martes, 4 de julio de 2017

AFORISMOS Y CAVILACIONES 1. Sobre el Deseo I

(Se pueden ver más entradas de "Aforismos y cavilaciones" sobre el deseo en:


 
 
¿Por qué es tan importante aquello que nos gusta? Porque nuestra esencia es ser aquello que nos gusta; de ello estamos en el fondo constituidos; nosotros vamos a las cosas porque esas cosas nos gustan. En la medida en que sepamos qué cosas nos gustan, no estaremos con las cosas que nos disgustan y trataremos de fugarnos hacia aquello que nos gusta.

Los hombres negativos son aquellos que acaban haciendo, diciendo, abrazando las cosas que les disgustan. Es así como los hombres se vuelven grises, indefinidos, sin esencia. Tenemos que ir hacia todas las cosas que nos gustan para llegar a ser lo más íntimo que llevamos dentro.


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El hombre se vuelve bello o feo, bueno o malo, por lo que hace pero también por lo que se le presenta delante, a su mano y que uno mismo va eligiendo y seleccionando. Y es que el hombre siempre se dirige, por medio de sus deseos, a lo que tiene delante. Y se va haciendo con todo aquello que tiene a la mano.

El lector se hace con y mediante el libro que está leyendo y el amante con y mediante los besos y abrazos con los que acaricia a su amado.

 

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Hagamos lo que hagamos, no hacemos otra cosa que adentrarnos siempre en el terreno del deseo; con cada decisión, por nimia que ésta sea, no hacemos otra cosa que ir tras  aquello que deseamos, damos un paso hacia lo que queremos alcanzar o hacia el lugar en que queremos penetrar.

El hombre es inevitablemente libre y su libertad radica en su deseo; es el deseo el garante de su libertad y por tanto no podemos decir que el hombre es más o menos libre, pero sí podemos decir que el hombre puede desear sana o insanamente, constructivamente o destructivamente, perjudicando y embarazando su desarrollo o catapultándolo.

También estos deseos se materializan en su pensamiento, de tal manera que no puede existir un solo pensamiento que no sea al mismo tiempo deseado. Pero ¿en qué consiste, en definitiva, esta libertad que radica en el deseo? En el amor. El hombre se hace libre y se convierte en un ser deseante mediante aquello que ama. Cada hombre no desea otra cosa que lo que ama, y rehúye y teme aquello en lo que coloca su odio, y por tanto toda la cifra en que consiste el hombre es amor. El hombre no expresa otra cosa en todo cuanto obra que su amor por aquellas cosas y seres a los que hace objeto de su deseo.



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El hombre, al desear la realidad en la que se instala, al desear que la realidad sea de un determinado modo, y sea con él de ese determinado modo, moldeándola a su gusto, no solo se hace a sí mismo tal cual lo desea, sino que además, a su manera, en un ínfimo grado, hace que la realidad sea tal cual la desea. La hace obrar dentro sí pero también lo hace fuera de sí. El hombre moldea siempre a su manera la realidad a la que se enfrenta. Y el hombre, con sus pensamientos, con sus sentimientos, con estos gustos y disgustos –antes de pasar a la acción- va determinando el panorama de personas y cosas que tiene delante.

Se puede decir que esos pensamientos van modificando lo que piensa –seres y cosas- en la manera en que los piensa, pero sobre todo va modificando esos seres y cosas al ser pensados en él; es como si el hombre se transformara en el negativo de la realidad  pensada, de tal forma que, como resultado, esa modificación de los pensamientos sobre unos determinados seres y cosas se incorpora a su propia persona, que a la postre acabará reobrando en la realidad de esa manera personal en que ha metabolizado una determinada realidad en pensamiento.

El hombre metaboliza la realidad por medio de pensamientos y sentimientos, mediante toda la operativa de la vida mental, y esa realidad se le incorpora en sí, como los alimentos se incorporan en la digestión. Los pensamientos son el modo que tiene el hombre de actuar en la realidad y de metabolizar esa realidad de un modo espiritual.
 
 
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Todo aquello que queremos que nos acontezca –descontado lo que se le debe a la influencia accidental- acabará aconteciendo, sin duda alguna. Pues no todo lo que deseamos aparece reflejado en un nivel consciente.

Todo lo que acontece en la esfera de la sociedad humana surge como producto de la confluencia de cada una de las voluntades humanas. Hay en cada hombre un deseo de que ocurran o dejen de ocurrir las cosas tal como las deseamos o las tememos, y no nos podemos eximir de esta responsabilidad íntima, con lo que ya sólo queda someter nuestra voluntad a una estricta vigilancia para no engañarnos sobre lo que deseamos y lo que no, y, por tanto, para poder someter nuestra conducta a un régimen racional.



