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POETAS 123. Miguel Hernández ("El rayo que no cesa")







Miguel Hernández Gilabert nace el 30 de octubre en Orihuela. Su padre era un tratante de ganado lanar y su hijo le ayudará a pastorear el rebaño. Alterna esta tarea con el estudio hasta los catorce años en un colegio de jesuitas, pero tiene que dejarlo para atender en exclusiva el ganado. El resto de su formación la obtendrá gracias a un exigente autodidactismo, que se sobreprondrá incluso a las palizas que el padre le propinaba cuando le encontraba leyendo. Desde muy temprano se embebe en lecturas que le llevan a escribir sus primeros versos y a asistir a cenáculos de Orihuela: en la reuniones de la tahona de los hermanos Carlos y Efrén Fenoll intima con quien será su guía y le introducirá en círculos neocatólicos. Se trata de Ramón Sijé, condiscípulo infantil que se iba a convertir en un ensayista precoz y que iba a alentar a Miguel Hernández en sus primeros versos.

Pronto empieza a publicar sus poemas en las revistas locales, especialmente en “El Gallo Crisis”, revista fundada por Ramón Sijé.  Cuando le llaman para hacer el servicio militar, se libra por excedente de cupo, frustrándose así una vía para evadirse. No obstante, desafía la resistencia paterna y hace un primer viaje a Madrid en noviembre 1931, después de que sus amigos organicen una colecta para el billete en un vagón de tercera. Allí llega cargado con sus primeros versos y es recibido por Concha Albornoz y Ernesto Giménez Caballero. Permanecerá en la capital hasta el 15 de mayo del año siguiente. Van a ser tiempos preñados de dificultades: no encuentra trabajo y llega a pasar hambre; se verá obligado a pedir empleo a sus paisanos. Traba relación con algunos poetas que le introducen en la esfera de Góngora, del que pronto se hará devoto: sus versos acusarán pronto su influencia.

Ya de vuelta en Orihuela, consigue un modesto empleo en el despacho de un notario y sigue escribiendo con entusiasmo. En 1934 comienza un noviazgo con Josefina Manresa. En marzo de ese año prueba fortuna con un segundo viaje a Madrid, esta vez ya con un poemario publicado, “Perito en lunas”, y dos actos de un auto sacramental, que son el fruto de una ferviente dedicación a los clásicos. Esta vez tiene más suerte y conoce a poetas que serán egregios: García Lorca y Vicente Aleixandre. José Bergamín le publicará su auto sacramental y José María de Cossio lo emplea como secretario y redactor de su enciclopedia taurina. Trabaja también las misiones pedagógicas, creadas por los organismos culturales del gobierno de la República en pro de la educación de los pueblos. Empieza a distanciarse de Ramón Sijé, que en vano trataba de ganárselo para su ideario neocatólico. Cuando éste muere en el mes de diciembre, el poeta entra en una crisis de remordimientos de conciencia que le abocará a la escritura de su famosa elegía.

El encuentro con Pablo Neruda en 1935 va a suponer un hito en la vida de Miguel Hernández, a quien conoció cuando “llegaba de alpargatas y pantalón campesino de pana desde sus tierras de Orihuela”. En sus memorias, “Confieso que he vivido”, Neruda traza un retrato de primera mano del poeta: “Era tan campesino que llevaba un aura de tierra en torno a sí. Tenía una cara de terrón o de papa que se saca de entre las raíces y que conserva su frescura subterránea. Su rostro era el rostro de España cortado por la luz, arrugado como una sementera, con algo rotundo de pan y tierra. Sus ojos quemantes ardiendo dentro de esa superficie grande y endurecida al viento, eran dos rayos de fuerza y de ternura”. Neruda lo alberga en su casa, donde escribe y acusa la influencia de sus versos surrealistas. Él se encarga de buscarle trabajo por mediación de un vizconde, alto funcionario de un ministerio, que admiraba los versos del poeta campesino. Cuenta Neruda en sus memorias que cuando le insta a Miguel Hernández a que le indique qué puesto deseaba para extenderle su nombramiento, el poeta, después de mucho cavilar, le contesta si “no podría el vizconde encomendarme un rebaño de cabras por aquí cerca de Madrid”. Neruda llegará a confesar que en todos sus años de poeta nunca le fue dado contemplar “un fenómeno igual de vocación y de eléctrica sabiduría verbal”. Esta sabiduría verbal empezará a hacerse patente en su segundo poemario publicado, “El rayo que no cesa”.

