domingo, 28 de mayo de 2017

POETAS 96. Pedro Salinas II ("La voz a ti debida")

 
 


Pedro Salinas publicó “la voz a ti debida” en 1933, pero el origen de su composición data de un año antes, exactamente del verano de 1932, cuando Katherine Whitmore, profesora de  literatura española en Smith College, Massachusetts,  se traslada a Madrid junto a su amiga Caroline Bourland para matricularse en la clase que impartía Salinas sobre la  “Generación de 98”. Pedro Salinas queda enseguida hechizado por la presencia de Katherine e  invita a las dos amigas a comer a su casa: “ya había caído el relámpago –diría Katherine más tarde- y la persecución había comenzado”. También había comenzado la fascinación que Pedro Salinas ejercía con su conversación; la larga  serie de paseos por la ciudad de Madrid guiados por la erudición y  la imaginación poética del propio Salinas. La relación epistolar entre Katherine Whitmore y Pedro Salinas arranca de ese mismo verano de 1932, una vez que ambas amigas se alejan de Madrid para veranear en Mallorca: son cartas escritas con “extraños jeroglíficos verdes”, al principio ilegibles, que pronto pasarían a serle tan queridos y entrañables a Katherine Whitmore. Después de esa estancia en Mallorca, y antes de que Katherine regresara a Estados Unidos en el mes de septiembre, todavía lograron verse en dos ocasiones más: una en la playa de Ifach, que inspiró el poema “¡Qué día sin pecado!”, y otro en Barcelona, donde Salinas le desvela el nombre del libro que considera de los dos: “la voz a ti debida”, tomado de una de las  églogas de Garcilaso de la Vega, que esa misma mañana había encontrado en un “libro de bolsillo”. Durante el invierno siguiente, las cartas se convierten en algo tan urgente que Katherine sólo busca en las noticias del New York Times los horarios de llegada y salida de los barcos que, además de las letras, traían alguno de los poemas que más tarde iban a componer el libro, y que iban a teñirse un poco de ese espíritu aéreo y fantasmal  de una relación vivida a distancia. La propia Katherine llega a dar la razón a los críticos –Leo Spitzer y Angel del Río- que dudaban de que aquellos poemas fueran inspirados por una amada viva, cuando, parafraseando un verso de Salinas, afirma que el amor que el poeta sentía por ella “inventó el infinito”. Para Katherine, muchos de aquellos poemas implicaban una experiencia que  ambos en realidad no conocieron. Katherine Whitmore y Pedro Salinas vuelven a encontrarse en junio de 1933, en la primera sesión de la Universidad Internacional de Sant4nder, que el poeta había ayudado a fundar y de la que era director. La atmósfera intelectual en el Palacio de la Magdalena, donde profesores y alumnos de varios países convivían juntos, no era la más idónea para que continuaran aquel idilio amoroso. No obstante, su relación amorosa y epistolar se fue estrechando y durante el invierno siguiente las cartas siguieron la misma cadencia. En el verano de 1934, un grupo de estudiante de Smith College, dirigidos por Katherine Whitmore, llegaron a Sant4nder para asistir a la segunda sesión de la Universidad Internacional. Aquella relación clandestina se reanuda con entrevistas en viejos cafés y conversaciones telefónicas. Por aquel entonces, Pedro Salinas contrae una costumbre que llega a preocupar a Katherine. “Le gustaba telefonearme por la noche desde su casa. Rechazó mi sugerencia de que no era una cosa muy prudente”; en febrero de 1935, Margarita Botella, la mujer de Pedro Salinas, intenta suicidarse. Para Katherine, este hecho trágico viene a revelar que su amor no tiene sitio. Sin embargo, Pedro Salinas no ve ningún motivo para la separación. Quiere a su mujer y a sus hijos, pero no puede pasarse sin su musa. El escándalo está servido y cuando en Junio zarpa su barco del puerto de Málaga siente que escapa de un callejón sin salida y que su relación ha llegado a su final. El resto de aquella relación que había comenzado apenas tres años antes iba a tener un largo y triste epílogo. Katherine enseguida contrae matrimonio con Brewer Whitmore, profesor en el Smith college. Antes, Pedro Salinas huye a Estados Unidos de la guerra civil española, mientras coloca a su familia a salvo en Argelia. Continúan sus asedios por carta y Katherine se ve obligada a elegir entre dos hombres, optando por evitar aquel amor con subterfugios. Katherine iba a permanecer casada con Brewer Whitmore hasta  la muerte de éste en accidente, en 1943. Durante su matrimonio aún siguió recibiendo cartas ocasionales del poeta. La relación epistolar sufrió intermitencias. Durante su estancia en Puerto Rico (1943-1946), Pedro salinas dejó de mandar cartas al descubrir que la censura disfrutaba leyendo el correo particular. Ya de regreso de Puerto Rico -Pedro Salinas regreso a su cátedra en la Universidad John hopkins, Baltimore, en 1946-, se encontró con Katherine Whitmore en contadas ocasiones. La última, en la primavera de 1951, el año en que murió el poeta. Katherine ignoraba que ya estaba enfermo. No hubo conciliación posible. El final, recuerda Katherine, fue triste pero inevitable. “Quizás hubo un “error de cálculo, tal como sugiere uno de sus poemas. (…) Fuera un error o no, fui yo quien le dio el ímpetu para crear su mejor poesía en las alegrías y en las penas".
 
