
Y firme en el divino juramento confié.
Por ti sacrifiqué mis alegrías todas,
Ante tu justo trono ahora me postro.
De la turba la mofa resuelto desprecié,
Sólo tus bienes he
reverenciado;
Oh Remuneradora, reclamo mi salario.
“Amo a mis hijos con parejo amor”,
Un numen invisible exclamó entonces.
“Dos flores”, exclamó, “-oíd vosotros, hombres-
Dos flores para el sabio que las halla florecen,
Placer se llaman,
y
Esperanza.
Quien de esas flores una
corta,
Rechaza a la otra hermana.
Disfrute quien creer no puede. La doctrina
Eterna es como el mundo. Quien creer puede, que renuncie.
La historia Universal es el juicio final.
Has confiado,
pagósete el salario;
Tu fe la dicha fue
que te acordaron.
A tus sabios pudiste preguntarles,
Cuando de la ocasión uno rehúsa
Eternidad ninguna lo devuelve.
LOS ARTISTAS
¡Qué bello estás con tu ramo de palma,
Oh hombre, ya, cuando el siglo declina,
En orgullosa y noble hombría,
Abiertos tus sentidos, con plenitud de espíritu,
Lleno de gravedad benigna, en laboriosa calma,
El más maduro hijo del tiempo,
Libre por la razón, por las leyes robusto,
Por la benevolencia grande y por los tesoros rico
Que largo tiempo tu pecho te ocultara,
Señor de la Naturaleza, que ama tus cadenas,
Que tu fuerza en mil lides ejercita
Y que bajo tu égida, del embrutecimiento espléndida
ascendió.
En la embriaguez del triunfo conquistado
La mano no te olvides de alabar,
Que en la desierta playa de la vida
Al huérfano, llorando abandonado,
Encontró, presa del salvaje azar,
La que ya pronto hacia el honor en cierne del espíritu
En silencio tu joven corazón hizo volver,
Y de tu tierno pecho
Los deseos impuros apartó;
La Bondadosa, que tu juventud,
Jugando, iniciar supo en deberes elevados
Y en fáciles enigmas el misterio
De la virtud sublime adivinar te hizo,
Lo que para acogerlo de nuevo más maduro,
Su preferido dio a brazos ajenos.
¡Oh, con bastardas exigencias
A sus bajas criadas no te entregues!
En diligencia puede la abeja superarte,
En destreza un gusano tu maestro ser,
Tu saber con espíritus preeminentes compartes,
El arte en cambio,
oh hombre, sólo tuyo es.
Sólo por el portal matinal de lo bello
En el país entraste del conocimiento.
Para habituarse al esplendor más alto,
En el encanto adiéstrase la mente.
Lo que al son de las cuerdas de las Musas
Con un dulce temblor te arrebató,
Crió bajo tu pecho aquella fuerza
Que un día hacia el espíritu del mundo se elevó.
Lo que después tan sólo de milenios,
Envejeciendo la razón halló,
En el símbolo estaba de lo bello y de lo grande
Para la mente niña, ya de antemano revelado.
De la virtud la dulce imagen amar nos hizo,
Un sentimiento delicado el vicio repugnó,
Aun antes que un Solón la ley escrito hubiese,
Que flores pálidas despacio hace brotar.
Antes de que al espíritu del pensador se presentase
El osado concepto del espacio eternal,
¿quién en la altura vio de los astros la escena
Que no lo hubiese presentido ya?
Aquella cuya faz es de Oriones
Una gloria, en augusta majestad,
Por más puros demonios sólo contemplada,
Sobre los astros marcha destructora,
A su trono solar ya retirada
Urania, la terrible, la admirable,
Y depuesta, de fuego, la corona,
Erguida hela aquí, como belleza
ante nosotros.
Ceñida con el cinto de la gracia
Vuélvese niña para ser por niños comprendida:
Lo que como belleza acá sentimos,
Un día a nuestro encuentro vendrá como Verdad.
Cuando expulsó el Creador al hombre
De su presencia a la mortalidad,
Y un tardío retorno hacia la luz
Le ordenó hallar, de los sentidos por la ardua vía,
Cuando su rostro de él los celestiales todos apartaron
Únicamente ella, la Humana, acompañando
Al desterrado en su abandono,
Magnánima introdújose en la mortalidad.