En enero de 1936 es detenido por la guardia civil en San Fernando del Jarama por carecer de carnet de identidad. Un grupo de intelectuales protesta por el atropello. Al estallar la guerra civil se encuentra en Orihuela pero se desplaza a Madrid en septiembre y se alista voluntario en el ejército popular de la república. Ingresa en el 5º regimiento, de filiación comunista y participa en diversas operaciones en los alrededores de la capital. Durante los tres años que dura la guerra su labor se vuelve frenética: “solo me canso y no estoy contento –confiesa- cuando no hago nada”. Desempeña funciones de comisario de cultura. En 1937 se le destina a Jaén como jefe del “altavoz del frente” –un servicio de agitación y propaganda-; convierte su poesía en arma de combate. Ya sea en los campamentos o en las trincheras, recita su poesía ante los soldados. En Marzo de ese año se casa con Josefina. Luego va destacado a los frentes de Teruel y Extremadura. Participa en el II Congreso de intelectuales antifascistas e intima con el comunismo cuando es comisionado para ir a Rusia. En diciembre de 1937 nace su primer hijo, que muere al año siguiente. El 4 de enero de 1939 nace Manuel Miguel, su segundo hijo. Por esos días, en Valencia, se halla componiendo su libro “El hombre acecha”. Al terminar la guerra no se le ocurre mejor idea que cruzar la frontera por Portugal, país gobernado por la dictadura de Salazar; es detenido y entregado a la policía española. Pero en septiembre es puesto en libertad provisional. Solicita asilo político en la embajada de Chile –a la que estaba vinculado por su amistad con Neruda- y piensa en emigrar a ese país, pero no se le permite. Parece que fue el propio Miguel Hernández quien al final renunció a esa vía de escape, por considerarla una deserción de última hora.

Se va al pueblo y es apresado de nuevo. En julio de 1940 se le condena a muerte, pero la máxima pena le será conmutada por treinta años de prisión, gracias a la intervención de algunos escritores con influencia dentro del régimen: Cossío, Ridruejo y Sánchez Mazas.  Comienza así su particular “via crucis” por el itinerario de cárceles españolas: Madrid, Palencia, Ocaña. Pasa hambre y frío y su salud se resiente. En la cárcel de Palencia adquiere una neumonía; en la de Ocaña, una bronquitis. Una tisis le ataca cuando es trasladado a Alicante, su último destino en un reformatorio de adultos. Después de una prolongada agonía, una tuberculosis galopante acaba con su vida, el 28 de marzo de 1942.

A quienes conocieron a Miguel Hernández, les llamaba la atención  la poderosa vitalidad que emanaba de su personalidad y también la dificultad que tenía para encajar en un medio urbano. Es a raíz de su primer viaje a Madrid cuando el poeta comienza a plantearse las cuestiones sociales que iban a dejar impronta en su poesía. Especial influencia para la toma de conciencia tuvo la revolución de Asturias, que le llevó a poner su pluma al servicio de la causa social. A partir de la guerra civil, se siente identificado con la causa comunista y se convierte en militante. El viaje  que hace a Rusia en 1937 acaba por despertar su fervor por la revolución. Ciertas maquinaciones que observa entre los dirigentes del partido le llevan, sin embargo, a expresar sus dudas e incluso a quemar el carnet, según afirman algunos testigos.