Se puede considerar, entonces, a Katherine Whitmore como una de las musas más fecundas de la poesía amorosa española. Al comenzar a leer “La voz a ti debida”, uno se da cuenta enseguida de la verdad que encierran las palabras de Katherine Whitmore cuando afirma que el poeta con su amor inventó el infinito. El tipo de amor al que el poeta aspira en este libro es un amor intensamente íntimo y espiritual, un amor que se abisma en la relación personal de los pronombres -“qué alegría más alta/vivir en los pronombres-, en lo más medular de las personas- . Pero el poeta, al inventar el infinito de su amor, profundiza en un territorio nuevo, liberado de las convenciones y las taras del mundo cotidiano. Un amor que quiere volver a los orígenes del hombre, a los mundos vírgenes del paraíso perdido, y que quiere liberarse de la carga de la historia y del peso de los nombres. El tipo de amor que se refleja en este primer libro de su trilogía no  crea sólo un mundo con sus propias leyes: aspira a crear también su propia historia, porque cualquier pasado anterior al encuentro de los amantes es un obstáculo que impide la unión total. Incluso los avances técnicos, que posibilitan la comunicación entre las personas, no consiguen abolir la distancia que los separa. Cada invento técnico del hombre hace más patente la distancia entre los amantes que aspiran a la proximidad más íntima. Hay que abolir las distancias, allanar las diferencias. Los amantes aspiran a una identidad e intimidad total. Ser una misma alma en un mismo cuerpo dentro de un mundo hecho a imagen de los amantes. Hay que comenzar a recrear el mundo, a renombrar las cosas, a recolocarlas en el nuevo orden que ha instaurado el encuentro de los amantes. El amor que resplandece en “la voz a ti debida” es un amor al que se le debe todo, hasta la propia voz con que el poeta va transformando el mundo con la evocación de sus nuevos vocablos. La amada está dotada de un poder demiúrgico no muy distinto al que se traduce de la relación de vasallaje observada en la poesía del “amor cortés”. El poder de la mujer amada es sentido con tal fuerza que,  al dar impulso al mundo del poeta, impulsa y regenera a la vez el orbe entero, que antes de su aparición se hallaba vacío: un mundo caótico o “precósmico” donde el cuerpo del amante estaba aguardando el soplo de la amada que le diese forma y vida. Pero contra lo que se pueda creer, este mundo altamente idealizado que los amantes respiran rezuma autenticidad. El amor en Salinas es revelación de verdad, es el descubrimiento de la irreductible identidad de la persona amada más allá de las máscaras sociales que se adquieren en el comercio con el mundo, más allá de las copias, los retratos y los simulacros, que se van interponiendo como sombras y que impiden encontrar “el centro puro, inmóvil” de la mujer amada. En su búsqueda por llegar a la identidad última y desnuda de la mujer amada, el amor se espiritualiza tanto que el poeta llega a desmaterializar las cosas del mundo que impiden esta realización genuina. Incluso es necesario que el cuerpo de la amada se descarne hasta convertirse en un cuerpo pensado, más soñado que real, un cuerpo al que se le ha despojado hasta del bulto mismo. Pero amor espiritual no significa amor abstracto. Se busca la esencialidad de la mujer amada, despojada su imagen de todo aquello que pueda distraerlo de lo más suyo. Pero es también un amor que se afinca en lo concreto; paradójicamente, es un amor que quiere hacerse material de una forma más pura; amor terrestre, más que aéreo, por obedecer la ley de la gravedad y del destino -“amor total, quererse como masas”; un amor que pide realidades para cumplirse más allá de las sombras, herido de una “gran nostalgia de materia”, como apunta en su poema final, un amor que pide duración para poder realizarse más allá del tiempo insulso de la eternidad, que puede revivirse con sólo su memoria de carne y hueso, que ansía el retorno a la corporeidad “mortal y rosa donde el amor inventa su infinito”.
 
 
*****

Para vivir no quiero
islas, palacios, torres.
!Que alegría más alta:
Vivir en los pronombres!

Quédate ya los trajes,
las señas, los retratos;
ya no te quiero así,
disfrazada de otra,
hija siempre de algo.
Te quiero pura, libre,
irreductible: tú.
Se que cuando te llame
entre todas las gentes
del mundo,
sólo tú serás tú.
Y cuando me preguntes
quién es el que te llama,
el que te quiere suya,
enterraré los nombres,
los rótulos, la historia.
Iré rompiendo todo
lo que encima me echaron
desde antes de nacer.
Y vuelto ya al anónimo
eterno del desnudo,
de la piedra, del mundo,
te diré:
“Yo te quiero, soy yo”.


