
Nada más aterrizar en el rodaje de
una de sus últimas películas, el gran y mal actor que era Bruce Willis preguntó
gritando a voz en cuello si no se había extinguido ya el elefante blanco, justo cuando
se enteró de que ese era el título de la película que iba a protagonizar,
aunque ya los días anteriores le había preguntado a su mujer si sabía de qué color tenían el colmillo los elefantes blancos; y al director, con sonrisa infantil, si era verdad que podían los
elefantes llegar a volar con solo desplegar sus orejas; y, en un momento en que
el guionista apareció por allí intentando aclarar que el elefante blanco no era ningún pájaro sino uno de los jefes de la mafia, preguntó si aquello era una referencia metafórica a la famosa
marca de papel higiénico con la que se limpiaba el culo cuando era niño. Como
todos en aquel mundillo conocían la campechanía del actor, su inclinación por
los exabruptos y su socarrón sentido del humor, decidieron tomarse aquellas
ocurrencias como humaradas de un astro que estaba empezando a declinar
eclipsado por sus malos humos. Cuando por fin todos los focos iluminaron la
máscara acartonada del actor y el cámara principal había dirigido su zoom a sus
ojos abiertos como platos, y el director, ya emocionado por aquel gesto de
perplejidad que había animado su expresión de autómata, lanzó el grito de ¡Acción!,
como si continuase con el rodaje de “La guerra de Hart”, el gran y mal actor
que probablemente era Bruce Willis miró a uno y a otro lado del plató donde se
apiñaban las maquilladoras y el iluminador junto al guionista, bajó la mirada
avergonzado como si fuese a resucitar un personaje que acabara de matar, volvió
a mirar a todos y, cuando ya esperaban que diera comienzo a una nueva
interpretación memorable, Bruce hizo un gesto de desamparo manoteando en el
aire con expresión idiota, se levantó de la silla en la que estaba sentado, dio
cinco pasos a donde se encontraba el director con su asistente y le dijo,
mirando perplejo también a los demás, como si les fuera a confesar un secreto:
- Se porqué están ustedes aquí …–
Y entonces se detuvo como poniendo
puntos suspensivos, hizo un largo silencio elocuente que mantuvo al director en
vilo esperando esa interpretación magistral, comenzó a rodear el decorado con
una expresión de asombro en la mirada, dio una vuelta en círculo mirando al suelo
como quien busca las llaves de casa que ha oído caer, puso los
ojos en blanco mirando el vacío que no conseguía rellenar y exclamó, medio tartamudeando -con un
tono de mendigo que está pidiendo su primera moneda:
- ...Pero... ¿yo por qué estoy aquí?
Y entonces el carismático y
probablemente mal actor que era Bruce Willis, viendo que era imposible
entenderse con los que ahí se hallaban tan afanados, y que a juzgar por su
elocuente mirada se podía saber que ellos sí sabían por qué y para qué y desde
cuando estaban allí, y que en realidad parecían saberlo todo mientras él ya no
sabía nada, en vez de
volver a la silla donde le había tocado interpretar aquella toma, se dirigió
merodeando hacia el portalón que daba acceso al estudio -entre las protestas
del productor y del director medio paralizados y pálidos de miedo-, dio, sin detenerse, unos
pasos vacilantes en la acera hasta llegar al coche, revolvió en ambos bolsillos del pantalón durante un buen rato, encontró al fin la llave, abrió la puerta, se sentó
mientras suspiraba hondo y arrancó el motor, a la vez que miraba de reojo la nave y toda
aquella fábrica de sueños, enfilando por fin el camino de vuelta con la mirada perdida
en dirección contraria, por si no se estaba confundiendo de calle, por si se había confundido de ciudad y aparecía en otra, y se perdía, y luego no encontraba el camino de regreso a casa.
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