Por su precocidad como poeta y su adscripción a las vanguardias, a Miguel Hernández se le ha vinculado con la generación del 27, reproduciendo en su poesía rasgos que son comunes: neogongorismo, surrealismo y neopopularismo. Su poesía primeriza, teñida de regionalismo, madura hacia formas más elaboradas a raíz de su estancia en Madrid. En 1933 publica Perito en lunas, un ejercicio manierista en octavas reales que respira el influjo de Góngora. Con “El rayo que no cesa” (1936), se encuentra a sí mismo como materia poética; tomando el soneto como base y con influjo de Quevedo, consigue una obra madura y personal. Al mismo tiempo que ultima el rayo que no cesa, Hernández se impregna de la poesía nerudiana y va discurriendo hacia una poesía impura, cargada de sugerencias surrealistas. El compromiso social y político tiene su reflejo en “Viento del pueblo” (1937) y ”El hombre acecha” (1937-38). La tragedia colectiva de la guerra resuena angustiosamente en su periplo carcelario, provocándole los versos más desgarradores en su “Cancionero y Romancero de ausencias”, (1938-1941).

Se ha dicho que la palabra poética de Miguel Hernández conmueve por su intenso dramatismo, por su sentimiento trágico de la vida. La pena se convierte en un "leitmotiv" de su obra: es el sufrimiento elevado a dimensiones cósmicas. Las tensiones íntimas provocadas por el amor o por los problemas sociales agudizan la emotividad expresiva de sus versos.

También ha sido un poeta que ha tenido el amor como norte de sus poemas, ya fuera su modelo la tradición petrarquista o los desgarradores sonetos amorosos de Quevedo. Según Guerrero Zamora, se trata de un amor carnal, “nunca contemplación espiritual, sino éxtasis del alma a través del espasmo de los cuerpos”. Sus alusiones sexuales son constantes. También es un amor ligado a la corriente vital de la tierra, que se nutre de una concepción panteísta del universo. Hombre y naturaleza aparecen fundidos en uno.

Su poesía es más social que política. Al estallar la guerra su vocación social se vuelve revolucionaria y comienza a hacer de su poesía un arma de combate. Al principio, desde “el altavoz del frente”, con la finalidad de levantar el ánimo de los soldados, incurre en una retórica propagandística. Más tarde, los desastres de la guerra le llevan a una visión más pesimista en la que hace acta de aparición un dolor que adquiere dimensiones cósmicas.

Los poemas seleccionados aquí pertenecen a su obra “El rayo que no cesa”. En este libro el amor se presenta como una pasión devoradora. El motivo dominante va a ser la pena amorosa. Sus versos adquieren un tono doliente. Un destino trágico parece aguardar cualquier resolución amorosa. Una angustia metafísica y existencial tiñe el acento del poeta. La mayoría de los poemas son sonetos. Se ve en ellos el influjo de Petrarca y de Quevedo, pero también se comienza ya a notar que transita por la órbita surrealista de Neruda y Aleixandre.

1
Un carnívoro cuchillo
De ala dulce y homicida
Sostiene  un vuelo y un brillo
Alrededor de mi vida.

Rayo de metal crispado
Fulgentemente caído
Picotea mi costado
Y hace  en él un triste nido.

Mi sien, florido balcón
De mis edades tempranas,
Negra está, y mi corazón
Y mi corazón con canas.

 
Tal es la mala virtud
Del rayo que me rodea,
Que voy a mi juventud
Como la luna a la aldea.

Recojo con las pestañas
Sal del alma y sal del ojo
Y flores de telarañas
De mis tristezas recojo.

¿A dónde iré que no vaya
Mi perdición a buscar?
Tu destino es de la playa
Y mi vocación del mar.

Descansar de esta labor
De huracán, amor o infierno
No es posible, y el dolor
Me hará a mi pesar eterno.

Pero al fin podré vencerte,
Ave y rayo secular,
Corazón, que de la muerte
Nadie ha de hacerme dudar.

Sigue, pues, sigue cuchillo,
Volando, hiriendo, algún día
Se pondrá el tiempo amarillo
Sobre mi fotografía.  



2
¿No cesará este rayo que me habita
El corazón de exasperadas fieras
Y de fraguas coléricas y herreras
Donde el metal más fresco se marchita?