*****


!Si me llamaras, si,
si me llamaras!

Lo dejaría todo,
todo lo tiraría:
los precios, los catálogos,
el azul del océano en los mapas,
los días y sus noches,
los telegramas viejos
y un amor.
Tú, que no eres mi amor,
!Si me llamaras!

Y aún espero tu voz:
telescopios abajo,
desde la estrella,
por espejos, por túneles,
por los años bisiestos
puede venir. No sé por dónde.
Desde el prodigio, siempre.
Porque si tú me llamas
-!si me llamaras, sí, si me llamaras!-
será desde un milagro,
incógnito, sin verlo.

Nunca desde los labios que te beso,
nunca
desde la voz que dice: “No te vayas”.


*****


Ha sido, ocurrió, es verdad.
Fue en un día, fue una fecha
que le marca tiempo al tiempo.
Fue en un lugar que yo veo.
Sus pies pisaban el suelo
este que todos pisamos.
Su traje
se parecía a esos otros
que llevan otras mujeres.
Su reló
destejía calendarios,
sin olvidarse una hora:
como cuentan los demás.
Y aquello que ella me dijo
fue en un idioma del mundo,
con gramática e historia.
Tan de verdad,
que parecía mentira.

No.
Tengo que vivirlo dentro,
me lo tengo que soñar.
Quitar el color, el número,
el aliento todo fuego,
con que me quemó al decírmelo.
Convertir todo en acaso,
en azar puro, soñándolo.
Y así, cuando se desdiga
de lo que entonces me dijo,
no me morderá el dolor
De haber perdido una dicha
que to tuve entre mis brazos,
igual que se tiene un cuerpo.
Creeré que fue soñado.
Que aquello, tan de verdad,
no tuvo cuerpo, ni nombre.
Que pierdo
una sombra, un sueño más.


*****


Miedo. De ti. Quererte
es el más alto riesgo.
Múltiples, tú y tu vida.
Te tengo, a la de hoy;
yo la conozco, entro
por laberintos, fáciles
gracias a ti, a tu mano.
Y míos ahora, sí.
Pero tú eres
tu propio más allá,
como la luz y el mundo:
días, noches, estíos,
inviernos sucediéndose.
Fatalmente, te mudas
sin dejar de ser tú,
en tu propia mudanza,
con la fidelidad
constante del cambiar.

Di, ¿podré yo vivir
en esos otros climas,
o futuros, o luces
que estás elaborando,
como su zumo el fruto,
para mañana tuyo?
¿O seré sólo algo
que nació para un día
tuyo (mi día eterno),
para una primavera
(en mí florida siempre),
sin poder vivir ya
cuando lleguen
sucesivas en ti,
inevitablemente,
las fuerzas y los vientos
nuevos, las otras lumbres,
que esperan ya el momento
de ser, en ti, tu vida?


*****


Y súbita, de pronto,
porque sí, la alegría.
Sola porque ella quiso,
vino. Tan vertical,
tan gracia inesperada,
tan dádiva caída,
que no puedo creer
que sea para mí.
Miro a mi alrededor,
busco. ¿De quién sería?
¿Será de aquella isla
Escapada del mapa,
que pasó por mi lado
vestida de muchacha,
con espumas al cuello,
traje verde y un gran
salpicar de aventuras?
¿No se le habrá caído
a un tres, a un nueve, a un cinco
de este agosto que empieza?
¿O es la que vi temblar
detrás de la esperanza,
al fondo de una voz
que me decía: “No”?

Pero no importa, ya.
Conmigo está, me arrastra.
Me arranca del dudar.
Se sonríe, posible;
toma forma de besos,
de brazos, hacia mí;
pone cara de mía.
Me iré, me iré con ella
a amarnos, a vivir
temblando de futuro,
a sentirla deprisa,
segundos, siglos, siempre,
nadas. Y la querré
tanto, que cuando llegue
alguien
-y no se le verá,
no se le han de sentir
los pasos- a pedírmela
(es su dueño, era suya),
ella, cuando la lleven,
dócil, a su destino,
volverá la cabeza
mirándome. Y veré
que ahora sí es mía, ya.


*****


¿Por qué tienes nombre tú,
día, miércoles?
¿Por qué tienes nombre tú,
tiempo, otoño?
Alegría, pena, siempre
¿por qué tenéis nombre: amor?

Si tú no tuvieras nombre,
yo no sabría qué era,
ni cómo, ni cuándo. Nada.

¿Sabe el mar cómo se llama,
que es el mar? ¿Saben los vientos
sus apellidos, del Sur
y del Norte, por encima
del puro soplo que son?

Si tú no tuvieras nombre,
todo sería primero,
inicial, todo inventado
por mí,
intacto hasta el beso mío.
Gozo, amor: delicia lenta
de gozar, de amar, sin nombre.

Nombre, !Qué puñal clavado
en medio de un pecho cándido
que sería nuestro siempre
si no fuese por su nombre!


