Probablemente este soneto de "El rayo que no cesa" tiene una de las mejores terminaciones de la lírica española en sus dos tercetos. No se sabe si Miguel Hernández es uno de los poetas más tristes o de los más alegres. Y es que los grandes poetas son siempre paradójicos y aúnan todos los contrastes. Aquí se le ve enarbolando su pena. Yo sé que ver y oír a un triste enfada Cuando se viene y va de la alegría Como un mar meridiano a una bahía, A una región esquiva y desolada. Lo que he sufrido y nada todo es nada Para lo que me queda todavía Que sufrir el rigor de esta agonía De andar de este cuchillo a aquella espada. Me callaré, me apartaré si puedo Con mi constante pena instante, plena, Adonde ni has de oírme ni he de verte. Me voy, me voy, me voy, pero me quedo, Pero me voy, desierto y sin arena: Adiós, amor, adiós hasta la muerte.