De Wislawa Szymborska, y a la espera
de que se escriba su reseña biográfica en esta página, únicamente interesa
saber por ahora que se murió el 1 de febrero 2012, en su casa de Cracovia, a
causa de un cáncer de pulmón -tan empedernida fumadora como entrañable
bebedora-; que había nacido el 2 de julio de 1923 cerca de Poznan y que la
mayor parte de su vida quiso vivirla en Cracovia, donde le sorprendió en 1996
la noticia de la concesión del premio nobel de literatura. Pocas veces un nobel
fue más justo; pocas veces los de Estocolmo acertaron tan de pleno como con
Wislawa, que para entonces era una perfecta e injusta desconocida. A Wislawa se
le dedicó un espacio en esta página que data de marzo de 2009 -y donde se
reproduce su discurso de recepción del nobel, titulado “El poeta y el mundo”- y
también se reprodujo otro poema suyo ,”Hijos de la época”, en un artículo
titulado “¿Se puede escribir poesía después de Auschwitz?”, diciembre 2009.
Quedaba pendiente prolongar la selección que se hizo de Wislawa, tal como se
está haciendo con Octavio Paz, y como se hará con Ángel González o Valente.
Dejo aquí una selección de poemas pertenecientes a sus primeros libros, que abarcan
desde “La llamada al Yetti”, 1957, hasta “Gente en el puente”, 1988. Se
aconseja, especialmente, su libro titulado “El gran número, Fin y principio y otros poemas”, editado en
Hiperión, y del que se editarán aquí próximamente una selección de sus poemas
-si el tiempo es benévolo y nos da su permiso, añadiría Wislawa-. Dejo el
primer poema seleccionado “Una del montón”, a modo de epitafio, y vuelvo a
hacer notar que lo que ya comenté el día en que saltó la noticia de su muerte,
que como siempre los periódicos perdieron la oportunidad de hacerle su mejor
homenaje a un poeta muerto, que es seleccionar un sólo poema suyo y publicarlo.
Poema que no ocuparía mucho más espacio que el de una viñeta de un mal chiste.
Aquí se ve lo poco tiene que ver el periodismo con la poesía, pese a que
reserve algunas páginas a la cultura, que a veces parecen una forma de pregonar
su incultura.
Unas reflexiones apresuradas -y muy
desordenadas-sobre Wislawa. Parece difícil encontrar otra poeta tan
elegantemente irónica como Wislawa. La elegancia de su ironía seguramente le
viene de ser mujer. Los hombres, más agresivos, son incapaces de la ternura de
la que hace gala Szymborska. Si todos consiguiéramos ser irónicos a la manera
de Szymborska, no conseguiríamos herir a nadie, y a la gente que nos escuchase
le arrancaríamos una sonrisa de inteligencia, también de ternura, también de
piedad. Eso nos lleva a la otra faceta que desarrollaba Szymborska en su
poesía: poseía lo que cierto filósofo había denominado la piedad de la
pregunta. Wislawa era piadosa por preguntar; o preguntaba de una forma piadosa.
Sin molestar nunca a nadie, era capaz de hurgar en todas las heridas. Compasiva
con la penuria e insuficiencia de los otros, pero mordaz con los bárbaros de la
historia. Se puede observar en Wislawa que, al no ser agresiva, tampoco se le
oye levantar la voz. Siempre nos habla como en susurros. Tampoco le gustaban
los gestos grandilocuentes, los aspavientos. A Wislawa lo que le gustaba era
hablarnos a cada uno de nosotros como si se hablara a sí misma; de ahí que su
tono siempre lo oigamos con sordina. No le gustaba el uso del megáfono, las
palabras altisonantes o los efectos de la oratoria. Por eso es Wislawa la poeta
de las preguntas, de las pequeñas preguntas, de las que todavía podemos obtener
respuestas que nos pueden ser útiles. Uno se pregunta ¿por qué se hace tantas
preguntas Wislawa en sus poemas? Seguramente, porque todavía duda; porque, como
ya escribió en uno de sus poemas, ella sabe que no tiene la última palabra, que
tampoco tiene la llave de sus certidumbres. Hay que dejar a otros la
posibilidad de completar nuestra palabra, de iluminarnos con sus dudas y
certezas. Sabe que la incertidumbre y la inseguridad forma parte sustancial de
la vida. Sabe que la vida está hecha de cosas ordinarias y que la poesía no
debe alzar el vuelo, ni esquivarlas. Su poesía sabe narrar las cosas
extraordinarias que ocurren en las pequeñas cosas.