*****


Ahí, detrás de la risa,
ya no se te conoce.
Vas y vienes, resbalas
por un mundo de valses
helados, cuesta abajo;
y al pasar, los caprichos,
los prontos te arrebatan
besos sin vocación,
a ti, la momentánea
cautiva de lo fácil.
“!Qué alegre!”, dicen todos.
Y es que entonces estás
queriendo ser tú otra,
pareciéndote tanto
a ti misma, que tengo
miedo a perderte, así.

Te sigo. Espero. Sé
que cuando no te miren
túneles ni luceros,
cuando se crea el mundo
que ya se sabe quién eres
y diga: “Sí, ya sé”,
tú te desatarás,
con los brazos en alto,
por detrás de tu pelo,
la lazada, mirándome.
Sin ruido de cristal
se caerá por el suelo,
ingrávida careta
Inútil ya, la risa.
Y al verte en el amor
que te tiendo siempre
como un espejo ardiendo,
tú reconocerás
un rostro serio, grave,
una desconocida
alta, pálida y triste,
que es mi amada. Y me quiere
por detrás de la risa.


*****


!Qué gran víspera el mundo!
No había nada hecho.
Ni materia, ni números,
ni astros, ni siglos, nada.
El carbón no era negro
ni la rosa era tierna.
Nada era nada, aún.
!Qué inocencia creer
que el pasado de otros
y en otro tiempo, ya
irrevocable, siempre!
No, el pasado era nuestro:
no tenía ni nombre.
Podíamos llamarlo
a nuestro gusto: estrella,
colibrí, teorema,
en vez de así, “pasado”;
quitarle su veneno.
Un gran viento soplaba
hacia nosotros minas,
continentes, motores.
¿Minas de qué? Vacías.
Estaban aguardando
nuestro primer deseo,
para ser en seguida
de cobre, de amapolas.
Las ciudades, los puertos
flotaban sobre el mundo,
sin sitio todavía:
esperaban que tú
les dijeses: “Aquí”,
para lanzar los barcos,
las máquinas, las fiestas.
Máquinas impacientes
de sin destino, aún;
porque harían la luz
si tú se lo mandabas,
o las noches de otoño
si las querías tu.
Los verbos, indecisos,
te miraban los ojos
como los perros fieles,
trémulos. Tu mandato
iba a marcarles ya
sus rumbos, sus acciones.
¿Subir? Se estremecía
su energía ignorante.
¿Sería ir hacia arriba
“subir”? ¿E ir hacia dónde
sería “descender?
Con mensajes a antípodas,
a luceros, tu orden
iba a darles conciencia
súbita de su ser,
de volar o arrastrarse.
El gran mundo vacío,
sin empleo, delante
de ti estaba: su impulso
se lo darías tú.
Y junto a ti, vacante,
por nacer, anheloso,
con los ojos cerrados,
preparado ya el cuerpo
para el dolor y el beso,
con la sangre en su sitio,
yo, esperando
-ay, si no me mirabas-
a que tú me quisieses
y me dijeras: “Ya”.


*****


Amor, amor, catástrofe.
!Qué hundimiento del mundo!
Un gran horror a techos
quiebra columnas, tiempos;
los reemplaza por cielos
intemporales. Andas, ando
por entre escombros
de estíos y de inviernos
derrumbados. Se extinguen
las normas y los pesos.
Toda hacia atrás la vida
se va quitando siglos,
frenética, de encima;
desteje, galopando,
su curso, lento antes;
se desvive de ansia
de borrarse la historia,
de no ser más que el puro
anhelo de empezarse
otra vez. El futuro
se llama ayer. Ayer
oculto, secretísimo,
que se nos olvidó
y hay que reconquistar
con la sangre y el alma,
detrás de aquellos otros
ayeres conocidos.
!Atrás y siempre atrás!
!Retrocesos, en vértigo,
por dentro, hacia el mañana!
!que caiga todo! Ya
lo siento apenas. Vamos,
a fuerza de besar,
inventado las ruinas
del mundo, de la mano
tú y yo
por entre el gran fracaso
de la flor y del orden.
Y ya siento entre tactos,
entre abrazos, tu piel
que me entrega el retorno
el palpitar primero,
sin luz, antes del mundo,
total, sin forma, caos.


*****


Extraviadamente
amantes, por el mundo.
!Amar! !Qué confusión
sin par! !Cuántos errores!
Besar rostros en vez
de máscaras amadas.
Universo en equívocos:
minerales en flor,
bogando por el cielo,
sirenas y corales
en las nieves perpetuas,
y en el fondo del mar,
constelaciones ya
fatigadas, las tránsfugas
de la gran noche huérfana,
donde mueren los buzos.
Los dos !Qué descarrío!
¿Este camino, el otro,
aquel? Los mapas, falsos,
trastornando los rumbos,
juegan a nuestra pérdida,
entre riesgos sin faro.
Los días y los besos
andan equivocados:
no acaban donde dicen.
Pero para querer
hay que embarcarse en todos
los proyectos que pasan,
sin preguntarles nada,
llenos, llenos de fe
en la equiuvocación
de ayer, de hoy, de mañana,
que no puede faltar.
De alegría purísima
de no atinar, de hallarnos
en umbrales, en bordes
trémulos de victoria,
sin ganas de ganar.
Con el júbilo único
de ir viviendo una vida
inocente entre errores,
y que no quiere más
que ser, querer, quererse
en la gran altitud
de un amor que va ya
queriéndose
tan desprendidamente
de aquello que no es él,
que va ya por encima
de triunfos o derrotas,
embriagado en la pura
gloria de su acertar.