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 ¿En qué nivel decimos que siempre ocurren aquellas cosas o hechos que deseamos?

En ese nivel más complejo donde la  confluencia de las pasiones  de vanidad, presunción, envidia, ira, egocentrismo, etc., van formando un mosaico de sucesos deseados que se conjugan del tal manera –modificados por nuestra imaginación-, que dan lugar a hechos cuyo alcance no habíamos medido de un modo consciente. Pues el inconsciente siempre tiene razones que la consciencia ignora.

 
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Mucho más importante  que el que a la postre acabe aconteciendo lo que hemos deseado es el hecho de que nuestro cuerpo se mueve al compás de las pasiones que hemos ensayado en la imaginación y que siempre es posible reducirlas a una voluntad determinada de ser y por tanto de obrar como se desea. Todo queda finalmente reducido a deseo.


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Lo importante es que uno puede obrar siempre regulándose con arreglo a unos deseos que el mismo puede promulgarse, a fin de que su conducta y su vida entera adquiera la meta y la finalidad propia.

 
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 Y por tanto es posible siempre modelarse y llevar a cabo sólo aquello que ha sido modulado por los propios pensamientos.

 
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La realidad, de puertas para fuera, es como es, pero nuestra realidad propia, de puertas para adentro, es tal como la imaginamos y como la deseamos, de ahí que a la vez que la realidad se desenvuelve en principio sin conexión aparente con nuestra voluntad, al mismo tiempo se da en nosotros una realidad completamente conectada con esta voluntad, una realidad que se va desplegando –y también actuando corporalmente, realizándose- siguiendo el hilo de nuestra imaginación y deseo. Es lo que se llama representación, y es también un deseo de que la realidad sea de una determinada manera hecha a nuestra imagen y semejanza.

 
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 La clave tal vez se halle en que esa realidad representada, que es por tanto una idealización, puede ser entendida mejor si la escindimos en dos, la realidad externa y la realidad interior de nuestro cuerpo y nuestra conciencia. Hay una inserción de nuestra realidad corporal en el cuerpo del mundo y ambos están en conexión e influencia recíproca. Del mismo modo se podría decir que hay una inserción del cuerpo del mundo en nuestra realidad corporal.

Todo aquello que está aconteciendo en nuestro cuerpo ya es un modo de actuar de esa realidad que representamos. Es como si se pudiera decir, toda realidad viva, tiene que actuar a través de un orden de representación que la posibilita inteligirse para poder ser cómo es. Toda representación debería suponer a la vez un código de órdenes que se obedecen o se ordenan. La esencia de la realidad no es tanto representar como actuar. Pero sólo mediante este orden de representación la realidad viva puede darse razón de su actuar.

Podríamos también decir, a diferencia de la realidad cosificada y objetiva, o de la realidad no viva –si haty tal cosa-, la realidad viva posee la facultad de dar cuenta de su interioridad, y esta interioridad en la que rige e intelige ha de verse como un reino de libertad, pues toda conciencia de obrar supone una capacidad para darse autonómamente ordenes que se ha de ejecutar, y por tanto, una capacidad para dejar de obedecer, una resistencia a la pasividad, una capacidad de promulgarse normas y leyes, todo aquello que configura el reino de la libertad.



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Deseamos muchas cosas que son diversas e incluso adversas, de ahí que todo lo que nos ocurre esté sometido a esta complejidad de deseos a veces contradictorios o que provocan contraindicaciones en el resto de los deseos. De ahí que por eso se haga necesario un régimen de deseos mediante el cual queden éstos depurados y jerarquizados.

 
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Mientras dejamos de pensar, al hacer silencio en la mente, también dejamos de desear, y así también podemos hacernos más conscientes del manejo al que nos someten los deseos,  y por ello nos damos la capacidad de no someternos a su dominio y logramos así dominar los deseos.

Ser consciente significa ejercer un mayor dominio sobre lo que nos era inconsciente y operaba sin nuestro conocimiento. Al conocerlo podemos ejercer, sobre lo que ha salido, a la luz un dominio para manejar lo que antes estaba funcionando por su cuenta.


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El hombre no hace otra cosa que aquello que quiere, y solo sobre esto nos podemos poner de acuerdo  y extraer las consecuencias correspondientes. Pues pudiera ocurrir que, sobre aquello que quiere un hombre, existiera la duda de si es conveniente que lo quiera. Es decir, sobre los deseos de un hombre se puede extender un manto de conciencia y deliberación que hace que la conducta del hombre, más que motivada por deseos, lo pueda ser por razones, esto es, por deseos más complejos y trascendentes, que ya no serían instintivos sino racionales.
 



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