¿No cesará esta terca estalactita
De cultivar sus duras cabelleras
Como espadas y rígidas hogueras
Hacia mi corazón que muge y grita?

Este rayo ni cesa ni se agota:
De mí mismo tomó su procedencia
Y ejercita en mí mismo sus furores.

Esta obstinada piedra de mí brota
Y sobre mí dirige la insistencia
De sus lluviosos rayos destructores.


3
Guiando un tribunal de tiburones,
Como con dos guadañas eclipsadas,
Con dos cejas tiznadas y cortadas
De tiznar y cortar los corazones,

En el mío has entrado, y en él pones
Una red de raíces irritadas,
Que avariciosamente acaparadas
Tiene en su territorio sus pasiones.

Sal de mi corazón, del que has hecho
Un girasol sumiso y amarillo
Al dictamen solar que tu ojo envía:

Un terrón para siempre insatisfecho,
Un pez embotellado y un martillo
Harto de golpear en la herrería.


4
Me tiraste un limón, y tan amargo,
Con una mano cálida, y tan pura,
Que no menoscabó su arquitectura
Y probé su amargura sin embargo.

Con el golpe amarillo, de un letargo
Dulce pasó a una ansiosa calentura
Mi sangre, que sintió la mordedura
De una punta de seno duro y largo.

Pero al mirarte y verte la sonrisa
Que te  produjo el limonado hecho,
A mi voraz malicia tan ajena,

Se me durmió la sangre en la camisa,
Y se volvió el poroso y áureo pecho
Una picuda y deslumbrante pena.


5
Tu corazón, una naranja helada
Con un dentro sin luz de dulce miera
Y una porosa vista de oro: un fuera
Venturas prometiendo a la mirada.

Mi corazón, una febril granada
De agrupado rubor y abierta cera,
Que sus tiernos collares te ofreciera
Con una obstinación enamorada.

¡Ay, qué acometimiento de quebranto
Ir a tu corazón y hallar un hielo
De irreductible y pavorosa nieve!

Por los alrededores de mi llanto
Un pañuelo sediento va de vuelo
Con la esperanza de que en él lo abreve.



6
Umbrío por la pena, casi bruno,
Porque la pena tizna cuando estalla,
Donde yo no me hallo no se halla
Hombre más apenado que ninguno.

Sobre la pena duermo solo y uno,
Pena es mi paz y pena mi batalla,
Perro que ni me deja ni se calla,
Siempre a su dueño fiel, pero importuno.

Cardos y penas llevo por corona,
Cardos y penas siembras sus leopardos
Y no me dejan bueno hueso alguno.

No podrá con la pena mi persona
Rodeada de penas y de cardos:
¡cuánto penar para morirse uno!


7
Después de haber cavado este barbecho
Me tomaré un descanso por la grama
Y beberé del agua que en la rama
Su esclava nieve aumenta en mi provecho.

Todo el cuerpo me huele a recién hecho
Por el jugoso fuego que lo inflama
Y la creación que adoro se derrama
A mi mucha fatiga como un lecho.

Se tomará un descanso el hortelano
Y entretendrá sus penas combatido
Por el salubre sol y el tiempo manso.

Y otra vez, inclinado cuerpo y mano,
Seguirá ante la tierra perseguido,
Por la sombra del último descanso.



8
Por tu pie, la blancura más bailable,
Donde cesa en diez partes tu hermosura,
Una paloma sube a tu cintura,
Baja a la tierra un nardo interminable.

Con tu pie vas poniendo lo admirable
Del nácar en ridícula estrechura,
Y a donde va tu pie va la blancura
Perro sembrado de jazmín calzable.

A tu pie, tan espuma como playa,
Arena y mar me arrimo y desarrimo
Y al redil de su planta entrar procuro.

Entro y dejo que el alma se me vaya
Por la voz amorosa del racimo:
Pisa mi corazón que ya es maduro.


9
Fuera menos penado si no fuera
Nardo tu tez para mi vista, nardo,
Cardo tu piel para mi tacto, cardo,
Tuera tu voz para mi oído, tuera.