*****


Afán
para no separarme
de ti, por tu belleza.

Lucha
por no quedar en donde quieres tú:
aquí, en los alfabetos,
en las auroras, en los labios.

Ansia
de irse dejando atrás
anécdotas, vestidos y caricias,
de llegar,
atravesando todo
lo que en ti cambia,
a lo desnudo y a lo perdurable.

Y mientras siguen
dando vueltas y vueltas, entregándose,
engañándose,
tus rostros, tus caprichos y tus besos,
tus delicias volubles, tus contactos
rápidos con el mundo,
haber llegado yo
al centro puro, inmóvil, de ti misma.
Y verte cómo cambias
-y lo llamas vivir-
en todo, en todo, sí,
menos en mí, donde te sobrevives.


*****


La luz lo malo que tiene
Es que no viene de ti.
Es que viene de los soles,
de los ríos, de la oliva.
Quero más tu oscuridad.

La alegría
no es nunca la misma mano
la que me la da. Hoy es una,
otra mañana, otra ayer.
Pero jamás es la tuya.
Por eso siempre te tomo
la pena, lo que me das.

Los besos los traen los hilos
del telégrafo, los roces
con noches densas
los labios del porvenir.
Y vienen, de donde vienen.
Yo no me siento besar.

Y por eso no lo quiero,
ni se lo quiero deber
ni sé a quién.
A ti debértelo todo
querría yo.
!Qué hermoso el mundo, qué entero
si todo, besos y luces,
y gozo,
viniese sólo de ti!


*****


El sueño es una larga
despedida de ti.
!Qué gran vida contigo,
en pie, alerta en el sueño!
!Dormir el mundo, el sol,
las hormigas, las horas,
todo, todo dormido,
en el sueño que duermo!
Menos tú, tú la única,
viva, sobrevivida,
en el sueño que sueño.

Pero sí, despedida:
voy a dejarte. Cerca, la mañana prepara
toda su precisión
de rayos y de risas.
!Afuera, afuera, ya,
lo soñado, flotante,
marchando sobre el mundo,
sin poderlo pisar
Porque no tiene sitio,
desesperadamente!

Te abrazo por vez última:
eso es abrir los ojos.
Ya está. Las verticales
entran a trabajar,
sin un desmayo, en reglas.
Los colores ejercen
sus oficios de azul,
de rosa, verde, todos
a la hora en punto. El mundo
va a funcionar hoy bien:
me ha matado ya el sueño.
Te siento huir, ligera,
de la aurora, exactísima,
hacia arriba, buscando
la que no se ve estrella,
el desorden celeste,
que es sólo donde cabes.
Luego, cuando despierto,
no te conozco, casi,
cuando, a mi lado, tiendes
los brazos hacia mí
diciendo: “¿Qué soñaste?”.
Y te contestaría:
“No sé, se me ha olvidado”,
si no estuviera ya
tu cuerpo limpio, exacto,
ofreciéndome en labios
el gran error del día.


*****


Horizontal, sí, te quiero.
Mírale la cara al cielo,
de cara. Déjate ya
de fingir un equilibrio
donde lloramos tú y yo.
Ríndete
a la gran verdad final,
a lo que has de ser conmigo,
tendida ya, paralela,
en la muerte o en el beso.
Horizontal es la noche
en el mar, gran masa trémula
sobre la tierra acostada,
vencida sobre la playa.
El estar de pie, mentira:
sólo correr o tenderse.
Y lo que tú y yo queremos
y el día -ya tan cansado
de estar con su luz, derecho-
es que nos llegue, viviendo
y con temblor de morir,
en lo más alto del beso,
ese quedarse rendidos
por el amor más ingrávido,
al peso de ser de tierra,
materia, carne de vida.
En la noche y la trasnoche,
y el amor y el trasamor,
ya cambiados
en horizontes finales,
tu y yo, de nosotros mismos.


*****
No, no te quieren, no.
Tú sí que te estás queriendo.

El amor que te sobra
se lo reparten seres
y cosas que tú miras,
que tú tocas, que nunca
tuvieron amor antes.
Cuando dices: “Me quieren
los tigres o las sombras”
es que estuviste en selvas
o en noches, paseando
tu gran ansia de amar.
No sirves para amada;
tú siempre ganarás,
queriendo, al que te quiera.
Amante, amada no.
Y lo que yo te dé,
rendido, aquí, adorándote,
tú misma te lo das:
es tu amor implacable,
sin pareja posible,
que regresa a sí mismo
a través de esté cuerpo
mío, transido ya
del recuerdo sin fin,
sin olvido, por siempre,
de que sirvió una vez
para que tú pasaras
por él -aún siento el fuego-
ciega, hacia tu destino.
De que un día entre todos
llegaste
a tu amor por mi amor.