Aquí aletea con humilde vuelo
En torno a su querido, junto al país de los sentidos,
Y con engaño deleitoso pinta
El paraíso en la pared de su prisión.
Cuando en los blandos brazos de esta nodriza
La tierna humanidad aún descansaba,
Llama no había entonces que atizara la sagrada manía de
matar
Ni sangre, entonces, inocente humeaba.
El corazón que ella con suaves riendas guía
De los deberes la servil escolta menosprecia;
Su luminosa vía, más bella si sinuosa,
Hasta la órbita solar desciende de la moral.
A quienes viven a su casto servicio,
Ningún impulso bajo tienta ni por nada fortuito palidecen,
Tal si un poder sagrado la otorgase,
De los espíritus la vida pura
Recuperan, el dulce derecho de la libertad.
¡Dichosos quienes –de millones los más puros-
A su servicio ella consagró,
En cuyos pechos se dignó reinar
Por cuyas bocas ella, la Poderosa, impera,
La que escogiólos para que en altares de eterna llama
Le alimentasen el sagrado fuego;
De quienes sólo ante los ojos sin velos aparece,
Quien en benigna alianza en torno a sí reúnelos!
Del peldaño alegraos, que os honra,
Donde el Orden augusto os colocó:
En el sublime orbe de los espíritus,
Eris vosotros de la humanidad el peldaño primero.
A LA ALEGRÍA
Alegría, centella de los dioses,
Tú, del Eliseo hija la más bella,
Cruzamos el umbral, ebrios de fuego,
¡Oh, celestial!, de tu divino templo.
Tus sortilegios atan nuevamente
Cuanto la moda, rígida, cortó;
Los hombres todos hermanados quedan,
Donde tus suaves alas se demoran.
CORO
Dejad que os abrace, ¡Oh millones!
¡Vaya este beso para el mundo todo!
Hermanos, sobre el pabellón de estrellas
Ha de habitar un padre bondadoso.
¡Quien la magna ventura ha conocido:
De un amigo saber ser el amigo;
Quien conquistó una dulce compañera,
Al alborozo súmese en su júbilo!
¡Quien cuando menos una sola alma
En este vasto mundo llame suya!
Y al cabo, quien jamás lo haya logrado,
Apártese llorando de esta alianza.
CORO
Cuanto este orbe soberano habita,
¡rinda a la simpatía su tributo!
Ella señala el rumbo a las estrellas,
Donde el Desconocido tiene
el trono.
Los seres todos alegría beben
En los pechos de la Naturaleza;
Todos los buenos y los malos todos
De sus huellas de rosas van en pos.
Nos dio besos y
pámpanos también,
Y un amigo, probado hasta en la muerte.
También a la lombriz placer le han dado
Y yérguese ante Dios el querubín.
CORO
¿Os prosternáis, millones?
¿barruntas tú, oh
mundo, al Creador?
¡Buscadlo más allá de las estrellas!
Más allá, en lo alto ha de morar.
Alegría es el muelle poderoso
En la naturaleza sempiterna.
Alegría es quien mueve los volantes
De este magno reloj del universo.
Hace brotar de las semillas flores,
Soles hace nacer del firmamento,
Echa a rodar por el espacio esferas
Que del astrónomo la lente ignora.
CORO
Alegres, tal como sus soles vuelan
Por el brillante prado celestial,
Haced vuestro camino, oh hermanos
Ufanos como un héroe va a triunfar
De la verdad en el espejo ígneo
Risueña ella se
muestra al erudito;
De la virtud hacia la abrupta cuesta,
Ella la ruta
orienta del paciente.
En la solar montaña de la fe,
Uno ve ondear al viento sus
banderas,
Por entre los quebrados ataúdes
A ella de pie en
el coro de los ángeles.
CORO
¡Soportad animosos, oh millones!
¡Soportad por aquel mundo mejor!
Por sobre el pabellón de las estrellas,
Un dios grande dará su galardón.
Retribuir a los dioses no es posible,
Asemejárseles empero es bello.
Que Aflicción y Pobreza se presenten
Para alegrarse con quienes se alegran.