Tuera es tu voz para mi oído, tuera,
Y ardo en tu voz y en tu alrededor ardo
Y tardo a arder lo que a ofrecerte tardo
Miera, mi voz para la tuya, miera.

Zarza es tu mano si la tiento, zarza,
Ola tu cuerpo si lo alcanzo, ola,
Cerca una vez pero un millar no cerca.

Garza es mi pena, esbelta y triste garza,
Sola como un suspiro y un ay, sola,
Terca en su error y en su desgracia terca.


10
Tengo estos huesos hechos a las penas
Y a las cavilaciones estas sienes:
Pena que vas, cavilación que vienes
Como el mar de la playa a las arenas.

Como el mar de la playa a las arenas,
Voy en este naufragio de vaivenes,
Por una noche oscura de sartenes
Redondas, pobres, tristes y morenas.

Nadie me salvará de este naufragio
Si no es tu amor, la tabla que procuro,
Si no tu voz, el norte que pretendo.

Eludiendo por eso el mal presagio
De que ni en ti siquiera habré seguro,
Voy entre pena y pena sonriendo.


11
Te me mueres de casta y de sencilla:
Estoy convicto, amor, estoy confeso
De que, raptor intrépido de un beso,
Yo te libé la flor de la mejilla.

Yo te libé la flor de la mejilla,
Y desde aquella gloria, aquel suceso,
Tu mejilla, de escrúpulo y de peso,
Se te cae deshojada y amarilla.

El fantasma del beso delincuente
El pómulo te tiene perseguido,
Cada vez más patente, negro y grande.

Y sin dormir estás, celosamente,
Vigilando mi boca ¡con qué cuido!
Para que no se vicie y se desmande.



12
Una querencia tengo por tu acento,
Una apetencia por tu compañía
Y una dolencia de melancolía
Por la ausencia del aire de tu viento.


Paciencia necesita mi tormento,
Urgencia de tu garza galanía,
Tu clemencia sola mi helado día,
Tu asistencia la herida en que lo cuento.

¡Ay querencia, dolencia y apetencia!:
Tus sustanciales besos, mi sustento,
Me faltan y me muero sobre mayo.

Quiero que vengas, flor, desde tu ausencia,
A serenar la sien del pensamiento
Que desahoga en mí su eterno rayo.



13
Mi corazón no puede con la carga
De su amorosa y lóbrega tormenta
Y hasta mi lengua eleva la sangrienta
Especie clamorosa que lo embarga.

Y es corazón mi lengua lenta y larga,
Mi corazón ya es lengua larga y lenta…
¿Quieres contar sus penas? Anda y cuenta
Los dulces granos de la arena amarga.

Mi corazón no puede más de triste:
Con el flotante espectro de un ahogado
Vuela en la sangre y se hunde sin apoyo.

Y ayer, dentro del tuyo, me escribiste
Que de nostalgia tienes inclinado
Medio cuerpo hacia mí, medio hacia el hoyo!



14
Silencio de metal triste y sonoro,
Espadas congregando con amores
En el final de huesos destructores
De la región volcánica del toro.

Una humedad de femenino oro
Que olió puso en su sangre resplandores,
Y refugio un bramido entre las flores
Como un huracanado y vasto lloro.

De amorosas y cálidas cornadas
Cubriendo está los trebolares tiernos
Con el dolor de mil enamorados.

Bajo su piel las furias refugiadas
Son el nacimiento de sus cuernos
Pensamientos de muerte edificados.



15
Me llamo barro aunque Miguel me llame.
Barro es mi profesión y mi destino
Que mancha con su lengua cuanto lame.

Soy un triste instrumento del camino.
Soy una lengua dulcemente infame
A los pies que idolatro desplegada.

Como un nocturno buey de agua y barbecho
Que quiere ser criatura idolatrada,
Embisto a tus zapatos y a sus alrededores,
Y hecho de alfombras y de besos hecho
Tu talón que me injuria beso y siembro de flores.