*****


Lo que eres
me distrae de lo que dices.

Lanzas palabras veloces,
empavesadas de risas,
invitándome
a ir adonde ellas me lleven.
No te atiendo, no las sigo:
estoy mirando
los labios donde nacieron.

Miras de pronto a lo lejos.
Clavas la mirada allí,
no sé en qué, y se te dispara
a buscarlo ya tu alma
afilada de saeta.
Yo no miro adonde miras:
yo te estoy viendo mirar.

Y cuando deseas algo
no pienso en lo que tú quieres,
ni lo envidio: es lo de menos.
Lo quiere hoy; lo deseas;
mañana lo olvidarás
por una querencia nueva.
No. Te espero más allá
de los fines y los términos.
En lo que no ha de pasar
me quedo, en el puro acto
de tu deseo, queriéndote.
Y no quiero ya otra cosa
más que verte a ti querer.


*****


!Qué entera cae la piedra!
Nada disiente en ella
de su destino, de su ley; el suelo.
No te expliques tu amor, ni me lo expliques;
obedecerlo basta. Cierra
los ojos, las preguntas, húndete
en tu querer, la ley anticipando
por voluntad, llenándolo de síes,
de banderas, de gozos,
ese otro hundirse que detrás aguarda,
de la muerte fatal.  Mejor no amarse
mirándose en espejos complacidos,
deshaciendo
esa gran unidad en juegos vanos;
mejor no amarse
con alas, por el aire,
como las mariposas o las nubes,
flotantes. Busca pesos
los más hondos, en ti, que ellos te arrastren
a ese gran centro donde yo te espero.
Amor total, quererse como masas.


*****


La forma de querer tú
es dejarme que te quiera.
El sí con que te me rindes
es el silencio. Tus besos
son ofrecerme los labios
para que los bese yo.
Jamás palabras, abrazos,
me dirán que tú existías,
que me quisiste: jamás.
Me lo dicen hojas blancas,
mapas, augurios, teléfonos;
tú, no.
Y estoy abrazado a ti
sin preguntarte, de miedo
a que no sea verdad
que tú vives y me quieres.
Y estoy abrazado a ti
sin mirar y sin tocarte.
No vaya a ser que descubra
con preguntas, con caricias,
esa soledad inmensa
de quererte sólo yo.


*****


A la noche se empiezan
a encender las preguntas.
Las hay distantes, quietas,
inmensas como astros:
preguntan desde allí
siempre
lo mismo: cómo eres.
Otras, fugaces y menudas,
querrían saber cosas
leves de ti y exactas:
medidas
de tus zapatos, nombre
de la esquina del mundo
donde me esperarías.
Tú no las puedes ver
pero tienes el sueño
cercado todo él
por interrogaciones
mías.
Y acaso alguna vez
tú, soñando, dirás
que sí, que no, respuestas
de azar y de milagro
a preguntas que ignoras,
que no ves, que no sabes.
Porque no sabes nada;
y cuando te despiertas,
ellas se esconden, ya
invisibles, se apagan.
Y seguirás viviendo
alegre, sin saber
que en media vida tuya
estás siempre cercada
de ansias, de afán, de anhelos,
sin cesar preguntándote
eso que tú no ves
ni puedes contestar.


*****


La noche es la gran duda
del mundo y de tu amor.
Necesito que el día
cada día me diga
que es el día, que es él,
que es la luz: y allí tú.
Ese enorme hundimiento
de mármoles y cañas,
ese gran despintarse
de alas y de la flor:
la noche; la amenaza
ya de una abolición
del color y de ti,
me hace temblar: ¿la nada?
¿Me quisiste una vez?
Y mientras tú te callas
y es de noche, no sé
si luz, amor existen.
Necesito el milagro
insólito: otro día
y tu voz, confirmándome
el prodigio de siempre.
Y aunque te calles tú,
en la enorme distancia,
la aurora, por lo menos,
la aurora, sí. La luz
que ella me traiga hoy
será el gran sí del  mundo
el amor que te tengo.


*****


Tú no puedes quererme:
estás alta, !Qué arriba!
y para consolarme
me envías sombras, copias,
retratos, simulacros,
todos tan parecidos
como si fueses tú.
Entre figuraciones
vivo, de ti, sin ti.
Me quieren,
me acompañan. Nos vamos
por los claustros del agua,
por los hielos flotantes,
Por la pampa, o a cines
minúsculos y hondos.
Siempre hablando de ti.
Me dicen:
“No somos ella, pero
!si tú vieras qué iguales!”.
Tus espectros, qué brazos
largos, qué labios duros
tienen: sí, como tú.
Por fingir que me quieres,
me abrazan y me besan.
Sus voces tiernas dicen
que tú abrazas, que tú
besas así. Yo vivo
de sombras, entre sombras
de carne tibia, bella,
con tus ojos, tu cuerpo,
tus besos, sí, con todo
lo tuyo menos tú.
Con criaturas falsas,
divinas, interpuestas
para que ese gran beso
que no podemos darnos
me lo den, se lo dé.