Creo que Wislawa es mejor narradora
que poeta; o, mejor dicho, es tan buena poeta porque sabe encontrar la
narración poética de las cosas. Wislawa sabía que para componer un buen poema
hay que saber situarse y en esa situación consiste el compromiso del poeta: lo
que vulgarmente se llama el punto de vista. No le debería bastar al poeta en
abusar del yo y usar su exclusivo punto de vista. Hay otros “yo” heterónomos,
otros seres y cosas por las que deberíamos divagar y experimentar. El poeta
debe situarse en el mundo, entre los seres y las cosas, y tiene que dar cuenta
de ellos desde esa situación tomada. Tal
vez ese sea uno de los secretos del arte. Hacer la puesta en escena desde un
punto de vista original. Todo esto se puede ver en el poema que se seleccionó
aquí en marzo de 2009, “Gato en un piso vacío”. Es la descripción de la muerte
de un hombre a través de su gato, las repercusiones que la muerte de alguien
tiene sobre todas las cosas, pero especialmente sobre sus seres queridos. La
inteligencia de Wislawa está en elegir un ser marginal, un punto de vista al
margen, para salirse del tópico, pero también para hacernos ver mejor. Para
hacernos ver mejor que no es el punto de vista humano el exclusivo, aunque al
final sea de un hombre de aquello sobre lo que se habla. Pero el protagonista
es un gato en una situación de desamparo. El desamparo siempre está en el fondo
de los poemas de Wislawa. Wislawa sabe que no puede haber mejor épica y mejor
epitafio para un hombre muerto que el desconsuelo en el que queda un gato
abandonado por su dueño en un piso vacío. El dolor de ese gato en el poema
puede ser comparado con el que siente Aquiles por la muerte de Patroclo.
Resulta así un maravilloso poema elegíaco.
También hay que decir que a Wislawa
le gusta hacer componendas al mundo. Parece conformista, pero esa es la máscara
que se coloca para no ser agresiva. Su inconformismo es total. Le gusta
zambullirse en las posibilidades infinitas que el mundo tiene de ser de otra
manera. Wilslawa sabe que podría haber sido otra persona. Cualquiera de las
criaturas que componen el mundo. Ella no es panteísta. Le gusta contemplarse en
otros para no envanecerse por ser Wislawa. En esto Wislawa sabe ser
maravillosamente fantástica. Llega a la humildad por una fuerza piadosa de la
imaginación. Ella podía haber sido otra -podía haber nacido en la tribu
indebida-, podía haber tenido otra vida -con un destino no benévolo-, pero
Wislawa no cree en el destino: nos propone de alguna manera el libre albedrío.
Dios no tiene sitio en la poesía de Wislawa. A cambio el hombre se vuelve más
humano, más inseguro. Pero también con más necesidad de ser solidario. Apoyada
más en sus dudas que en sus certezas, el hombre es ese animal que todo lo
quiere saber, sabiendo que no podrá saber casi nada. Esto que puede ser una
tragedia para la mayoría, es para Wislawa una pequeña grandeza del hombre. Como
todos los grandes poetas, Wislawa logra ser profunda y reflexiva, desconfiando
de las grandes palabras de la filosofía. De ahí le viene su excesiva alergia a
la palabra “todo”, “palabra impertinente y henchida de orgullo”. Su poesía ha
sido definida por Fernando Savater como “reflexiva sin engolamiento ni
altisonancia, de forma ligera y fondo grave, directa al sentimiento, pero sin
chantaje emocional.” Al final se nos olvidaba, por tanto, decir lo más
importante: todo esto lo consigue Wislawa de la forma más sencilla posible,
haciendo que lo más difícil resulte fácil. En algún lugar se pregunta Wislawa
-siempre tan encantadoramente escéptica- “en qué dedo corazón está ahora el
anillo del alma que le fue robado o perdido” -también dice en otro poema: “alma
se tiene a veces./Nadie la posee sin pausa/ y para siempre”-. Si tuviera que
responder a esa pregunta, respondería -aún a riesgo de resultar cursi- que
Wislawa era todo corazón, o bien que escribía sus poemas con corazón, o que
Wislawa iba perdiendo un jirón de alma con cada poema que escribía, me
atrevería a decir que es ahí, en sus poemas, donde habría que ir a buscar el
alma de Wislawa, diría que leer los poemas de Wislawa es una forma de beberse a
tragos su bella alma de poeta. Y que aproveche.