Coloco relicarios de mi especie
A tu talón mordiente, a tu pisada,
Y siempre a tu pisada me adelanto
Para que tu impasible pie desprecie
Todo el amor que hacia tu pie levanto.


Más mojado que el rostro de mi llanto,
Cuando el vidrio lanar del hielo bala,
Cuando el invierno tu ventana cierra
Bajo a tus pies un gavilán de ala,
De ala manchada y corazón de tierra.
Bajo a tus pies un ramo derretido
De humilde miel pataleada y sola,
Un despreciado corazón caído
En forma de alga y en figura de ola.

Barro en vano me invisto de amapola,
Barro en vano vertiendo voy mis brazos,
Barro en vano te muerdo los talones,
Dándote a malheridos aletazos
Sapos como convulsos corazones.

Apenas si me pisas, si me pones
La imagen de tu huella sobre encima,
Se despedaza y rompe la armadura
De arrope bipartido que me ciñe la boca
En carne viva y pura,
Pidiéndote a pedazos que la oprima
Siempre tu pie de liebre libre y loca.

Su taciturna nata se arracima,
Los sollozos agitan su arboleda
De lana cerebral bajo tu paso.
Y pasas, y se queda
Incendiando su cera de invierno ante el ocaso,
Mártir, alhaja y pasto de la rueda.

Harto de someterse a los puñales
Circulantes del carro y la pezuña,
Teme el barro un parto de animales
De corrosiva piel y vengativa uña.

Teme que el barro crezca en un momento,
Teme que crezca y suba y cubra tierna,
Tierna y celosamente
Tu tobillo de junco, mi tormento,
Teme que inunde el nardo de tu pierna
Y crezca más y ascienda hasta tu frente.

Teme que se levante huracanado
Del blando territorio del invierno
Y estalle y truene y caiga diluviado
Sobre tu sangre duramente tierno.

Teme un asalto de ofendida espuma
Y teme un amoroso cataclismo.
Antes que la sequía lo consuma
El barro ha de volverte de lo mismo.



16
Si la sangre también, como el cabello,
Con el dolor y el tiempo encaneciera,
Mi sangre, roja hasta el carbunclo, fuera
Pálida hasta el temor y hasta el destello.

Desde que me conozco me querello
Tanto de tanto andar de fiera en fiera
Sangre, y ya no es mi sangre una nevera
Porque la nieve no se ocupa de ello.

Si el tiempo y el dolor fueran de plata
Surcada como van diciendo quienes
 A sus obligatorias y verdugas

Reliquias dan lugar, como la nata,
Mi corazón tendría ya las sienes
Espumosas de canas y de arrugas.




17
El toro sabe al fin de la corrida,
Donde prueba su chorro repentino,
Que el sabor de la muerte es el de un vino
Que el equilibrio impide de la vida.

Respira corazones por la herida
Desde un gigante corazón vecino,
Y su vasto poder de piedra y pino
Cesa debilitado en la caída.

Y como el toro tú, mi sangre astada,
Que el cotidiano cáliz de la muerte,
Edificado con un turbio acero,

Vierte sobre mi lengua un gusto a espada
Diluida en un vino espeso y fuerte
Desde mi corazón donde me muero.



18
Ya de su creación, tal vez, alhaja
Algún sereno aparte campesino
El algarrobo, el haya, el roble, el pino
Que ha de dar la materia de mi caja.


Ya, tal vez, la combate y la trabaja
El talador con ímpetu asesino
Y, tal vez, por la cuesta del camino
Sangrando sube y resonando baja.

Ya, tal vez, la reduce a geometría,
A pliegos aplanados quien apresta
El último refugio a todo vivo.

Y cierta y sin tal vez, la tierra umbría
Desde la eternidad está dispuesta
A recibir mi adiós definitivo



19
Yo sé que ver y oír a un triste enfada
Cuando se viene y va de la alegría
Como un mar meridiano a una bahía,
A una región esquiva y desolada.

Lo que he sufrido y nada todo es nada
Para lo que me queda todavía
Que sufrir, el rigor de esta agonía
De andar de este cuchillo a aquella espada.