*****


Distánciamela, espejo;
trastorna su tamaño.
A ella, que llena el mundo,
hazla menuda, mínima.
Que quepa en monosílabos,
en unos ojos;
que la puedas tener
a ella, desmesurada,
gacela, ya sujeta,
infantil, en tu marco.
Quítales esa delicia
del ardor y del bulto,
que no la sientan ya
las últimas balanzas;
déjala fría, lisa,
enterrada en tu azogue.
Desvía
su mirada; que no
me vea, que se crea
que está sola.
Que yo sepa, por fin
cómo es cuando esté sola.
Entrégame tú de ella
lo que no me dio nunca.

Aunque así
-!qué verdad revelada!-,
aunque así, me la quites.


*****


Me estoy labrando tu sombra.
La tengo ya sin los labios,
rojos y duros: ardían.
Te los habría besado
aún mucho más.

Luego te paro los brazos,
rápidos, largos, nerviosos.
Me ofrecían el camino
para que yo te estrechara.

Te arranco el color, el bulto.
Te mato el paso. Venías
derecha a mí. Lo que más
pena me ha dado, al callártela,
es tu voz. Densa, tan cálida,
más palpable que tu cuerpo.
Pero ya iba a traicionarnos.

Así
mi amor está libre, suelto,
con tu sombra descarnada.
Y puedo vivir en ti
sin temor
a lo que yo más deseo,
a tu beso, a tus abrazos.
Estar ya siempre pensando
en los labios, en la voz,
en el cuerpo,
que yo mismo te arranqué
para poder, ya sin ellos,
quererte.
!Yo, que los quería tanto!
Y estrechar sin fin, sin pena
-mientras se va inasidera,
con mi gran amor detrás,
la carne por su camino-
tu solo cuerpo posible:
tu dulce cuerpo pensado.


*****


Te busque por la duda:
no te encontraba nunca.

Me fui a tu encuentro
por el dolor.
Tú no venías por allí.

Me metí en lo más hondo
por ver si, al fin, estabas.
Por la angustia,
desgarradora, hiriéndome.
Tu no surgías nunca de la herida.
Y nadie me hizo señas
-un jardín o tus labios,
con árboles, con besos-;
nadie me dijo
-por eso te perdí-
que tu ibas por las últimas
terrazas de la risa,
del gozo, de lo cierto.
Que a ti se te encontraba
en las cimas del beso
sin duda y sin mañana.
En el vértice puro
de la alegría alta,
multiplicando júbilos
por júbilos, por risas,
por placeres.
Apuntando en el aire
las cifras fabulosas,
sin peso, de tu dicha.


*****


A ti sólo se llega
por ti. Te espero.

Yo sí que sé donde estoy,
mi ciudad, la calle, el nombre
por el que todos me llaman.
Pero no sé dónde estuve
contigo.
Allí me llevaste tú.

¿Cómo
iba a aprender el camino
si yo no miraba a nada
más que a ti,
si el camino era tu andar,
y el final
fue cuando tú te paraste?
¿Qué más podía haber ya
que tú ofrecida, mirándome?

Pero ahora,
!qué desterrado, qué ausente
es estar donde uno está!
Espero, pasan los trenes,
los azares, las miradas.
Me llevarían adonde
nunca he estado. Pero yo
no quiero los cielos nuevos.
Yo quiero estar donde estuve.
Contigo, volver.
!Qué novedad tan inmensa
eso, volver otra vez,
repetir lo nunca igual
de aquel asombro infinito!
Y mientras no vengas tú
yo me quedaré en la orilla
de los vuelos, de los sueños,
de las estelas, inmóvil.
Porque sé que adonde estuve
ni alas, ni ruedas, ni velas
llevan.
Todas van extraviadas.
Porque sé que adonde estuve
sólo
se va contigo, por ti.


*****


Cuando tú me elegiste
-el amor eligió-
salí del gran anónimo
de todos de la nada.
Hasta entonces
nunca era yo más alto
que las sierras del mundo.
Nunca bajé más hondo
de las profundidades
máximas señaladas
en las cartas marinas.
Y mi alegría estaba triste, como lo están
esos relojes chicos
sin brazo en que ceñirse
y sin cuerda, parados.
Pero al decirme: “tú”
-a mí, si a mí, entre todos-,
más alto ya que estrellas corales estuve.
Y mi gozo
se echó a rodar, prendido
a tu ser, en tu pulso.
Posesión tú me dabas
de mí, al dárteme tú.
Viví, vivo. ¿Hasta cuando?
Sé que te volverás
atrás. Cuando te vayas
retornaré a ese sordo
mundo, sin diferencias,
del gramo, de la gota,
en el agua, en el peso.
Uno más seré yo
al tenerte de menos.
Y perderé mi nombre,
mi edad, mis señas, todo
perdido en mí, de mí.
Vuelto al osario inmenso
de los que no se han muerto
y ya no tienen nada
que morirse en la vida.


