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POETAS 129. Joan Margarit



Al arquitecto que era Joan Margarit, catedrático de cálculo de estructura en la politécnica de Barcelona, un día le interceptó por la calle un exalumno suyo para pedirle explicaciones por su nuevo libro, “escuche, que me he comprado un libro suyo, “Calcul d’estructures”, y resulta que es de poesía”, le espetó. Imaginamos a Margarit disculpándose por escribir poesía y sonriendo socarronamente. De otro profesor de arquitectura, Benavetura Bassegoda, aprendió la poesía del duelo y del desconsuelo, que más tarde  tendría que ensayar con motivo de la muerte de su hija a edad temprana. Nos recuerda, en el poema dedicado al profesor –autoridad de cimientos profundos-, que comenzaba sus clases diciendo "Buenos días señores, hoy hace tantos años, tantos meses y tantos días que he perdido a mi hija", y de pronto se arrancaba a llorar. A partir del año 2000 en que muere su hija, será Margarit el que cuente por meses, días y horas el aniversario de su muerte, “me he acordado de usted y de nosotros,/ Hoy que soy una amarga sombra suya/ Porque mi hija, ahora hace dos meses,/Tres días y seis horas/ Que tiene sus profundos cimientos en la muerte”. A raíz de la muerte de su hija Joana, abatido por el duelo y desesperando de ser poeta, se enfrenta con la poesía y le pide que lo ayude a escribir el libro más doloroso; de esta imploración nace Joana (2002). La poesía no le defraudó y el nuevo libro motivó un punto de inflexión en su obra, creando una fértil secuela de libros: “Casa de misericordia”, 2007; “Misteriosamente feliz”, 2009; “Un asombroso invierno”, 2017, entre otros. Admirador de Antonio Machado, Joan Margarit comenzó a escribir y publicar sus primeros versos en castellano “porque era la única lengua en la que no hacía faltas”, pero se dio cuenta que algo no fluía y decidió escribir sus poemas en catalán. Descubrió que su chispa estaba en esta última lengua, pero siguió alimentando el fuego de su primera lengua literaria y nada más escribir un poema lo traducía -más bien lo recreaba- al castellano. “Me ahoga el castellano, aunque nunca lo odié/Él no tiene la culpa de su fuerza/Y menos todavía de mi debilidad”. Tal vez como premio a este esfuerzo fiel de bilingüismo, recibió el premio cervantes en 2019. En una de sus últimas entrevistas, con motivo de este premio, desentrañó su conflictiva relación con esta lengua: “Yo paro el poema en catalán, en la lengua que pienso y esta es la verdad, y a partir de aquí puedo decidir en qué lengua lo continúo, si con la mía o con la que Franco me enseñó a bofetadas. Las lenguas no han hecho nunca ningún daño a nadie, los que hacen daño son los animales que hay detrás”. Joan Margarit murió ayer, 16 de febrero de febrero de 2021, a consecuencia de un cáncer, con 82 años. Había nacido en Lleida el 11 de mayo de 1938.

 

POESÍA

Tampoco, como Sísifo, yo conozco mi roca.

La subo a lo más alto. Pero cae hasta abajo.

Vuelvo a buscarla, es pesada y áspera.

Aun así la caliento entre mis brazos

Mientras vuelvo a subirla a lo más alto.

Es una extraña infelicidad.

Pienso que, todavía más cruel,

Es no haber encontrado roca alguna

Para subirla así, inútilmente.

Subirla por amor, a lo más alto.

 

 

SEPARADO

La casa se abre a una acera

Donde no me espera nadie.

Aquí sin ti. Un extraño.

Fue aquí donde me extravié.

Paseo sin mí, contigo.

Mi sombra es solo un error,

Viene de sitios más gélidos:

Tu corazón y tus manos.

Es por lo que me marche.

La vida desconocida,

Yo la he vivido sin ti.

A tu lado.

 

 

FAROS EN LA NOCHE

Intento seducirte en el pasado.

Las manos al volante y esta luz

Del club nocturno del tablier me dejan

-fantasía invernal- bailar contigo.

Detrás de mí, igual que un gran camión,

El mañana hace ráfagas de luces.

No lo conduce nadie y me adelanta,

Pero ahora tú y yo viajamos juntos

Y el coche puede ser el dos caballos

De los años sesenta hacia París.

“Je ne regrette rien”, canta Edith Piaf.

Bajo la ventanilla, entra la noche

Fría de la autopista, y el pasado

Se aproxima de cara, velozmente:

Cruza y me ciega sin bajar las luces.

 

 

COSAS EN COMÚN

Habernos conocido

Un otoño en un tren que iba vacío;

La radiante, aunque cruel

Promesa del deseo.

La cicatriz de la melancolía

Y el viejo afecto con el que entendemos

Los motivos del lobo.

La luna que acompaña al tren nocturno

Barcelona-París.

Un cuchillo de luz para los crímenes

Que por amor debemos cometer.

Nuestra maldita e inocente suerte.