Que Rencor y Venganza ya se olviden,
Y al mortal enemigo se perdone:
Ninguna lágrima apremiarlo debe
Ningún remordimiento atormentarlo.
CORO
¡El libro rómpase de nuestras deudas!
¡El mundo íntegro, reconciliado!
Hermanos, sobre el pabellón de estrellas,
Juzgará Dios así como juzgamos.
Alegría bullendo
va en las copas,
En la dorada sangre de la uva
Dulzura también beben los caníbales
Y heroico brío la desesperanza.
Hermanos, el asiento abandonad
Al recibir el cáliz rebosante,
Dejad que al cielo salten las burbujas:
¡sea esta copa para el buen espíritu!
CORO
A quien el vórtice estelar alaba
Y con su himno el serafín celebra,
Sea esta copa para el
buen espíritu
¡por sobre el pabellón de las estrellas!
Ánimo firme en los pesares graves,
Auxilio, donde llora la inocencia,
Juramentos prestados para siempre
Verdad al enemigo y al amigo,
Viril orgullo ante reales tronos
-si valiesen, hermanos, sangre y bienes-
Al mérito se entreguen sus coronas,
¡de la mentira húndase el engendro!
CORO
Estrechad más aún el sacro corro
Para jurar por este áureo vino:
Fidelidad inquebrantable
¡Juradlo por el juez de las estrellas!
¡Salvación de tiránicas cadenas,
Grandeza de alma incluso para el pillo,
Esperanza en el lecho del que muere,
Y gracia todavía en el patíbulo!
¡Hasta los muertos tienen que vivir!
Venid hermanos, bebed y cantad,
Haya perdón para los pecadores
Y que el infierno al fin no exista más.
CORO
¡Un momento apacible el del adiós!
¡En el sudario dulce el sueño sea!
¡En los labios del juez, para los muertos
Benigna sea, hermanos, la sentencia!
LOS DIOSES DE GRECIA
Cuando el mundo bello regíais aún,
Y hacia la alegría, sin sombra de esfuerzo
Dichosas estirpes guiabais aún,
Seres del país de la fábula bellos,
¡ay! Cuando el oficio vuestro aún brillaba, el del regocijo,
Qué distinto era, qué distinto todo,
Cuando las coronas tus templos ornaban,
¡Venus de Amatunte!
De la poesía cuando el velo mágico
Ceñía gracioso aún la verdad,
plenitud vital la creación manaba
Y lo que jamás ha de sentir, sentía.
A fin de estrecharla de amor sobre el pecho,
Superior nobleza a la natura diose.
Todo a la mirada iniciada mostraba,
Todo, la huella de un dios.
Donde ahora solo –dicen nuestros sabios-,
De fuego una bola inanimada gira,
Entonces su carro de oro guiaba,
Helio con serena majestad.
Poblaban oréades estas alturas,
Moraba en el árbol aquél una dríade,
De urnas de náyades siempre hechiceras
Brotaba del río la plateada espuma.
Volvióse aquel lauro una vez por ayuda,
Calla en esta piedra la hija de Tántalo,
De Siringa suena en el cañal la queja,
Y de Filomela el dolor en el soto.
Recogió las lágrimas aquel arroyo
Que por Perséfone derramó Deméter,
Y desde esta loma llamó Citerea
Al bello amigo, ¡ay, en vano!
Hasta la progenie otrora de Deucalión
Los hijos del cielo descendían aún;
Por vencer de Pirra a las hijas garridas
El hijo de Leto el cayado empuñó.
Entre hombres y dioses y héroes también
Un vínculo bello Amor anudó,
Mortales y dioses y héroes también
En Amatunte ofrendaban.
El rigor sombrío y la triste renuncia
De vuestro festivo oficio se apartaron,
Todo corazón latir feliz debía
Pues el Feliz era del linaje vuestro.
Sagrado era entonces tan sólo lo Bello,
Por dicha ninguna turbábase el dios,
Donde la Carmena de casto rubor,
Donde la gracia imperaba.
A fuer de palacios reían vuestros templos
Os glorificaba el heroico certamen
Del Istmo en las fiestas ricas en coronas.
Y en pos de la meta los carros volaban.