DEL MONTÓN
Soy lo que soy.
Casualidad inconcebible
Como todas las casualidades.
Otros antepasados
Podrían haber sido los míos
Y yo habría abandonado
Otro nido,
O me habría arrastrado cubierta de escamas
De debajo de algún árbol.
En el vestuario de la naturaleza
hay muchos trajes.
Traje de araña, de gaviota, de ratón de monte.
Cada uno, como hecho a medida,
Se lleva dócilmente
Hasta que se hace tiras.
Yo tampoco he elegido,
Pero no me quejo.
Pude haber sido alguien
Mucho menos personal.
Parte de un banco de peces, de un hormiguero, de un enjambre,
Partícula del paisaje sacudida por el viento.
Algo mucho menos feliz,
Criado para un abrigo de pieles
O para una mesa navideña,
Algo que se mueve bajo un cristal de microscopio.
Árbol clavado en la tierra,
Al que se aproxima un incendio
Hierba arrollada
Por el correr de incomprensibles sucesos.
Un tipo de mala estrella
Que para algunos brilla.
¿Y si despertara miedo en la gente,
O sólo asco
O sólo compasión?
¿Y si hubiera nacido
No en la tribu debida
Y se cerraran ante mí los caminos?
El destino, hasta ahora,
Ha sido benévolo conmigo.
Pudo no haberme sido dado
Recordar buenos momentos.
Se me pudo haber privado
De la tendencia a comparar.
Pude haber sido yo misma, pero sin que me sorprendiera,
Lo que habría significado
Ser alguien totalmente diferente.
(Traducción de Gerardo Beltrán)
LAS CUATRO
DE LA MADRUGADA
Hora de la
noche al día.
Hora de un
costado al otro.
Hora para
treintañeros.
Hora
acicalada para el canto del gallo.
Hora en que
la tierra niega nuestros nombres.
Hora en que
el viento sopla desde los astros extintos.
Hora de
y-si-tras-de-nosotros-no-quedara-nada.
Hora vacía.
Sorda.
Estéril.
Fondo de
todas las horas.
Nadie se
siente bien a las cuatro de la madrugada.
Si las
hormigas se sienten bien a las cuatro de la madrugada,
Habrá que
felicitarlas. Y que lleguen las cinco,
Si es que
tenemos que seguir viviendo.
(De “Llamada al
yetti”, 1957. Traducción Gerardo Beltrán)
NADA DOS
VECES
Nada sucede
dos veces
Ni sucederá,
y por eso
Sin
experiencia nacemos
Sin rutina
moriremos.
En esta
escuela del mundo
Ni siendo
malos alumnos
Repetiremos
un año,
Un invierno,
un verano.
No es el
mismo ningún día,
No hay dos
veces parecidas,
Igual mirada
en los ojos,
Dos besos
que se repitan.
Ayer,
mientras que tu nombre
En voz alta
pronunciaban
Sentí como
si una rosa
Cayera por
la ventana.
Ahora que
estamos juntos,
Vuelvo la
cara hacia el muro,
¿La rosa?
¿Cómo es la rosa?
¿Cómo una
flor o una piedra?
Dime por
qué, mala hora,
Como miedo
inútil te mezclas.