Me callare, me apartaré si puedo
Con mi constante pena instante, plena
A donde ni has de oírme ni he de verte.

Me voy, me voy, me voy, pero me quedo,
Pero me voy, desierto y sin arena:
Adiós, amor, adiós, hasta la muerte.



20
No me conformo, no: me desespero
Como si fuera un huracán de lava
En el presidio de una almendra esclava
O en el penal colgante de un jilguero.

Besarte fue besar un avispero
Que me clava al tormento y me desclava
Y cava un hoyo fúnebre y lo cava
Dentro del corazón donde me muero.

No me conformo, no: ya es tanto y tanto
Idolatrar la imagen de tu beso
Y perseguir el curso de tu aroma.

Un enterrado vivo por el llanto,
Una revolución dentro de un hueso,
Un rayo soy sujeto a una redoma.



 21
¿Recuerdas aquel cuello, haces memoria
Del privilegio aquel, de aquel aquello
Que era, almenadamente blanco y bello,
Una almena de nata giratoria?

Recuerdo y no recuerdo aquella historia
De marfil expirado en un cabello,
Donde aprendió a ceñir el cisne cuello
Y a vocear la nieve transitoria.

Recuerdo y no recuerdo aquel cogollo
De estrangulable hielo femenino
Como una lacteada y breve vía.

Y recuerdo aquel beso sin apoyo
Que quedó entre mi boca y el camino
De aquel cuello, aquel beso y aquel día.



22
Vierto la red, esparzo la semilla
Entre ovas, aguas, surcos y amapolas,
Sembrando a secas y pescando a solas
De corazón ansioso y de mejilla.

Espero a que recaiga en esta arcilla
La lluvia con sus crines y sus colas,
Relámpagos sujetos a las olas
Desesperando espero en esta orilla.

Pero transcurren lunas y más lunas,
Aumenta de mirada mi deseo
Y no crezco en espigas o en pescados.

Lunas de perdición como ningunas,
Porque sólo recojo y sólo veo
Piedras como diamantes eclipsados.



23
Como el toro he nacido para el luto
Y el dolor, como el toro estoy marcado
Por un hierro infernal en el costado
Y por varón en la ingle con un fruto.

Como el toro lo encuentra diminuto
Todo mi corazón desmesurado,
Y del rostro del beso enamorado,
Como el toro a tu amor se lo disputo.

 Como el toro me crezco en el castigo,
La lengua en corazón tengo bañada
Y llevo al cuello un vendaval sonoro.

Como el toro te sigo y te persigo,
Y dejas mi deseo en una espada,
Como el toro burlado, como el toro.



24
Fatiga tanto andar sobre la arena
Descorazonadora de un desierto,
Tanto vivir en la ciudad de un puerto
Si el corazón de barcos no se llena.

Angustia tanto el son de la sirena
Oído siempre en un anclado huerto,
Tanto la campanada por el muerto
Que en el otoño y en la sangre suena,

Que un dulce tiburón, que una manda
De inofensivos cuernos recentales,
Habitándome días, meses y años,

Ilustran mi garganta y mi mirada
De sollozos de todos los metales
Y de fieras de todos los tamaños.



25
Al derramar tu voz su mansedumbre
De miel bocal, y al puro bamboleo,
En mis terrestres manos el deseo
Sus rosas pone al fuego de costumbre.

Exasperado llego hasta la cumbre
De tu pecho de isla, y lo rodeo
De un ambicioso mar y un pataleo
De exasperados pétalos de lumbre.

Pero tú te defiendes con murallas
De mis alteraciones codiciosas
De sumergirte en tierras y océanos.

Por piedra pura, indiferente, callas:
Callar de piedra, que otras y otras rosas
Me pones y me pones en las manos.



26
Por una senda van los hortelanos,
Que es la sagrada hora del regreso,
Con la sangre injuriada por el peso
De inviernos, primaveras y veranos.