Trenzadas con arte, danzas inspiradas
En torno giraban al suntuoso altar.
Coronas de triunfo os ornaban las sienes
Y vuestro oloroso cabello diademas.
Lo que el tirso agitan gritando ¡evoé!
Y el coche soberbio que tiran panteras,
Al gran portador anunciaban del gozo;
Brincando delante van Sátiro y Fauno,
Le saltan en torno furiosas ménades,
Sus danzan alaban el vino del dios,
Y del tabernero las pardas mejillas
Ledas al jarro convidan.
Entonces ningún espantable esqueleto
De aquel que agoniza, ante el lecho venía. Un beso
Del labio acogía el aliento postrero
Y un genio la luz de su antorcha apagaba.
La misma balanza severa del Orco
De una mortal sosteníala el nieto
Y el apasionado lamento del Tracio
Estremeció a las Erinias.
A encontrar volvía en los prados elíseos
La sombra dichosa sus antiguos gozos,
A su fiel consorte el amor fiel hallaba
Y su camino el auriga,
De Lino en la farsa los cantos resuenan,
Admeto se entrega a los brazos de Alcestis,
Orestes de nuevo a su amigo conoce,
Y Filoctetes sus flechas.
Al atleta magnos premios aceraban
Por la áspera senda llamada virtud,
Soberbios autores de grandes hazañas
Hasta los beatos trepando llegaban,
Ante quien los muertos para sí reclama
Cedía la turba de los dioses, queda,
Por entre las olas al piloto guían
Desde el Olimpo los Gemelos.
¿Dónde, mundo bello, te encuentras? ¡Retorna,
Tú de la Natura dulce edad florida!
Ay, sólo en el reino hadado de los cantos
Tu pasmosa estela vive todavía.
Se anega en tristeza la campiña yerma,
Ningún ser divino a mi vista parece,
¡ay! Del cuadro aquel palpitante de vida
Sólo la sombra quedó.
Las flores aquellas ya todas cayeron
Ante el soplo horrible del fiero aquilón,
Para enriquecer a Uno
de entre todos,
Debió disiparse aquel mundo de dioses.
Triste, entre las órbitas de las estrellas
Búscote, Selene, sin hallarte allí,
Llano entre los bosques, llamo entre las olas,
Y, ¡ay!, vacíos resuenan.
Sin nada saber de los gozos que brinda,
Por su propia gloria jamás arrobada,
Sin advertir nunca al genio que la guía,
Por mor de mi dicha, dichosa jamás,
Fría ante la honra de su propio artista,
Semejante al golpe del péndulo inerte,
Servil obedece a la ley de lo grave,
Desdivinizada la naturaleza.
Para desprenderse mañana otra vez,
Su propio sepulcro ella misma hoy se cava
Y a un huso se atan, igual desde siempre,
Las lunas, por sí, para hundirse o nacer.
A su tierra ociosos, del poeta la patria,
Volvieron los dioses, para un mundo inútiles
Que de su tutela habiéndose librado
Logra por su propio flotar mantenerse.
Si a su hogar volvieron, todo, cuanto es bello,
Cuanto es elevado, llevando consigo,
Colores y tonos de la vida, todos,
Y sólo quedónos la palabra yerta.
Del curso del tiempo arrancados, ya vuelan
En salvo, del Pindo en la cumbre elevada,
Lo que ha de vivir inmortal en el canto,
Por fuerza en la vida habrá de morir.
LOS IDEALES
¿Quieres pues, desleal, de mí apartarte
Con tus encantadoras fantasías,
Con tus dolores, con tus alegrías,
Con todo, huir inexorablemente?
¿Nada en la huida detenerte puede,
¡oh, tú!, edad dorada de mi vida?
Inútil es, tus ondas presurosas
Ya de la eternidad al mar descienden.
Se apagaron los soles placenteros
Que alumbraron mi senda juvenil,
Y deshechos están los ideales
Que otrora el ebrio corazón henchían,
Ella perdióse al fin, la dulce fe
En seres que mi ensueño hizo nacer,
De la hostil realidad volvióse presa
lo que divino y bello una vez fue.