Eres y por
eso pasas.
Pasas, por
eso eres bella.
Medio
abrazados, sonrientes,
Buscaremos
la cordura,
Aunque somos
diferentes
Cual dos
gotas de agua pura.
(De “Llamada al yetti”, 1957. Traducción
Gerardo Beltrán)
ANUNCIOS POR
PALABRAS
CUALQUIERA q ue conozca el paradero
De la
compasión (fantasía del alma)
-¡que
avise!, ¡que avise!
Que lo cante
a voz en grito
Y baile como
si perdiera la razón
Jubiloso
bajo el frágil sauce
Eternamente
a punto de romper en llanto.
ENSEÑO a
callar
En todos los
idiomas
Según el
método de contemplar
El cielo
estrellado,
Las quijadas
del sinantropus,
El plancton,
El copo de
nieve.
DEVUELVO el
amor.
¡Atención!
¡Ganga!
En la hierba
de antaño,
Cuando,
bañados de sol hasta el cuello
Yacéis,
mientras baila el viento
(maestro del
baile de vuestros cabellos).
Ofertas a
“Sueño”.
SE BUSCA
persona
Para llorar
Por los
ancianos que en los asilos
Mueren.
Sírvanse
Sin
presentarse sin referencias
Ni
solicitudes por escrito.
Los papeles
serán destruidos
Sin acuse de
recibo.
POR LAS
PROMESAS de mi esposo
-que os
engañaba con los colores
Del populoso
mundo, con su jaleo,
Con una
copla desde la ventana, con un perro
Detrás de la
pared-
De que nunca
estaréis solos
En penumbra,
en silencio y sin aliento
-responder
no puedo.
La Noche,
viuda del Día.
( “La llamada del yetti”, 1957. Traducción de
Elzbieta bortkiewicz)
LA LECCIÓN
Quién, qué
el rey Alejandro con quién, con qué con una espada
Corta de un
tajo a quién, qué el nudo gordiano.
Esto no se
le había ocurrido antes a quién, a qué a nadie.
Había cien
filósofos -ninguno lo había desenredado.
No es
extraño que ahora se escondan por los rincones.
La
soldadesca los agarra por esas barbas
De chivo,
histéricas, canosas
Y estalla
una estruendosa quién, qué risa.
Basta. Lanzó
el rey una mirada desde debajo de su penacho,
Monta en su
caballo, se pone en camino.
Y tras él,
en la trompa de las trompetas, en el tambor de los tamboriles,
Quién, qué
un ejército compuesto de quién, de qué de pequeños nudos,
Para quién
para qué para el combate.
(De
“Sal”, 1962. Traducción de Abel A. Murcia Soriano)
INESPERADO
ENCUENTRO
Somos muy
amables el uno con el otro,
Decimos que
es bonito encontrarse después de tantos años.
Nuestros
tigres beben leche.
Nuestros
azores van a pie.
Nuestros
tiburones se ahogan en el agua.
Nuestros
lobos bostezan ante una jaula vacía.
Nuestras
víboras se han sacudido los relámpagos,
Los monos la
inspiración, los pavos reales las plumas.
¡Cuánto hace
que dejaron nuestros cabellos los murciélagos!
Callamos sin
acabar la frase,
Sonriendo
sin remedio.
Nuestras
personas
No saben
cómo hablarse.
(De “Sal”, 1962. Traducción: Abel A. Murcia Soriano)
ESTOY
DEMASIADO CERCA
Estoy
demasiado cerca para que él sueñe conmigo.
No vuelo
sobre él, de él no huyo
Entre las
raíces arbóreas.
Estoy
demasiado cerca.
No es mi voz
el canto del pez en la red.
Ni de mi
dedo rueda el anillo.
Estoy
demasiado cerca. La gran casa arde
Sin mí
gritando socorro. Demasiado cerca
Para que
taña la campana en mi cabello.
Estoy
demasiado cerca para que pueda entrar como un huésped
Que abriera
las paredes a su paso.