La voz del mar, que siempre te dirá

Dónde estoy, porque es nuestro confidente.

Los poemas, que son cartas anónimas

Escritas desde donde no imaginas

A la misma muchacha que un otoño

Conocí en aquel tren que iba vacío.

 

 

NO TIRES LAS CARTAS DE AMOR

No tires las cartas de amor,

Ellas no te abandonarán.

El tiempo pasará, se borrará el deseo

-esta flecha de sombra-

Y los sensuales rostros, bellos e inteligentes,

Se ocultarán en ti, al fondo de un espejo.

Caerán los años. Te cansarán los libros.

Descenderás aún más

E, incluso, perderás la poesía.

El ruido de ciudad en los cristales

Acabará por ser tu única música,

Y las cartas de amor que habrás guardado

Serán tu última literatura.

 

 

NUESTRO TIEMPO

Cuando nos dimos cuenta, ya estaba en las ventanas,

Como para quedarse. Pero ahora

Nada nos ilumina sino esa vaga niebla.

A veces, una luz desgarradora.

El nuestro fue otro tiempo mucho más inocente:

Todavía en las obras celebrábamos

Cuando, sin accidentes, la estructura

Llegaba a lo más alto y se cubrían aguas.

Vivíamos en calles

A las que les sentaba bien un nombre

Como el de las Camelias.

Entre las azoteas, cada noche

Se encendían las luces

Del ático de nuestra juventud.

Entre las voces suaves y lejanas,

Alguna vez, se oye un grito de pánico.

Pero una herida

Es también un lugar para vivir.

 

 

LAS CHICAS

El recuerdo precisa de algún nombre

Para poder vivir con lo que le da miedo.

El hombre piensa en ella: la comenzó a perder

Al abrazarla la primera noche.

Rompe como una hucha su pasado

Y dentro sólo había oscuridad.

En los huesos del tiempo no hay ternura.

Los lugares no existen.

Las chicas ya son viejas o están muertas.

 

 

HOTEL ANDORRA PARK

Lee su insomnio en el cristal oscuro.

Aquí, donde después se construyó el hotel,

Un muchacho ocultó debajo de una piedra

Una carta de amor, y trazó un mapa:

El verdadero mapa de un tesoro.

Pero el tesoro fue una cobardía:

Lo que no se atrevió a decirle a una muchacha.

Su última carta de amor,

Esa sí que llegó a entregarla en mano.

La cobardía o el desprecio, entonces

-nunca podrá saberlo- vino de una mujer.

Como un barco de guerra va llegando

El alba a los cristales del hotel.

Ya ninguna mujer recuerda carta alguna.

Y las nubes presagian frío y nieve.

 

AMOR Y AUTORIDAD

Sucio, con manchas negras

De grasa de taller y de motores.

Sus ojos relucían tan oscuros

Como las manchas.

Al tropezar con él en las calles del pueblo,

Siempre me amenazaba, acorralándome

Con la brutalidad de su sonrisa

Y me quitaba lo que yo llevase

La merienda, unos cromos, un cuaderno.

Vivir podía ser, pues, humillante.

Nunca lo delaté y, con su fuerza,

Me hizo descubrir lo que era el odio.

No confiar en ninguna autoridad.

Ninguna autoridad, ningún amor.

 

 

BARCELONA

Su nombre es un refugio todavía.

La civil santidad de la codicia

Y el exabrupto generoso

De Montjuïc, los muertos frente al mar.

¿Dónde está aquella culta burguesía?

¿Dónde, aquellos obreros que, además de su oficio,

Se sabían poemas de memoria?

¿Qué puede unirme aún a una ciudad

Que veo con su cara maquillada,

Como de madre muerta?

Callo mientras escucho los tranvías de hierro

Que cuando yo era joven pasaban por la Rambla:

Una sonata de pobreza y rosas.

Pero, en Montjuïc tengo dos hijas,

Y ahora me ofende un gentío extraño

Que se ciega en la fiesta innecesaria

De gélidos hoteles, de superfluos

Escaparates. Suele, en los refugios,

Hacer más frío que en ninguna parte,

Desolada ciudad que haces de puta.

 

 

PROFESOR BONAVETURA BASSEGODA

Le recuerdo alto y grueso,

Procaz, sentimental. Usted, entonces,

Era una autoridad en Cimientos Profundos.

Inició siempre nuestra clase así:

Señores, buenos días.

Hoy hace tantos años, tantos meses

Y tantos días que murió mi hija.

Y solía secarse alguna lágrima.

Teníamos veinte años, más o menos,

Y el hombre corpulento que usted era

Llorando en plena clase

Nunca nos hizo sonreír.

¿Cuánto hace ya que usted no cuenta el tiempo?

He pensado en nosotros y en usted,

Hoy que soy una amarga sombra suya

Porque mi hija, ahora hace dos meses,

Tres días y seis horas

Que tiene sus profundos cimientos en la muerte.

 

 

RELATO DE MADRUGADA

En la plaza vacía está lloviendo.