Como un día con ansias vehementes
Pigmalión a la piedra se abrazaba
Hasta que ardiente en las mejillas frías
De mármol derramóse el sentimiento,
Así con amoroso abrazo uníme
A la naturaleza, con placer
Juvenil hasta que empezó a alentar
Y a templar en mi pecho de poeta,
Y al compartir mis férvidos impulsos
Un lenguaje encontró la que era muda,
El beso devolvióme del amor
Y de mi corazón oyó el latido;
Árbol y rosa para mi vivían,
Plateadas fuentes para mí cantaban,
Y hasta lo inanimado percibía,
El eco claro de mi palpitar.
Dilató con impulso poderoso
Un todo parturiento el pecho angosto,
Para salir de si hacia la vida
Con imagen y son, palabra y obra.
Qué grande era este mundo por su forma
Cuando aún el capullo lo ocultaba,
Pero qué poco ¡ay! Se ha descubierto,
Y este poco, qué pobre y qué pequeño.
Cómo saltó en las alas de su arrojo,
Dichoso en la quimera de su sueño,
Aún no sujeto por cuidado alguno,
El joven, al camino de la vida.
Hasta el astro más pálido del éter
De sus planes el vuelo levantólo,
Nada tan alto, tan lejano había,
Adonde con sus alas no llegase.
¡Qué fácil hasta allá llevado era!
Para el feliz, ¡qué había de agobiante!
¡Cómo el ligero séquito danzaba
Delante del carruaje de la vida!
¡El amor con la dulce recompensa,
Con su guirnalda de oro la ventura,
La claridad con su estelar corona,
Y la verdad en el fulgor solar!
Mas, ¡ay! Ya en el comedio del camino
Desorientáronse los compañeros,
Sus pasos apartaron, desleales,
Y así fueron cediendo uno tras otro.
Volando la ventura huyó ligera,
el afán de saber quedó sediento,
De la duda ciñeron nubes hoscas
La figura solar de la verdad.
Las sagradas coronas de la gloria
En la frente vulgar vi profanadas,
¡ay!, muy pronto, tras corta primavera,
El tiempo bello del amor huyó.
Y siempre más silencio y siempre más
Abandono por la fragosa senda,
Apenas si encendía una vislumbre
En la lóbrega vía la esperanza.
De todo aquel cortejo alborozado,
¿quién junto a mí permaneció amoroso?
¿Quién, a mi lado aún, me da consuelo,
Y hasta la lóbrega mansión me sigue?
Tú, la que sanas todas las heridas,
De la amistad, callada y tierna mano,
Partes cordial las cargas de la vida,
Tú, la que pronto di en buscar y hallé,
Y tú, que bien con ella te emparejas,
La que del alma aleja la tormenta,
Ocupación, la que jamás se cansa,
La que, lenta al crear, jamás destruye,
Que para edificar eternidades
Si alza de arena un grano sobre otro,
También de la gran deuda de los tiempos,
Minutos, días, años va borrando.
EL IDEAL Y LA VIDA
Eternamente clara, como un espejo pura y lisa,
Tal leve céfiro discurre
La vida en el Olimpo para los bienaventurados.
Cambian las lunas y las generaciones pasan,
De su divina juventud las rosas
En las eternas ruinas florecen sin mudanza.
Entre sensualidad y paz del alma
Sólo el hombre en la dura opción se ve.
Sobre la frente del augusto uránida
Alumbra desposado el rayo de ambas.
Si a los dioses queréis ya en la tierra semejaros,
Ser libres en el reino de la muerte,
El fruto no arranquéis de su jardín.
En la apariencia puede gozarse la mirada,
Del placer las mudables alegrías
Pronto las paga, vengadora, la huida del deseo.
Ni siquiera la Estigia, nueve veces cercándola,
De la hija de Ceres el retorno impide,
La mano a la granada alarga, y para siempre
La obligación del Orco la sujeta.
Tan sólo el cuerpo a los poderes aquellos pertenece
Que urden el destino nebuloso,
Pero de toda temporal violencia libre,
La amiga de los bienaventurados
Marcha en lo alto por las praderas de la luz,
Entre los dioses divinal, la forma.
Si allá queréis en las alturas volar sobre sus alas,
arrojad de vosotros el terreno temor.