Ya jamás
volveré a morir tan levemente,
Tan fuera
del cuerpo, tan inconsciente,
Como antaño
en su sueño. Estoy demasiado cerca,
Demasiado
cerca. Oigo el silbido
Y veo la
escama reluciente de esta palabra,
Petrificada
en abrazo. Él duerme,
En este
momento, más al alcance de la cajera de un circo
Ambulante
con un solo león, vista una vez en la vida,
Que de mí
que estoy a su lado.
Ahora, para
ella crece en él el valle
De hoja
rojas cerrado por una montaña nevada
En el aire
azul. Estoy demasiado cerca
Para caer
del cielo. Mi grito
Sólo podría
despertarle. Pobre,
Limitada a
mi propia figura,
Mas he sido
abedul, he sido lagarto,
Y salía de
tiempos y damascos
Mudando los
colores de mi piel. Y tenía
El don de
desaparecer de sus ojos asombrados,
Lo cual es
la riqueza de las riquezas. Estoy demasiado cerca,
Demasiado
cerca para que él sueñe conmigo.
Saco mi
brazo que está debajo de su cabeza dormida,
Mi brazo
dormido lleno de agujas imaginarias.
En la punta
de cada una de ellas, para su recuento,
Se han
sentado ángeles caídos.
(De “Sal”, 1962. Traducción Elzbieta
Bortkiewicz)
VELADA
LITERARIA
Musa, no ser
un púgil es como no ser nadie.
Nos
escamoteaste un público vocinglero.
En la sala
hay una docena de personas,
Es hora de
comenzar.
La mitad
vino porque llueve,
Los demás
son parientes. Musa.
Las mujeres
están prestas a desmayarse en esta tarde de otoño,
Y lo harán,
pero sólo en el combate de boxeo.
Sólo allí
habrá escenas dantescas.
Y un tomar
los cielos. Musa.
No ser un
púgil, ser un poeta,
Con un
veredicto condenado a duros norwid
Y a falta de
músculos enseñar al mundo
-en el mejor
de los casos-
Una futura
lección escolar.
Oh Musa. Oh
Pegaso,
Ángel
ecuestre.
En la
primera fila un viejecito dulcemente sueña
Que su
difunta mujer salió de la tumba
Para
prepararle una tarta de ciruelas.
Con ese
fuego -poco, para que la tarta no se queme-
Comenzamos
la lectura. Musa.
(de “Sal”, 1962. Traducción: Xaverio
Ballester)
POR FIN LA
MEMORIA
Por fin la
memoria encontró lo que buscaba.
Me halló a
la madre, me dejó ver al padre.
Para ellos
soñé una mesa, dos sillas. Se sentaron.
De nuevo me
eran míos, de nuevo me vivían.
Las dos
lucernas de sus rostros en el crepúsculo
Relucían como posando para Rembrandt.
Sólo ahora
puedo contar
Por cuántos
sueños vagaron, de los pies
De cuántas
aglomeraciones los saqué,
Cuántas
veces me agonizaron entre los brazos.
Si eran
podados, rebrotaban torcidos.
El absurdo
los obligaba a una mascarada.
Y qué, si
ello no podía dolerles fuera de mí,
Si es que en
mí les dolía.
La soñada
chusma escuchaba cómo llamaba “mamá”
A algo que
piando daba saltitos en una rama.
Y hubo risas
de que mi padre luciera un lacito en el pelo.
De la
vergüenza solía despertarme.
Y bien, por
fin.
Una noche
corriente
De un
viernes ordinario a un sábado,
Tal como los
quería, de pronto se me aparecieron.
Soñados, mas
como liberados de los sueños,
Dóciles sólo
a sí y a nada más.
En el fondo
de la imagen fenecían todas las posibilidades,
Los
accidentes carecían de la forma necesaria.
Sólo ellos
resplandecían hermosos, como ellos mismos.
Se me
aparecieron largo, largo tiempo y felizmente.
Desperté.
Abrí los ojos.
Y palpé este
mundo como un marco entallado.
(De “Qué
alegría más grande”, 1967. Trad.: Xaverio Ballester)
NOTICIAS DEL
HOSPITAL
Echamos a
suerte quién debía ir a verlo.
