Siento que andan las islas,
que la tierra se asombra de sentirme otro hombre
tan distinto al que impuso a sus huéspedes la pena
de matarle día a día.
Las costas que están tristes de no viajar nunca
y nacieron de espaldas al mundo por no verlo ni oirlo,
acostadas de pena saben que se van lejos,
sienten que me llevan muy lejos sin ni mi nombre
ni el número de veces que fui odiado y querido por
los mismos que a estas horas en hueco tendrán que recordarme,
que zaherirme,
al encontrarme mis huellas en ese insulto dicho casi sin ganas,
en aquel proyecto nunca llevado a cabo
o en aquella pasión mantenida hasta el límite donde
tan sólo un paso más de una sima de sangre.
Amigos,
¿no sentís cómo andan las islas?
¿No veis que ya voy a doblar hacia esas corrientes
que se entran lentísimas en la inmovilidad de los
mares sin olas y los cielos paralizados?
Oigo el llanto del Globo que quisiera seguirme y gira
hasta quedarse mucho más fijo que al principio,
tan borracho en su eje que hasta los astros mennos
rebeldes transitan por su órbita.
¿No oís que oigo su llanto?
Siento que andan las islas.
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