De la vida mezquina y apretada,
¡hacia el reino escapad del Ideal!
Joven, de toda tacha terrenal
Libre, en el esplendor de lo perfecto
Aquí la imagen vuela de la humanidad, a dioses semejante;
Así como las sombras calladas de la vida
Junto al torrente de la Estigia caminan luminosas,
Así como en los prados celestiales se hallaba
Antes de que hasta el triste
Sarcófago bajara la inmortal.
Cuando en la vida la balanza del combate aún vacila,
Aquí aparece la victoria.
No para relajar los miembros tras la lucha,
Ni para confortar a los rendidos
Se agita aquí de la victoria, fragante la guirnalda.
Potente incluso si vuestros músculos descansan,
La vida en sus mareas os arrastra
Y en su vertiginosa danza el tiempo.
Pero cuando se pliegan del arrojo las alas atrevidas,
Por el penoso sentimiento de las barreras
Entonces desde el monte mirad, de la belleza,
La meta alborozados que volando alcanzasteis.
Si de mandar, de defender se trata,
De que unos contra otros los púgiles se lancen
Hacia la arena de la ventura y de la fama,
La audacia puede entonces chocar contra la fuerza
Y con furioso estrépito los carros
Confundirse en la pista polvorienta.
Aquí sólo el valor logra obtener el premio
Que del hipódromo en la meta llama;
Doblegará el destino sólo el fuerte,
Si el enclenque sucumbe.
Pero aquel que cercado por peñacos
Se derramó entre espumas impetuoso,
El río de la vida, discurre manso y liso
A través del sereno, del umbrío país de la belleza,
Y en la plateada orilla de sus ondas
El Véspero y la Aurora se coloran.
Resueltos en un tierno, mutuo amor,
Unidos en el libre vínculo de la gracia,
Aquí reconciliados reposan los impulsos,
Y ha desaparecido el enemigo.
Si dando forma, para vivificar lo inerte,
Para con la materia maridarse,
El genio laborioso se enardece,
Ténsese entonces del empeño el nervio,
Y luchando tenaz el pensamiento
El elemento logre someter.
Sólo para el ahínco que nunca en la fatiga palidece,
Oculto en lo profundo, murmura el hontanar de la verdad,
Sólo ante el duro golpe del cincel
Ablándase del mármol
el grano carrasqueño.
Pero penetra hasta en la esfera de la belleza,
Y quédase en el polvo el peso
Con la materia que domina.
No arrancada del bloque entre tormentos
Delicada y esbelta, como surgida de la nada,
Ante la vista embelesada levántase la imagen.
Toda duda enmudece y toda lucha
Del triunfo en la suprema certidumbre,
Ello ha expulsado a los testigos todos
De la penuria humana.
Si de la humanidad en la triste flaqueza
Ante la majestad de la ley os encontráis
Si se acerca la culpa a lo que es santo
Entonces ante el rayo palidezca, de la verdad,
Vuestra virtud, acobardado huya,
Avergonzado el hecho, ante el ideal.
No hubo creador que hasta esa meta en su vuelo llegase,
Sobre este abismo pavoroso
Ni barca ni de puente alguno el arco cruza
Y ningún ancla toca fondo.
Pero de las barreras huid de los sentidos
Hacia la libertad del pensamiento,
Y la visión terrible habrá escapado
Y aquel abismo eterno ha de llenarse;
Vuestro querer acoja al ser divino
Y de su trono universal descenderá
La cadena severa de la ley
Ata sólo al sentido servil que la rechaza,
Y con la resistencia del hombre se disipa
También del dios la majestad.
Si de la Humanidad los males os asedian,
Si Laoconte de las sierpes
Con dolor indecible se defiende,
¡Que se rebele el hombre entonces! ¡Bata
Su querella la bóveda celeste
Y vuestro sensitivo corazón desgarre!
¡Triunfe la voz terrible de la Naturaleza,
Las mejillas alegres palidezcan,
Y a la sagrada simpatía ríndase
Lo inmortal en vosotros.
Pero en esas regiones apacibles
Donde las formas puras moran,
Ya no resuena de la aflicción la lúgubre tormenta.