Me tocó a
mí. Me levanté de la mesa.
Se acercaban
ya las horas de visita al hospital.
No respondió
nada a mi saludo.
Quería
cogerle de la mano, la apartó
Como un
perro hambriento que no suelta su hueso.
Parecía como
si le diera vergüenza morir.
No sé de qué
se habla con alguien como él.
Nuestras
miradas se evitaban como en un fotomontaje.
No dijo ni
quédate, ni vete.
No preguntó
por nadie de los de nuestra mesa.
Ni por ti,
Juancho, ni por ti, Moncho, ni por ti, Pancho.
Empezó a
dolerme la cabeza. ¿Quién se le muere a quién?
Exalté la
medicina y las tres lilas del vaso.
Hablé del
sol y fui apagándome.
Qué bien que
haya peldaños para salir corriendo.
Qué bien que
haya una puerta para poder abrirla.
Qué bien que
me esperáis en esa mesa.
El olor a
hospital me provoca náuseas.
(De “Qué
alegría más grande”, 1967. Trad.: David Carrión Sánchez)
TARSIO
Yo, tarsio,
hijo de tarsio,
Nieto y
bisnieto de tarsio,
Animalillo
menudo, conformado por dos pupilas
Y sólo el
resto más imprescindible;
De milagro
salvado de ulterior adaptación,
Pues no hay
manjar en mí,
Para el
cuello los hay más grandes,
Mis
glándulas no producen felicidad,
Los
conciertos se celebran sin mis intestinos;
Yo, tarsio,
Puedo
sentarme vivo en el dedo del hombre.
Buenos días,
mi señor,
¿qué me vas
a dar
Por no tener
nada que quitarme?
¿con qué tu
minificencia me recompensará?
¿A mí, inapreciable,
qué precio me otorgarás
Por posar
para tus sonrisas?
Mi señor
bueno,
Mi señor
bondadoso
¿quién daría
fe de ello si no hubiera bestias
Cuya muerte
carece de valor?
¿Quizá
vosotros mismos?
Mas cuanto
de vosotros mismos sabéis
Basta para
velar una noche de estrella a estrella.
Y sólo
nosotros, los pocos no desollados,
No
desosados, no desplumados,
Sólo los
respetados en sus espinas, escamas colmillos
Y todo lo
que aún nos quede
De ingeniosa
albúmina,
Somos, mi
señor, el sueño
Que os
absuelve por un breve instante.
Yo, tarsio,
padre y abuelo de tarsio,
Animalillo
menudo, casi la mitad de algo
Y empero un
todo no peor que otros,
Tan ligero
que debajo de mí las ramitas ascienden
Y antaño me
habrían llevado al cielo
Si no
tuviera una y otra vez
Que caer
como una piedra desde, ay,
Enternecidos
corazones;
Yo, tarsio,
Bien sé cuán
necesario es ser tarsio.
(De “Qué
alegría más grande”, 1967. Trad.: Xaverio Ballester)
MONÓLOGO
PARA CASANDRA
Yo soy
Casandra.
Y esta es mi
ciudad bajo las cenizas.
Y estos mi
báculo y mis lemniscos de adivina.
Y esta mi
cabeza henchida de dubitaciones.
Cierto, al
fin triunfé.
Mi verdad es
un resplandor que golpea el cielo.
Sólo los
profetas que no fueron creídos
Gozan de
visiones semejantes,
Solo
aquellos que no supieron actuar,
Y todo se
habría cumplido igual de rápido
Aunque no
hubiesen existido.
Ahora
recuerdo con claridad
Como al verme el pueblo de pronto callaba.
Las risas se
interrumpían.
Las manos
dejaban de estrecharse.
Los niños
corrían hacia sus madres.
Ni siquiera
sus precarios nombres llegué a conocer.
Y esa
canción, la de las hojitas verdes,
Nunca nadie
la terminó de cantar en mi presencia.
Los amaba,
Mas los
amaba desde lo alto.
Por encima
de la vida.
