Estaba yo al sol tendido sobre una roca al final del verano, cuando me dio por cerrar los ojos y me quemé la lengua. Estaba yo tendido al sol, tan inocente, casi puro de estar medio desnudo, sintiendo el mar azul por el rabillo del ojo mientras contemplaba el cielo con algúnos filamentos de nube flotando como peces de luz , oyendo a los niños que reían y gritaban mientras se tiraban desde el puente de cabeza desafiando las órdenes de los socorristas, y estaba a gusto, con el cuerpo caliente, con los poros de la piel respirando un anticipo del paraíso robado, cuando me dio por cerrar los ojos. Y entonce me quemé la lengua y mucho.
Aprendí que no se debe cerrar los ojos cuando uno se tiende al sol. Hay que vivir con los ojos abiertos o te puedes quemar. Quizas hay que vivir despierto y nunca quedarse dormido, porque ¿quien vela por nosotros cuando nos quedamos dormidos? Poco antes de cerrar los ojos había pensado en levantarme y darme un baño, pero como las olas cogían un impulso cada vez más alto y ondeaba la bandera amarilla y ya se oían los silbatos que llaman la atención de los que nadan con denuedo y con los ojos cerrados, decidí dejarlo para más tarde y cerré los ojos. No hay que quedarse dormido tumbado al sol porque alguien tiene que velar por tus pensamientos. Cuando uno se duermen sigue pensando, aunque sea en imágenes, y no vaya ser que a los pensamientos les de por hacer de las suyas. A mis pensamientos esa tarde de septiembre mientras me doraba al sol le dió por hacer de las suyas Hasta ese momento sentía sólo piel dorada, legeramente caliente, como si la hubera encendido algún deseo oculto por una mujer soñada e inexistente. Creo que un momento antes de que yo fuera a bañarme -¿porque abortaría yo ese pensamiento?- debía abrigar algún deseo lúbrico, casi siempre ando yo con ese deseo en el cuerpo, en la playa especialmente persigo los escotes generosos, los culos empinados, los senos que quieren mostrarse o sin verguenza se muestran con el cuerpo entero al aire. Lo cierto es que ya estaba caliente. Nunca más me tenderé al sol con el cuerpo caliente por los pensamientos húmedos. Pensé, soñé acaso, con los ojos plácidamente cerrados, el sol hiriéndome los ojos, multiplicándose por mi cuerpo en cientos, miles de ojos ardientes que me miraban ciegos y furiosos, el fuego del sol dándome su calor y ardiendo, el sol corriendo mis venas hasta prender mi sangre con su mecha, ardiéndome el sol a través de mi sangre, yo mismo que me había convertido en sol. Y de repente el sol lanzándome su gran llamarada, una explosión solar y yo expandiéndome con él en cada por, con su diástole de fuego, yo, bola de fuego que aqnsiaba el mar y apagar mi sed de sol y sal, bola de fuego que se elevaba en el cielo azul, noté la llama por todo mi cuerpo, fogoneaba por el cielo como si fuese una pájaro en llamas que atraviesa el aire, luego aparecí tomándome una taza de te en una tetería que ya ha dejado de existir en la ciudad donde resido ahora, y luego me ví con la palma de la mano apagando una vela en una palmatoria y dejándola en la mesita de noche de una buhardilla en que vivi en mis tiempos de estudiante. Y se hizo la oscuridad y yo me quedaba dormido, pero en el sueño yo estaba tumbado en la hierba contemplando una noche cuajada de estrellas, miraba una que apenas se veía, me identifiqué con ella y cuando ya creí que la había alcanzado noté un fogonazo en la mano, era mi padre quemándome sin querer con su sempiterno cigarrillo, un recuerdo que siempre tengo vivo, porque aún mantengo la cicatriz en la muñeca, pero en el sueño la quemadura era en la cara y luego me bajaba al cuello y en el cuello sentí un beso, muchos besos, ardientes besos que una de mis primeras novias me estaba dando por todo el cuerpo y ya me estaba quemando mmientras sus labios descendían hacia mi vientre, me quemaba todo el cuerpo, pensé incluso que me iba a correr de un momento a otro, y empecé a oir sus palabras ardientes que entonces me susurraba al oído mientras me besaba en una oreja, me pitó un oído como esos bengalas que suenan antes de estallar en el cielo y se funden en mil girnaldas de colores fluorescentes y comencé a repetir aquellas palabras ardientes como un conjuro, llama, candil, centella, fiebre, arde en la llama de mi inferno, cuando de repente, pronunciando aquellas ardientes palabras sentí que me quemaba, que me quemaba la lengua envuelta en llamas. Y así fue como me desperté, la tarde ya estaba declinando, y noté el sabor caliente de la sangre en mi boca, su gusto a hierro oxidado después de haber estado candente. Me la acababa de morder, un calambrazo helado de tan caliente me impedía gritar, aunque estuviera aullando, y quería gritar y no podía, pedí auxilio y la playa ya estaba vacía, los socorristas habían dejado su caseta, a lo lejos por la playa algún perro que un dueño acababa de soltar, estaba solo y quemado, seguramente negro y muy caliente, podía ser un sueño pero me había despertado, mientras sentía mi cuerpo pesado y fragil, mi piel como si me hubieeran latigado, sentí la fiebre, sentí el mareo, las ganas de vomitar. Ahora sí que tenía que pegarme ese baño, ahora estaba ardiente, la insolación había prendido por todo mi cuerpo y envuelto en llamas echaba humo, ahora si que me tiraría de cabeza al mar, jamás cierres los ojos en una tarde de verano si te tumbas al sol, alguien tiene que velar por los pensammientos cuando un hombre cierra los ojos mirando al sol, nunca te duermas o pensarás cosas muy calientes, puedes qujemarte, chamuscarte y ni siquiera zambullirte en el mar te habrá salvado del dolor que sientes por haberte quemado en sueños.

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