No debe aquí el dolor dilacerar el alma,
Ya no corren aquí, por el pesar, las lágrimas,
Del espíritu sólo valerosa defensa.
Lisonjero, como la luz del iris variopinta
Sobre el rocío fragante de la nube estruendosa,
Brilla por entre el triste velo de la melancolía
Aquí el azul sereno de la calma.
Humillado hasta el colmo de ser un pusilánime el esclavo,
Cierta vez, en combate inacabable
Recorrió Alcides el penoso camino de la vida,
Luchó con hidras y abrazó al león,
Precipitóse, por liberar a los amigos,
Vivo aún, al esquife de Caronte.
Toda calamidad, todo terreno lastre arroja
La astucia de la diosa inconciliable
Sobre los hombros dóciles del ser aborrecido,
Hasta que su carrera acaba-
Hasta que el dios, de lo terreno despojado,
Sepárase del hombre entre las llamas
Y del éter las leves auras bebe.
Alegre por lo nuevo, por lo inusual del vuelo,
Avanza y de la vida terrenal
La penosa visión desciende más y más y más.
Las armonías del Olimpo al ya transfigurado
En el palacio del Cronión reciben,
Y la diosa de mejillas de rosa
Ofrécele sonriendo, por galardón, la copa.
EL PODER DEL CANTO
De ásperos peñascos un torrente
Con el fragor de la tormenta viene,
Rocas del monte arrastra en la crecida
Y va tumbando robles
a su paso;
Con voluptuoso espanto sorprendido,
Lo escucha el caminante y se detiene,
Bramar oye el diluvio entre las peñas,
Mas dónde nace tal estruendo ignora,
Así ocurre del canto con las ondas,
Manan de fuentes nunca descubiertas.
Aliado con los seres pavorosos,
Que urden mudos los hilos de la vida,
¿quién conjura la magia del cantor?,
¿quién a sus sones resistirse puede?
Como con cetro de divino heraldo
Domina el corazón emocionado,
Ya lo abisma en el reino de los muertos,
Ya lo alza con pasmo hacia los cielos,
Y entre lo serio y el juego lo mece
Del sentimiento por la blanda escala.
Como cuando de pronto ahí en el corro
De la dicha, con pasos de gigante,
Al misterioso modo de un espíritu,
Se presenta, terrífico, un destino;
Terrenas potestades se doblegan
Ante ese forastero de otro mundo,
Del júbilo el estrépito inconstante
Pronto enmudece y cae toda máscara,
Y ante el triunfo eficaz de la verdad
Las obras del engaño se disipan.
De todo vano afán se yergue,
Cuando del canto suena la llamada,
El hombre hacia la prez de los espíritus
Y a una sagrada potestad se acoge;
Pertenece a los dioses soberanos,
Nada terreno puede aproximársele,
Ha de hallar cualquier otro poder
Y no hay fatalidad que lo acometa;
Del entrecejo huye toda arruga
Mientras del canto impera el sortilegio.
Y como tras un ansia desolada,
Tras el dolor de un largo apartamiento,
Deshecho en llanto un niño arrepentido
Se arroja sobre el pecho de su madre,
Así hacia el puerto de su juventud,
De su candor hacia la dicha pura,
De tierras y costumbres extranjeras
Al fugitivo hace volver el canto,
Para en los brazos fieles de Natura
De las heladas reglas entibiarlo.
NENIA
¡Debe morir lo bello también! Esta ley implacable,
El pecho de la piedra de Zeus, el estigio, no mueve.
Sólo una vez el amor ablandó al señor de las sombras,
Y ya en el umbral revocó, inconmovible su don.
Del bello mancebo Afrodita no sana la herida
Que abriera en el cuerpo gallardo el feroz jabalí
Tampoco la madre inmortal salva al héroe divino
cuando cae al cumplir su destino en las puertas Esceas.
Pero asciende del mar con las hijas sin cuento del viejo
Nereo
Y plañe en honor de aquel hijo mil veces glorioso
¡Mirad! Ya lloran los dioses y todas las diosas con ellos,
Pues lo bello sucumbe, pues muere sin más lo perfecto.
Ser un treno en los labios amados también es glorioso;
Lo vulgar en silencio se pierde al hundirse en el Orco
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