Desde el
futuro. Donde siempre hay vacío
Y desde
donde qué puede resultar más sencillo que ver la muerte.
Lamento la
dureza de mi voz.
Miraos desde
las estrellas -clamaba-
Miraos desde
las estrellas.
Escuchaban y
bajaban la vista.
Vivían en
sus vidas.
Expuestos a
los vientos.
Juzgados de
antemano.
Con cuerpos
para el adiós desde que nacieron.
Mas cabía en
ellos como húmeda esperanza,
Una llama
nutriéndose de su propio centellear.
Sabían el
significado de un instante,
Ah al menos
uno cualquiera
Antes que –
Me salí con
la mía.
Mas eso de
nada vale.
Y este es mi
vestidito chamuscado.
Y estos mis
trastos de adivina.
Y este mi
rostro desfigurado.
Rostro que
nunca alcanzó a saber que podía ser bello.
(De “Qué alegría más grande”, 1967. Trad.:
Xaverio Ballester)
CAYENDO DEL
CIELO
Pasa la magia,
aunque las grandes fuerzas
Tal como
eran, siguen siendo. En las noches más bellas
No sabes si
es una estrella u otra cosa lo que cae.
No sabes si
es eso lo que tiene que caer.
Y no sabes
si es oportuno entretenerse en deseos,
¿adivinar?
¿Por un malentendido estelar?
¿Cómo si
constantemente nuestro siglo fuera el no-veinte?
Qué brillo
te juramenta: soy una chispa, una chispa auténtica,
Una chispa
de la cola de un cometa,
Nada salvo
una chispa, que suavemente desaparece,
No soy yo la
que cae en los periódicos de mañana,
Es esa otra,
justo a mi lado, que tiene su motor estropeado.
(De “Si
acaso”, 1972. Trad.: David Carrión Sánchez)
SEGURIDAD
-¿Estás
seguro de que ha arribado nuestra nave
A los
desiertos de bohemia? -Estoy seguro, mi señor.
Esto es de
Shakespeare, el cual estoy segura
De que no
fue otra persona. Algunos hechos, una fecha,
Un retrato
casi en vida… ¿Afirmar que eso es poco?
¿Esperar una
prueba que las Aguas ya Eternas
Han arrojado
a las bohémicas costas de este mundo?
(De “Si
acaso”, 1972. Trad.: Abel A. Murcia Soriano)
MIEDO
ESCÉNICO
Poetas y
escritores.
Porque así
es como se dice.
Los poetas
entonces no son escritores, sino qué.
Al poeta la
poesía, al escritor la prosa.
En la prosa
puede haber de todo, hasta poesía,
En la poesía
tiene que haber sólo poesía.
Según el
cartel que la anuncia
Con una
enorme P de trazos modernistas,
Inscrita en
las cuerdas de una lira alada,
Tendría yo
que volar y no entrar caminando.
¿Y no sería
mejor descalza
Que con
estos zapatos de oferta,
Sustituyendo
torpemente a un ángel
Entre
taconeo y rechinado?
Si al menos
fuera más larga mi falda, con más vuelo,
Y si no
sacara yo los poemas del bolso sino de la manga,
Fiesta,
desfile, gran ocasión,
Pim pam pum,
Ab ab ba.
Allá en el
escenario acecha una mesita
Un tanto
espiritista y de patas doradas,
Y sobre la
mesita humea un candelabro.
De eso se
desprende
Que tendré
que leer a la luz de las velas
Lo que
escribí a la luz de una simple bombilla
Tac tac tac
a máquina.
Sin
preocuparme de antemano
Si esto es
poesía
Y qué
poesía.
Si de esa en
la que la prosa está mal vista,
Si de esa
que es bien vista en prosa.
Pero cuál es
la diferencia,
Si sólo se
aprecia en la penumbra
Sobre un
fondo de cortinas rojas
Con flecos
morados.
(De
“Gente en el puente”, 1988. Trad.: de Gerardo Beltrán)
CIERTA GENTE
Cierta gente
huyendo de otra gente.