Vienen de los esfuerzos sobrehumanos
Y van a la canción, y van al beso,
Y van dejando por el aire impreso
Un olor de herramientas y de manos.

Por otra senda yo, por otra senda
Que no conduce al beso aunque es la hora,
Sino que merodea sin destino.

Bajo su frente trágica y tremenda,
Un toro solo en la ribera llora
Olvidando que es toro y masculino.


27
Lluviosos ojos que lluviosamente
Me hacéis penar: lluviosas soledades,
Balcones de las rudas tempestades
Que hay en mi corazón adolescente.

Corazón cada día más frecuente
En para idolatrar criar ciudades
De amor que caen de todas mis edades
Babilónicamente y fatalmente.

Mi corazón, mis ojos sin consuelo,
Metrópolis de atmósfera sombría
Gastadas por un río lacrimoso.

Ojos de ver y no gozar el cielo,
Corazón de naranja cada día,
Si más envejecido, más sabroso.



28
La muerte, toda llena de agujeros
Y cuernos de su mismo desenlace,
Bajo una piel de toro pisa y pace
Un luminoso prado de toreros.

Volcánicos bramidos humos fieros
De general amor por cuanto nace,
A llamaradas echa mientras hace
Morir a los tranquilos ganaderos.

Ya puedes, amorosa fiera hambrienta,
Pastar mi corazón trágica grama,
Si te gusta lo amargo de su asunto.

Un amor hacia todo me atormenta
Como a ti, y hacia todo se derrama
Mi corazón vestido de difunto.


ELEGÍA
(En Orihuela, su pueblo y el mío, se me ha muerto como del rayo Ramón Sijé, con quien tanto quería)
Yo quiero ser llorando el hortelano
De la tierra que ocupas y estercolas,
Compañero del alma, tan temprano.

Alimentando lluvias, caracolas
Y órganos mi dolor sin instrumento,
A las desalentadas amapolas

Daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
Que por doler me duele hasta el aliento.

Un manotazo duro, un golpe helado,
Un hachazo invisible y homicida
Un empujón brutal te ha derribado.

No hay extensión más grande que mi herida,
Lloro mi desventura y sus conjuntos
Y siento más tu muerte que mi vida.

Ando sobre rastrojos de difuntos
Y sin calor de nadie y sin consuelo
Voy de mi corazón a mis asuntos.

Temprano levantó la muerte el vuelo,
Temprano madrugó la madrugada,
Temprano estás rodando por el suelo.

No perdono a la muerte enamorada,
No perdono a la vida desatenta,
No perdono a la tierra ni a la nada.

En mis manos levanto una tormenta
De piedras, rayos y hachas estridentes
Sedienta de catástrofes y hambrienta.

Quiero escarbar la tierra con los dientes,
Quiero apartar la tierra parte a parte
A dentelladas secas y calientes.

Quiero minar la tierra hasta encontrarte
Y besarte la noble calavera
Y desamordazarte y regresarte.

Volverás a mi huerto y a mi higuera:
Por los altos andamios de las flores
Pajareará tu alma colmenera

De angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
De los enamorados labradores.

Alegrarás la sombra de mis cejas,
Y tu sangre se irán a cada lado
Disputando tu novia y las abejas.

Tu corazón, ya terciopelo ajado,
Llama a un campo de almendras espumosas
Mi avariciosa voz de enamorado.

A las aladas almas de las rosas
Del almendro de nata te requiero,
Que tenemos que hablar de muchas cosas,
Compañero del alma, compañero.


Soneto final
Por desplumar arcángeles glaciales,
La nevada lilial de esbeltos dientes
Es condenada al llanto de las fuentes
Y al desconsuelo de los manantiales.

Por difundir su alma en los metales
Por dar el fuego al hierro sus orientes,
Al dolor de los yunques inclemente
Lo arrastran los herreros torrenciales.

Al doloroso trato de la espina,
Al fatal desaliento de la rosa
Y a la acción corrosiva de la muerte

Arrojado me veo, y tanta ruina
No es por otra desgracia ni otra cosa
Que por quererte y sólo por quererte.






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