Hay un único taxi en la parada.

Apagado el motor,

Dentro del coche hace mucho frío.

Se abre una puerta y sube un pasajero.

De mahumor, cansado, con la ropa mojada.

Le da una dirección.

Al saltarse un semáforo, le abronca.

El taxista se vuelve murmurando:

Mi hijo ha muerto hace una semana.

El pasajero calla y se hunde en el asiento.

Avanzada la noche, sube al taxi

Un grupo en plena juerga, y él les dice:

Mi hijo ha muerto hace una semana.

Todos nos hemos de morir, contestan,

Entre las bromas y las carcajadas.

Acabado el trabajo, en el garaje,

Se acerca a la cabina de la radio:

Mi hijo ha muerto hace una semana.

La mujer, con los ojos

Enrojecidos de cansancio,

Le contesta que sí mientras atiende

A las voces mezcladas con el ruido

Que van surgiendo desde la emisora.

 

Esto es, en realidad, un relato de Chéjov.

En él cae la nieve, no la lluvia,

Y el coche es un carruaje con un viejo caballo.

Sé que el taxista no podrá dormir.

¿Y la muerte? ¿Está dentro del puño

Que levanta la vida, o es el puño

En el que estamos encerrados?

En la historia de Chéjov, al cochero

Le queda su caballo para poder contarle

Que su hijo está muerto. De repente,

Siento que todo está dentro de mí,

Que el miedo ya está helándose

Y enciendo un fuego, y todos sentimos su calor,

El taxista, el cochero, tú que me estás leyendo,

Yo, mis muertos y Chéjov, todos juntos

Viendo caer la vida en soledad, como la nieve.

Un tren nocturno cruza, barnizado de rosa,

Campos de olivos al alba.

Aquí acabo cansado, somnoliento

Y misteriosamente feliz, este poema.

 

 

QUERRÁN QUE TE MUERAS

Oyes el mar tranquilo del crepúsculo,

Que es mitad violoncelo y mitad órgano.

Oscurece. Como todos los viejos,

Es tu propio final el que vigilas.

Mientras tanto, a lo largo de la playa,

El mar es una pieza de seda desplegándose.

Y ves las olas mientras van diciéndote

Que querrán, los que te aman, que te mueras.

Y, si los amas, desearás morirte.

La lógica implacable del amor.

La lógica implacable de la muerte.

Alivio de saber que están tan juntos.

 

 

UNA ESTRUCTURA

Cuando era un hombre joven

Levanté la estructura de hierro de una cúpula.

Hace unos meses que la derribaron.

Vista desde el lugar en donde va acabándose,

La vida es absurda.

Pero el sentido se lo da el perdón.

Cada vez pienso más en el perdón.

Vivo bajo su sombra.

Perdón por una cúpula de hierro.

Y perdón para aquellos que ahora la han demolido.

 

 

DIGNIDAD

Si la desesperanza

Tiene el poder de una certeza lógica,

Y la envidia un horario tan secreto

Como un tren militar,

Estamos ya perdidos.

Me ahoga el castellano, aunque nunca lo odié.

Él no tiene la culpa de su fuerza

Y menos todavía de mi debilidad.

El ayer fue una lengua bien trabada

Para pensar, pactar, soñar,

Que no habla nadie ya: un subconsciente

De pérdida y codicia

Donde suenan bellísimas canciones.

El presente es la lengua de las calles,

Maltratada y espuria, que se agarra

Como hiedra a las ruinas de la historia.

La lengua en la que escribo.

También es una lengua bien trabada

Para pensar, pactar. Para soñar.

Y las viejas canciones

Se salvarán.

 

 

UNA MUJER MAYOR

Las novelas que tratan de parejas

O de madres e hijas

Novelas, pues, de amor las ha leído todas.

No cree ni en la sombra de Dios,

Ni en nada más allá de las personas.

Cuando, con mi cinismo, yo me acerco,

Me escucha y se entristece. Me doy cuenta

De cómo la deseo todavía,

Pero ella mantiene a mi amor

Lejos de la pasión,

Quizá por tanta muerte, quizá por una vida

Plena pero difícil: muchas veces

Brutal de plenitud. La he entendido mal,

Tampoco sé muy bien

Qué es lo que ha entendido ella de mí.

Pero hay un amparo para ambos.

Y tengo un privilegio: llevo escrito

Su poema en mis ojos.

No sabría escribir ninguno como éste.

 

 

SE PIERDE LA SEÑAL

De noche, en un pequeño aeropuerto,

Ves un avión que va elevándose.

Se va perdiendo la señal.

Sin ninguna piedad por lo que has sido,

Pues la piedad es demasiado efímera

No hay tiempo a construir nada sobre ella,

Te sientes convencido de vivir,

Aunque sin esperanzas, unos años

Que son los más felices de tu vida.

Hay otra poesía, la habrá siempre,

Como hay otra música. La de Beethoven sordo.

Cuando se pierde la señal.

 

 


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