En cierto
país bajo el sol
Y bajo
ciertas nubes.
Dejando
atrás sus todos respectivos,
Campos
sembrados, ciertas gallinas, perros,
Espejos en
los que ahora sólo el fuego se contempla.
Llevan a la
espalda hatillos y cántaros
Día tras día
más pesados, cuanto más vacíos.
El
agotamiento de alguien tiene lugar en silencio,
El
arrancamiento a alguien de su pan en el tumulto
Y el
acuñamiento del niño muerto de alguien.
Ante ellos
un incesante “por aquí no”,
No es ése el
puente que necesitan
Sobre un río
extrañamente rosado.
Alrededor
unos disparos, a veces más cerca, a veces más lejos,
En lo alto
un avión que parece dar vueltas.
Vendría bien
alguna invisibilidad,
Alguna
oscura pedregosidad,
Y aún mejor
un no-haber-sido
Por un
tiempo breve o incluso largo.
Algo todavía
ocurrirá, pero dónde y qué.
Algo saldrá
a su encuentro, pero cuándo, quién,
Desempeñando
qué papel y con qué intenciones.
Si tiene
elección,
Quizás no
quiera ser un enemigo
Y los deje
con cierta vida por delante.
(Traducción de David
Carrión Sánchez)
EL SILENCIO
DE LAS PLANTAS
La relación
unilateral entre vosotras y yo
O va mal del
todo.
Sé que es
una hoja, un pétalo, una espiga, una piña, un tallo
Y qué os
pasa en abril y en diciembre.
Aunque mi
curiosidad no es correspondida,
Sobre
algunas me inclino con especial atención,
Y ante otras
levanto la cabeza.
Tengo
nombres para vosotras:
Arce, cardo,
narciso, brezo,
Enebro,
muérdago, nomeolvides,
Y vosotras
no tenéis ninguno para mí.
Hacemos el
viaje juntas.
Y durante
los viajes, se habla, ¿no?
Se
intercambian algunas opiniones al menos sobre el tiempo
O sobre las
estaciones que pasan volando.
No faltarían
temas porque nos unen muchas cosas.
La misma
estrella nos tiene a su alcance.
Proyectamos
sombras según las mismas leyes.
Intentamos
saber cosas cada una a su manera
Y en lo que
no sabemos también hay semejanza.
Lo aclararé
como pueda, preguntadme y ya está:
Qué es mirar
con los ojos,
Para qué me
late el corazón
O por qué mi
cuerpo no echa raíces.
Pero cómo
contestar a preguntas nunca hechas,
Si, además,
una es
Para
vosotras tan nadie.
Musgos,
bosques, prados y juncales,
Todo lo que
os digo es un monólogo
Y las que
escucháis no sois vosotras.
La
conversación con vosotras es necesaria e imposible.
Urgente es
una vida apresurada
Y aplazada
hasta nunca.
(Traducción de Carlos
Marrodán Casas)
NUBES
Con la
descripción de las nubes
Debería
darme mucha prisa,
Después de
una milésima de segundo
Dejan de ser
ésas y empiezan a ser otras.
Es propio de
ellas
No repetirse
nunca
En formas,
matices, posturas y orden.
Sin la carga
de ningún recuerdo
Se elevan
sin problemas sobre los hechos.
¡De qué van
a ser testigos!,
En un
segundo se disipan en todas direcciones.
En
comparación con las nubes
La vida
parece tener los pies sobre la tierra,
Se diría que
es inmutable y prácticamente eterna.
Frente a las
nubes
Hasta una
piedra parece un hermano
En el que se
puede confiar
Y las nubes,
nada, primas lejanas y frívolas.
Que exista
la gente si quiere,
Y después
que se muera uno tras otro,
Poco les
importan a las nubes
Todas esas
cosas
Tan
curiosas.
Sobre toda
Tu vida
Y también la
mía, aún incompleta,
Desfilan
pomposas igual que desfilaban.
No tienen la
obligación de morir con nosotros.
No necesitan
ser vistas, para poder pasar.
(Traducción de Abel
A. Murcia Soriano)
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