*****


No quiero que te vayas,
dolor, última forma
de amar. Me estoy sintiendo
vivir cuando me dueles
no en ti, ni aquí, más lejos:
en la tierra, en el año
de donde vienes tú,
en el amor con ella
y todo lo que fue.
En esa realidad
hundida que se niega
a sí misma y se empeña
en que nunca ha existido,
que sólo fue un pretexto
mío para vivir.
Si tú no me quedaras,
dolor, irrefutable,
yo me lo creería;
pero me quedas tú.
Tu verdad me asegura
que nada fue mentira.
Y mientras yo te sienta,
tú me serás, dolor,
la prueba de otra vida
en que no me dolías.
La gran prueba, a lo jejos,
de que existió, que existe,
de que me quiso, sí,
de que aún la estoy queriendo.


*****


Qué de pesos inmensos,
órbitas celestiales,
se apoyan
-maravilla, milagro-,
en aires, en ausencias,
en papeles, en nada!
Roca descansa en roca,
cuerpos yacen en cunas,
en tumbas; ni las islas
nos engañan, ficciones
de falsos paraísos,
flotantes sobre el agua.
Pero a ti, a ti, memoria
de un ayer que fue carne
tierna, materia viva,
y que ahora ya no es nada
más que peso infinito,
gravitación, ahogo,
dime ¿quién te sostiene
si no es la esperanzada
soledad de la noche?
A ti, afán de retorno,
anhelo de que vuelvan
invariablemente,
exactas a sí mismas,
las acciones más nuevas
que se llaman futuro,
¿quién te va sostener?
Signos y simulacros
trazados en papeles
blancos, verdes, azules,
querrían ser tu apoyo
eterno, ser tu suelo,
tu prometida tierra.
Pero, luego, más tarde,
se rompen -unas manos-,
se deshacen, en tiempo,
polvo, dejando sólo
vagos rastros fugaces,
recuerdos, en las almas.

!Si, las almas, finales!
!Las últimas, las siempre
elegidas, tan débiles,
para sostén eterno
de los pesos más grandes!
Las almas, como alas
sosteniéndose solas
a fuerza de aleteo
desesperado, a fuerza
de no pararse nunca,
de volar, portadoras
por el aire, en el aire,
de aquello que se salva.


*****


No en palacios de mármol,
no en meses, no, ni en cifras,
nunca pisando el suelo:
en leves mundos frágiles
hemos vivido juntos.
El tiempo se contaba
apenas por minutos:
un minuto era un siglo,
una vida, un amor.
No cobijaban techos,
menos que techos, nubes;
menos que nubes, cielos;
aun menos, aire, nada.
Atravesando mares
hechos de veinte lágrimas,
diez tuyas y diez mías,
llegábamos a cuentas
doradas de collar,
islas límpidas, desiertas,
sin flores y sin carne;
albergue, tan menudo,
en vidrio, de un amor
que se bastaba él solo
para el querer más grande
y no pedia auxilio
a los barcos ni al tiempo.
Galerías enormes
abriendo
en los grandes de arena,
descubrimos las minas
de llamas o de azares.
Y todo
colgando de aquel hilo
que sostenía ¿quién?
Por eso nuestra vida
no parece vivida:
desliz, resbaladora,
ni estelas ni pisadas
dejó detrás. Si quieres
recordarla, no mires
donde se buscan siempre
las huellas y el recuerdo.
No te mires al alma,
a la sombra, a los labios.
Mírate bien la palma
de la mano, vacía.


*****


Las oyes cómo piden realidades,
ellas, desmelenadas, fieras,
ellas, las sombras que los dos forjamos
en este inmenso lecho de distancias?
Cansadas ya de infinitud, de tiempo
sin medida, de anónimo, heridas
por una gran nostalgia de materia,
piden límites, días, nombres.
No pueden
vivir así ya más: están al borde
del morir de las sombras, que es la nada.
Acude, ven conmigo.
Tiende tus manos, tiéndeles tu cuerpo.
Los dos les buscaremos
un color, una fecha, un pecho, un sol.
Que descansen en ti, sé tú su carne.
Se calmará su enorme ansia errante,
mientras las estrechamos
ávidamente entre los cuerpos nuestros
donde encuentren su pasto y su reposo.
Se dormirán al fin en nuestro sueño
abrazado, abrazadas. Y así luego,
al separarnos, al nutrirnos sólo
de sombras, entre lejos,
ellas
tendrán recuerdos ya, tendrán pasado
de carne y hueso,
el tiempo que vivieron en nosotros.
Y su afanoso sueño
de sombras, otra vez, será el retorno
a esta corporeidad  mortal y rosa
donde el amor inventa su infinito.

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